CAPITULO 19

A GRANT le parecía que la cabeza le iba a estallar y llegó a la conclusión de que tenía la peor resaca de toda su vida. Pero poco a poco la realidad volvió a tomar el control. La migraña era palpable; los sentimientos por Victoria también. Ambos eran un hecho. Había bebido demasiado y tenía dolor de cabeza. Había hecho el amor con Victoria y la había visto sonreír, y jamás podría resignarse a estar con otra mujer. No podía hacer nada al respecto.

Si ella llegaba a amar algún día a otro hombre, no sería porque él no hubiera intentado hacerla feliz. Y no hacía falta decir que eso sucedería por encima de su cadáver. Iba a ser su marido, y por Dios que iba a esforzarse por ser el más atento.

Después de asumirlo se sentía mucho mejor, y mucho más feliz de lo que lo había sido jamás. Era innegable que contraer matrimonio con Victoria era, en ciertos aspectos, muy tentador. Cuando estuvieran casados, podría por fin hacer con ella todo lo que había soñado; darle todas las caricias y los besos, adoptar todas esas posturas en las que quería hacerle el amor. Aceptaría todo lo que ella quisiera darle. A él Y sólo a él.

Y nada más pensar que la muchacha pudiera estar ya embarazada de su hijo, su hijo, lo hacía extrañamente feliz.

Grant se pasó el día buscando el anillo perfecto por toda la ciudad y tan pronto como vio la esmeralda, supo que tenía que ser aquél. Pagó una fortuna por él. Era del mismo color que el agua que rodeaba la isla, y la piedra brillaba como si hubiera fuego en su interior. Jamás había visto nada igual.

Muy animado, fue a visitarla aquella misma noche. Resolverían el tema del matrimonio cuanto antes y luego se la llevaría a la cama más próxima. Pensar en volver a tocarla lo volvía loco. Pensar en todo lo que habían hecho juntos... Sonrió, y su sonrisa rebosaba placer. Esa noche le enseñaría algo nuevo.

Victoria le mandó una nota diciendo que estaba enferma.

Lo invadió el pánico. ¿Había sido demasiado violento con ella? ¿Se avergonzaba de lo que había sucedido entre ellos? La noche anterior se había despedido de él con una sonrisa, y ella no se avergonzaba fácilmente. Debía de estar enferma de verdad. La culpabilidad derrotó al pánico. Se la había llevado del Edén para meterla en una ciudad sucia y congestionada.

No podía ni pensar. Cuando estuvieran casados se aseguraría de que la muchacha estuviera siempre en espacios abiertos. La haría feliz. Le escribió una nota preguntándole si estaban listas para partir con la marea de la mañana.

Su respuesta fue: «Estoy más que impaciente por irme de aquí».

Al día siguiente, cuando zarparon, Victoria parecía en efecto estar enferma. Tenía la mirada perdida y su rostro carecía de su habitual luz. Cuando Camellia volvió a echarla de su camarote, le preguntó a Grant si podía utilizar el suyo.

—¿Estás bien? —le preguntó él preocupado, cogiéndole el brazo con una mano.

—Perfectamente.

«Entonces, ¿por qué me miras como si me odiaras?», quería preguntarle. Se sentía preocupado y temeroso; deseaba con todas sus fuerzas estar equivocado. Ella miró la mano con que él la sujetaba y Grant la soltó.

Llegó el mediodía, y Victoria aún no se había acercado al timón. A esa hora, solía llevarle una taza de café. Entonces la vio. Con su larga melena sujeta con un lazo se la veía joven y radiante. Y sin rastro alguno de enfermedad.

Grant sentía tal impaciencia por estar con ella que se puso nervioso, pero la muchacha pasó de largo y se sentó junto a Ian. No lo miró ni una sola vez.

Más tarde, empezó a lloviznar. Seguro que le llevaría su chubasquero, como hacía siempre cuando llovía. Esperó un rato, aguantando estoicamente bajo el chaparrón y quedándose cada vez más empapado. Finalmente, se dio por vencido y tras entregarle el timón a Dooley, se dirigió hacia su camarote. Victoria le abrió y lo saludó sin ninguna emoción.

Grant tuvo la sensación de que entraba en un campo de batalla sin ser consciente de que habían entrado en guerra. Se sentó, a pesar de que ella no lo invitó a hacerla.

—Está lloviendo —dijo como un estúpido.

La joven estaba tumbada en la cama, leyendo, y miró hacia el ojo de buey.

—Ya lo veo. Pasó la página.

—Me alegro de que no estuvieras en la cubierta. La tormenta justo acaba de empezar. —¿Qué demonios estaba diciendo?

Ella no le contestó y se limitó a volver otra página. —¿Estás bien?

—Perfectamente. —Sin apartar la vista del libro, alzó una mano y dijo—: Ah, cuando salgas cierra bien la puerta. Entra un poco de agua si no está bien encajada. Gracias.

