CAPITULO 11

LA pesadilla la asaltó con más fuerza que nunca, incluso podía oír los crujidos del barco con toda claridad. Le daba un vuelco el estómago a cada ola que embestía contra la popa, y cuando Tori abrió por fin los ojos, no fue para salir de ese horrible sueño, sino para entrar en él con todos sus sentidos...

Cammy la estaba mirando con una voluntariosa sonrisa dibujada en el rostro, pálido por el mareo. Tori, incapaz de disimular el pánico que sentía, salió de la cama sin preocuparse por su aspecto. Hasta ese momento, jamás había entendido la expresión «estar mareada como una sopa».

Se sentó demasiado rápido, lo que le provocó un fuerte dolor de cabeza.

—Cammy —musitó—, ¿qué ha pasado?

—Te desmayaste y te diste un golpe en la cabeza.

¿Desmayarse? ¿Ella?

—Me refiero a ti, ¿qué te ha pasado a ti?

—Estoy mareada —dijo riéndose—. Tiene gracia, no me encuentro bien ni en la isla ni el barco.

—No digas eso, seguro que se te pasará. —Sus optimistas palabras no respondían a sus pensamientos. Era obvio que su amiga estaba agotada, y que tenía que acostarse. El barco se volvió a balancear, pero Tori se levantó y se dirigió hacia el lavamanos lleno de agua que había en el camarote.

—¿Qué haces?

—Tratar de despertarme. —Otra ola sacudió el navío, y el agua del recipiente la salpicó. «Trata de no pensar en el viento. Finge que no te das cuenta de cómo crujen las tablas bajo tus pies.»

—¡Tienes que descansar! —replicó Cammy enfadada.

—Iba a decirte exactamente lo mismo.

—Pero tú te has hecho daño... —Las últimas palabras no llegaron a salir de entre sus apretados labios. A pesar de sus esfuerzos por evitarlo, corrió hacia un cubo y vomitó.

Tori le acarició el pelo, y tuvo que concentrarse para reprimir sus propias náuseas. Fue horrible. Empezó a sudar, se le entrecortó la respiración, y tuvo que apretar con fuerza la mandíbula. Sabía que, cuando una persona se entregaba al mareo, ya no paraba de vomitar hasta que no podía ni moverse. Los marinos llamaban a ese estado «el infierno del marinero».

Grant se había mantenido alejado de Victoria tanto como había podido. Ahora, no le pasaban por alto las miradas que le lanzaba la señorita Scott cada vez que entraba en el camarote. Y si utilizaba la excusa de que como capitán era su deber velar por el estado de salud de sus pasajeros, la mujer se burlaba de él.

Al acercarse a la puerta esa vez, le pareció oír voces. Por fin la joven se había despertado. Dio unos golpecitos para llamar, y oyó cómo la señorita Scott decía:

—Si ese hombre vuelve a venir una sola vez más... —Abrió la puerta y le dijo—: ¡Váyase! Está bien. Ya está despierta. «Maldita, mujer.»

Grant no quería que Victoria supiera que había ido a verla varias veces. Estaba ya a punto de dar media vuelta cuando, al parecer, la señorita Scott se lo pensó mejor y lo llamó.

Entró en la estancia, saludando con un seco movimiento de cabeza.

—Necesito hablar con usted, capitán —dijo Cammy, y Victoria frunció el cejo al escucharla—. Tiene que sacar a Tori de este camarote; se va a contagiar de mí si se queda aquí.

—No pienso irme —respondió la otra abriendo los ojos.

—Pues claro que te irás —afirmó la señorita Scott con una autoridad que Grant no habría sospechado jamás.

—Éste es un barco carguero —explicó—. No tenemos camarotes libres.

—Entonces, me iré yo. Me instalaré en otro sitio, en el pasillo si hace falta. No me importa —insistió Cammy. —Ven conmigo, Victoria —le ordenó Sutherland.

—¡He dicho que no pienso moverme!

La señorita Scott se puso de pie como si fuera a decir algo.

Grant cogió a Tori por el brazo.

—Lo único que conseguirás poniéndote así será preocuparla aún más. Y eso no le conviene.

—Tiene razón —confirmó la institutriz sentándose de nuevo.

—¿Puede saberse a qué se debe tanto escándalo? —preguntó Ian desde la puerta.

—Quiere que deje sola a Cammy —explicó Victoria, mirando acusadora al capitán y a su querida amiga. —Para que no se contagie —aclaró Grant.

