CAPÍTULO 23

—CREÍ que ya estarías lista —dijo Court a la vez que se obligaba a apartarse de la puerta. La habitación estaba a oscuras, con excepción de una lámpara que parpadeaba, y Annalía estaba sentada delante del cabezal de la cama, vestida sólo con su camisón y un nuevo vendaje.

El le había dado tiempo de sobra para bañarse y vestirse, tenía miedo de ver cualquier parte de ella sin ropa; a esas alturas, sólo ver su tobillo le causaba dolor. Después de asegurarse de que Anna estaba a salvo, los recuerdos de lo que había pasado en el carruaje empezaron a hacer mella en él. Incluso dormido soñaba con un final distinto y se despertaba excitado y ansioso por volverlo a sentir. Había llegado a soñar que ella le decía que quería estar con él, pero en el camino de vuelta se dio cuenta de que en realidad ella no quería hacer el amor con él en ese carruaje. Él estaba demasiado cansado e imaginaba esas cosas porque la deseaba desesperadamente.

Y ahora, verla sin nada excepto con aquella delicada pieza de ropa y con el pelo suelto...

—Espera, MacCarrick. Necesito hablar contigo.

Él tragó saliva.

—Podremos hacerlo cuando te hayas vestido.

—¿Quieres entrar, por favor?

¿Por qué demonios la habría enseñado a pedir las cosas? Probablemente porque no se imaginaba que él sería incapaz de negarle nada. Cerró la puerta y se sentó a los pies de la cama.

—¿Qué necesitas?

—He tenido mucho tiempo para pensar —dijo ella con suavidad.

Court se quedó mirándola, hechizado, al ver que ella gateaba hacia él.

A cada movimiento, sus pechos se balanceaban, y él tuvo que frotarse la boca con el reverso de la mano.

Vaya. Si hubiera sabido que eso era lo que le esperaba al volver, se habría dado aún mucha más prisa en regresar.

—Corren tiempos peligrosos para nosotros.

Ella siempre había tenido un acento que lo volvía loco, pero cuando susurraba las palabras... su voz lo excitaba muchísimo.

—Sí, lo son. —Aunque las ganas que tenía de cogerla entre sus brazos y recorrerle el cuerpo con las manos lo estaban matando, continuó quieto, intentando respirar, a la espera de lo que ella fuera a decirle.

—Y yo no quiero desear haber experimentado algo. No cuando puedo hacerlo. Ahora. Contigo.

—Conmigo —aceptó él sin pensarlo. Annalía estaba en la cama con él. Ella lo deseaba a él, un rudo escocés. Eso no era ningún sueño.

Tal vez debería seguir siéndolo...

—Anna, si estás haciendo esto porque pasaste miedo cuando me fui, o porque crees estar en deuda conmigo... entonces... —«Court, ¿qué estás diciendo?» Él sacudió la cabeza con fuerza—. Como si me importara. Ven aquí.

Ella lo hizo. Se sentó sobre los talones, frente a él, sus labios estaban cerca de los suyos, y susurró:

—Te estoy pidiendo que me hagas el amor.

Le habían disparado. Seguro que le habían dado.

Aun así, no perdió tiempo, y levantó el camisón por encima de su cuerpo para quitárselo, temiendo que cambiara de opinión. Ella siguió sus movimientos y luego levantó la vista. Al principio se sentía atrevida, pero él no paraba de mirar su cuerpo desnudo, así que se cubrió los pechos con la melena y tiró de la colcha que tenía delante.

Court se limitó a mover la cabeza, despacio, advirtiéndole que no lo hiciera.

—Pe... pero estás mirándome.

El retiró la tela y la tumbó en la cama, le acarició el pelo con los dedos para apartar los rizos hacia un lado.

—Te estoy mirando porque eres más bella de lo que podría haber imaginado, y me gusta mirarte entera. Te estoy mirando porque creí que nunca podría hacerlo. —Su voz era irreconocible. Sonaba animalesca. Y ella, con su piel dorada, sus pechos redondos y su pequeña cintura, parecía una ofrenda.

—Nunca he estado tanto tiempo desnuda fuera del baño.

—No puedes tener vergüenza conmigo.

—¿Por qué no?

