CAPÍTULO 17

DESPUÉS de cabalgar a ciegas bajo la lluvia durante varios kilómetros, llegaron al hostal, y Court desmontó junto a Annalía para correr hacia adentro. El interior estaba iluminado y de la cocina salía el olor de la comida. El mesonero parecía muy ocupado, y actuó como si no hubiera reconocido a Court.

—Necesitamos una habitación —dijo Court.

—Habitaciones —corrigió Annalía, apareciendo de debajo sus brazos—. Necesitamos dos habitaciones.

El mesonero, John Groot, la miró mal.

—Nobles —murmuró en voz baja—. No tenemos dos. Sólo tenemos una —le informó con un perfecto acento inglés—. Es bastante bonita cuando está limpia. Ya ve, la lluvia se ha asegurado de que estemos completos.

Dos mujeres, una mayor y otra más joven que con toda probabilidad era su hija, salieron de la cocina.

—¡Otra pareja, John! —exclamó la mujer en francés—.¡Está bien, lleva a la pobre chica junto al fuego y ofrécele algo de beber hasta que tenga arreglada su habitación. —A continuación, llamó a alguien para que se ocupara de los caballos.

Court acompañó a Annalía hasta un banco junto al fuego, le quitó el chal que llevaba puesto, y la sentó a su lado. Luego le puso el dedo bajo la barbilla y se la levantó para mirarle la cara. Estaba pálida y tenía las pupilas dilatadas.

Cuando Groot preguntó:

—¿Qué quieren beber?

Court contestó por ella.

—Whisky.

Annalía lo miró, pero le dijo a Groot:

—No, gracias. Estoy bien. Yo no bebo alcohol.

El mesonero se encogió de hombros y sirvió un generoso vaso, que Court cogió y ofreció a Annalía.

—Bien que bebiste en otra ocasión —dijo en voz baja—; bébetelo o yo mismo te lo meteré por el gaznate.

La espalda de ella se puso más rígida todavía. Miró a Groot educada y cogió el vaso con dos dedos, como si fuera una cosa asquerosa, pero se lo bebió.

Court se acercó al mesonero para servirse un vaso para él. El líquido le quemó al bajar por la garganta.

—¿Nueva esposa? —preguntó Court en voz baja, mientras se llenaba de nuevo el vaso y se lo bebía. Había estado allí seis meses antes y Groot estaba solo.

—Así es —contestó el hombre orgulloso. Tenía motivos para estarlo. Groot, un desgarbado inglés, rubicundo y sin barbilla, había logrado casarse con una guapa matrona francesa. ¿Por qué sería que eso daba ánimos a Court?

Hizo que Groot sirviera otro trago para Annalía, y luego cambió su vaso vacío por otro lleno.

En ese momento bajó la mujer del mesonero, miró a Annalía y empezó a hablar en francés. El francés de Court no era muy bueno.

—¿Es la dama su esposa? —repitió la mujer en inglés.

—¿Cómo? —Él apartó los ojos de Annalía tras asegurarse de que había bebido lo suficiente. No le gustaba lo pálida que estaba—. Ah, sí, es mi esposa. —El licor empezaba a afectarle. Se había olvidado de que había perdido mucho peso.

—¿Ha tenido que pensárselo? —preguntó ella entornando los ojos.

—Estamos recién casados —dijo él, mirando a Annalía por encima de la cabeza de la mujer. Tenía el pelo mojado y parecía muy cansada.

—En ese caso, la está tratando usted muy mal —le informó la mujer—. Ella es demasiado delicada para estas cosas.

El levantó el dedo y la corrigió.

—Parece delicada.

—En todo caso, está demasiado delgada para hacer todos los kilómetros que han hecho esta noche —insistió ella, y añadió para su hija que bajaba la escalera—: Están recién casados.

—¡Qué vergüenza, monsieur, cabalgar con su nueva esposa con un tiempo como el que está haciendo! De ese modo ningún bebé se asentará dentro de ella.

