CAPÍTULO 13
EL espejo de mano. El que él la había obligado a recoger.
Annalía había utilizado el pesado mango de plata como palanca y el cepillo como martillo para golpear la parte baja de las contraventanas. Sí, estaban cerradas. Sí, eran muy gruesas. Pero ahora había una abertura en la parte inferior.
Court salió de la habitación gritando y hecho una furia.
—¡Liam, ensilla mi caballo!
En ese mismo instante, el joven volvía del establo con la mirada ida y las manos en la cabeza.
—Ella se ha...
—Sí, lo sé —respondió Court brusco, a la vez que se metía la pistola en el cinturón. Montó su caballo todavía pensando en lo que había visto en aquella habitación. Nunca podría olvidarlo. Ella había amontonado todos los trastos rotos con esmero, para que él supiera hasta dónde llegaba su malicia. Burlándose...
Como sólo había un camino que llevara de vuelta a casa de Pascal, Court sabía cómo seguirla. Pero ella debía de cabalgar como si el mismísimo diablo la persiguiera, porque no la vislumbró hasta media hora más tarde. Creyó verla, pero desapareció en seguida.
Al llegar al sitio donde la había visto, entendió por qué. Sin embargo, no tuvo tiempo de ponerse nervioso, él y su caballo bajaron por la pendiente cubierta de pizarra mientras Annalía se deslizaba por ella con su montura a toda velocidad.
En ningún momento disminuyó su frenético ritmo. ¡Inconsciente! Si el propio caballo de Court estaba teniendo dificultades para no resbalar por aquel suelo. Él podía oír cómo sus pezuñas rompían las losas de pizarra.
Pasado este tramo, el camino se abría en curvas más anchas e intrincados cañones, y pronto pudo colocarse a su lado; pero cada vez que lo conseguía, ella lo adelantaba. Montaba a caballo de un modo impresionante, pero al final sólo fue cuestión de tiempo. Court logró atrapar las riendas del caballo de ella y, en pocos segundos, detuvo ambas monturas, levantó a Annalía y la bajó de su silla.
—¡Déjame! —Ella lo abofeteó. Ya había demostrado sobradamente que no le importaba usar la violencia contra él.
—¿Cabalgando así de noche? —Él la tenía sujeta por los hombros con ambas manos—. ¿En un suelo de pizarra? Tienes suerte de no haberte roto el cuello.
—Tú hacías lo mismo, ¿y se supone que la afortunada he sido yo?
El apretó las manos que tenía sobre sus hombros.
—¿Por qué no entras en razón, pequeña? Tu hermano ya no está, y vas a sacrificarte por nada. Si cooperas conmigo, te llevaré a un sitio donde estarás a salvo. Sabes que no voy a hacerte daño.
Ella entrecerró los ojos y lo miró acusadora. A la luz de la luna, él podía verle la barbilla irritada.
—Eso no volverá a pasar —le aseguró, pero ella volvió a debatirse para soltarse.
Le dio una patada en la pierna, demasiado arriba y demasiado cerca de lo que era importante como para que él pudiera estar tranquilo.
—Annalía, ¿quieres una clase práctica para entender por qué no debes darle una patada a un hombre en esa parte? —Maldita sea, ella volvió a hacerlo, pero aún más cerca—. Una vez más, y te juro que te levanto la falda y te pongo encima de mis rodillas. —De repente se quedó en silencio, se la acercó pegando su espalda a su pecho, y le cubrió la boca con la mano. Un ruido cerca de ellos lo había alertado.
Para variar, ella le mordió profundamente, y Court tuvo que apretar los dientes. Algo se movió entre los arbustos, se estaba acercando.
—¿Quién anda ahí? —dijo, y sacó su pistola.
Después de unos tensos minutos, pudieron oír:
—Hemos venido para llevarnos de vuelta a Annalía Llorente.
—Y una mierda —murmuró él, y preparó su arma. Tenían que ser Rechazados. Nadie más habría logrado encontrarles allí—. Escúchame, Anna. Esos hombres no han venido a buscarte, son Rechazados. ¿Has oído hablar de ellos?
Ella dejó de morderle y afirmó con la cabeza.
—Sabes que son asesinos y no acompañantes. Ahora, ¿estás dispuesta a ayudarme?
—Sí —contestó ella en voz baja.
Court apartó la mano y la sacudió para intentar recuperar algo de sensibilidad en la piel que ella había mordido.
