CAPITULO 34

TORI gruñó interiormente al ver que la mujer recorría a Grant apreciativamente. Se atusó el brillante pelo rubio oscuro asegurándose de que lo llevaba bien, y le ofreció la mano sin mirar siquiera a Victoria.

—Miranda McClure —dijo.

Grant se la cogió y fue a besársela, pero ella la movió para estrechársela a la manera de los caballeros.

—Grant Sutherland —respondió incómodo. Seguro que no contaba con que Miranda fuera tan joven ni tan atractiva.

La mirada de la mujer se centró entonces en la joven, y en la amenaza que se veía en sus ojos azules, fríos como el hielo. —Usted debe de ser lady Victoria. Qué raro, no sabía que tuviese relación con Sutherland.

—Es mi prometida —respondió él acercándose más a Tori.

—Qué bonito —dijeron aquellos labios color rubí con sarcasmo.

—¿Dónde está el señor McClure?

—Mi padre murió hace algunos meses —contestó ella aparentemente afectada. —Ahora me ocupo yo de sus negocios.

Tori estaba a punto de darle el pésame, cuando Grant se le adelantó:

—Lo mejor será que no nos hagamos perder tiempo los unos a los otros. Sabemos que su padre estaba quedándose con la fortuna del conde para volver a prestársela luego a cambio de un astronómico tipo de interés.

Victoria se quedó atónita al ver cómo la mirada de pesadumbre desaparecía al instante de los ojos de la mujer sin dejar rastro. Miranda se encogió de hombros con coquetería.

—Me temo que así son los negocios. Y creo que dichos intereses han vencido precisamente ahora.

—¿Por eso provocó el incendio?

—¿No creerá en serio que vaya responderle a eso? —Fingió sentirse horrorizada. —¿Un incendio? ¡Dios mío! —Ahora se mantenía completamente inexpresiva—. Si lo hubiera provocado yo, jamás lo reconocería.

—Dejemos el tema. Se lo diré claramente. Usted sabe que en Londres el dinero puede comprar la justicia, y yo soy mucho más rico que usted.

—Oh, sí, ya he oído hablar de las ilimitadas arcas de los Sutherland. He sabido incluso que tiene una mina de oro en Surrey. —Le sonrió. —De hecho, se me había pasado por la cabeza casarme con usted cuando regresara.

Tori se puso tensa, y el único motivo por el que no le dio una bofetada fue la cara de disgusto de Grant.

Miranda la miró y sonrió divertida.

—Esconde las uñas, querida. Es evidente que lo tienes bien atado.

—Basta —cortó Sutherland enfadado. —Creía que podríamos llegar a un acuerdo, pero es obvio que una mujer como usted tiene que ir a la cárcel.

Por primera vez, aquella piel dorada palideció, y la señorita McClure abrió los ojos un poco asustada...

—¿Qué cree que le pasaría a una mujer como yo en ese lugar? Fue Tori quien contestó:

—Que la corromperían. —Chasqueó los dedos como si acabara de darse cuenta de algo. —Un momento, ya es demasiado tarde para eso.

Al verla fulminar a Victoria con la mirada, Grant dijo:

—Ya lo he puesto en marcha. —y se dio media vuelta para dirigirse con Tori hacia la puerta... —¡Espere! —Miranda lo cogió por el brazo. —¿Y Si les devuelvo... la mitad de lo que se supone que me deben?

Él la miró incrédulo.

—Demasiado tarde. Si va a la cárcel, recuperaremos todo el dinero, y tendremos la satisfacción de saber que está entre rejas. —¿Y si se lo devuelvo todo? —Al ver que él seguía inamovible, añadió—: ¿Y si tuviera cierta información?...

—¿Sobre qué?

—¿Sobre dónde está su querido primo Ian? —Se golpeó la mejilla con los dedos. —No es un lugar nada recomendable, me juego lo que quiera a que, en estos momentos, ese chico está rezando para que alguien vaya a salvarlo.

Grant la cogió por el hombro. —Hable.

Miranda McClure consiguió aguantar, e incluso le miró la mano con reproche. —¡Hable!

—¿Trato hecho?

Él la soltó.

—¿Cómo sé que no volverá a atacarnos?

—Nunca lo hubiera hecho de haber sabido que un... —miró a Tori y prosiguió— Sutherland estaba detrás de todo. —Le puso la mano en la solapa, pero cuando él la miró gélido, la apartó—: Sé muy bien que no hay que provocar a un animal enjaulado.

—Quiero que me dé ahora mismo toda la información que tenga. Luego nos acompañará al banco.