Su primo los miró a ambos y sopesó la situación.

—Yo había pensado pasarme el día haciéndole compañía a Cammy, ya sabes, para contarle todas mis fascinantes aventuras.

La chica sostuvo la mirada del joven durante unos largos segundos... —Hazle caso, Tori —le ordenó la señorita Scott—. El tiene el estómago de acero. Y así tú podrás descansar hasta que te encuentres mejor.

—Victoria, estaremos bien —la tranquilizó Traywick—. Ya cuidé de ella antes de que subieras al barco. Y si tú también te pones enferma, tendré que hacer de enfermero de las dos.

Ella decidió que podía confiar en Ian y, tras sacudir la cabeza, permitió que entrara en el camarote.

—Bueno, Cammy ¿por dónde íbamos?

—Tú ibas a contarme una de tus exageradas aventuras —contestó la señorita Scott—, y yo iba a vomitar lo poco que he desayunado.

—Ah, pues, ¿a qué estamos esperando?

Sutherland tiró con suavidad de Victoria hacia la puerta, y cuando consiguió que saliera, la cerró con suavidad. Al ver por el ojo de buey la inmensidad del océano, le temblaron las piernas, y Grant se reprendió interiormente por su estupidez, colocándose entre ella y la vista mientras la acompañaba a su propio camarote.

Una vez dentro, le pareció ver que se relajaba un poco, y la miró observar la estancia. Se preguntó qué le parecería. La espartana alcoba no tenía ningún objeto decorativo superfluo, pero a pesar de no ser vistosa, era elegante.

—Lo único que le pasa a la señorita Scott es que está mareada. Ian se asegurará de que esté cómoda —dijo.

—Lo sé —contestó ella, y luego añadió—, si no, no me habría ido. —Se dio media vuelta hacia las estanterías llenas de libros y se quedó sin aliento—. Es precioso —suspiró—. Y está intacto. —Tiró del ejemplar de Robinson Crusoe y enarcó las cejas—. ¿Te estabas documentando?

El hombre irguió la espalda.

—Tengo que volver al trabajo. Mandaré que te traigan algo de comida cuando te sientas mejor.

Victoria volvió a colocar el libro en su lugar y asintió, pero él siguió sin moverse de donde estaba.

—Nos diste un buen susto —dijo a continuación sin poderlo evitar. Por suerte, el comentario sonó relajado, y Grant confiaba en que no delatara lo angustiado que había estado.

Victoria se sentó en el extremo de la cama, era la primera mujer que entraba en su camarote. —¿Estabas preocupado por mí? «Tanto que no podía ni dormir.» —Te diste un buen golpe.

Al verla deslizar los dedos por las sábanas, no pudo evitar imaginársela entre ellas, relajada después de hacer el amor. Se dio cuenta de lo mucho que le gustaba verla allí, en su cama, y se obligó a irse. Al fin y al cabo, tenía un barco que hacer funcionar.

Al atardecer, el mar se embraveció, y cuando Sutherland regresó a su camarote para coger el chubasquero, encontró a la joven, sentada en la cama, tiesa como un palo, agarrándose a las sábanas con los puños y con expresión aterrada.

—Victoria, me temo que se nos está echando encima una borrasca.

—Vaya —replicó ella sarcástica—, ¿no me digas? No me había dado cuenta.

—No tienes nada que temer. Te mantendré a salvo.

La muchacha siguió como estaba, como si no le hubiera oído. ¿Acaso no le creía? ¿Creía que no era capaz de mantener su palabra? Le dolió sólo de pensarlo.

—Tienes que serenarte. Ésta es sólo la primera tormenta, seguro que habrá más, y las habrá incluso peores. Tienes que ser fuerte.

—¿Ser fuerte? ¿Así que lo único que tengo que hacer es ser fuerte y ya está? ¿Y crees que basta con pedirlo? De acuerdo. De paso, pediré también un genio de las matemáticas. —Levantó las manos—. ¿Lo ves? Ya está. —Pero al darse cuenta de que Grant la miraba preocupado, añadió—: La verdad es que no quiero ser fuerte.

El barco se ladeó hacia la derecha y Victoria se cayó tumbada en la cama. Cuando, con un golpe seco, el navío se estabilizó de nuevo, Tori gimió y empezó a llorar. Al ver las lágrimas resbalando por sus mejillas, Grant se alarmó.

—¡Estoy harta de fingir que soy fuerte cuando en realidad estoy muerta de miedo!

