CAPITULO 25
—EL joven Sutherland es todo un caballero —les dijo Belmont a Tori y a Cammy mientras los tres jugaban una partida de cartas a media tarde. —Todo un caballero.
Victoria apretó las cartas con tanta fuerza que las arrugó como si fueran un trozo de papel barato. Se había pasado toda la mañana tratando de ocultar lo enfadada que estaba consigo misma y con Grant e, incluso cuando él no era el tema de conversación le había costado muchísimo lograrlo. No levantó la vista, pero sabía que tanto su abuelo como Cammy la estaban observando.
—Todo el mundo lo cree así —se obligó a responder. «Y todos están equivocados.»
Tenía que reconocer que Grant no tenía igual a la hora de hacerle daño o de hacerla rabiar. Por suerte, nadie la enfurecía tanto como él, y ahora que había salido de su vida... Frunció el cejo al ver que sus cartas se negaban a desdoblarse.
—Sí, sí, tiene una reputación intachable —añadió su abuelo.
Pero formuló la frase como si fuera una pregunta.
De repente, el anciano se dio cuenta de que ganaba la partida y Tori se salvó de tener que responder.
—Observad cómo trabaja un maestro —exclamó al mostrarles su mano ganadora.
Su nieta no pudo evitar sonreír.
Cammy se rió también, pero cuando Victoria propuso jugar otra partida, se levantó.
—Tendréis que hacerlo sin mí. Creo que iré a pasear para estirar un poco las piernas —dijo. —Además, no podría soportar otra derrota a manos de este tahúr. —y señaló al conde, que le respondió con una sonrisa. Agachándose, le dio un beso en la frente. —Tenga piedad de ella —le pidió antes de salir.
Cuando ya tenían nuevas cartas en las manos, el hombre retornó la conversación como quien no quiere la cosa.
—Confiaba en que vosotros dos os llevarais un poquito mejor. —Frunció sus pobladas cejas poniendo de relieve que esa vez no había tenido tanta suerte.
—Aceite yagua —comentó Tori suspirando—, eso es lo que somos. No hay dos personas tan poco avenidas como nosotros dos.
—Es una lástima. —Forzó una sonrisa. —Yo, bueno, confiaba en que os casarais y vivierais aquí.
—Si él no fuera tan tozudo, obstinado e incapaz de reír o de tener sentimientos, tal vez habría una pequeña posibilidad.
Belmont escudriñó el semblante de su nieta, pero ella se negó a desvelar nada más. ¿Qué podía decirle? ¿Que lo amaba más allá de la razón pero que él no le correspondía? ¿Que él quería un matrimonio sin amor? ¿Que ella había carecido de tantas cosas a lo largo de su vida que ahora se negaba a renunciar a ese sentimiento o a la posibilidad de encontrarlo?
—Entonces, tenemos que pensar en alguien más con quien puedas casarte. No puedo soportar la idea de abandonaros, a ti y a Camellia, sin nadie que cuide de vosotras.
—Sutherland me dijo que ya no quería Belmont Court.
—¿Qué? —El anciano se quedó tan sorprendido que bajó la mano y mostró todas sus cartas sin darse cuenta. —Eso es lo que me dijo.
—Tori firmé un contrato con él. Es vinculante. —Levantó las cartas y le hizo una mueca. —Confiemos en que sus acciones se ajusten a sus palabras.
Victoria no quería pensar en aquello. Quería pensar en cómo lograr que su abuelo ganara la partida sin que sospechara que ella había perdido aposta. Quería pensar en la creciente inquietud de Cammy y en cómo solucionarla.
Además, ella y Grant habían terminado. Que no la quisiera la había destrozado. Después de cerrarle la puerta en las narices y de darse cuenta de que esa vez era para siempre, había tenido que hacer esfuerzos para no llorar. Aunque él regresara y le declarase su amor de rodillas pidiéndole perdón, no volvería con él. Tori sabía que entre ellos había algo muy especial, lo sentía en cada poro de su piel, y... ¿él era capaz de dejarlo escapar? Señal que no se lo merecía.
Después de tomar el té con su abuelo, dejó a éste durmiendo plácidamente y paseó por la mansión observando todas las salas y habitaciones vacías.
—¡Eco! —gritó en la sala de baile. Y su propia voz le respondió. Podía imaginar el aspecto que debía de tener todo cuando su padre creció allí, o cuando él y su madre pasaban en la casa largas temporadas. Unas visitas que Anne recordaba con mucho cariño.
Regresó a la habitación de los niños que la señora Huckabee le había enseñado, y se volvió a quedar fascinada con las vidrieras que daban al jardín y que transformaban los rayos del sol en luces de colores. Pero a pesar de esos rayos, se estremeció. La habitación parecía pedir a gritos el sonido de las risas infantiles.
