CAPÍTULO 12

—ME he enterado de que cada noche vas a la habitación de Llorente. ¿De qué se trata? —quiso saber Pascal.

Olivia contestó sin dudarlo.

—Si no puedo dormir, me gusta ir a molestarle. —Su cara se mantuvo impasible.

Su padre la estudió durante un momento, y a continuación sonrió aliviado.

—Estaba preocupado. A algunas mujeres podría parecerles atractivo.

—Él es débil. Yo nunca podría ver más allá de eso —respondió ella, triste. Olivia había aprendido a ser así desde que sus parientes la mandaron a vivir con Pascal. Entonces sólo tenía diez años y acababa de perder a su madre, Ysobel Olivia, quien había sido su mundo entero.

Sus parientes la consideraban una abominación, y la trataban como tal, con lo cual la asustaban y la confundían, porque su madre sólo le había enseñado lo mucho que la quería. Comparado con ellos, Pascal no parecía tan malo; sobre todo después de que ella aprendiera a comportarse como él.

Olivia lo hizo a la perfección. Logró engañar a todo el mundo, incluso a sí misma, hasta una noche de la primavera anterior, justo antes de irse a Andorra, cuando oyó a los sirvientes chismorrear sobre su madre. Hablaban de cómo Pascal y sus tres mejores hombres habían llegado al pueblo de su madre, oliendo a «sangre y pecado». Pascal quedó prendado al instante de la bella viuda Ysobel. Y, como siempre, obtuvo lo que deseaba...

—¿Tal vez podrías dejar de ir? —le preguntó Pascal a Olivia, pero ambos sabían que era una orden.

La chica lo miró a los ojos; su cara seguía inalterada, su expresión inmutable. A él le gustaba eso de su hija. Él nunca sabía los secretos que se escondían dentro de su mente. Como por ejemplo que el día en que se acostó con su madre se había sentido generoso.

—Por supuesto, papá—dijo ella, aunque sabía que sólo había un veinticinco por ciento de posibilidades de que él fuera su padre de verdad.

Después de la cena, en la que comió poco y no bebió nada, Court salió con Niall al porche y se sentó junto a él en un banco de madera. La noche era fría y la luna iluminaba tanto que casi parecía de día. Había sombras en cada esquina y en cada árbol, y era imposible relajarse.

—¿Cómo está la chica? —preguntó Niall—. Lo que de verdad quiero saber es, ¿en qué estado la has dejado?

Court se encogió de hombros. Después del beso ella ni siquiera lo había mirado a la cara. Se había quedado allí, sentada en la cama, con las rodillas dobladas junto al pecho, el cuerpo tenso y los ojos brillantes y furiosos. Tenía el mentón irritado por culpa de la barba sin afeitar de él.

Debía de estar furiosa; al fin y al cabo, Court se había comportado como la bestia que ella creía que era; y si él no conseguía entenderlo, mucho menos podría ella. MacCarrick nunca antes había perdido el control de ese modo.

Annalía le había dicho que Pascal no la había tocado y él la creía, pero ¿la había besado? ¿Había mostrado Pascal más autocontrol que Court? Seguramente. Y ella lo había escogido en lugar de a él. Seguro que incluso le parecía atractivo. Frunció el cejo ante esa idea, sabía que casi todas las mujeres pensaban así.

—¿Crees que está planeando algo? —preguntó Niall.

—Cuenta con ello, después de la zambullida en el río.

—Tú habrías hecho lo mismo en su lugar, habrías intentado escapar.

—Sí, pero eso no me consuela. Volverá a intentarlo. ¿Qué hago, entro ahí y la obligo a entender que su hermano ha muerto? Soy un bastardo, pero no sé si soy capaz de hacerle eso. Además, Pascal y su hija la han engañado por completo.

—Bueno, Pascal también nos engañó a nosotros.

Court no podía discutir eso.

—Mira, tus hermanos me matarán si dejo que te ocurra algo.

—No va a pasarme nada, Niall. —Se levantó y se apoyó en la columna de piedra.

—La maldición, Court. —Se limitó a decir su primo.

Sentenciados a caminar con la muerte o a caminar con la soledad.

—Sabes que nunca podrás tener una mujer. Y, a pesar de ello, a veces miras a esa chica como si lo único que quisieras fuera quedarte a su lado.

—No tengo intenciones de hacerlo.

—Ese tipo de cosas tienen una extraña tendencia a no salir como las planeamos.

—A mí no, conmigo no. De hecho, nunca me ha pasado. Y tengo un libro que lo demuestra.

—Ya, el libro. «La muerte y la desgracia los atraparán» —citó él—. ¿De verdad crees que la chica estará a salvo cuando la dejemos en Francia?

—Eso no importa, ¿no crees? Yo lo he estropeado y yo voy a arreglarlo; luego ya no es asunto mío. No seré su ángel de la guarda toda su vida.

—La idea de dejarla abandonada no entusiasma a ninguno de los hombres. Los hermanos MacMungan, los dos, han dicho que se casarían con ella hoy mismo, y pronto habrá más que piensen lo mismo. Incluso Liam dijo que él se quedaría con ella si nosotros la dejábamos tirada.

