CAPÍTULO 7

POR culpa de los horribles recuerdos de lo sucedido durante la noche anterior, Annalía se despertó antes de que amaneciera.

Ella ya sabía que su carácter tenía algunos defectos. Ya había descubierto que su moralidad tenía algunas fallas, y que, al parecer, eran hereditarias. Lo que no sabía era que si bebía un poco de whisky, el simple roce de los labios de un hombre junto a los suyos, o sobre su piel, bastaban para hacerle perder la cabeza.

Esa mañana, ella tenía que pedir ayuda a ese filisteo delante de todos sus gigantescos... socios. Se obligaría a hacerlo, a pesar de que sabía que, en caso de que él aceptara ayudarla, antes la haría suplicar.

Sin embargo, ella no contaba con que él accediera. Antes de que saliera el sol, sacó de la cama a Vítale y le ordenó que preparara a Lambe. Pascal la esperaba ese mismo día en París, y si ella no lograba convencer al escocés de que la ayudara, tendría que irse enseguida. Dejó pues el equipaje listo en el establo; la tranquilizaba saber que si tenía que irse corriendo podía hacerlo.

Vítale intentó disuadirla de su plan; él no quería que se fuera bajo ninguna circunstancia, tanto si los mercenarios la ayudaban como si no.

Incluso un viejo zorro como Vítale tenía miedo de lo que un monstruo como Pascal pudiera hacerle durante su noche de bodas. Pero ahora ella ya no estaba tan asustada como antes. Le había gustado bastante que la besaran, y eso que lo había hecho el rufián al que ella detestaba. Se decía que Pascal iba siempre muy bien vestido y que era muy meticuloso con su higiene personal. Eso no podía ser malo.

Annalía regresó a su habitación antes de que los escoceses se despertaran, y escogió con mucho esmero su atuendo y su peinado. Cuando oyó que empezaban a moverse, bajó para encontrarse con ellos.

Al entrar en el salón, tuvo que morderse la lengua para no regañarlos por tener las botas encima de la mesa, por el olor a tabaco que apestaba toda la habitación, o por los restos de comida que habían dejado por todas partes.

Mare de Déu! Estaba, lleno de botellas de vino vacías. Miró a su alrededor con los ojos abiertos de par en par. ¿Habían llegado más escoceses durante la noche? No, ellos seis eran los únicos responsables de haber acabado con las existencias de su bodega.

Entonces la vieron, y Annalía se obligó a esbozar una sonrisa.

—Buenos días, caballeros —dijo tratando de ser amable.

Cuando vio que todos se levantaban y se dirigían hacia ella con la intención de volver a tocarle las manos, Annalía retrocedió hasta la puerta y escondió las manos a su espalda.

—Espero que hayan dormido bien.

—Así es. Gracias por su hospitalidad.

Ella dedujo que el que lo había dicho era Niall. La noche anterior, ellos se habían presentado, pero a sus oídos todos los nombres sonaron igual: raros y desconocidos. Lo más curioso era que todos los apellidos empezaban por Mac.

—Podemos ahorrarnos tanta palabrería e ir directamente al grano. ¿Qué quieres de mí? —refunfuñó MacCarrick. Parecía cansado, volvía a tener los ojos inyectados en sangre, y cuando ella entró en la habitación vio que estaba frotándose la frente.

Annalía intentó sonreír.

—Por supuesto, señor MacCarrick. Su franqueza es como siempre... refrescante.

Él enarcó una ceja.

—¿Ahora es refrescante? ¿Cómo era eso que decías antes? Ah, sí, ahora me acuerdo. Decías que mi pueblo carecía de modales.

Ella sintió que se sonrojaba. Los demás mercenarios también parecían avergonzados de los modales de MacCarrick. Le odiaba. Pero estaba dispuesta a hacer todo lo necesario para salvar a Aleix. «Piensa sólo en eso, Annalía.»

—Me gustaría contratarlos para ayudarme a mí y a mi familia.

Court sonrió con satisfacción, era obvio que le gustaba que ella se sintiera tan incómoda.

—¿Y qué es lo que quieres que hagamos exactamente?

Ella era una persona muy reservada, y desconfiada por naturaleza; además, era también muy orgullosa, pero eso, en esos momentos, no le servía de nada, y tenía que dejarlo a un lado.