Durante su exploración, se topó con Cammy, que estaba de pie frente a una ventana. Aún no se había acostumbrado a verla tan llena de vida. El pelo le brillaba y tenía un color muy saludable.
—Cammy, estás muy guapa.
—Oh, me has asustado —contestó ella dándose media vuelta.
—Supongo que siempre ha sido así, pero hasta ahora no me he dado cuenta.
La otra se sonrojó, incrementando así el tono saludable de sus mejillas.
—Tori, no digas tonterías —replicó, pero se tocó el pelo, presumida.
Victoria frunció el cejo. Su amiga no había dejado de mirar por la ventana, y se dio cuenta de que ella hacía lo mismo muchos días. ¿Lo hacía Camellia por su mismo motivo?
—Cammy, ¿por qué miras por la ventana?
—He echado mucho de menos la campiña inglesa —contestó su amiga tratando de sonar relajada. —¿Por qué lo preguntas?
La joven no contestó, sino que se limitó a mirarla a los ojos. —Incluso una vieja solterona como yo puede sentirse sola a veces —reconoció Camellia poniéndose seria.
—¿Vieja solterona? —exclamó Victoria incrédula. —Pero ¡si aparentas veinte años! Cualquiera pensaría que somos hermanas.
Al ver la indignación de la muchacha, Cammy la abrazó sonriendo de nuevo.
—¿Lo ves?, ya estoy mejor. Eres una buena amiga, y aún mejor hermana, Tori.
—Contigo es fácil —dijo ella todavía preocupada.
Antes de que pudiera proseguir con la charla, Cammy cambió de tema.
—Deberíamos ir a ver si tu abuelo se ha despertado.
Sabía que Victoria quería estar el máximo de tiempo posible con el anciano. La joven aceptó de mala gana dar por terminada la conversación y asintió. Ambas sabían que al conde no le quedaba mucho tiempo.
—Hace unos días —dijo Serena entre sollozos y sacudiendo la cabeza—, Ian me dijo que quería presentarme a alguien al día siguiente, pero ya no volvió a aparecer por casa. Mandé a un lacayo a su vivienda, pero no le encontró. Un vecino me dijo que había visto cómo alguien dejaba inconsciente a mi hijo. —Reprimió un sollozo con su pañuelo. —¡Una banda de maleantes se lo llevó de marinero!
Grant vio que Derek hacía esfuerzos por no reírse. Y es que, en realidad, que Ian Traywick, su malgastador y consentido primo, tuviera que trabajar de vulgar marinero tenía gracia. Se podía decir que era el castigo que se merecía por todas las locuras que había cometido.
Amanda se sentó junto a su hermana, tan cerca como le fue posible teniendo en cuenta los aspavientos de la otra.
—Serena, tienes que calmarte.
Grant estuvo a punto de resoplar. Su tía jamás había hecho honor al nombre con que fue bautizada.
—Pensaremos en cómo encontrarle.
—Alguien tiene que ir tras él en seguida. Tendré espasmos en el cerebro hasta que lo vea de vuelta.
Grant articuló en silencio «espasmos en el cerebro» de cara a su hermano, que fingió que tosía contra su puño para reprimir la carcajada.
—¡Ya conoces a Ian! No soportará ni una semana aceptando órdenes de otra persona —señaló la mujer, llorando de nuevo.
Cuando todas las miradas confluyeron en Grant, éste inspiró hondo. Dado que se había pasado el último año con su primo, lo más lógico era que fuese él a buscarle. Por otra parte, había ignorado los continuos intentos que Ian había hecho de charlar y contarle lo que le estaba pasando. Grant no había sabido estar a la altura. Y la culpabilidad empezaba a asfixiarlo.
Soltó el aire que estaba reteniendo.
—Yo lo acompañé a casa esa noche, y él, bueno, estaba ebrio.
No sé por qué razón se aventuró a salir de nuevo en tal estado... tía Serena, iré a buscarle. Si se lo llevaron a un carguero no pueden haber ido muy lejos.
—Tienes razón —intervino Nicole. Y, mirando a Derek, añadió—: ¿Cuándo partiréis?
—Puedo ocuparme de esto yo solo —contestó Grant—. Estoy seguro de que Derek no querrá separarse de ti ni del niño.
Su hermano se relajó visiblemente, y, al parecer, dio el debate por zanjado.
—Ian también es tu primo, Derek —insistió Nicole—. Y te irá bien estar a solas con tu hermano después de tanto tiempo. Además, seguro que sólo os llevará un par de días dar con él.
Su marido exhaló de un modo muy ruidoso. —Tía Serena, no tienes de qué preocuparte.