CAPÍTULO 33

«ELLA, cree que va a morir.» Court lo supo por el modo en que ella lo miraba a los ojos. Fue a coger su pistola, pero el Rechazado apretó el cañón contra la frente de Anna, y Court sintió cómo el aire abandonaba sus pulmones.

Puso las manos delante de él.

—Cogedme a mí en su lugar —gritó.

—Yo por ella —dijo Llorente.

El hombre recorrió la mejilla de la muchacha con el cañón.

—Ya volveremos a por vosotros dos más tarde.

«¡Piensa, maldita sea, piensa!»

¿Dónde diablos se había metido Ethan, dónde estaba Hugh? Ese hombre, desde su posición, no podía ver a Hugh en la habitación de al lado. Hugh podía eliminarle, lo habían entrenado para matar con rapidez...

—Hugh —suplicó en gaélico—, mátale. Por Dios, hazlo, por favor. Por favor.

Sintió cómo su hermano se preparaba.

El hombre que retenía a Anna abrió la puerta y apareció otro que apuntó a Olivia con una pistola indicándole que lo siguiera. Ella caminó despacio hacia él, pero dijo a sus espaldas:

—A pesar de todo, ha valido la pena, Llorente.

Ambos Rechazados bajaron los escalones de espalda, Anna se tropezó por los peldaños mojados, y sus ojos parpadeaban por culpa de la lluvia, pero no dejó de mirar a Court. Como si eso le diera fuerzas.

—No opongas resistencia, Anna. —Él no sabía si ella podía entender sus torturadas palabras.

La furia lo estaba dejando sin voz, lo veía todo negro.

Si los Rechazados conseguían escapar, Court encontraría a Annalía muerta, tirada en algún sitio, en las afueras de la ciudad.

—Maldita sea, Anna —gritó él—. Mantente con vida. Sólo eso.

Desde el segundo piso se oyó un disparo. La cabeza del hombre reventó por un lado. Al caer desplomado arrastró a Anna tras él.

El otro apuntó a Hugh, pero tanto Court como el mismo Hugh ya habían disparado. Cayó de rodillas y luego hacia un lado, encima de lo que quedaba de su cara.

Court sabía que, mientras viviera, no podría olvidar lo que vio a continuación. Anna salió a gatas de debajo del cuerpo de aquel hombre. Tenía la mirada perdida, los labios entreabiertos. Él gritó de rabia y corrió hacia ella, incapaz de alcanzarla antes de que resbalara entre la sangre y los restos de los dos hombres que se esparcían por culpa de la lluvia. Lloraba y gritaba en silencio...

Se arrodilló junto a ella, tiró su pistola y la cogió entre sus brazos, la apretó contra él, no podía dejar de acariciarle la cara, la frente, incapaz de creer lo que había pasado.

—¿Anna? —Le tomó la cara entre las manos y la apoyó en su pecho.

Ella se limitó a mover la cabeza con suavidad.

Court no supo cuánto tiempo estuvieron así, pero Hugh salió de su escondite, y él y Ethan fueron afuera para asegurarse de que no había más.

Llorente intentó separarlo de Anna, pero Court dio un puñetazo a ciegas y algo se rompió bajo su puño.

Hugh cogió a Court del hombro. Pero él era incapaz de moverse.

—No querrás que sobreviva a esto para morir de una pulmonía —dijo Hugh.

Sus palabras tenían sentido.

—Entra, Court —ordenó Ethan.

Sólo cuando sintió que Annalía empezaba a temblar fue capaz de ordenarle a su cuerpo que se moviera. La abrazó con fuerza y se levantó.

Una vez dentro, a plena luz y al ver toda la sangre que la cubría, empezó a ver las cosas claras.

—¿Ethan?

—Me ocupé de ellos, Court. No le des más vueltas.

Court desvió la mirada hacia Hugh.

—¿Quieres vengarte? —preguntó Hugh.

—Mil veces.