Court mantuvo la cara impasible. No había ninguna posibilidad de que eso sucediera; aunque se hubiera acostado con ella cada vez que lo había imaginado. Él nunca tendría esa posibilidad.

—¡Dios mío! —exclamó la mujer a la vez que llevaba a Annalía escaleras arriba—. ¡Lleva un vendaje bajo la blusa, y está sangrando!

—Es sólo un rasguño —murmuró Annalía. Las dos mujeres la miraron adustas.

—No, en serio —insistió ella un poco adormecida, el licor también le estaba haciendo efecto—. Él no me ha disparado —murmuró.

—¿Disparado? —preguntaron ambas al unísono justo antes de precipitarse sobre ella para cuidarla. Court quería insistir en que la herida no era culpa suya, pero sí lo era. Él la había empujado a escapar de noche. La había empujado a abandonar su habitación y ponerse en peligro.

Para liberar a su hermano, que aún estaba vivo.

Vació su vaso y golpeó la mesa con él. Se sentía incómodo, preocupado.

—La acompañaremos arriba para que tome un baño, monsieur —dijo la madre. A Court no le gustaba el modo en que aquellas dos mujeres se estaban apropiando de Annalía. Debería ser él quien se ocupara de ella, tal como había hecho durante los últimos tres días. Bueno, él no la había ayudado a bañarse, pero no por falta de ganas ...

Vio cómo Annalía se tambaleaba. Estaba herida y borracha y, maldita sea, era delicada. Muy a su pesar, dio permiso a las dos mujeres.

Cuando se hubieron ido, Groot dijo:

—Vaya mujer te has conseguido, MacCarrick. Parece rica.

—No es mía. Sólo estoy cuidando de ella por un tiempo.

—¿Empezaste a cuidar de ella antes o después de que le dispararan?

Court apretó la mandíbula y vio que Groot se daba cuenta de ello.

—¿Y tu tropa? —prosiguió, hablando ya más alto.

—Vendrán en los próximos días. La chica se quedará durante más tiempo.

Él enarcó las cejas.

—Necesito que cuides de ella. —Groot no sólo era el propietario del hostal que utilizaban como punto de encuentro y que los hermanos de Court le habían enseñado. A pesar de su torpe apariencia y sus modales oxidados, Groot era además un francotirador retirado y un experto en armas, que aún mantenía en la parte de atrás un cobertizo lleno de pistolas y trabucos. Pero lo más importante era que su hermano Hugh confiaba en él. Su hermano Ethan no, pero Ethan no confiaba en nadie—. Los Rechazados la han marcado como objetivo.

Groot silbó.

—Tendré que conseguir un par de manos extras para que me ayuden, alguien a quien no le importe el peligro. —Cuando Court afirmó con la cabeza, añadió—: Hugh dejó algo de ropa la última vez que estuvo aquí. ¿Te interesa?

—Sí. —Por fin, algo no manchado de sangre. Él odiaba el modo en que Annalía le miraba, sus ojos siempre se fijaban en sus manchas de sangre o en la cicatriz que tenía en la frente.

—También tengo un par de cartas de tus hermanos. ¿Quieres leerlas ahora?

—Por qué no —dijo, aunque era obvio que no le apetecía demasiado. Cuando Groot regresó con ellas, Court se quitó las botas, las dejó junto al fuego y abrió la primera, la de Ethan.

Courtland:

Rompe los tratos que tengas con Pascal inmediatamente. Te dije que algún día escogerías el lado equivocado. Maldita sea.

Ethan

Sí, Ethan le había dicho eso, y Court le había respondido que se ocupara de sus propios asuntos. Luego leyó la de Hugh:

Court:

Vi una oportunidad en un negocio y accedí a tus cuentas. No podía esperar a pedirte permiso, así que usé los poderes que me diste y les dije que estabas muerto. Lucha bien allí abajo, pero recuerda, un disparo en el pecho es el modo que tiene la naturaleza de decirte que quizá ha llegado el momento de que lo dejes.