Acababa de echarlo. De su propio camarote. ¿Acaso no era exactamente eso lo que él había querido desde el principio? Se había quejado mil veces de que ella lo mirase con aquellos ojos verdes llenos de adoración. Quería que le dejara de sonreír siempre que le llevaba una taza de café.

Pero eso había sido antes. Antes de que la hubiera hecho suya.

¿Qué había pasado para que cambiara tanto después de que la dejara en el hotel? Parecía claro que ya no quería verlo ni en pintura. Tal vez creía que a la mañana siguiente mismo le pediría que se casara con él, pero eso no explicaría tanto encono.

¿Y si había descubierto la verdad? Tal vez le había contado a Camellia lo que había sucedido y la mujer le había dicho lo... mal que él se había portado, y que un hombre no debía tratar a una dama como Grant lo había hecho. Fuera como fuese, no podía soportar que Victoria le mirase con desdén y se aferró con desesperación a la teoría de que estaba enfadada por no haberle pedido que se casara con él justo a la mañana siguiente.

—Me iré, pero antes tenemos que hablar —dijo.

La muchacha dejó entonces el libro a un lado y se levantó. —Sí, tienes razón.

—Tenemos que casarnos.

Ya está, ya se lo había pedido. Bueno, más que pedir se lo había comunicado, tal como Victoria imaginaba. Sin embargo, volvió a cuestionarse por enésima vez si tal vez había malinterpretado la conversación en la que lo había sorprendido con Ian. ¿Y si todo había sido una pose frente a su primo? Pensar eso le dio esperanzas, pero no iba a ser tan tonta como para aceptar sin más.

—¿Por qué deberíamos casamos? ¿Acaso me amas? —preguntó sin tapujos.

La idea pareció cogerlo por sorpresa. ¿Ni siquiera se le había ocurrido pensar que tal vez la amara?

—Yo... Yo te tengo mucho cariño.

—¿Cariño? —A Tori se le rompió el corazón. ¿Y qué clase de matrimonio sería uno basado sólo en el cariño?

—Hay muchos matrimonios estables que se han edificado con menos que eso.

—¿Te sentirías orgulloso de que fuera tu esposa? ¿Presumirías de mí ante todos?

—Me acompañarías a todos lados —respondió él entrecerrando los ojos, cauteloso.

Ella comenzó a caminar por la habitación.

—Eso no responde a mi pregunta. ¿Querrías que cambiara mi manera de ser?

—Confío en que vuelvas a adaptarte a la sociedad.

En otras palabras, quería que cambiara. O, lo que era lo mismo, «tú no eres lo que yo necesito que seas».

—Me pregunto si sientes algo por mí.

—Te respeto. Y admiro tu resistencia. Me gusta que seas tan lista y tenaz.

Victoria se detuvo frente a él, tensa de rabia.

—¿Admiras mi resistencia? Tú no me amas, no te sentirías orgulloso de que fuera tu esposa, al menos no frente a los demás. Pero es innegable que te gustó acostarte conmigo.

Grant se puso de pie y la miró fijamente. —Más de lo que puedas imaginar.

En ese instante, Tori casi se rindió. Casi. Pero por desgracia, él le estaba confirmando que todo lo que había oído era cierto. —¿Te sientes obligado a casarte conmigo? —Ésa era la respuesta que más necesitaba oír.

Él dudó unos segundos.

—Conozco las reglas, Victoria. Y siempre las he acatado. Debemos casarnos.

No lloraría. No podía. «Sé fuerte.»

—Pero... ¿sabes qué pasa con las cosas que se hacen por obligación? Que la gente acaba por arrepentirse de haberlas hecho. No voy a casarme contigo.

—¿Qué has dicho?

Se sentó en un extremo de la cama y soltó el discurso que había estado preparando.

—Grant, he estado pensando mucho en nuestra situación, y creo que tú tenías razón; que mis sentimientos hacia ti se deben a que eres el único hombre que he conocido. He llegado a la conclusión de que es imposible que sienta algo profundo por ti cuando apenas te conozco, y sin haber conocido antes a otros hombres.

—¿Qué? —Todo su cuerpo se puso rígido.

Pero ella continuó como si estuvieran hablando de negocios: —Tú fuiste muy amable de recordármelo cuando yo, terca como de costumbre, me negaba a creerlo. No obstante, por fin he entrado en razón, así que ya no tiene por qué preocuparte. —Es un poco tarde para eso. Tú y yo nos hemos acostado —replicó él, señalando lo obvio.

Tori abrió la mano y se estudió las uñas.

—Sí, y confío en que eso no sea un obstáculo a la hora de conocer a futuros pretendientes cuando lleguemos a Inglaterra.

Grant abrió los ojos, y en ellos ardía la cólera.