—Ahora tenemos que...
—¡Socorro! —gritó entonces Annalía, y echó a correr hasta que él la atrapó por la cintura—. ¡Me han capturado!
Un disparo resonó como una bala de cañón por el desfiladero, siguieron muchos más, rebotando alrededor de ellos. Court escondió a Annalía detrás de él, sin dejar de cogerla por la muñeca, y logró disparar dos veces.
Eran demasiados. Estaban demasiado cerca. Él la apretó entre sus brazos y corrió a esconderse tras una colina.
Los caballos se pusieron nerviosos, inquietos, y se alejaron galopando. Maldita sea. Su munición estaba en su silla de montar.
—¡Socorro! —volvió a gritar ella, y luchó contra su abrazo.
—¿Quieres callarte? ¿Nos están disparando y tú quieres decirles dónde estamos para que apunten mejor?
—¡No me están disparando a mí, te están disparando a ti!
—Ésos son asesinos de Pascal, y digamos que no tienen demasiados miramientos. —Ella seguía resistiéndose, a pesar de que él la apretaba con fuerza, la espalda de la mujer contra su pecho—. Seguro que en el refugio oirán los disparos y vendrán, pero hasta entonces tenemos que ser precavidos, ¿lo entiendes? —preguntó él—. Si quieres vivir, tienes que hacer lo que te digo, o te aseguro que antes de un cuarto de hora tendrás una bala en el cerebro.
Pareció que Annalía fuera a echarse a llorar.
Él frunció el cejo.
—¿Estás... estás asustada? —preguntó desconcertado; no tenía ni idea de lo que podía hacer. Notó cómo ella asentía, temblando contra su pecho y se dio cuenta de que probablemente estuviese muerta de miedo. Una bala en el cerebro. «Gran frase, Court.» Pero tenía que asegurarse—. ¿Entiendes que quieren matarnos a los dos?
—¿T... tú conseguirás llevarnos a un lugar seguro? —susurró ella.
—Sí —contestó él en tono suave, amable—. Si haces lo que te digo.
Annalía volvió a afirmar y él empezó a soltarla. De golpe, ella le clavó el codo en el cuello y echó a correr de nuevo. Intentando recuperar el aliento, Court se abalanzó sobre ella y logró tocar la tela de su vestido antes de caer al suelo. La había rozado con la punta de los dedos, pero Annalía se le había escapado.
Ella se puso al descubierto, gritando:
—¡Socorro! ¡Quiero regresar! ¡Quiero irme de aquí!
Se oyeron más disparos. Court se puso de pie y disparó a su vez, luego echó a correr hacia ella al ver cómo una bala humeante rozaba su falda. Annalía se quedó inmóvil de repente y miró entre la oscuridad.
—¡Cuidado dónde disparáis!
Una milésima de segundo más tarde sintió un dolor en el hombro, justo antes de que Court pudiera cogerla por la cintura y esconderla tras una roca. Él sintió la humedad en su mano y vio cómo su camisa blanca empezaba a teñirse de rojo.
—Pequeña —dijo, dejando a un lado la pistola vacía para poder palparle los hombros—, esa sangre ¿es tuya o mía?
Al notar cómo ella temblaba, supo la respuesta.
—Todo irá bien —le aseguró, a pesar de que la furia lo inundaba por completo. Ellos le habían disparado. A una mujer indefensa. Le arrancó la manga y tuvo que controlarse para no perder los estribos.
Bajo la luz de la luna, pudo ver cómo la bala le había atravesado el brazo. Rezó con todas sus fuerzas para que no hubiera dañado el hueso. Cogió la manga y le vendó la herida.
Él no había podido evitarlo. Quería gritar, preguntarle por qué no le había hecho caso. Su cuerpo era demasiado pequeño para soportar una herida de bala. ¿Qué clase de animal le dispara a una mujer?
Annalía levantó la cabeza y lo miró como si acabara de darse cuenta de algo, y como si se hubiera olvidado de la herida de bala que tenía en el brazo.
—¡Todo esto es culpa tuya! Te odio. ¡Te detesto!
—Eso ya lo he oído antes —suspiró él.
—¿Sabes lo que significa esto, bastardo? —gritó ella.
Sí, él sabía exactamente lo que significaba. Pascal estaba advirtiendo a todo el mundo de lo que pasaba cuando alguien osaba llevarse algo que le pertenecía. Quizá ahora ella creyera lo que le había estado diciendo respecto a su hermano.