—Mi... mi hermano, Aleixandre Llorente, ha sido capturado por Pascal.

Annalía recorrió la habitación con la mirada para ver cómo reaccionaban ellos. El más joven iba a decir algo, pero entonces se oyó un ruido por debajo de la mesa, como si le hubieran dado una patada, y cerró la boca de golpe. ¿Qué era lo que iba a decirle? ¿Sabía algo?

MacCarrick le hizo un gesto insolente con la mano instándola a continuar.

—Él es la única familia que me queda, y está en la prisión de Pascal. Les pagaré para que lo liberen. Les pagaré más que Pascal.

—¿Por qué crees que sigue con vida? —preguntó MacCarrick.

Ella sintió que palidecía sólo de pensar que Aleix pudiera estar muerto y, para mayor vergüenza suya, los ojos se le llenaron de lágrimas. Se dio cuenta de que estaba retorciéndose las manos y se obligó a soltárselas y ponerlas a los lados del cuerpo.

El que parecía mayor le dijo algo a MacCarrick en una lengua extranjera. Éste lo miró mal y le respondió de mala manera:

—Es una pregunta lógica.

Annalía no sabía cómo tratar a aquella gente. A ella le habían enseñado costura y buenas maneras, pero no cómo negociar con una banda de hombres sin escrúpulos. Haber pensado que con un beso podría manipular a un hombre como MacCarrick era en verdad cómico, pero si todo el mundo pensaba lo que pensaba de ella, ¿por qué no había funcionado?

—Está vivo porque así tiene más valor para Pascal. La gente de aquí le quiere y estarían dispuestos a hacer cualquier cosa por él. El general desea utilizarlo como medida de presión.

—¿Por qué necesitaría hacer ninguna presión si ya os ha aterrorizado y convencido para que os sometáis? —preguntó MacCarrick recostado en su sillón. Parecía estar disfrutando con todo aquello.

—¿Él nos ha aterrorizado? ¿O han sido sus lacayos? —Tan pronto como la pregunta salió de su boca se arrepintió de haberla hecho.

Court miró a sus hombres con las cejas levantadas, como diciéndoles que ahora ya podían ver que él les había dicho la verdad.

—Vete, Annalía —dijo luego sonriendo sarcástico—. Sólo nos quedaremos un par de días más.

Aquel cretino le estaba dando órdenes en su propia casa, pero ella insistió:

—¡Les pagaré!

—¿Tienes dinero en la casa?

—No, pero tengo joyas. Joyas de un valor incalculable.

El la miró como si fuera tonta.

—¿Y crees que por aquí podremos venderlas?

—Tengo además mi herencia. Si liberáis a Aleix, él puede conseguirla para vosotros. Yo os la doy entera.

—No creo que tu herencia llegue a la cantidad que nosotros exigimos para trabajar.

—¡Eso es porque tu imaginación es muy limitada! —Cuando el hombre llamado Niall y otros dos se rieron, ella se obligó a morderse la lengua—. ¡Coged lo que queráis de esta casa! Estoy segura de que encontraréis algo con lo que os sintáis recompensados.

—¿Cualquier cosa? —preguntó él con una expresión muy extraña.

Niall sacudió la cabeza y se levantó para irse. Los otros cuatro lo siguieron.

Annalía afirmó enérgicamente con la cabeza.

—Sólo diga su precio, señor MacCarrick. Lo pagaré encantada.

—Entonces ya está decidido. —Él la miró con descaro—. Te quiero a ti.

—¿D... disculpe?

—Ya me has oído. Reconozco la desesperación y es lo que tú sientes. Ayer por la noche estabas decidida a seducirme para que te ayudara; me apuesto lo que quieras a que estabas dispuesta a todo. ¿Por qué no hacerlo ahora que yo también estoy dispuesto?

Ella abrió los ojos de par en par. «¡Te odio!», pensó.

—Le liberaré, pero antes de hacerlo me acuesto contigo —dijo él, engreído—. Ésas son mis condiciones.

Annalía se esforzó por pronunciar cada palabra.

—En esta casa hay suficientes riquezas para satisfacer a cualquier hombre, incluso a ti.

—Quieres decir, a alguien como yo, ¿no? Entonces, olvídalo. —Court cogió un viejo periódico y lo sacudió para poder leerlo, luego puso las botas encima de la mesa—. Lo único que aceptaré a cambio de trabajar para ti es tu cuerpo —dijo tras el periódico.