—No vas a tener ningún pretendiente. No tienes dote. Tu abuelo está arruinado. ¿Qué vas a hacer entonces?

Esas palabras la sacudieron hasta lo más hondo, pero consiguió ocultarlo.

—Cammy y yo viviremos en la mansión del abuelo.

—Eso tampoco va a suceder —afirmó él implacable.

—¿Por qué no?

—Porque la casa es mía. Es mi recompensa por haberte encontrado.

Tori inclinó la cabeza hacia adelante. ¿Podía ser que lo hubiese oído mal?

—¿Se te olvidó decirme que iba a regresar a Inglaterra sin posibilidades de futuro, sin dinero y sin hogar?

—No creí que fuera conveniente contártelo.

La sorpresa fue reemplazada por la ira. —Me mentiste.

—Yo nunca miento.

—¿Te vas a quedar con la mansión de mi familia? —Preguntó ella con expresión de asco. Y con voz helada, añadió—: Ese día en la isla estabas equivocado, quieres llevarme de regreso a casa para obtener tu botín.

—¿Y a qué se debe este cambio de opinión? —preguntó Cammy la noche siguiente, mientras cenaban. Al ver que Tori no contestaba, insistió—: Vamos, dime en qué estás pensando.

La joven dejó a un lado el pedazo de pan que acababa de untar con mantequilla.

—No quiero molestarte con mis tonterías.

—Llevo encerrada en este camarote un montón de días —contestó su amiga con una sonrisa. Necesito que me molestes.

Victoria cogió aire.

—Hice el amor con Grant. Cammy se quedó callada.

—¿No vas a decir nada? ¿Ni siquiera vas a fingir que te sorprende?

—Tal vez esté enferma, pero no estoy ciega —replicó la otra apartando el plato.

—¿No estás enfadada conmigo?

—No, Grant es un buen hombre —dijo, moviendo la cabeza de un lado al otro. Sé que no lo habría hecho si no tuviera intenciones de casarse contigo. Seguro que a estas alturas ya está planeando la boda.

—Me ha pedido en matrimonio.

Cammy se apoyó en la silla y suspiró aliviada. —Le he dicho que no —añadió Tori.

—¿Cómo? —preguntó despacio.

—Creo que le odio.

—¡Haz el favor de explicarte mejor! —gritó su amiga muy preocupada.

—Oí a Grant hablando con Ian y le dijo que... Yo era un obstáculo. Que se avergonzaba de mí.

—¿Dijo eso?

—No exactamente, pero entendí muy bien lo que quiso decir.

Comentó que tenía miedo de ver cómo me comportaría en Inglaterra. Y que lo que había pasado era un error.

Cammy suspiró hondo.

—¿Y no lo estaría diciendo para hacerse el duro frente a su primo? Los hombres a veces... —Al ver que Victoria negaba con la cabeza, se detuvo.

—Cuando Grant me comunicó que íbamos a casarnos, le pregunté si sentía algo por mí, si se sentiría orgulloso de que yo fuera su esposa. Si quería casarse conmigo por algo más que por su sentido del deber. No contestó bien a ninguna de las preguntas. —Se secó una lágrima con el reverso de la mano. Además, es lógico. Yo creía que le resultaba atractiva, sin embargo, él siempre se apartaba de mí. Y cuando no se apartaba luego se sentía culpable.

—¿Cuándo no se apartaba? —repitió Camellia con voz estrangulada—. ¿Y cuántas veces no lo hizo?

Tori sacudió una mano como si ese dato no tuviera importancia.

—Nos besamos un par de veces. Cammy estaba atónita.

—¡Y todo eso incluso antes de llegar a Inglaterra! Victoria, furiosa, se secó otra lágrima y respondió:

—Sí, bueno, nuestra llegada va a ser muy distinta a la que habíamos imaginado. Grant nos mintió. —Al ver la mirada de sorpresa de su amiga, le contó los detalles—: Cuando el abuelo muera, él heredará la mansión. Se quedará con la casa y las tierras de la familia.

Camellia se frotó la sien.

—¿Y por qué Belmont aceptó tal trato?

—Porque está arruinado —respondió la chica con tristeza.

Ésa era la última posesión que le quedaba.

—Pensemos un momento —sugirió la otra. Grant se ha pasado más de un año buscándote. Se merece una recompensa.

Tori sacudió la cabeza.

—Pero está mal, y seguro que él también lo cree. ¿Si no, por qué me lo ocultó? —Se puso de pie y se acercó al pequeño ojo de buey del camarote. Cammy, por primera vez desde que tengo uso de razón, con él me sentí segura. Pero todo era mentira. Ni siquiera sabemos qué vamos a encontrarnos cuando lleguemos. Y pensar que tenía tan buena opinión del capitán Sutherland. Fingió ser un caballero, con honor y principios. —Apoyó una mano en el frío cristal. Y yo me lo creí, pero ahora ya no volveré a bajar la guardia.

