CAPÍTULO 32
«ANNALÍA se va, me deja.» Court no podía pensar en nada más.
Él le había hecho daño y luego había intentado compensarla del mejor modo posible. Tenía que alejarse de ella antes de volver a hacerle daño. Quizá la próxima vez no pudiera compensárselo. «Muerte y desgracia»... La resplandeciente cubierta del libro lo retaba a que se atreviera a desafiarlo.
Annalía lo miró, no le pidió nada, sólo lo miró como si quisiera grabárselo en la memoria. Luego se dio la vuelta. Él se tensó, tuvo que apretar las manos con fuerza, tenía que luchar contra lo que gritaba todo su interior: «Coge a Anna».
Detrás de él, Hugh debió de darse cuenta, porque le dijo en voz baja:
—Tienes que hacerlo por ella. Deja que se vaya con su familia.
Aleix la apartó de él, protegiéndola. Maldición, eso era responsabilidad de Court. Ése era su derecho.
Ella era suya.
Ethan le puso una mano en el hombro. Viniendo de Ethan, era un gesto de amenaza y no de cariño, y ambos lo sabían.
Él los miró a ambos. Hugh frunció el cejo al ver la cara de Court, como si estuviera confundido. Ethan lo miró a los ojos y su reacción fue aún peor. Court se estaba volviendo loco, estaba furioso, y sabía que no podía ocultárselo.
—Sólo hasta asegurarme de que está a salvo —suplicó él con dificultad.
—Una mujer como ella no pertenece a un hombre como tú. No es sólo por la maldición.
—La estás matando, Court —dijo Hugh—. Igual que matamos a Leith.
—Espera.
Ella dejó de andar tan de golpe que su falda se balanceó hacia adelante.
En ese mismo instante, oyó cómo Hugh renegaba:
—Dios.
Ethan soltó una maldición muy desagradable y se dirigió a Courtland para advertirle.
Aleix la miró a ella; a pesar de la paliza, su cara no dejaba lugar a dudas de que no le parecía bien lo que estaba pasando.
—¿Cómo vas a mantenerla a salvo? —le preguntó Court a Aleix.
Annalía se dio la vuelta y lo miró. Nunca había visto esa expresión tan fiera en su rostro, ni esa mirada tan salvaje en sus ojos.
—Yo protejo a los míos.
MacCarrick señaló el carruaje cargado que los estaba esperando bajo la lluvia.
—No tienes escoltas. Me apuesto lo que quieras a que ni siquiera tienes una arma.
—Me estás tentando a que te lo demuestre.
—Los Rechazados la persiguen.
—Lo sé —contestó Aleix en voz baja y marcada por el dolor.
—A nosotros también —añadió Olivia. Aleix la miró amenazador para que siguiera callada, lo que al parecer a ella le gustó; luego caminó hasta un carísimo jarrón para inspeccionarlo. Annalía sospechó que ese jarrón aparecería en su carruaje.
—Ellos ya nos han atacado tres veces.
—¿Qué? —Aleix fue a cogerla por el brazo, pero MacCarrick se abalanzó sobre él y lo cogió por la muñeca.
—No le toques el brazo —le advirtió. Ella casi se había curado, pero si él le apretaba la herida le haría daño.
—¿Qué le ha pasado? —exigió saber Aleix mirando la garra de MacCarrick que aún lo retenía.
—Le dispararon. —MacCarrick lo soltó—. Y volverán a hacerlo.
—¡Dejaste que le dispararan! —Annalía nunca había oído a Aleix tan enfadado. ¿Y MacCarrick? Ella no tenía ni idea de cuáles eran sus sentimientos, pero sentía que estaba rodeado de violencia, que ésta iba a estallar de un momento a otro. Ella tenía que hacer algo para enfriar un poco el ambiente.
—Aleix, yo me escapé de MacCarrick y corrí hacia ellos. Como una imbécil, pidiéndoles ayuda.