—Te acompañaré.

Court negó con la cabeza.

—Ya te debo más que mi vida.

—Nos iremos en cuanto amanezca —dijo Hugh, ignorando su último comentario.

Erskine gritó muerto de miedo que el baño estaba listo.

Court oyó vagamente cómo Llorente hablaba. «No es su marido. Tiene que soltarla. No puede ocuparse de ella.»

El miró a Llorente, apretó los dientes y oyó cómo la otra mujer respondía:

—¡No seas estúpido, Llorente! Él no le hará daño.

Court había empezado a subir la escalera cuando Anna por fin habló:

—Estaré bien. Normalmente me porto mejor cuando pasan estas cosas. —Su voz sonaba vacilante, sus palabras vacías.

Cuando pasan estas cosas. Si ella hubiera muerto, él habría conocido la pena y la desgracia como nadie.

—¿Por qué todo el mundo se comporta de un modo tan extraño? —preguntó Anna.

—Todo el mundo se porta de un modo tan extraño porque tus pupilas tienen el tamaño de dos naranjas, estás cubierta de sangre y tienes aceite de pistola en toda la frente —contestó Olivia—. También estás en estado de shock.

—Oh —contestó ella en voz baja—. Courdand, suéltame, o harás que me avergüence. Antes nunca habías reaccionado así.

Antes.

Llorente gritó algo desde abajo, al parecer Hugh lo estaba reteniendo. «Monstruo, bruto, asesino, por tu culpa.» Lo último que Court oyó fue cómo Hugh le decía:

—Tienes suerte de que Court no te haya roto el cuello ahí fuera. —Llorente había tenido suerte. El había querido hacerlo.

En su habitación, Court la puso de pie en la cama, y la ayudó a desvestirse. Lo había hecho cientos de veces, pero ahora apenas podía desabrochar el primer botón. Rasgó el vestido, y se sorprendió al ver lo rápido que cedía la tela. La desnudó, la levantó en brazos y la metió en la bañera; luego se arrodilló a su lado.

Le echó agua tibia por encima de los hombros y le preguntó:

—¿Anna, estás bien? —Él no reconocía su propia voz.

—Claro. —Ella tenía la mirada perdida. Sus ojos no se fijaban en nada. En aquella habitación había mucha luz y sus pupilas seguían sin reducirse. Cuando él creyó que ella podía aguantarse sola, se acercó a la lámpara y la apagó, luego volvió a su lado.

Cogió una toalla húmeda y empezó a limpiarle la sangre de la cara y del cuello, le frotó sus preciosas manos.

—Muy bien, pequeña —dijo mientras le lavaba el pelo.

La mancha de aceite de su frente se negaba a desaparecer, y él no quería frotar con más fuerza.

Ya le quedaría un morado del roce del cañón.

Él tembló de pies a cabeza.

—¿Courtland? Tienes que tener paciencia con Aleix. —Ella sonaba confusa—. No es como mi valiente escocés. Todas estas peleas son nuevas para él, y cree que va a perderme como perdió a Mariette y a la niña. Soy la única familia que le queda.

—Mo cridhe, sabes que haré todo lo que me pidas. —Apoyó la frente en el hombro de ella.

—Lo sé —contestó ella con suavidad.

Court sintió que ella empezaba a relajarse, y que volvía a tensarse para luchar contra el sueño, así que le enjuagó el pelo y el cuerpo, y luego la puso de pie para poder secarla. Inspeccionó la habitación y vio que había preparados un camisón y un juego de ropa limpia para Court. Le puso el camisón y la metió en la cama, debajo de varias sábanas.

Al ver su ropa limpia se dio cuenta de que él también estaba cubierto de sangre. Temiendo que ella volviera a asustarse, se desnudó y se limpió con los cubos de agua que quedaban. Se vistió rápido y acercó una silla para sentarse a su lado.