Al oír la palabra «banco», la mujer hizo una mueca de dolor. —De acuerdo. Pero quiero seguir comerciando con la lana de Belmont Court.

—¿Está usted loca? Nos pasaríamos la vida vigilando que no volviera a robarnos.

—¿Y no harán lo mismo se la vendan a quien se la vendan? Yo ya sé que no puedo hacerlo, el nuevo tal vez vuelva a intentarlo.

—Olvídelo.

Victoria le dio un golpecito en el hombro.

—Grant, escuchemos primero lo que tiene que decirnos. Su sugerencia es retorcida, pero tiene cierta lógica.

La mujer le sonrió, y Tori tuvo la sensación de que más tarde le devolvería el favor. Pero lo más raro fue que supo que ella misma se lo exigiría.

—Ian está a bordo de un barco llamado Dominion, con base en Liverpool.

Los recorrió un escalofrío, incluso el nombre del navío sonaba ominoso.

Grant miró a la mujer.

—Mi hermano y yo le perdimos la pista en Francia.

—Su último puerto conocido fue Saint Nazaire, y luego partieron hacia Foochow —explicó Miranda. —¿China? —preguntó Victoria.

Grant asintió despacio.

—¿Y cómo sabe todo eso? —preguntó él mirándola de nuevo.

—Yo sé casi todo lo que pasa en los bajos fondos de esta ciudad.

—¿Quién le ha hecho eso a mi primo? —inquirió Grant.

—Como le acabo de decir, lo sé «casi» todo... —Miranda

McClure chasqueó la lengua al ver que Grant parecía no estar convencido del todo, y cogió su sombrero. —Ahora, a pesar de que me ha encantado su visita, ¿podemos, por favor, ir al banco para que les pague una fortuna y me dejen en paz? Al menos por un tiempo —añadió ella, para recordarles que esperaba que volvieran a hacer negocios.

Cuando la mujer entró en el banco de Cunliffe, al director sólo le faltó lamerle las botas, pero apenas se inmutó ante la enorme cantidad que ella retiró de sus cuentas. Tori se quedó atónita al ver que Miranda le acariciaba la barbilla y le susurraba:

—Volveré y lo repondré con creces, cariño.

Al salir del banco, y despedirse de ella, la joven no pudo evitar mirar atrás un par de veces.

—¿Crees que deberíamos haberle pedido más?

—Creo que le hemos sacado todo lo que podíamos —respondió Grant, negando a la vez con la cabeza. —Si la hubiéramos apretado un poco más, habría empezado a inventar excusas. Pero mientras tú estabas firmando los últimos papeles, he aprovechado para mandar una nota a la policía con toda esa información sobre Ian. Seguro que a partir de ahora también vigilarán a Miranda.

Ella asintió sin saber qué decir. Le dolía pensar en el joven allí solo y probablemente herido.

Grant aminoró el paso y la miró a los ojos.

—Escucha, Victoria, lo encontraremos —dijo sin asomo de duda.

Tori recordó lo que lady Stanhope le había contado sobre lo que le dijo Grant el día antes de iniciar la búsqueda de ella y su familia:

—Si están allí, regresaré con ellos.

Lady Stanhope le dijo que, aunque sabía que todo indicaba lo contrario, estaba segura de que su hijo lo conseguiría. Ahora la entendía perfectamente. Le bastó una mirada a los claros, poderosos y seguros ojos azules de su amado para dejar de estar preocupada. Encontrarían a Ian. Fin de la historia.

—Te creo —respondió ella cuando volvieron a caminar. Pero aunque ya no estaba preocupada, se dio cuenta de que se encontraban en una situación muy extraña; como si hubieran resuelto el problema que los mantenía unidos y ahora tuvieran que seguir cada uno por su lado.

—Esa mujer es temible —comentó Grant para llenar el silencio.

—Sí —convino la joven, contenta de tener algún tema de conversación, aunque fuera McClure—. Pero a pesar de ser rara, ambigua y complicada, creo que debajo de ese caparazón late el corazón de una mujer. De hecho, cuando la he visto he pensado que quizá te gustase.

Él se detuvo en seco y la miró ofendido. —No es en absoluto mi tipo.

Victoria lo miró a los ojos.

—Lo siento.

—No pasa nada.

Aquella conversación iba de mal en peor. ¿Qué se suponía que iba a pasar ahora? ¿Estaba Grant pensando en la noche tan maravillosa que habían compartido? Ella sí, y quería que fuera la primera de muchas más... si conseguían sobrevivir a aquella conversación. Tori se alisó la falda, y él se balanceó sobre los talones.

—Estarás impaciente por gastarte todo este dinero.