Aleix no apartó los ojos de MacCarrick ni un instante.
—¿Dejaste que ella fuera hacia ellos?
Annalía se puso de pie entre los dos, de puntillas para quedar en su línea de visión.
—Yo le di un golpe en el cuello con el codo, y aun así, él corrió tras de mí y consiguió protegernos detrás de una roca. Ésa fue la primera vez que me salvó la vida. —¿Había conseguido que Aleix se relajara un poco?—. Cuando íbamos hacia el norte, dos Rechazados nos atacaron. Él se ocupó de uno...
—¿Uno? —Olivia miró a Annalía muy interesada en el tema.
—Yo me ocupé del otro —contestó Annalía—. Tenía una roca escondida en la falda, la guardaba para atacar a MacCarrick. —Aleix estaba atónito, la miraba como si no la reconociera—. Ya lo había hecho una vez y había funcionado.
MacCarrick, anticipando la censura de sus hermanos, los miró con el cejo fruncido.
—Me dijo que se había hecho daño en los pies. Cuando me agaché para curárselos, se dio la vuelta y... —Hugh levantó las cejas y MacCarrick añadió—Ella es muy astuta.
Aleix la cogió por el codo.
—Ya me lo contarás más tarde.
—No vas a llevártela de aquí —gritó MacCarrick.
—¿Crees que puedes darme órdenes, tú, maldito y arrogante escocés? —Y volvieron a empezar.
Annalía se sonrojó, avergonzada por el comentario de Aleix, y se preguntó cómo se lo tomarían Hugh y Ethan MacCarrick. Annalía se dio cuenta de que Ethan siempre tenía la misma expresión de maldad en el rostro. Hugh se encogió de hombros.
—Me han llamado cosas peores.
Court se abalanzó sobre Aleix y lo tiró encima de una mesa, que se rompió contra el suelo. Aleix se apartó de los escombros y placó a MacCarrick, empujándolo hacia la otra habitación.
—¿Vas a ayudarme? —preguntó Annalía a Hugh. Le daba demasiado miedo preguntárselo a Ethan.
Hugh soltó un taco, y luego se interpuso entre los dos.
—Te estás comportando como un estúpido, Court. Y ya tienes bastantes problemas.
Cuando ellos se separaron, ambos sin aliento, Ethan les habló disgustado:
—Tenéis un enemigo en común. Acabad con esa amenaza, y luego si tanto lo deseáis, mataros entre vosotros. —Y se fue.
—Tiene razón —dijo MacCarrick—. Tú quieres matarme, y quizá te lo deba, y yo voy a disfrutar dándote una paliza mientras lo intentas, pero antes tenemos que ocuparnos de otras cosas. No voy a permitir que me distraigas.
Aleix se pasó la manga de la camisa por el labio, que no dejaba de sangrarle, e intentó recuperar el aliento. Miró a MacCarrick de arriba abajo.
Al ver que habían dejado de pelearse, Annalía fue a cerrar la puerta principal, por la que empezaba a entrar la lluvia que caía a chorros. Cuando vio su caballo atado al carruaje casi no pudo creérselo.
—¡Lambe! —gritó, sorprendida de que Aleix se hubiera preocupado de llevárselo de casa de Pascal.
—Anna, apártate de la maldita puerta —gruñó MacCarrick a la vez que caminaba hacia ella.
—¿Cómo te atreves a hablarle así? —gritó Aleix y empezó a seguirle—. ¿Tienes idea de quién es ella en realidad?
—Mi caballo ya no se llama Lambe —le informó Olivia.
Annalía se dio la vuelta para contestarle, preparada para pelearse con ella, pero entonces sintió cómo una mano la cogía del cuello, y el frío cañón de una pistola junto a su frente.
Habían vuelto.
Miró a Court a los ojos y vio toda la furia y la rabia que había en su interior, pero ella sabía que su suerte se había acabado.
Ojala le hubiera dicho que lo amaba.