En el pasado, siempre que Sutherland veía a una mujer llorar, solía escaquearse con un «Te dejo sola para que te recompongas». Pero ahora no podía soportar la idea de que la chica estuviese pasándola tan mal.

A pesar de lo que creyera todo el mundo, Grant tenía sentimientos. ¿Acaso el día anterior mismo no se había rendido a la necesidad de cogerla entre sus brazos cuando se desmayó en cubierta? En aquel momento, aun sabiendo que lo necesitaban en el puente de mando, dijo:

—Puedo quedarme aquí contigo un rato, si no quieres estar sola.

Victoria dudó unos segundos pero luego le ofreció la mano con timidez, pidiéndole que se sentara a su lado. Así lo hizo él, y ella se le acercó y lo miró con tanta gratitud en los ojos, que éstos incluso le brillaron.

En voz muy baja y calmada, Grant le explicó a qué respondían todos los sonidos y quejidos que resonaban en el barco.

—Eso ha sido la vela hinchándose por una ráfaga de viento...

Ese golpe que acabamos de oír ha sido una polea suelta que alguien va a sujetar en cualquier momento... No, no, cuando las maderas crujen así es bueno. Significa que se adaptan a los movimientos del timón, como tiene que ser.

En una sacudida especialmente fuerte, Victoria cogió una de las manos de él entre las suyas y se la llevó al pecho. Momentos más tarde, apoyó la cabeza contra su hombro.

Grant no supo cuánto tiempo permanecieron así, pero cuando la oyó respirar regularmente, comprobó que se había dormido y la acostó en la cama. Se levantó, la tapó con las sábanas y se fue a luchar contra la tormenta mientras farfullaba entre dientes que tenía una promesa que cumplir.

Tori se despertó aún alterada por los acontecimientos de la noche anterior. Aquella tormenta tampoco había conseguido acabar con ella. Y el capitán le había demostrado que, en el fondo, era un buen hombre. Por primera vez en muchísimo tiempo, se había sentido segura. Él era tan alto y fuerte, y estaba tan convencido de que podía protegerla, que ella misma empezaba a creerlo.

Tormentas, naufragios, marineros sin escrúpulos, desprendimientos de rocas... no paraban de sucederle desgracias, pero a pesar de todo seguía con vida. Victoria empezaba a sospechar que era indestructible, y ahora estaba decidida a seguir adelante. Se arrodilló delante de su baúl y se quitó el colgante. Besó el anillo a modo de despedida y, como el tesoro que era, lo envolvió en un pañuelo y lo guardó. A pesar de que su madre le había dado ese anillo, a ella no le correspondía llevarlo.

Ya iba a levantarse cuando sus ojos empañados se fijaron en el diario, que Sutherland había guardado con el resto de sus cosas. Se veía pesado... lleno de recuerdos.

Y cuando algo pesa demasiado y te impide avanzar, lo mejor es abandonarlo en el camino.

Sacó un vestido de los más bonitos que encontró y se vistió con prisas. Luego, con el diario bajo el brazo, fue en busca del capitán. No le gustaba pasear por el barco, pero decidida a no dejarse vencer por el miedo, se dispuso a salir, y no tardó en encontrar a Sutherland hablando con Traywick.

—Capitán —dijo antes de llegar a él.

Grant dio media vuelta sin ocultar lo sorprendido que estaba de verla.

—No creía que quisieras levantarte, y mucho menos para salir a dar una vuelta por cubierta.

—Quería darte las gracias por lo de anoche. Él abrió la boca, pero la volvió a cerrar. —Yo... tú...

—Sólo quería agradecértelo —lo interrumpió ella—. Adiós.

Y se fue. Ian hizo entonces uno de sus comentarios consiguiendo que su primo lo mandase al infierno.

La siguiente parada de Victoria fue para mirar cómo las olas golpeaban la panza del barco, y se quedó allí pensando en cuánto había cambiado su vida en los últimos días. Ahora podía empezar de cero, hacer lo que deseara. Al llegar a Inglaterra, podía reinventarse, ser quien quisiera ser. Una chica asustada, abrumada por las tragedias del pasado, o bien una muchacha decidida que se atrevía con todo lo que el destino le ponía por delante. Sonrió. Sabía qué decisión tomar.

Alzó la barbilla y miró hacia el horizonte. La pasada noche, el océano había hervido de furia, y ahora estaba tan calmado que parecía un espejo. Pero ella seguía allí, ilesa.