—Porque soy yo. —Él volvió a recorrerla con una mirada hambrienta y soltó una maldición—. Pequeña, ni siquiera sé por dónde empezar.

Annalía se mordió el labio inferior.

—Sería más fácil estar desnuda si tú también lo estuvieras.

El no dijo ni una palabra, se limitó a quitarse las botas, luego se pasó la camisa por la cabeza sin desabrocharla. Se puso de pie frente a la cama, se desabrochó los pantalones y los deslizó por encima de su erección dejándolos caer al suelo.

—Oh, Dios... —murmuró ella con los ojos brillantes. Y se sentó como si estuviera en un picnic, de costado, con los pies bajo las nalgas. Como una dama.

Court apoyó una rodilla en la cama, dispuesto a acercarse a ella, nervioso porque estaba a punto de hacerle el amor a esa mujer.

—Espera.

«Claro, espera.» Él cerró los ojos frustrado. ¿Cómo había podido imaginar que iba a hacer lo que pensaba? Debería haber sabido que ella iba a entrar en razón. Tenía que saber que él nunca iba a tener tanta suerte.

—¿Te importaría quedarte ahí?

Él abrió los ojos y vio que ella se le estaba acercando.

—Estás completamente desnudo, y yo quiero... —Cuando Annalía se arrodilló delante de él, con su cara al nivel de la de él gracias a la altura de la cama, ella se le acercó más y le susurró—: ¿Puedo tocarte primero?

Court intentó esconder la incredulidad de su rostro y retrocedió la rodilla para quedar de pie.

—Puedes hacer todo lo que quieras.

La muchacha se mordió el labio y llevó las manos hacia su cara, acariciándosela con los pulgares, recorriendo con suavidad la cicatriz de su frente. Luego deslizó aquellas suaves manos por su cuello, sus hombros, sus brazos. Ladeó la cabeza al encontrarse con las manos de él, como si no supiera qué hacer con ellas, y entonces las colocó encima de sus hombros para apartarlas de su camino.

—De momento que se queden aquí.

Annalía iba en serio. Con los brazos de él levantados, exploró su torso, se lo arañó algunas veces, haciendo que los músculos se le contrajeran de dolor, pero él no dejó que ella lo supiera, y por el modo en que su pene reaccionaba a sus caricias nunca lo averiguaría.

—Anna —gimió él al ver que a ella se le estaba acelerando la respiración; sus pechos se movían al mismo ritmo, buscando ansiosos los labios de él. Con gran satisfacción, Court se dio cuenta de que a ella la excitaba tocarlo.

Entonces con una mano, ella le acarició el estómago.

—Cada centímetro de ti es duro.

Despacio, fue siguiendo el camino que marcaba su vello hasta el ombligo, él sólo pudo gemir como respuesta. A cada caricia, cuanto más se acercaba, más aumentaba su agonía. Entonces una oleada de placer lo golpeó por entero al sentir cómo ella rodeaba su pene con la mano. Al sentir que la otra mano también lo acariciaba, creyó morir. Court le apretó los hombros y soltó una maldición.

—Excepto aquí. —Con las uñas, recorrió la bolsa que había bajo su sexo y él puso los ojos en blanco.

Volvió a apoyar la rodilla en la cama, y la acercó a él. Cuando la besó, ella se soltó y dijo:

—No había terminado.

—Pues yo estaba a punto.

Annalía frunció el cejo sin entenderle, y él la besó con fuerza; un beso húmedo, acariciando con su lengua hasta lo más profundo; un beso más agresivo que el del carruaje. Sus manos encontraron las nalgas de ella, las apretaron, las moldearon y sintió cómo movía las caderas junto a él a la vez que le cogía la cara con las manos para profundizar el beso.

Court acarició los rizos que cubrían su sexo, con reverencia, y gimió contra sus labios.

—Separa las rodillas, por favor. —Cuando lo hizo, él introdujo un dedo en su humedad y gimió—: Anna, maldita sea, me siento tan bien dentro de ti.

La muchacha echó la cabeza hacia atrás, y se apoyó en los hombros de él para sujetarse mientras seguía explorándola. En el carruaje, Court ya había tenido la sensación de que ella era muy estrecha, pero saber que esta vez iba a penetrarla, hizo que se diera cuenta de que era demasiado estrecha.