—No sé por qué tengo tanto sueño. —Annalía alargó una mano buscando la de él—. Últimamente estoy muy cansada. —Él la cogió, apoyó los codos en las rodillas, y se inclinó hacia delante para recostar la cara en la palma de la mano de ella. No la soltó ni cuando ella se durmió.

Llorente entró poco después. Court lo miró sin demasiado interés, y apenas se dio cuenta de que le había roto la nariz.

—Quiero ver a mi hermana —dijo él con voz espesa, bien fuera por la emoción, bien por las heridas que había sufrido.

Hugh apareció tras él, preparado para proteger a Llorente.

—Hugh, relájate, no voy a hacerle más daño —dijo Court, pero observó a Llorente mientras cruzaba la habitación hasta la cama para estudiar a Annalía.

Al parecer, Hugh se convenció de que hablaba en serio y dijo:

—Necesitamos un plan. Ethan quiere hablar contigo. Yo puedo quedarme con ella.

—Dile que venga aquí. No voy a dejarla. —Court notó cómo sus manos se agarraban con fuerza a las de ella.

—Él está con Olivia.

—Pues que venga ella también, yo no voy a irme.

Hugh miró a Anna.

—¿No la molestaremos?

—No, ella no se despertará.

Cuando Hugh salió de la habitación, Llorente dijo:

—Y tú lo sabes porque has estado durmiendo con ella.

—Sí. —Desafío a Llorente a decirle algo al respecto.

El modo en que lo miró debió de disuadir a Llorente, porque éste le preguntó:

—¿Estás seguro de que no le han hecho daño?

Hugh y Ethan regresaron y con ellos trajeron una mesa y varias sillas; Olivia los seguía. Erskine trajo café y salió sin decir ni una palabra.

Court soltó la mano de Anna a regañadientes y la abrigó con las sábanas. La tapó hasta la barbilla y fue a sentarse.

Llorente cogió una silla, no lo habían invitado a sentarse con ellos, y los miró a los tres. Seguro que se preguntaba cómo Hugh podía disparar de aquel modo y de dónde había sacado Ethan ese comportamiento tan letal y su impresionante cicatriz. Court sabía que Llorente también estaba intrigado por la relación entre él y Annalía, pero fue lo bastante listo como para no preguntar nada.

—Ethan, necesito que tú te quedes aquí con ella —dijo Court, y miró a Ethan a los ojos para que supiera lo mucho que confiaba en él.

—De acuerdo. Traeré a algunos hombres —dijo Ethan.

—Si no regresamos, tienes que llevara a Anna a Carrickliffe, a nuestro clan. Haz que ellos juren protegerla.

—Eso está hecho.

—¿Y qué pasa con Olivia? —preguntó Llorente—. Ella tiene que quedarse con Annalía.

Court desvió la mirada hacia él.

—Tú puedes ocuparte de ella.

—Si vais tras los Rechazados, yo también voy. —Se pasó la manga de la camisa por el labio, que seguía sangrándole.

—Tú te quedas aquí —dijo Court.

—Es mi tierra y mi gente. Si vais allí, necesitaréis que esté con vosotros.

—Tiene razón, Court—dijo Hugh—. Además, nos seguiría de todos modos.

Court se encogió de hombros.

—Te entrometerás entre yo y mi venganza sólo una vez.

Al oír eso, Llorente entrecerró los ojos y luego dijo:

—¿Y Olivia? —No entendía lo que estaba pidiendo.

—Ethan, limítate a aceptarlo —dijo Hugh—. Ellas tienen que estar juntas.

Ethan dudó un par de segundos, luego inclinó la cabeza. Y con ese gesto, un hombre que muchos, con razón, consideraban malvado, se comprometió a arriesgar su vida para protegerlas a ambas.

—Court, ¿qué sabes de la orden de los Rechazados?

Court se inclinó hacia adelante, se esforzó por mantener la calma, por concentrarse en lo que tenía que hacer.