—¿Eso es todo de lo que eres capaz? —espetó, desafiante. Y sin pensarlo dos veces, tiró el diario al mar.

Hecho esto, se dirigió hacia el camarote de Cammy. Sus pasos inseguros se volvieron osados al atravesar la cubierta y se atrevió incluso a reseguir la barandilla con un dedo. Llegó a la puerta, golpeó y la abrió con una puntada de una de sus nuevas botas. —Buenos días.

A duras penas, Cammy logró entreabrir un ojo. Frunció el cejo y miró para ver quién se ocultaba detrás de Tori...,

—¿Has venido sola hasta aquí? —Al ver que la chica asentía, insistió—: ¿Has cruzado el barco tú sola?

Victoria se acercó al extremo de la estancia y abrió un respiradero que había en el techo. —Así es.

La otra se quedó boquiabierta.

—¿En serio? ¿Eso quiere decir que ya te parece mejor todo lo que nos ha sucedido?

Tori se encogió de hombros y se sentó.

—Sé que Sutherland nos llevará de regreso, sanas y salvas. Y supongo que si estuviera destinada a morir en un naufragio, a estas alturas eso ya habría pasado. —Miró a Cammy y vio que tenia mejor color—. ¿Cómo te sientes hoy? .

—He tomado un poco de té con algunas galletas. Me Siento mejor. —Hizo un esfuerzo para incorporarse—. ¿Ya no estás enfadada porque el capitán me hiciera embarcar? Parecías estar a punto de morderle...

Al recordar cuándo le había cogido la mano la noche anterior, la joven se sonrojó. Era una mano tan fuerte y rugosa, llena de durezas por el trabajo en el mar, pero había acariciado las de ella con ternura.

—Entonces creía que era un ser despiadado, pero ahora entiendo que tenía motivos para hacer lo que hizo. —Ella sabía lo que se sentía al estar dispuesto a hacer cualquier cosa para conseguir lo que se quería—. Ahora le entiendo mucho mejor.

—Quiero que sepas que conmigo ha sido muy educado.

—Cammy frunció el cejo—. Bueno, excepto ayer, cuando no dejaba de venir por aquí sin cesar. Jamás había visto a un hombre tan preocupado.

—Pues claro que estaba preocupado. Si me pasa algo malo, no recibirá su recompensa.

—No era eso. Traywick me ha dicho que es un hombre muy decente. —A continuación bajó la voz—. Sutherland siente algo por ti.

—¿Por mi? —preguntó Tori interesada—. ¿A qué te refieres? Su amiga sonrió.

—Tú no viste la cara que puso cuando te desmayaste. Está enamorado. —Y por encima de las protestas de Tori, añadió—: ¿Acaso no te has dado cuenta?

Él la había besado en la isla. La había besado con una desesperación que jamás se habría imaginado, y la había acariciado... como si quisiera aprenderse su cuerpo de memoria. Sintió un escalofrío.

—Se pasa la mayor parte del día lejos de mí, y cuando me ve se muestra frío y distante.

—Ian cree que haríais muy buena pareja.

—Tú y Traywick parecéis entenderos muy bien —dijo Victoria para cambiar de tema—. Muy bien —repitió, guiñándole un ojo.

—Somos amigos. Si, ya sé que es muy guapo, y que es encantador, pero es demasiado joven. —Con una mirada de complicidad, añadió—: Si te soy sincera, a mí siempre me han gustado mayores. —Alisó las arrugas de la sábana sobre su regazo— Además, su corazón ya tiene dueña. Está completamente enamorado.

Tori se apoyó en el panel de madera que había a su espalda. —¿Cuándo puedo volver a instalarme aquí?

Cammy la miró como si estuviera a punto de confesarle algo realmente horrible.

—Ya, sabes, este camarote es muy pequeño. Demasiado para que se alojen en él dos personas, y mucho menos dos mujeres. —Y tras esas excusas, dijo la verdad—: Además, Ian se sienta en tu cama cuando viene a leerme.

«Increíble.»

—¿Me vas a echar por ese traficante de té?

Y como si hubiese aparecido por arte de magia, Traywick entró en la habitación.

—Tienes mejor aspecto que ayer —dijo sonriéndole a Victoria y fingiendo no haber oído su último comentario.

—Ella es una superviviente —explicó Cammy orgullosa—. Es un don. —Miró el libro que el guapo seductor sostenía—. ¿Vas a leer me un rato?

El joven asintió, y Tori empezó a levantarse.

