PROLOGO

DIARIO de Victoria Anne Dearbourne, 1848

17 de enero

Hoy se cumplen tres días de nuestra llegada a la isla. Mamá, la señorita Scott y yo sobrevivimos al naufragio del Serendipity, y navegamos a la deriva en un bote salvavidas hasta llegar aquí; una pequeña isla desierta al sur de Oceanía. Hacía semanas que el barco no se movía por falta de viento, y la temporada de tifones terminó por alcanzarnos. Mamá dijo que era como si el mar hubiera querido retenernos para ofrecernos a la tormenta.

Cuando las vigas empezaron a romperse, los marineros huyeron como ratones abandonándonos a nuestra suerte. Uno incluso empujó a mamá para pasar y ni siquiera se inmutó al ver cómo caía desde la cubierta hacia el bote salvavidas. Se ha roto la espalda, y también un brazo, pero es fuerte, y estoy convencida de que, si la ayudamos, saldrá de ésta.

Aún no hemos encontrado a papá. La última vez que lo vi fue en medio de la tormenta; estaba en cubierta, con un bebé en los brazos; de repente, me cegó la luz de un relámpago y luego ya no lo vi. ¿Está mal que desee que no hubiera ido a ayudar a ese niño y que se hubiera puesto a salvo? Eso fue lo que hizo el resto de aquella tripulación de cobardes. Pero no importa lo que yo desee, la verdad es que papá jamás habría abandonado a nadie.

Esta mañana, las olas nos han traído un montón de paquetes.

Mamá ha dicho que es cosa del destino, pero la señorita Scott dice que es cosa de la marea... la misma que nos ha arrastrado hasta aquí. Mamá siempre dice que, a pesar de tener sólo veinte pocos años, la señorita Scott es una chica muy inteligente, así que no sé a quién creer.

La señorita Scott y yo hemos arrastrado un par de baúles hacia la orilla, un barril lleno de agua, que ya nos hacía falta, un remo y otras cosas. Entre las cajas, hemos encontrado el recado de escribir del capitán; dentro había un cuaderno en blanco y un bote de tinta. La señorita Scott me ha dicho que tengo que apuntar todo lo que nos ocurre.

Seguro que lo hace para tenerme ocupada y que no me dé cuenta de lo mal que pintan las cosas. Pero me doy cuenta, y aunque intente concentrarme sólo en escribir y cuidar a mamá, no puedo dejar de ver los cadáveres que flotan junto a nuestro botín. El mar los ha destrozado.

Sé que la señorita Scott los ha arrastrado hasta la jungla y los ha enterrado; he visto el rastro que los cuerpos han dejado en la arena, y las manos de ella, llenas de llagas de tanto cavar. Lleva poco tiempo con nosotras y sé que intenta evitarme un mal trago, pero me gustaría que me dijera si uno de los muertos era papá.

18 de enero

Anoche mamá lloró por primera vez. Ella lucha por mostrarse fuerte, pero el dolor debe de ser casi insoportable. Llovía a cántaros y el viento soplaba enfurecido. La señorita Scott encontró un par de piedras de hacer fuego en el bote salvavidas, e intentó una y otra vez prender una hoguera. Era inútil, pero supongo que así se distrajo un poco. Cuando por fin se dio por vencida, se durmió allí mismo, de rodillas, con las manos llenas de cortes.

Mamá me ha dicho que tengo que ayudar a la señorita Scott, pues «es demasiado joven para asumir una responsabilidad tan grande».

19 de enero

Ahora me doy cuenta de que he escrito demasiado, y temo quedarme sin papel, aunque la señorita Scott me ha dicho que seguro que nos rescatarán antes de que eso suceda.

Por la tarde, la señorita Scott ha encontrado un mapa en uno de los baúles, y mientras intentaba averiguar dónde estamos me ha mandado al bosque en busca de leña para la hoguera... a pesar de que no tenemos con qué prender fuego. Cuando he regresado, ella y mamá estaban resignadas a pasar una larga temporada en la isla. Debemos de estar muy lejos de cualquier parte. A pesar de que tanto la señorita Scott como yo le hemos suplicado, mamá ha decidido dejar de beber su parte de agua potable.