La respuesta de Court fue una risa cruel. La extraordinaria y fresca Annalía se marchitaría como una flor en la austeridad que imperaba en el clan MacMungan. Y Liam nunca podría controlarla.

—Ellos sólo están atontados porque nunca antes habían visto a una mujer como ella. —Court no podía culparles por haberla dejado salir esa mañana, a pesar de que se le ponían los pelos de punta sólo de pensarlo. La culpa era suya; él había metido a aquella delicada belleza extranjera en medio de una banda de escoceses—. Me pregunto si han tenido en cuenta que Annalía odia a los escoceses.

—Lo saben. Ella no confía en nosotros. Cree que nuestras costumbres son extrañas, pero sus prejuicios divierten a nuestros hombres. Ellos saben que no es mala, sólo que no los conoce lo suficiente. Diablos, cuando le pidieron si podían tocarle la mano, incluso se lo permitió.

Eso hizo que Court rechinara los dientes.

—¿Y a ti qué te pareció, Niall?

Éste dudó un instante.

—Más suaves de lo que me había imaginado —contestó finalmente—. Pero eso no es lo importante. Sabes que no está acostumbrada a que la traten así, y tú deberías ser más amable con ella; a lo mejor así no creería todo lo que ha oído decir sobre nosotros.

—¿Amable? Ella no fue amable conmigo cuando ayer me golpeó la cabeza con una piedra.

—Estaba asustada —replicó Niall moviendo la mano para quitarle importancia—. Una mujer así necesita que la cuiden, y nadie lo ha hecho. Puedo verlo en su cara.

Court suspiró y finalmente reconoció.

Yo no quiero comportarme así. —Pero es que esa mujer conseguía volverlo loco. Sus maneras tan femeninas, su acento, incluso el modo en que se sonrojaba, todo eso combinado le hacía perder la cabeza. Continuó en voz baja—: Yo quiero ser diferente con ella, pero... al parecer no puedo evitarlo.

—Entonces, ¿por qué no la llevas a Toulouse sin más? Nosotros te esperaremos en la casa de postas.

Sólo de pensar en eso se enfureció.

—No.

—¿Por qué, Court?

—Porque no estoy listo para separarme de ella; aún no.

—Dios, de verdad puedes llegar a ser un cerdo egoísta. A veces creo que ya no te conozco.

—Por supuesto que puedo serlo. Sigo siendo un mercenario y un asesino. ¡Por Cristo!, vendería a mi propia hermana. ¿Acaso no es eso lo que se dice en el clan?

—Dicen eso porque tú insistes en no regresar...

—Regresaré en cuanto haya pagado mis tierras, y eso es algo que por ahora no puedo hacer, a no ser que me junte con Otto. —Al ver que Niall levantaba las cejas, Court añadió—: Todo el mundo necesita dinero. Yo necesito dinero.

Niall lo miró decepcionado.

—El dinero no lo es todo en la vida. Creía que te habías dado cuenta de eso cuando decidimos separarnos de él.

—¿De qué va todo esto, Niall? —soltó Court de golpe. Dentro, dos hombres que estaban echando un pulso levantaron la vista. Court bajó la voz—. Si no puedo tener una mujer ni mi propia familia, y pierdo la tierra por la que he trabajado tan duro, ¿qué me queda en la vida?

—No lo sé. Eso tendrás que averiguarlo tú solo. Pero lo que sí sé es que si te quedas junto a esa chica acabarás destrozándole la vida.

—¿Estás seguro de que la destruiré?

—Eso le pasó a la mujer de Ethan.

Hacía unos años, Ethan se había prometido con Sarah, una muchacha a la que casi no conocía, del vecino clan MacKinnon. Su familia estaba entusiasmada, a pesar de que habían oído hablar de la maldición; y como el título de Ethan exigía que tuviera un heredero, él aceptó. Sarah murió a los diecinueve años, la noche antes de la boda, y nadie sabía aún cómo.

—¡Yo no soy Ethan, y no tengo intención de comprometerme con la chica!

—Y entonces ¿qué es lo que quieres hacer?

Court se dio la vuelta para mirar a Niall, frunció las cejas, y se sintió como si le hubieran dado un puñetazo.

—Yo... Nosotros no... —No tenía ni idea. ¿Qué podía decir? ¿Que él y sus hermanos no tenían la culpa de la muerte de su padre?—. ¿Tenías que hacerme pensar en eso ahora?

—Lo siento, Court, pero tenía que hacerlo. —Niall le puso una mano en el hombro antes de darse la vuelta para dirigirse hacia la puerta—. Tienes mucho en que pensar.

¿Pensar? Court tenía tantas ganas de acordarse de la mañana en la que murió su padre como de pensar en lo que le deparaba el futuro. Pero ¿no era eso lo que llevaba haciendo aquellos últimos días? Desde que había conocido a Annalía había pensado más en todo lo que se estaba perdiendo de lo que lo había hecho en la última década.

Se dirigió a su habitación sin saber lo que iba a decirle, no le importaba que ella lo insultara, sólo quería... algo. Él abrió la puerta y entró.

El aire se escapó de sus pulmones y apoyó la frente en el antebrazo que tenía contra la puerta.

—Maldita sea.