La tumbó en la cama, la cogió por la cintura y la acercó a la cabecera. Le colocó las piernas una a cada lado de él, y besó cada centímetro del interior de sus blancos muslos, como había deseado hacer desde el día en que la conoció. El contacto era como rasguño, ella probablemente sentiría más el calor de su aliento que sus besos, y se estremeció.

Seguía acariciando con un dedo su interior cuando ella gimió y arqueó la espalda, él recorrió entonces sus pechos con la otra mano a la vez que intentaba añadir otro dedo a sus caricias. Annalía era como seda ardiendo, tan sensual, pero demasiado pequeña. Court podía sentir que nadie la había tocado antes, podía sentir que era virgen.

Miró sus manos oscuras y llenas de cicatrices encima del sexo de ella, encima de sus muslos. Parecían... no pertenecer allí. El se sentía enorme y torpe, y sabía que iba a hacerle daño. «¿No es así como funcionan las cosas?», preguntó una parte de él. Pero Court sabía que le haría daño y que además destrozaría su reputación. Parecía demasiado, un precio demasiado alto.

Él no era lo bastante bueno para ella.

Se le acercó, con cuidado de que su sexo no la tocara, y apoyó su frente contra la de ella.

—No puedo hacerte esto.

Annalía se tensó; él lo sintió en lo más hondo.

—No me deseas.

Court se apartó, sorprendido de que una mujer como ella pudiera llegar a esa conclusión.

—No es eso.

La chica apartó la cara.

—Yo quiero que me hagas el amor, estamos los dos desnudos en la cama, juntos, ¿y no quieres hacerlo? Creo que es porque te has dado cuenta de que no me deseas.

Court le cogió la mano con fuerza y la puso encima de su pene.

—¿No puedes sentir lo mucho que te deseo?

Tan pronto como rodeó su miembro con los dedos, el cuerpo de ella perdió fuerzas, y lo miró con ojos soñadores.

—Lo que quieres hacer es distraerme. Apaciguarme, ya que ambos sabemos lo mucho que me gusta acariciarte.

El luchó por encontrar las palabras. ¿Apaciguarla? Frunció el cejo. Era importante que ella lo entendiera... Pero ¿qué era lo que quería que entendiera? ¡Ah!

—Te juro que te deseo.

—No, creo que ya entiendo lo que tratas de decirme —murmuró Annalía sin apartar los ojos de la mano con que lo acariciaba—. Tú eres un hombre muy grande. Necesitas una mujer de tu tamaño. Como los caballos.

—No, no es eso. —Court no podía pensar si ella seguía mirando su sexo con ese placer, como si lo echara de menos.

Ella suspiró.

—Comparada con las fuertes mujeres de Escocia debo de ser una enanita.

Él había intentado hacer lo correcto. Había intentado ser noble.

—Voy a enseñarte lo mucho que te deseo. Lo perfecta que eres para mí...

La besó en el cuello y con la lengua recorrió el camino hasta sus pechos, deteniéndose para prestar atención a sus pezones. A él le encantaba lo sensibles que los tenía, lo mucho que deseaba esas caricias. Otra noche no dejaría de besarle los pechos hasta que llegara al orgasmo. El había fantaseado con la idea de penetrarla con los dedos justo en el momento en que empezara el climax.

Se deslizó por su cuerpo, le besó el llano ombligo, y se obligó a apartar su sexo de la mano de la mujer, aunque ella cerró los dedos alrededor de él para evitarlo, y luego, con la otra mano, intentó alcanzarlo para que no se escapara; una reacción que a él le gustó muchísimo.

Al final, él se apoyó en la cama y, metiendo las manos entre sus piernas, le levantó las nalgas.

—¿MacCarrick? —preguntó ella nerviosa.

Con el primer atisbo de su sabor, él apretó las manos demasiado fuerte. Estaba ansioso por comérsela, pero no quería asustarla. Se obligó a apartarse, a recuperar el control.

—¿Qué haces? —gritó ella—. ¡No puedes hacer eso!

Intentó soltarse de su abrazo cuando él volvió besarla, pero Court la recorrió lento, despacio con la lengua, apreciando su suavidad. Cerró los ojos ante tanto placer.

Ella gimió ultrajada.

—Tienes que parar —dijo.