20 de enero

Anoche soñé con papá. Los tres, mamá, papá y yo, reíamos mientras él me enseñaba a pescar y a hacer unos nudos. La risa de papá es maravillosa, al tener el pecho tan ancho, suena muy profunda y reconfortante. Quiere tanto a mamá que a veces parece relucir de amor. Cada vez que llegamos a un nuevo lugar, él y mamá buscan algún animal que no hayamos visto antes. Papá siempre se queda embobado mirando lo bien que mamá los dibuja, a pesar de que la ha visto hacerlo miles de veces para la multitud de artículos que han escrito juntos. Cuando ella termina el dibujo, papá lo guarda, y luego la estrecha entre sus brazos y empiezan a dar vueltas. Después, papá me sujeta a mí junto a su cintura y proclama que los tres somos, como mínimo, el mejor equipo del hemisferio. Hace poco, incorporamos a la señorita Scott para que me enseñara modal y matemática, y ella y mamá se han hecho amigas. Todo parecía perfecto.

Por suerte me he despertado antes que mamá y la señorita Scott, pues estaba llorando desconsolada. Me he secado los ojos, pero no he podido dejar de pensar en papá durante todo el día, y cada vez que lo hacía se me llenaban los ojos de lágrimas y me temblaba el labio inferior, como a los bebés con los que jugaba en el barco.

Cada día, mamá y la señorita Scott me repiten que tengo que ser fuerte, pero hoy parecían aún más insistentes. Y esta tarde, mamá me ha pillado llorando con la cara tapada, oculta tras las manos, como si fuera una niña pequeña. ¡Y ya tengo trece años!

Le he dicho que no sé si soy lo bastante fuerte como para hacer todo lo que debemos hacer en la isla. Sé que tenemos que construir un refugio. Intento recordar todo lo que he aprendido en nuestros viajes, pero ella y papá siempre se encargaban de las cosas más difíciles mientras yo jugaba en el agua con el resto de los niños.

Mamá me ha dicho que por supuesto que soy lo bastante fuerte. Me ha dicho: «Tori, recuerda que los diamantes nacen de la presión».

21 de enero

Los cortes y llagas que la señorita Scott se hizo en las manos no se le están curando, y las tiene tan hinchadas que no puede ni mover los dedos. Eso es muy peligroso en un clima como el de aquí. Creía que ya no podía preocuparme más de lo que ya lo estaba, y veo que no es así. Seguimos sin tener noticias de papá, pero tengo que creer que está vivo y a bordo de un barco enorme (mucho más que el odioso Serendipity) buscándonos.

22 de enero

Ahora que la comida y la bebida escasean no paro de soñar con que tengo hambre y sed. Así tal vez se me ocurra cómo encontrar más. La señorita Scott quiere adentrarse más en la isla para buscar algún lago o un poco de fruta, pero tiene miedo de dejamos solas en la playa, y tampoco quiere llevarme con ella hacia la oscura jungla. Los sonidos que oímos de noche nos han dejado claro que es mejor que no conozcamos a los seres que la habitan.

Esta tarde, mamá me ha pedido que me sentara junto a ella.

Con voz solemne me ha dicho que tal vez papá no haya sobrevivido. Escucharla decir eso ha sido como si me golpearan en mitad del pecho. No era real hasta que ella lo ha dicho en voz alta. Cuando he dejado de llorar, me ha mirado a los ojos y me ha dicho que pase lo que pase mi abuelo nos encontrará. Me ha asegurado que no descansará hasta lograr que regresemos a casa. Pero es demasiado anciano para viajar tan lejos, pero cuando se lo he dicho, mamá ha afirmado que mandará a alguien en su lugar.

22 de enero, por la tarde

Hemos decidido que iré con la señorita Scott. Cuanta más hambre tengo menos miedo me da la jungla. Pero tengo una sensación extraña, como si supiera que va a pasar algo. Es como si un montón de hormigas me subiera por la espalda. Algo va mal.

Casi me echo a reír. «Algo va mal.» Cómo si esto pudiera ir peor. He mirado a mamá y la he visto susurrar algo al oído de la señorita Scott. Pobre madre, ella que siempre ha tenido tanta consideración por los demás, ahora ni siquiera se da cuenta de que está apretando las manos heridas de la señorita Scott con demasiada fuerza. Ésta no se ha quejado y, aunque ha hecho una mueca de dolor, la ha escuchado con atención.

¿Voy a perder también a mamá?

Siento como si lo único que mantuviese mis peores temores bajo control fuese un tenue hilo. Y a veces me asusto a mí misma de las ganas que tengo de gritar y de tirarme del pelo hasta caer rendida. Tengo miedo de que mis miedos acaben aterrorizándome.

Partiremos hacia la jungla por la mañana.