—Oh, sí, en especial después de haber estado tanto tiempo privados de... —Se detuvo. No quería hablar de lo que había sucedido aquellas últimas semanas. Eso ya había quedado atrás; formaba parte del pasado. Sacó un pedazo de papel de un bolsillo y leyó—: Tengo que comprarle a Cammy ropa nueva para que pueda hacerse unos vestidos, ya casi no le cabe ninguno, y un sombrero de verano para la señora Huckabee. —Meneó la cabeza y respiró hondo. —Cuando venga el buen tiempo, se morirá de calor con el que lleva ahora. Y el señor Huckabee necesita un bastón. Huck un par de botas. —Giró la página. —Ah, sí. Por aquí tengo apuntada la talla. Y tal vez podría comprarle algún juguete..., —Levantó la vista y vio que Grant la miraba de un modo extraño—. Puedo justificar el gasto. —Levantó la barbilla. Trabaja tan duro como el resto de nosotros, y se merece un premio.

Él le sonrió.

—Creo que deberías llevarle a Huck una tonelada de juguetes si eso te hace feliz. No era en eso en lo que estaba pensando.

Ella ladeó la cabeza y esperó.

—¿Has tomado nota de todo lo que necesita la gente?

—Sabía que cabía la posibilidad de que consiguiéramos un buen trato. Y alguien me dijo una vez que era importante planear bien las cosas.

La sonrisa de Grant se ensanchó.

—Seguro que era alguien muy inteligente. —Ella se rió, pero él la miró serio. —Victoria, yo también he hecho algunos planes. Mi familia llegará a la casa de la ciudad a mediodía, y seguro que Camellia y el barón también estarán allí.

Tori se quedó mirándolo, incapaz de creer que estuviera... nervioso.

Grant empezó a caminar de un lado a otro.

—Creo que podemos ser felices juntos. Quiero casarme contigo. Y deja que te diga que...

—Sí, casémonos.

—... te lo pediré una y otra vez hasta que... —Se detuvo. —¿Qué has dicho?

—He dicho que sí. Arrugó la frente.

—Pero yo creía que no querías casarte sin amor.

Ella eliminó la distancia que había entre los dos y deslizó las manos por los fuertes brazos masculinos. —Ah, pero tú me amas.

—Estás muy segura de ti misma, ¿no?

Tori le sonrió coqueta.

—Bastante, después de lo de anoche. Grant empezó a darse media vuelta.

—Entonces, supongo que no te hará falta escucharlo...

Ella se abalanzó sobre Sutherland y, sin importarle la gente que había a su alrededor, le rodeó el cuello con los brazos y se pegó a su pecho.

—Eso querré escucharlo siempre.

Él le apartó con mucho cariño un mechón de la cara.

—Te amo. Creo que te amo más de lo que es recomendable para mi salud mental —dijo, serio y solemne.

La joven supo, sin ninguna duda, que era la primera vez que Grant pronunciaba esas palabras. Sabía que era la primera vez que se enamoraba.

Y eso la afectó muchísimo. Ahora que había cambiado, podía incluso perdonarle que hubiera tardado tanto tiempo en darse cuenta.

Levantó la vista y entonces él le preguntó a su vez: —¿Y tú? No me tengas así, en ascuas...

—Claro que te amo. Te adoro. Creo que siempre te he amado, incluso cuando quería echarte por la borda. —Se le ocurrió una idea. —¿Podremos quedarnos en Belmont Court?

—Podemos vivir donde tú quieras.

—Quiero decir si podremos quedamos y sacar adelante la granja.

—Si necesitas a un granjero, yo soy tu hombre. —y le dedicó una de aquellas sonrisas que le detenían el corazón.

—¿Y qué pasará con la Peregrine?

—Nicole y Derek la han gestionado de maravilla. Y si quieren dedicarse a Whitestone, dejaremos que Ian se ocupe de la naviera cuando lo encontremos. Qué demonios.

Victoria lo miró embobada. Un año atrás, su astuto abuelo ya había tramado todo aquello.

—¿De verdad estás dispuesto a vivir conmigo en un pueblo lleno de octogenarios y con más ovejas de las necesarias, unas ovejas muy peculiares además, y una legión de Huckabee corriendo por todas partes?

—Si tú estás conmigo sí.

—¿En serio? —preguntó ella sin aliento.

—Haría cualquier cosa por ti —contestó Grant abrazándola.

Pero la joven lo apartó y le ofreció la mano.

—¿Socios? '

Él se la estrechó.

A continuación, Victoria tiró de él y, poniéndose de puntillas, le susurró al oído:

—Ahora que ya hemos resuelto esto del matrimonio, deberíamos establecer las bases de nuestra sociedad. Una y otra vez...