—Anna. —Su nombre fue como un gruñido—. Ninguna fuerza del mundo podría detenerme.

—A ti —preguntó ella con voz trémula— ¿te gusta...?

—¿Saborearte?

Ella se retorció avergonzada.

—¡Sí!

—Podría estar aquí tumbado entre tus piernas besándote toda la noche. Pero ¿y a ti? ¿Te gusta? —le preguntó a su vez antes de volver a recorrerla con la lengua de nuevo.

—¡No!

El se apartó.

—Mentirosa.

—No está bien.

—Pero ¿te gusta?

—¡No debería!

—Déjame hacerlo. Déjame darte placer.

Annalía cerró los ojos con fuerza.

—No puedo.

—Entonces, lo único que te pido es que me dejes darte un último beso y luego me apartaré.

Con voz llena de tristeza, ella dijo finalmente:

—Está bien.

Court se agachó hacia ella una vez más y la lamió despacio, con dulzura, calmándola antes de penetrarla con su lengua por completo. Ella se arqueó encima de la cama, gimiendo.

—¿Quieres que pare?

Con los ojos cerrados, Anna movió impaciente la mano que tenía sobre él.

Él sonrió orgulloso, y la besó una vez más, degustándola; levantó la vista y le entusiasmó ver cómo ella respondía a esos besos.

Su sabor no tardó mucho tiempo en enloquecerlo por completo, y él empezó a mover despacio sus caderas contra la cama. Le separó aún más las piernas, la abrió ante él para poder tener acceso a todo lo que quería, y la tomó por completo, incapaz de saciarse. Ella no paraba de mover la cabeza, estaba completamente pérdida, necesitaba llegar al climax.

Court sabía lo mucho que ella lo necesitaba, y eso le hizo besarla con fuerza, con locura, era poco más que un animal. Apartó las manos de sus muslos y apenas se dio cuenta de que iba a acariciarle los pechos. Con un gemido, colocó los brazos a ambos lados de ella y agarró las sábanas; con la cabeza baja, siguió besándola con abandono.

Annalía intentó soltarle los brazos, Court se apartó.

—No. Yo... estoy fuera de mí. Te haría daño.

—Acarícialos. Por favor. —Lo último lo dijo como en un jadeo y le colocó las manos encima de sus pechos.

Él los acarició y gimió dentro de ella, lamió su suavidad, su carne ardiente, y la mujer empezó a estallar bajo sus labios, arqueando la espalda, apretando los pechos contra sus manos y cogiéndole la cabeza. Sus gemidos hicieron que él se retorciera en la cama de la necesidad que sentía de ella.

La cogió por la cintura para sujetarla y la observó, sobrecogido, al ver cómo ella movía las manos por encima de sus pechos, acariciándolos con suavidad dos veces, hasta derrumbar los brazos junto su cabeza. Estaba pérdida por completo ante lo que él le había hecho, y nada nunca le había afectado tanto. La besó con toda la ansiedad que sentía, hizo que se retorciera, prolongó su orgasmo hasta un punto doloroso, hasta que ella dejó de temblar y se derrumbó por completo.

Court no quería apartar los labios de su piel, así que le besó los muslos, las caderas, hasta quedar tumbado a su lado, con sus pechos frente a él.

—Espera, MacCarrick —dijo ella sensual—. ¿Qué pasa contigo? ¿Has...?

—Estoy bien —contestó él antes de recorrerle un pecho con la lengua. Lo estaría. Porque iba a esperar a que ella se durmiera y luego se ocuparía de sí mismo. No le pediría a ella que lo ayudara a acabar, no después de lo que había pasado en el carruaje, y mucho menos después de haberla tomado de ese modo esa noche. El no tenía ni idea de lo que podía pasar cuando por fin se corriera, nunca lo había deseado con tanta furia.

—MacCarrick, te estoy agradecida, muy agradecida por haberme enseñado...

—¿Tú me estás agradecida por esto? —Él había salido ganando, él iba a rememorar esa experiencia una y otra vez en su cerebro, tan pronto como ella se durmiera.

—Sí, y me sentiré mal a no ser que pueda devolverte el favor. —Annalía se colocó bajo su brazo y apoyó la cara en su pecho. Él tenía los nervios a flor de piel, se acostó y la estrechó jurándose a sí mismo que no iba a pedirle que lo ayudara a llegar al clímax, ni siquiera cuando sintió que ella respiraba y temblaba a su lado...