H

Furioso, Court arrugó las dos cartas y las echó al fuego. Hugh tenía poderes sólo porque a Court le gustaba que sus negocios estuvieran en orden. Sólo por si acaso. Él estaba allí, vivito y coleando, y Hugh había utilizado sus cuentas para un negocio. Hugh tenía ya bastante dinero con el que jugar, y Ethan disponía al parecer de una cantidad infinita. Demonios, si Court hubiera sabido lo rentable que era matar para la corona, se habría alistado con ellos cuando lo hicieron, en vez de ser tan tozudo y querer tomar otro camino, como hacía siempre. Tal vez ahora tendría bastante dinero como para pagar sus tierras.

De los dos hermanos de Court, uno no dejaba de darle órdenes y el otro hacía lo que le salía de las narices; a ninguno le importaba lo que él pensara. Ninguno le pedía nunca permiso. Miró cómo el último papel se prendía fuego y se quemaba. Él también era así.

Tenía que serenarse. Miró a Groot y se limitó a decir:

—Comida.

Pasó media hora, y tanto el cambio de ropa como la comida copiosa tuvieron un efecto insignificante en la sobriedad de Court. Se tambaleó escaleras arriba, se cruzó con las mujeres francesas e ignoró sus miradas.

Se había asegurado de que Annalía comía algo y de que le llevaban sus bolsas. Y, por supuesto, una taza de té con unas gotitas de whisky. Ahora que las mujeres habían salido de su habitación, él contaba con que ella, tras ese día tan largo, estuviera dormida.

Maldición, cómo le habría gustado verla en la bañera. Pero era mejor que no lo hubiera hecho. Si alguna vez la veía mojada, cubierta de espuma... Soltó un gemido y abrió la puerta.

La encontró de rodillas, buscando entre las bolsas, vestida únicamente con la venda que llevaba en el brazo y una toalla alrededor del cuerpo. Se levantó al ver que él había entrado.

Tenía los hombros suaves, dorados y a la luz de las velas se veía que aún estaban húmedos. Él sintió cómo se le disparaba un músculo de la mandíbula.

—¡Necesito estar a solas!

—Has tenido una hora.

—Pero no encuentro nada que ponerme.

—Tus bolsas son impermeables. Tus pertenencias están secas.

—Al ver que ella no contestaba, añadió—: Puedes ponerte uno de esos camisones de seda con puntillas.

—¿Cómo lo...? ¡Oh, déjalo! Me niego a ponerme eso si tú estás en la habitación. ¡Ahora, vete!

—¿Estás dándome órdenes? —Court levantó las cejas—. Claro. Tienes que asegurarte de que me echas de la habitación.

—No, no es eso...

—Me daré la vuelta y tendrás que conformarte con eso —cortó él con voz áspera. Ver a Annalía cubierta sólo con una toalla le estaba volviendo loco.

—Necesito vestirme y meterme en la cama.

—Lo que tú quieras, pequeña...

Cuando ella aceptó su propuesta, él refunfuñó y se volvió con gran aspaviento. En el mismo instante en que oyó que la toalla caía al suelo, se dio la vuelta. Y tuvo que pasarse las manos por la cara para evitar silbar de admiración.

Ella era... preciosa. Como nunca había imaginado.

Estaba de espaldas a él, así que lo obsequió con la vista de su redondo y lujurioso trasero, sus largas y fuertes piernas, la delgada espalda y la pequeña cintura. Tenía el pelo mojado y le llegaba hasta las caderas.

—¡Piedad! —exhaló él.

—¡Oh, no puede ser! —Ella intentó ponerse a toda prisa el camisón, pero por culpa del vendaje y de su brazo herido, no pudo ir lo bastante rápido. A él se le ocurrió ayudarla, pero sabía que no habría sido capaz de sólo mirarla boquiabierto; no, eso no sería lo que haría. Al final, Annalía logró meterse la prenda y cubrirse con ella.

Entonces se dio la vuelta y lo pilló mirándola estupefacto.