—¿Lo sabes, bruto? —preguntó Annalía de nuevo, como si no le importaran los disparos que sonaban a su alrededor.
Él entrecerró los ojos.
—¿Que tu novio se ha puesto celoso?
Annalía gritó y se abalanzó sobre él con los dedos como garras para arañarle la cara, pero él la cogió por las muñecas. Aun así, ella seguía luchando.
—¡Maldita sea! Para ya. —Él le mostró su brazo herido—. ¡Mira, pequeña! Mira la sangre que hay por todas partes. Ahora desmáyate. ¿No deberías haberlo hecho ya?
Ella se apoyó en la roca y se miró muy seria la herida; Court pudo ver cómo entonces empezaba a darse cuenta.
—Creo que me han disparado. —Sonaba mareada, y él casi la mentó haberla provocado.
Era demasiado pequeña, demasiado delicada. Niall tenía razón. Las mujeres como ella necesitaban que las cuidaran, que las protegieran. Llevaba dos noches bajo su protección y ya le habían disparado.
«La muerte y la desgracia los atraparán.»
—Tenemos que escondernos en un lugar seguro.
Ella parpadeó y lo miró.
Court tuvo que hacer un esfuerzo para apartar la mirada e inspeccionar el área. Vio el caballo de ella atrapado entre unos matorrales. Court se preparó para correr, pero antes le dijo:
—¡Quédate aquí! Esto es más serio de lo que parece.
En voz baja, la muchacha contestó:
—Me duele como si fuera muy serio.
Annalía Llorente se portaba de un modo muy dócil, lo que confirmaba que estaba en estado catatónico.
Court corrió hacia el caballo esquivando las balas. Llegó junto al asustado animal y logró tranquilizarlo. Ese caballo llevaba las alforjas llenas de malditos vestidos, mientras que el suyo llevaba munición; por suerte, en ese instante oyó cómo sus hombres se acercaban. Pronto empezó a oír las armas que él tanto conocía disparando a los asesinos, pero aún estaban lejos.
—¡Niall! —gritó en gaélico—. ¿Cuántos son?
—¡Parece que todos! ¡Están por todas partes!
—Evitad el refugio. Nos encontraremos en la casa de postas.
—De acuerdo.
—¿Puedes cubrirme?
—Sí, cuida de ti y de la chica.
Court cabalgó bajo el escudo protector que le ofrecieron los disparos de Niall, bajó del caballo y se arrodilló junto a Annalía. Vio que estaba apoyada en la roca, muy quieta, con los ojos cerrados y sujetándose el brazo. Se acercó más y pudo ver que la sangre seguía goteando por encima del codo, formando un charco en el suelo. Tenía la otra mano sobre el suelo, con la palma hacia arriba y en ella la manga con la que él le había hecho un torniquete. Dedujo que se lo habría quitado para ver mejor la herida y saber si le habían hecho mucho daño.
—¡Anna! —Él la levantó—. Annalía... — Ella abrió los ojos—. Tienes que sujetarte a mi cuello con el brazo que no está herido. —Se le estaba acentuando tanto el acento que dudó de que lo entendiera—. Voy a sentarte conmigo en el caballo.
Se dio la vuelta para mirar el caballo e intentar encontrar el mejor modo de montar, cuando oyó que ella le decía con voz frágil:
—Tú necesitas que te rescaten tanto como yo.
Court la miró con el cejo fruncido.
—¿Qué?
Annalía se movió para soltarse de su abrazo, pero estaba tan débil como un cachorro.
—Estoy mejor sola.
Aunque sabía que estaba siendo sincera y que estaba más conmocionada de lo que parecía, le dio un suave golpecito en la barbilla.
—Estás hiriendo mi orgullo, y te haré pagar por ello.
Su broma funcionó. Annalía suspiró y le rodeó el cuello con el brazo. No pesaba más que una pluma, pero él le tomó el pelo diciendo:
—Pesas más de lo que parece.
—Y tú eres más débil de lo que parece —replicó ella al instante.
El se la quedó mirando y la acercó más hacia él. La muchacha lo miró a los ojos. Se la veía muy valiente, pero Court notaba cómo la tensión empezaba a abandonar su cuerpo, y poco a poco perdía la conciencia. Cerró los ojos despacio y entreabrió los labios.
Entonces él perdió el poco sentido común que le quedaba.