Annalía empezó a deslizar los dedos por su pecho.

Todos los nervios de él estaban gritando, su cerebro suplicando...

¡Dios, sí! Él arqueó la espalda, todo su cuerpo se tensó al sentir que ella le cogía en su mano.

La muchacha lo acarició como lo había hecho en el carruaje, lo cogió con fuerza, como a él le gustaba. No podía decirle que parara, estaba demasiado excitado. Ya se estaba justificando.

Annalía lo acariciaba tan despacio... Atormentándolo, arriba y abajo. Fuerte, apretándole, pero despacio. Una tortura. No le importaba. Él iba a tener un orgasmo. Se volvería loco, pero...

Con voz áspera y atormentada, susurró:

—Hagas lo que hagas... haga lo que haga... no apartes tu mano de mí.

—No lo haré. Pero creo —susurró ella antes de recorrerle el pecho con la lengua—, que antes me gustaría besarte y lamerte.

Sólo de pensar en ella lamiendo su...

Estalló entre sus manos, gritó de placer, clavó los talones en la cama y arqueó la espalda, derramándose encima de su torso.

Se movió para acariciarle los pechos, se los apretó, se agarró a ellos y se agachó para besarla con todas sus fuerzas. Con pasión, le devoró la boca, la lengua... Court seguía moviéndose dentro de su mano, sin descanso, gimiendo entre las caricias de su lengua; luego volvió a tensarse hasta que no quedó nada dentro de él.

Tuvo la sensación de que habían pasado horas hasta que el mundo entero volvió a su lugar y él finalmente dejó de temblar y soltó sus pechos y sus labios.

—¿Te he hecho daño? ¿Te he hecho daño en el brazo?

—No, en absoluto —contestó ella insegura.

Court le puso los dedos bajo la barbilla para obligarla a mirarlo a los ojos; tenía que conocer su reacción ante su total pérdida de control, ante la primera vez que veía el placer de un hombre. ¿Estaría disgustada? ¿Enfadada?

Al contrario. Sus ojos estaban excitados, su respiración acelerada, como si hubiera presenciado un milagro. Él frunció el cejo. Court no era un hombre modesto, pero no sabía cómo sentirse ante la cara de fascinación de Annalía tras haber visto cómo él se corría delante de ella.

Era algo normal y necesario, algo que sencillamente pasaba, como habría sucedido en el carruaje; pero ella lo miraba como si fuera algo especial, como si quisiera que él lo hiciera cada noche. Peor aún, ella lo miraba a él... de un modo distinto.

Court apartó la mano de ella de su sexo y retiró el brazo con que la sostenía. Se levantó y se llevó con él una de las sábanas.

No le gustó nada tener que limpiarse mientras ella seguía cada uno de sus movimientos con la mirada, con los ojos abiertos y curiosos. Tiró la sábana en una esquina, y luego volvió a la cama. Lejos de ella.

Annalía actuó como si no se hubiera dado cuenta. Se acercó a él y volvió a apoyar la cabeza en su pecho.

—Ha sido increíble —susurró.

—No es ninguna proeza.

—¿Por qué no me has hecho el amor? ¿Soy demasiado pequeña?

—No —dijo él, eso sólo era verdad a medias. Él nunca había imaginado que llegaría un día en que maldeciría su gran tamaño, pero esa noche, al estar entre las piernas de ella, lo había hecho.

—Entonces, ¿por qué no? ¿Tienes miedo de que me quede embarazada?

—No, por eso tampoco. —Ojala fuera ésa la razón.

—Entonces, ¿qué?

—Aún conservas tu virtud. Seguro que tu futuro marido lo exigirá.

—¿Marido? No sé si te has dado cuenta, pero que te secuestre una banda de mercenarios acota mucho la búsqueda de un marido.

—Podrías ir a América. Casarte con un hombre rico de allí.

—No quiero ir a América.

—Leí tus cartas, Anna.

Ella se tensó.

—¿Por qué me dices eso?

—Leí una de la hija de los propietarios de un ferrocarril en la que te hablaba de su hermano. —Ese hermano había tenido intenciones de pedir la mano de Annalía a Llorente—. Hasta yo he oído hablar de ellos. Tienen más dinero que la reina. Deberías ir allí...