—¡Me lo has prometido! ¡Has dicho que no te darías la vuelta! —Se ladeó un poco para coger una sábana y él fue obsequiado con la vista de un muslo y de sus pechos antes de que ella pudiera resguardarse tras ella como un escudo.

Como estaba un poco borracho, sonrió.

—Estaba de espaldas. Es sólo que me he dado la vuelta demasiado rápido, pero ha sido la mejor idea que he tenido en todo el día. —Dejando aparte la de sentarla en su regazo en el caballo y pedirle que se sujetara bien a él. En ese día se había dado cuenta de que todos esos bastardos que iban por ahí dándoselas de caballerosos no lo hacían sólo para beneficio de las damas.

—¡No eres un caballero! De hecho, eres todo lo contrario. Eres un seductor, un degenerado y un crápula. —Ella arrastraba un poco las palabras. Se envolvió la sábana por encima del camisón y empezó a caminar arriba y abajo.

Court se sentó en la cama, apoyó la espalda en la cabecera y la miró con descaro.

—Pídemelo —dijo de golpe—. Pídeme que te ayude a encontrar a tu hermano. —¿De dónde salía eso? Él sólo había pensado en llevarla a la casa de postas y en ponerla a salvo porque sabía que era el culpable de haberla puesto en peligro. Tú lo rompes, tú lo arreglas. Pero ahora estaba aceptando otra responsabilidad, ¿por qué?

Porque antes, cuando ella se había acurrucado contra su pecho y se había abrazado a él se había sentido muy satisfecho.

Maldición, el whisky no había sido una decisión muy acertada.

—Podría mantenerte a salvo de los Rechazados hasta que volvierais a estar juntos.

Annalía se acercó a la ventana.

—¿Y por qué iba a pedírtelo a ti?

—Porque me necesitas. —Él entrecerró los ojos—. A estas alturas seguro que te has dado cuenta, ¿no?

—Me he dado cuenta de muchas, muchas cosas sobre ti. —Annalía apoyó la cadera en el marco de la ventana.

—Apártate de ahí —gruñó él.

Ella lo miró mal, pero se apartó.

—Y puedo imaginarme lo que me exigirás a cambio.

—Tal vez, pero tal vez no. El único modo de averiguarlo es poniéndome a prueba. Ya sé que es difícil. Me apuesto lo que quieras a que nunca has tenido que pedir nada en toda tu vida.

—Tienes razón.

Él se puso la mano buena bajo la cabeza.

—Bueno, éste es un buen momento para empezar.

Annalía giró la cabeza como si quisiera tomar aire. Court sabía que ella se lo pediría y, cuando lo hiciera, él aceptaría ayudarla. También sabía que ella le haría pagar por eso.

—Yo... quiero pedirte... —volvió a tomar aire—, tu ayuda.

Él se puso de lado. Le dolían las costillas después de la pelea de ese día, pero no tenía intención de modificar esa postura tan burlona.

—Dado que eres nueva en esto, voy a enseñarte...

—Como si tú hubieras pedido algo alguna vez.

—¿Quieres que te enseñe?

Ella levantó la barbilla.

—Sí.

—Muy bien. Ya que no me lo has pedido adecuadamente, tendrás que hacer un esfuerzo y decir «por favor». Sería mucho más eficaz y emotivo que fueras sincera. Y juntar las manos sobre el pecho no te perjudicaría.

Ella tragó. Tenía el cuerpo tenso de tanta tensión.

—Por favor.

Él, muy digno, movió la cabeza.

—¿Y por qué debería ayudarte?

—Porque tú eres el que me ha hecho daño —respondió ella enfadada.

—¿Por el secuestro? Creía que ya había quedado claro que no casarte con Pascal era algo bueno. Y tu hermano está libre. Al final todo ha salido bastante bien.

Excepto que ella era el objetivo de una banda de asesinos y que ya la habían atacado dos veces.

—Aun así.

—Bueno, ya que me lo has pedido tan bien...

—¿Eso es todo? ¿Eso es todo lo que querías?

