CAPITULO 35

GRANT había acertado con lo de su familia, y Camellia y el barón llegaron unos minutos antes de que lo hiciera el párroco. Cammy se llevó a Tori a un lado mientras el barón le daba a Grant unas palmadas en la espalda felicitándolo efusivamente.

—¿Estás segura de que quieres hacerlo? —le preguntó su amiga.

—Mírame —respondió ella riendo. —Estoy enamorada... ¡no puedo dejar de sonreír!

Camellia respiró aliviada.

—Entonces deja que te diga que te encantará estar casada.

—Levantó una mano y le enseñó la preciosa alianza de diamantes que lucía en el dedo.

La joven se quedó boquiabierta.

—¿Os habéis casado? —Cammy se mordió el labio, evidentemente preocupada por cómo iba a reaccionar su inseparable compañera de fatigas, pero Tori la abrazó—: Es maravilloso. ¡Seremos vecinas!

—Creía que tal vez te enfadarías por haberlo hecho de un modo tan precipitado —dijo bajando la voz. —Pero lo cierto es que el muy granuja se negó a hacerme el amor otra vez si antes no me casaba con él. Cuando vi que lo decía en serio, pensé que cuanto antes mejor.

—¡Me alegro tanto...!

Lady Stanhope tosió para llamar delicadamente su atención.

—Pues ahora te toca a ti hacer feliz a Cammy, ¿no te parece? —le dijo a Victoria. —El sacerdote nos está esperando.

Grant le cogió la mano con dulzura y se colocaron frente al párroco.

Cuando éste pidió el anillo, Grant rebuscó en los bolsillos de su abrigo. Todos los presentes lo miraron ansiosos. Derek, que estaba sentado detrás de él, le recordó a Nicole lo bonito que había sido fugarse.

Por fin, Grant sacó una cajita de terciopelo. Cogió el anillo y lo deslizó en el dedo de Victoria. Ella no pudo evitar bajar la vista. Todas las novias quieren saber qué anillo van a llevar durante el resto de...

Se le escapó un sollozo y se llevó la mano a los labios.

«Tengo que recuperar esa mano —pensó Grant asustado. —O al menos el dedo que me interesa.» Con voz entrecortada, dijo: —Victoria, puedo comprarte otro.

—Pero... tú... tú, has encontrado el anillo de mi madre.

Grant abrió los ojos y bajó la vista a su vez. Soltó una maldición.

—Me he equivocado. Se suponía que éste iba a dártelo más tarde.

Una lágrima se deslizó por la mejilla de la joven y él pudo sentir en sus huesos lo aliviada que estaba. Se la secó con el pulgar. —No puedo creer que lo hayas encontrado. —Por fin apartó los ojos del anillo y lo miró con tanto amor, con tanta emoción, que casi lo hizo tambalear.

Tomó aire y, sin ser consciente, empezó a hablar sin dejar de mirarla a los ojos.

—Fue más difícil que el resto de las cosas, pero sabía lo mucho que significaba para ti.

—¿El resto de las cosas? —preguntó ausente. Grant sonrió.

—Sí. Recorrí todo el país tratando de recuperar la verja de hierro de Belmont Court, un montón de cuadros viejos, el llamarla, el caballo que te regalé —dijo arrugando la frente—, que sé que vendiste por error, así como un montón de joyas antiguas.

—¿Las joyas de mi abuela?

El modo en que ella le sonrió, como si fuera un héroe lo hizo sentir cohibido, y tuvo que tirar del cuello de su camisa.

Derek carraspeó.

—Grant, dale ya el otro maldito anillo.

El sacerdote lo fulminó con la mirada y Nicole se cambió a Geoff de brazo para poder darle un codazo en el estómago a su marido.

Grant volvió a tocarse los bolsillos y, de repente, apareció otra cajita. La abrió ante Victoria y le encantó ver su reacción. Si el anillo de su madre la había hecho llorar de alegría, la esmeralda la dejó sin habla.

Al finalizar la ceremonia, todos les felicitaron y se fueron de allí en seguida para que los recién casados disfrutaran de su intimidad. Aunque en el caso de Cammy y el barón, los otros novios, lo que querían era también estar solos.

Cuando Grant cerró la puerta tras el último de sus parientes, se dio media vuelta hacia su esposa. Su esposa. Le encantaba cómo sonaba. Ella volvía a ser la de antes, segura de sí misma y sonriéndole como si juntos fueran invencibles. Victoria se soltó el pelo y se quitó los zapatos. Irradiaba felicidad. Grant no podía... creer que una mujer tan extraordinaria como ella hubiera aceptado casarse con él, y que se la viera tan feliz lo hacía aún más increíble.

La emoción estaba a punto de engullirlo. La cogió en brazos justo cuando pasó por su lado y la apretó contra su pecho, abrazándola con fuerza. Se agachó para besarla, pero Tori le cogió la mano y lo llevó hacia el salón. Se puso de pie sobre una otomana para quedar a la altura de sus ojos y, tras rodearle el cuello, empezó a besarle la cara y a acariciarlo.

—Te amo, Victoria.

—Demuéstramelo —murmuró ella junto a sus labios.

Pasaron toda la noche y todo el día siguiente «creando los cimientos de su sociedad», y lo hicieron tantas veces y de tantas maneras, que Grant supo que jamás la disolverían.