—Prefieren mantenerse juntos, sólo a veces mandan pequeños grupos. Si pudiéramos acercarnos lo suficiente a su campamento, acabaríamos con todos.

—Entonces se alistarán otros —dijo Llorente.

Court negó con la cabeza.

—Si los eliminamos a todos, no. ¿Quién quedará para darles las órdenes?

—Yo también he leído sobre ellos —añadió Hugh. Seguro que sí, de eso no cabía ninguna duda; seguro que había recibido un enorme dossier bajo el título de «Contratar a discreción»—. En el caso de que no pudiéramos matarlos a todos, si eliminamos a su líder, sería como cortarle la cabeza a una serpiente.

—Pero si Pascal vive, eso no tiene ninguna importancia —señaló Llorente—. Seguirá mandando hombres. Tiene un ejército lleno de desertores dispuestos a subir de categoría.

—Entonces tendremos que matarlos a todos —contestó Court sorprendiendo a Llorente. Aquél lo miró enfadado—. ¿Crees que voy a dejar con vida a alguien que pueda hacerle daño?

—Estáis hablando de eliminar a los Rechazados, a los desertores y a Pascal. ¿Todos al mismo tiempo?

—Sí.

—Necesitaremos más hombres —dijo Llorente despacio.

—No —dijo Hugh—, al menos no para vencer a los Rechazados, si ellos acampan juntos y si nosotros tenemos el... equipamiento adecuado. —Explosivos—. Sólo necesitaremos más hombres para que se ocupen de los desertores. Court, ¿puedes contactar con tu tropa?

—Ya lo he intentado y aún no he recibido respuesta. Seguramente estarán yendo hacia el este con Otto.

—No lo creo —dijo Ethan—. Hace meses que Weyland y yo estamos intentando que los desertores se vayan de Andorra. Así es como supe que habías escogido... el bando equivocado al aliarte con Pascal. Weyland presionó al embajador británico, que a su vez presionó al español para aumentar la recompensa por los desertores. Conociendo a nuestro primo Niall, seguro que se habrá dado cuenta de lo lucrativo que eso puede ser. Con la ayuda de la tropa de Court, será como pescar peces en un barril.

—¿Crees que los mercenarios están en Andorra? —preguntó Llorente—. ¿Y eso son buenas noticias?

—Para nosotros, sí —dijo Court—. Para tu casa, no tanto.

Llorente levantó las cejas.

—¿Debería preguntar por qué?

—No, si te queda algo de sentido común —respondió Hugh rápido.

Llorente fue prudente y volvió al tema principal.

—Yo he estudiado a los desertores y tú conoces a los Rechazados, pero yo no conozco a Pascal ni vosotros tampoco.

—No —reconoció Court—. Él siempre altera sus rutinas, cambia de domicilio. No pude encontrar ningún patrón.

—Ni yo.

Olivia tosió con delicadeza. Ellos se volvieron para mirarla, y vieron que estaba observando su reflejo en el reverso de una cuchara de plata.

—Pero yo sí.

Cuando los otros se fueron, Court cogió su silla y volvió a sentarse al lado de Annalía. Llorente también se quedó.

—Sientes algo por ella. Es obvio que te importa mucho —dijo, y se sentó en la silla que había al otro lado de la cama, mirándolo a los ojos—. ¿Por qué no te casaste con ella antes de que yo llegara y pudiera impedírtelo?

—Porque ella en efecto me importa mucho.

—Secuestraste a mi hermana y la obligaste a ir a un país extranjero. Al parecer, mientras estaba pudriéndome en la cárcel en la que tú me encerraste, tomaste posesión de mi casa. Me has robado. Me has roto la maldita nariz. No puedo ni imaginarme que hayas hecho algo peor.

—Pues lo he hecho.

—Sí, lo has hecho. Ella podría estar embarazada.

—No, ella no está embarazada.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—No puedo tener hijos. —En otras circunstancias, él nunca habría revelado ese secreto a alguien como Llorente, pero ahora parecía un hecho insignificante.