—Claro que no. Sólo has logrado que acepte negociar contigo.

Soy un mercenario, y este asunto es muy peligroso. Necesitaré que me pagues.

A ella le decayó el ánimo.

—No tengo dinero. —Entonces se le iluminaron los ojos—. Pero estamos cerca de un pueblo. Puedo vender mis joyas.

—No podemos venderlas. Ellos esperan que hagamos exactamente eso. Además, tú tienes algo mucho más valioso. —Fijó la mirada en su pecho.

Annalía se indignó e intentó pensar una respuesta, pero él la interrumpió.

—Cuando te lo pida, quiero que me dejes darte un beso. Sólo un beso. Y quiero que tú me beses con la misma pasión con que lo hiciste en tu casa.

—Yo no... no puedo... he estado bebiendo. —Ella volvió a caminar.

Court movió la cabeza como si la entendiera.

—Claro que también puedes pedirme que me vaya.

Cuando pasó por su lado y lo miró, él creyó que iba a decirle exactamente eso.

—¿No puedes estarte quieta, pequeña?

El enfado hizo brillar sus ojos.

—¿Te molesta? ¿Te molesta que me pasee?

—No, en absoluto. Sólo pensaba que, si aceptabas mi propuesta, en el futuro tendríamos que buscar una habitación más grande. Si no, acabarás mareada.

Fuera lo que fuese lo que había dicho, había acertado. Ella se paró y lo miró con dulzura; nunca antes lo había mirado así, y él no tenía ni idea de por qué lo hacía ahora. Pero le gustaba. Mucho.

—¿Sólo un beso? —preguntó ella con timidez.

—Cuando quiera y donde quiera.

Lo meditó un momento y finalmente susurró:

—De acuerdo.

Court estaba sorprendido de que hubiera aceptado. ¿Lo único que tenía que hacer era arriesgar su vida para mantenerla a salvo de la orden de asesinos más sanguinaria de Europa y a cambio podría besarla cuando quisiera? Definitivamente, él se llevaba la mejor parte.

—Entonces tenemos un acuerdo. —Court se levantó y, con el brazo, le señaló la cama—. Puedes quedarte con la cama.

Annalía lo miró indecisa antes de soltar la sábana y meterse a toda velocidad bajo la colcha. Tan pronto como se tumbó, él se deslizó a su lado.

Ella abrió la boca sorprendida.

—Dijiste que podía quedarme con... —Ella se detuvo—. Ya tengo la cama, ¿no es así? Nunca dijiste que fuera sólo para mí.

—Aprendes muy rápido, pequeña. Ya no me queda ningún truco.

Annalía se tensó y, cuando intentó apartarse, él le puso con cuidado un brazo por encima, intentando evitar el vendaje.

—Anna, quédate. No voy a cobrarme mi paga ahora. Los dos estamos heridos, agotados y borrachos. Nada podría excitarme. Ni siquiera ver tu precioso trasero lo ha hecho —dijo él mintiendo de tal modo que seguro que iba a ir al infierno. Ella se relajó un poco—. Pero si una de esas tres cosas desapareciera, entonces te besaría.

Ella estuvo en silencio un rato, y luego preguntó:

—¿Por qué?

—Porque tú eres del tipo de mujer que necesita que la besen. Durante horas, despacio. Con pasión. —Deslizó su mano por la cadera de ella y añadió, murmurándole al oído—: Con dedicación.

Annalía se estremeció y se puso boca arriba para mirarlo. Tenía los pechos apretados contra el camisón, los pezones duros, y pasó los dedos por la colcha, justo por debajo de éstos, con movimientos lentos y lánguidos.

—Eso parece mucho trabajo, MacCarrick —susurró con un marcado acento—. ¿Serás tú el hombre que me haga todo eso?

Él gimió y se acercó a ella dando gracias a Dios por el whisky.

—Anna, no te lo puedes ni imaginar.

Ella le puso un dedo en el pecho y lo empujó suavemente. Se movió para apartarse de él y preguntó:

—¿Excitado?