Ella no podía contener su asombro. Aquéllas eran las botas de Aleix. Y ahora allí estaban, reposando sin más encima de su mesa. Encima de la mesa de ella y de Aleix. Annalía y su hermano, que había sido como un padre para ella, desayunaban cada día allí y hablaban de la granja. Aleix ya no estaba. Nadie iba a ayudarla y ella no podía entender por qué.

Los otros hombres regresaron y se sentaron. Annalía se percató de que parecían enfadados.

Se dio cuenta de que por primera vez en su vida necesitaba ayuda de verdad y de que, tras pedirla, nadie iba a dársela. Por primera vez en su vida... le habían hecho una proposición indecente.

MacCarrick siguió leyendo, ignorándola, se cruzó de piernas, y la botella que había junto a sus pies, llamó la atención de Annalía.

Reconoció ese envase en particular porque el vino que contenía había sido embotellado el año en que Aleix y su amada Mariette se habían casado, y luego la habían guardado con mucho cuidado. La guardaban para celebrar el nacimiento de su primer hijo. Ese vino nunca, nunca debería haberse abierto.

Y aun así, allí estaba la botella, abierta y olvidada entre la basura que aquellos hombres habían dejado por todos lados.

Annalía empezó a moverse, frunció el cejo porque no era consciente de lo que iba a hacer. Vio cómo sus pies caminaban hacia MacCarrick, y se dio cuenta de que su mano se cerraba alrededor del cuello de la botella justo antes de levantarla y vaciarla encima de la cabeza de él. Los gritos de él eran cada vez más altos, pero ella no se inmutó, y cuando la botella estuvo completamente vacía, la dejó caer sobre la dura sesera del escocés. Le pareció que él rugía, que alguien lo sujetaba. Ella le dijo en catalán que aquel vino tenía un significado especial y que todos podían irse directamente al infierno.

El reloj de su abuelo tocó las ocho. Annalía se levantó la falda y huyó de la habitación. Cogió los guantes de montar que había en la mesa, junto a la puerta y se fue hacia los establos en busca de Vítale.

Era hora de cabalgar.

MacTiernay y Niall no soltaron a Court hasta que vieron a través de la ventana que la mujer se alejaba a lomos de su caballo. Court no entendía por qué se marchaba, pero cuando intentó salir a buscarla, MacTiernay lo cogió de un brazo y Niall del otro.

Él se apartó de ellos y sacudió la cabeza mientras Niall seguía observándolo.

—Te lo pregunto de nuevo. ¿Se puede saber qué te pasa, Court?

—¿A mí? ¿Acaso no has visto cómo la mujer más arrogante del mundo me echaba por encima una botella entera de vino?

—Te lo merecías, hasta la última gota. Hablarle de ese modo después de que ella solicitara nuestra ayuda.

—Y rechazar su petición —añadió Gavin—. Ya sé que no vamos por el mundo haciendo buenas obras, pero aquí hay más riquezas de las que he visto nunca. Y ella hubiese pagado por nuestros servicios, cosa que no puede decirse que haga todo el mundo.

Court se limpió la cara con la manga de la camisa.

—Por si no os habéis dado cuenta, me ha echado el vino encima sin decir nada y, por si no la habéis entendido, acaba de mandarnos a todos al infierno. —Se sacudió la melena y el vino salpicó por todas partes—. Aun así, yo iba a ayudarla. Niall, tú sabes que lo habría hecho. Lo habría hecho antes de que hiciera esto. Sólo quería tomarle el pelo un rato. Sólo un poquito más.

Niall lo miró incrédulo.

—Yo te he visto cortar gargantas y romper cuellos sin preocuparte por nada, pero nunca te había visto ser tan cruel con alguien más débil que tú y que estuviese en una posición tan vulnerable. ¿El único miembro que queda de su familia está en la prisión de ese bastardo y tú estás dispuesto a utilizar eso en contra de ella? ¿Para tomarle el pelo?

Court se pasó la mano por el nuevo chichón que le estaba saliendo en la cabeza.

—Maldita sea, ya he dicho que iba a sacarlo de allí.

—Claro. Al fin y al cabo, tú fuiste quien lo encerró.