—¿Debería creerme eso?

—Es cierto, aunque desearía con todas mis fuerzas que no lo fuera. —Era extraño, la mayoría de los hombres creían que si una mujer quedaba embarazada estaban obligados a casarse con ella. Si Anna estuviera embarazada, Court podría por fin casarse con ella.

Llorente dudó un instante y luego dijo:

—¿Es por eso por lo que no quieres casarte con ella? No es que fuera a permitírtelo, pero, para mí, eso es un punto a tu favor.

Anna le había dicho que él había perdido a su mujer y a su hija. Seguro que había sido en el parto.

—No, no es por eso. Déjalo.

Llorente apoyó los codos en las rodillas y miró al suelo.

—Cuando todo esto haya acabado, tendré que ir a Castilla y pedir a nuestra familia que me ayuden a buscarle un marido. Ella va a odiarme por ello, pero tengo que hacerlo.

Court apretó los dientes sólo de pensarlo. Anna se dio la vuelta mientras dormía, como si detectara que él se estaba enfadando.

—¿Courtland? —susurró ella—. On és el?

—Ella quiere saber dónde estás —dijo Llorente.

¿Acaso Llorente creía que él no lo había entendido? Por supuesto que lo creía. Court era un escocés ignorante.

—Hablo catalán —contestó él enfadado. Luego, ignorando a Llorente, Court cogió la mano de Annalía y se la llevó a los labios para tranquilizarla.

—Testimo, Courtland—suspiró ella.

—Entonces sabrás que, por alguna extraña razón, ella acaba de decirte que te ama —añadió Llorente sorprendido.

Empezaba a amanecer cuando oyó llegar a los hombres de Ethan y Court se levantó de la silla. Como era de esperar, no había dormido en toda la noche. Aprovechó cada minuto que estuvo a solas con ella después de que Llorente se fuera a regañadientes.

Court le acarició la mejilla con suavidad, le alegró ver que había recuperado un poco de color y que su piel ya estaba más cálida.

Deseaba besarla y decirle que no quería dejarla, pero si se despertaba y le preguntaba qué estaba pasando, ¿qué podía responderle?

«Ayer por la noche rompí la nariz a tu hermano; ahora nos vamos a Andorra para eliminar a cualquiera que pueda hacerte daño; y luego, como yo me apropié de tu inocencia, van a llevarte a Castilla. No volveremos a vernos nunca más, aunque yo quiera casarme contigo.»

Si los Rechazados no lo mataban...

Cuando le apartó un mechón de la cara, el hematoma de la frente resaltó de golpe. Él se estremeció y se quedó helado, incapaz de irse de allí.

—Is tu mo grádh thargach ni—murmuró él antes de soltar sus manos y salir—. Te amo más que a nada en el mundo.

Bajo la escalera, encontró a Ethan preparándose para la guerra —Court no había esperado menos—, y a Hugh empaquetando las provisiones. Ellos no le habían dejado nada de lo que ocuparse.

Aparte de reunir fuerzas para lo que estaba a punto de hacer; abandonar a Annalía. Fue al estudio y cogió el libro. Nunca antes lo había tocado por voluntad propia, y odiaba hacerlo ahora, pero quería leerlo, y mandarlo al infierno, que es donde debería estar. Llegó a la página que hablaba de ellos justo cuando Llorente entró en la habitación.

Ese hombre llegaba siempre en el momento oportuno. Court empezaba a odiarle en serio.

—Ethan me dijo que te encontraría aquí.

—¿Eso ha hecho?

—MacCarrick, he estado pensado toda la noche, y quiero que te cases con Annalía antes de que nos vayamos.

Eso sí que era inesperado, pero aun así...

—No.

—Por alguna inexplicable razón, ella te ama, y se negará a ir a Castilla. Por mucho que a mí me duela, tienes que hacerlo.