—Tori, ¿Y si estás embarazada? —preguntó Camellia con suavidad.

La joven se quedó en silencio durante un rato, insegura de la respuesta. No podía describir los sentimientos encontrados que se agitaban en su interior sólo de pensado: alegría, tristeza, preocupación y remordimientos. Se dio media vuelta para mirar a su amiga.

—Pronto lo sabré; la semana que viene, o eso creo.

Cammy asintió, y ambas estuvieron de acuerdo en posponer la conversación hasta saber a qué atenerse.

Así pues, la señorita Scott pasó el resto de la semana siguiendo su nuevo régimen, mientras Tori e Ian trataban de dar con el mejor método para conseguir que la enamorada del joven lo perdonara por haber desaparecido durante tanto tiempo. A Victoria esas conversaciones sólo conseguían ponerla más triste. A Ian le encantaba hablar de los grandes ojos grises de Erica, de su aguda inteligencia, de su timidez. Al menos un miembro de aquella familia sí estaba enamorado.

El chico estaba impaciente por presentarle Tori a Erica, así como a sus hermanas y al resto de su familia. Estaba convencido de que todos la querrían tanto como él. Cuando ella le dijo que le hubiese encantado tener hermanos, Ian le prometió que pronto tendría tres, las suyas, y cuatro si contaba a Erica; y que en Serena encontraría una tía muy peculiar pero a la vez encantadora.

A veces, Tori tenía la sensación de que Grant la observaba y siempre lo sentía cerca. Pero jamás le decía ni una palabra, excepto el día en que ella supo por fin que no iba a tener un hijo suyo.

—Victoria, me gustaría hablar contigo.

Ella tomó aliento y lo siguió hacia su camarote; una vez allí, se sentó en el extremo de la cama. Tras cerrar la puerta, él lo hizo en una silla, frente al lecho. Los azules ojos de Grant la miraban como si estuviera muy preocupado, y eso le hizo muy difícil mantener la indiferencia. Pero bueno, antes ya se había equivocado mucho con él. Por lo visto, era una muchacha tan ingenua como todo el mundo creía. A continuación, se acordó de sus patéticos intentos por seducido y se sonrojó.

—Quería preguntarte si... si tú... si ha habido algún cambio...

Victoria sabía lo que Grant trataba de decir, y parte de ella quería hacérselo pasar mal y obligarlo a formular la pregunta, pero al final no lo hizo.

—¿Si estoy embarazada?

—Sí.

—¿Acaso te importa? —replicó, apretando la sábana entre los dedos.

—¿Que si me importa? ¿Cómo puedes dudarlo?

—¿Qué harías si lo estuviera?

—Me casaría contigo —contestó con voz gélida. Sin perder ni un segundo.

—Pues yo no me casaría contigo por nada del mundo —dijo ella mirándolo a los ojos.

El hombre apretó los labios, como si así pudiera contener su ira.

—Esto ya pasa de toda medida. No sé qué hice para que estés así conmigo, pero de ningún modo permitiré que un niño inocente pague las consecuencias. ¿O es que convertirías a mi hijo en un bastardo sólo para vengarte de mí?

—¡Tú, tú, tú! —estalló ella. ¿Por qué todo tiene que girar a tu alrededor? ¿Crees que me paso la vida pensando en cómo vengarme de ti? Pues te equivocas de medio a medio, porque la verdad es que no pienso en ti ni un segundo.

—Entonces, ¿por qué?

—Porque no quiero pasarme el resto de la vida contigo. Tenías razón desde el principio. No eres el hombre adecuado para mí. No he conocido a los suficientes como para poder saber qué es lo que quiero. Y ahora, que tendré la oportunidad, estoy segura de que habrá alguien mucho mejor. No, no quiero casarme contigo.

Grant apretó los puños.

—Si estás embarazada no te quedará más remedio. ¿Y acaso crees que tú eres mi mujer ideal? Te aseguro que no, pero me casaría contigo para evitarle cualquier perjuicio a nuestro hijo.

Oh, ella ya sabía que no era su mujer ideal. Sólo era una salvaje. Pero antes de echarse a llorar, dijo: —No.

—¿No, qué?

—No estoy embarazada.

Él se quedó mirándola con los ojos llenos de... ¿dolor? —Muy bien, Victoria —dijo tras soltar el aire que contenía en los pulmones. Sólo quería asegurarme.

—No hay ningún bebé. Cuando lleguemos a Inglaterra, podremos seguir cada uno por su lado.

Grant volvió a mirarla una vez más antes de irse, y no ocultó lo confuso que se sentía. Tori ignoró el dolor que le desgarraba el corazón y se dijo, por enésima vez, que era mejor así.