—Ni hablar, Victoria —dijo él—. Quédate, por favor.

La chica volvió a sentarse con las piernas cruzadas en un extremo del lecho y, consciente de lo irascible que la había visto, Ian se sentó en el otro extremo.

—¿De qué estabais hablando?

—Antes de hablar de ti, hemos estado comentando que al capitán Sutherland le gusta Tori —respondió Cammy.

Victoria se quedó boquiabierta y la otra se encogió de hombros. Traywick apoyó la espalda contra la pared, y descansó los pies en el colchón de la señorita Scott.

—Me encanta el tema. —Le sonrió a la joven—. Gracias a ti, ya no sabe qué es el derecho ni el revés.

—¿Por qué estás dispuesto a hablar de él con nosotras? Es tu primo —dijo ella desaprobando su actitud, y entonces añadió—:

Deberías mostrar más lealtad.

—Tal vez pretendo hacer algo más que cotillear —replicó Ian—. ¿Y si te dijera que tengo mis motivos? —¿Y cuáles son?

Dudó unos segundos antes de responder:

—Cuando Grant salió corriendo detrás de ti... fue la primera vez que le vi hacer algo impulsivo desde que era un niño. No tenía sentido, no era lógico, pero creo que nada ni nadie hubieran podido detenerlo. —La miró sin ocultar lo que pensaba—. Le convienes. Le hará bien estar contigo.

Ruborizada, ella se apresuró a preguntar: —¿Y por qué te importa tanto eso?

La máscara de indiferencia del joven se derrumbó por completo.

—Mira, preciosa, mi primo se está muriendo por dentro. A estas alturas se ha convertido ya en un hombre muy frío a no ser que algo cambie, se congelará por completo, o todo el fuego que queda en él lo hará estallar por los aires. —Fijó la mirada en la de Tori—. No quiero estar cerca de él cuando ocurra ninguna de esas dos cosas.

Abrió el libro y carraspeó para empezar a leer, como si no hubiera dicho nada, como si sus palabras no la hubieran estremecido hasta el tuétano. Aunque Cammy y él protestaron, ella se fue sin poder dejar de pensar en Sutherland. Tori sabía que Traywick tenía razón. Aquel hombre estaba hirviendo a fuego lento... igual que un volcán.

Pensó en la noche en que la besó, recordó el modo en que sus labios se habían apoderado de los de ella, en cómo la había sujetado por los hombros. La promesa que había en sus ojos cuando se apartó. ¿Qué era lo que en realidad le estaba prometiendo?

Se permitió imaginar lo que habría pasado si no se hubieran separado, o si Traywick no los hubiera interrumpido en la cabaña. Mentía al decir que había estado medio dormida mientras se acariciaban. Estaba bien despierta, y el corazón le había latido desbocado con cada una de sus caricias, había gemido al descubrir cada una de las texturas del cuerpo de él, sus besos la habían hecho desear...

De regreso en su camarote, Tori empezó a revolver sus pertenencias, ansiosa por saber más cosas sobre él. Era culpa suya que tuviera que recurrir a medidas tan desesperadas, razonó para sí misma. Si estuviera dispuesto a abrirse un poco, ella no tendría que hacer algo tan deshonroso. Por otra parte, Sutherland había leído su diario, así que tenía todo el derecho del mundo a curiosear un poco.

Se pasó horas escudriñando cada rincón de su escritorio, inspeccionó un montón de aburridísimos documentos náuticos y leyó una pila de viejas cartas que había en el fondo de uno de los cajones. En una de ellas, su madre depositaba toda su confianza en él, y decía: «Si esa familia está viva, tú eres el único capaz de encontrarlos y devolverlos a casa sanos y salvos». En otra, su hermano le contaba con todo lujo de detalles el día a día del Keveral, y dejaba también claro que confiaba totalmente en él.

¿Acaso aquel hombre jamás se equivocaba? Según su familia eso era inconcebible.

También encontró muchos papeles llenos de anotaciones matemáticas indescifrables; incluso los puso del revés para ver si así lograba entenderlos. Junto a cada anotación, había el símbolo de la libra esterlina. Dinero. Si estaba tan obsesionado con él, tal vez estaba pasando apuros económicos. «Me pregunto si su madre lo sabe.»

Al final, optó por coger el ejemplar de Robinson Crusoe y leyó los primeros capítulos, en los que se cuenta cómo Crusoe pasó sus primeros días en el barco abandonado, buscando todas las herramientas posibles, y haciendo acopio de semillas. Eso habría estado bien.