—No.

—¿Crees que esto es fácil para mí? Soy un hombre orgulloso y te desprecio, sólo de pensar en que seremos parientes me duele todo el cuerpo. Sólo de acordarme de todos los pretendientes que he rechazado y que ahora yo esté aquí pidiéndotelo, me repugna. Pero me tragaré el orgullo para verla a ella feliz.

Quizá no odiaba a Llorente. La perseverancia de ese hombre era admirable. La noche anterior él le había roto la nariz y, por la mañana, Llorente le pedía que se casara con su hermana. Por ella. Para él eso tenía que ser muy difícil.

—Ella tiene su propia fortuna.

Court apretó la mandíbula y lo miró del modo que se merecía ese comentario.

A Llorente pareció sorprenderle.

—Me disculpo si te he ofendido, pero tú eres un mercenario.

Ese hombre no iba a darse por vencido hasta que Court volviera a darle un puñetazo, y eso ya no podía hacerlo. Le daría una explicación, y si Llorente se burlaba de eso, al menos lo habría intentado.

—¿Ves este libro? Por esto es por lo que no puedo casarme con ella. —Lo abrió por la última página y señaló con el dedo.

Llorente se acercó a la mesa, leyó las líneas por encima, y luego lo miró atónito.

—¿Crees que estás maldito?

Court se sentó en la silla.

—Las cosas que dice aquí han pasado de verdad.

—¿Como cuáles? —preguntó él divertido.

—Dice que ninguno de nosotros tendrá hijos y ninguno de nosotros ha tenido nunca ninguno.

—¿Tus hermanos también lo creen?

—Sí.

—Entonces es una maldita suerte que no podáis tener hijos, es obvio que la locura ha hecho mella en vuestra familia. Dios mío, ni mi abuela andorrana era tan supersticiosa.

Él parecía enfadado y Court no podía culparle. Court pensaba igual hasta que encontraron a su padre.

—¿Y tu padre? ¿Supongo que le cortaron el cuello?

—Justo al día siguiente de leer estas líneas.

Pero Llorente ya no le estaba escuchando.

—¿Por eso no te casaste con ella antes de que nosotros llegáramos? —Cerró el libro como si fuera a lanzarlo contra la pared. Se detuvo, y, despacio, se miró la mano. Dejó el libro encima de la mesa con delicadeza. Entonces entrecerró los ojos y frunció el cejo—. Vuelve a enseñarme esa página.

Court se inclinó hacia adelante y lo hizo, Llorente volvió a leerla y se enfadó aún más.

—Hay sangre.

—Un clan enemigo robó el libro con la esperanza de mutilarnos. Hubo una batalla para recuperarlo.

—¿No sabes lo que dice debajo de la sangre? ¿Habéis intentado limpiarla...?

—La sangre no desaparece.

Llorente negó con la cabeza.

—Pero esas palabras podrían daros alguna esperanza.

Court soltó el aliento.

—O podría ser aún peor.

Llorente entrecerró los ojos.

—Ayer. ¿Tú crees que eso fue...?

—¿Si creo que por culpa de mi destino Anna tuvo ayer que arrastrarse entre la sangre de un asesino? Tal vez sí, tal vez no. Pero no estoy dispuesto a arriesgarme lo más mínimo. —Cada vez que esa imagen de Anna aparecía en su mente, él luchaba por reemplazarla por otra del futuro que él se iba a asegurar que tuviera. Se la imaginaba a salvo, en la cálida España, entre su gente, con un montón de niños de piel dorada jugando a sus pies—. Ella no volverá a verlos, ni a ellos ni a mí.

Llorente cogió el libro y volvió a leerlo. Cuando se dio la vuelta para mirarlo estaba muy serio.

—Júramelo.

Court dudó un instante y al final aceptó.

—De acuerdo, te doy mi palabra. Primero déjame acabar con todo esto, y te juro que nunca más volveré a verla.