—Aleix ya rechazó su proposición.

—¿Eso hizo? —preguntó él con voz amortiguada. ¿Por qué sería que eso no le extrañaba? Court sin duda había perdido el juicio, había llegado a pensar, ¿qué pasaría si yo me quedo con ella? Había perdido el juicio si creía que ella podría quererlo para algo más que lo que habían compartido—. Aun así, tienes varias opciones, si sigues... intacta.

—¿Tú exigirías eso de mí? —Ella se dio la vuelta quedándose boca abajo, y apoyó la barbilla en su mano—. Si tú fueras a casarte conmigo.

«Si pudiera quedarme contigo te aceptaría fueras como fueses», pensó él de nuevo.

—Yo no pienso en esas cosas.

—¿Por qué?

—Porque yo no tengo intenciones de casarme nunca.

—¿Te hizo daño alguna mujer?

—No.

—No te creo. ¿Por qué otro motivo no querrías que una mujer fuera sólo tuya?

—Ninguna mujer me ha hecho daño.

—Así que el problema es que no quieres una mujer. Quieres un harén.

Si ella supiera... Después de esta noche, ella le había echado a perder. El modo en que se había acariciado los pechos mientras él la estaba excitando con su boca. Tembló por dentro.

—¿Por qué conformarme con una si puedo tener muchas?

—Tampoco es que un hombre tenga que dejar de ir con otras mujeres después de casarse.

«Si tú fueras mi esposa, yo lo haría.»

—Pero también me han dicho muchas veces —prosiguió ella—, que si bien es cierto que un hombre puede ir con otras mujeres, igualmente tiene necesidad de poseer a una por completo, de hacerla suya, de protegerla y proteger a los hijos que tengan juntos. Eso debe de ser cierto, porque tanto los matrimonios como las aventuras siguen existiendo. Si ignoras esa necesidad, te perderás muchas cosas, MacCarrick —dijo ella con voz suave pero con convicción. Se acurrucó a su lado de nuevo y pasó un brazo por encima de su pecho. Él cerró los ojos para disfrutarlo.

—Dejemos de hablar de esto. —Antes de dejarla marchar, él le explicaría que no todos los hombres eran así. Que ella debía exigir algo mejor.

«Dejarla marchar.»

Dejar que la apasionada, valiente, bella Anna se fuera. Seguro que había sido enviada para castigarlo. Por todos sus pecados. Ella era su perfecto tormento.

—Así que cuando encontremos a mi hermano me dejarás atrás, como a las demás.

Él no lo dudó ni un instante.

—Sí.

—Entonces, te agradezco que me hayas dejado la virtud intacta. Porque yo sí tendré una familia e hijos.

Él apenas pudo esconder la exasperación que sentía, y preguntó:

—¿Y por qué no te casaste antes de que ocurriera todo esto?

—No sé si decírtelo... creerás que soy tonta.

—Dímelo. —Al ver que no contestaba la apretó contra él.

—Estaba esperando a alguien... —suspiró ella—, alguien a quien amar. Ya sé que tú probablemente creas que es una fantasía, pero yo lo he visto.

Court también. Sus padres estaban locos el uno por el otro.

—¿Podrías casarte con quien tú quisieras?

Ella movió la cabeza encima de su pecho.

—Al principio sí, pero no pude encontrar a nadie, así que ahora ya no tengo opción. Después de lo de Pascal, me he dado cuenta de lo vulnerable que soy si sigo soltera.

El había evitado preguntarle por su futuro, porque sabía que no le iba a gustar la respuesta, pero ahora dijo:

—¿Qué pasará cuando tu hermano te recupere?

Ella bostezó y contestó medio dormida:

—Me llevará a Castilla y pedirá a nuestra familia que me busque un marido que pase por alto el escándalo. Supongo que no estará tan mal. —Ella movió sus suaves piernas por encima de las de él, se relajó a su lado, su cuerpo empezaba a dormirse—. MacCarrick —susurró—, si hubiera sabido que los maridos acariciaban como tú, habría tenido muchas más ganas de casarme.

Court, el hombre sin alma, el mercenario capaz de vender a su hermana por una libra, sintió que se le partía el corazón.