Cuando lo dejó en la estantería, el libro que había al lado captó su atención. La geografía del mar, de Mattew Fontaine Maury. Estaba dedicado:

«Buen viaje, Grant. Te quiero, Nicole». ¿Te quiero? ¿Quién era esa mujer?

¿Y por qué a ella le importaba tanto? Pues porque tenía una mujer en casa y aun así la había besado, la había acariciado... ¡por eso! El estómago le dio un vuelco. ¿Y si estaba prometido?

Seguro que Traywick lo sabría. Le llegó su risa junto con la de un marino en la cubierta. «En la cubierta, junto con otros marinos.» Victoria se tragó sus miedos y caminó hasta donde Ian estaba sentado. Una vez allí, tiró el libro encima de la mesa que había frente a él.

—¿Quién es? —Señaló el nombre de la mujer con la uña.

—Tienes que apartar el dedo. Oh, sólo es... —Se detuvo antes de responder, y preguntó—: ¿Por qué quieres saberlo? —Es que me sorprende que haya alguien esperándole. El joven le sostuvo la mirada.

—¿No será que te duele un poco?

—No seas ridículo. Es que me molesta que él... que él... Bueno, ¡tú estabas allí! Me molesta que se tomara libertades conmigo cuando está enamorado de otra.

—Es Nicole Sutherland...

—¡Está casado! —exclamó.

—... la mujer de su hermano Derek. Se hicieron amigos cuando él los ayudó a reconciliarse.

Tori se derrumbó en la silla que había junto a la de Traywick.

Ahora sólo le quedaba otro misterio por resolver: ¿por qué se había puesto celosa? ¿Por qué Grant ya no la asustaba, sino que cada vez le parecía más fascinante?

Levantó la vista y vio al contramaestre mirándolos con atención. Ella apartó la mirada, pero aún estaba sonrojada cuando Dooley se acercó:

—Lady Victoria, me alegra ver que se encuentra ya mejor.

¿Necesita que le traiga algo?

—No hace falta —respondió ella, arisca.

—Estamos bien, Dooley —intervino Traywick—. Gracias.

El contramaestre se fue de allí tranquilo, igual que un perro que olvida que acaban de darle un puntapié.

Traywick miró a la joven, reprobador:

—Deberías darles una oportunidad a los marineros de este barco. No sé qué te ha pasado para que tengas tan mala opinión de esa profesión, pero estos hombres son distintos.

—¿En serio? —preguntó incrédula.

—Cuesta mucho trabajar para la naviera Peregrine. Sólo contratan a los mejores. No tienen ningún marino que haya estado en la cárcel, y tampoco ninguno de los que frecuentan burdeles, ni a miembros de ninguna banda.

—¿Miembros de una banda?

—Sí, muchos suelen trabajar en el mar durante una época para hacer algo de dinero. Grant sólo contrata a hombres que tengan familia.

—¿Todos estos hombres tienen familia?

—Excepto Dooley, que es viudo, y tal vez algún otro, pero sí. Para Grant es muy importante, para ellos es una gran oportunidad.

Mientras Tori aún estaba asimilando esa información, Traywick continuó:

—No me interpretes mal, a veces también son escandalosos, y se toman sus buenas botellas de ron, pero deberías ver sus literas. Las paredes están empapeladas con cartas de sus esposas y retratos de sus hijos.

La joven siguió a Dooley con la mirada, y vio que el hombre se paraba y ayudaba o trataba con amabilidad a todo el que se encontraba a su paso. Viudo. Y ella lo había tratado como al peor de los criminales. Suspiró y decidió que en adelante sería más atenta con él. De hecho, empezó a ver a todos los marineros con otros ojos. Ya se había dado cuenta de que siempre iban muy aseados, y que eran muy bien hablados, pero ahora se fijó en que además eran educados, y no se parecían en nada a las tripulaciones que había conocido antes.

—Sorprendente. —Se dio media vuelta y, al ver a Sutherland, comprendió que su opinión de él también había cambiado. Sopló un poco de viento y un mechón de pelo cayó en la frente del hombre. ¿Por qué le dieron ganas de sonreír al ver que él se lo apartaba de un manotazo?

—Ya que estás aquí, ¿te apetece jugar una partida de cartas? —preguntó Traywick.

—Sí, tal vez —respondió ella sin volverse.

Estaba tan ocupada mirando al capitán, que no oyó que Traywick decía:

—Cuatro a uno para Grant.