CAPITULO 13
DESDE el primer día, y cumpliendo con su deber como capitán, Sutherland invitaba a sus pasajeros a cenar con él. Victoria y la señorita Scott nunca aceptaban. Ian siempre. Esa noche, la única que no había declinado su invitación había sido Victoria.
Mientras ella estaba haciendo compañía a la señorita Scott, Grant se acercó a Ian:
—¿Hay algún motivo por el que hoy no quieras cenar conmigo?
—La verdad es que me encantaría, y odio no poder acompañarte, pero estoy agotado.
—¿Agotado? ¿De qué? —preguntó su primo incrédulo.
—De distraer a nuestras invitadas —contestó el joven como si nada. Y al ver que Grant empezaba a alejarse, añadió—: Una cosita, he oído decir a Victoria que le encantaría poder bañarse.
Sin darse la vuelta, Sutherland levantó una mano para dejar claro que más le valía callarse. Pero a media tarde, cuando el mar estaba ya más calmado, Grant llamó a Dooley y, como un tonto, le dijo:
—¿Te importaría mandar preparar una bañera para lady Victoria?
—¿Un barreño? —preguntó Dooley.
Grant tuvo que hacer un esfuerzo para no ruborizarse de la vergüenza que sentía.
—No, una bañera.
—¿Con agua limpia, señor? —Dooley levantó las cejas.
Él asintió, y el contramaestre se dispuso a cumplir con el encargo. Sutherland se mordió la lengua para no pedirle que regresara. ¿Por qué estaba haciendo algo tan extravagante? «Porque sabes que ella quiere bañarse», fue la inquietante respuesta.
Se pasó todo el día hecho un manojo de nervios, pero a medida que iba acercándose la hora de la cena, se fue relajando. Se levantó cuando Tori entró en el camarote y casi se quedó sin aliento. Estaba preciosa. Con un vestido de seda color jade y con el pelo recogido en lo alto de la cabeza; era como una aparición. La ayudó a sentarse, y ella le sonrió. Dios, le encantaba que le sonriera así.
Empezaron a cenar, y le sorprendió ver que sabía qué cubierto utilizar en cada ocasión. Pero el modo en que lo hacia... Las puntas rechinaban contra la delicada porcelana de la vajilla a cada intento. Cada vez que cortaba un trozo de mantequilla lo hacía con demasiada fuerza, como si se hubiera olvidado de la poca consistencia de aquel acompañamiento.
Ella había aprendido todo aquello antes del naufragio, pero con tantos años sin practicarlo se había ido olvidando. Se esforzó por ser más delicada, pero la comida insistía en escaparse de su tenedor. Grant, preocupado, pensó que era como si hubiese aprendido a utilizar el arco y las flechas y llevara años sin hacerla. Era imposible que diera en el blanco.
Victoria levantó la vista y, al ver que él la observaba, se sonrojó, y a pesar de que tenía hambre apartó el plato. Ella siempre tenía hambre, en especial si se trataba de probar algo nuevo, pero esa noche optó por concentrarse en el vino.
Un grumete retiró los platos, y un incómodo silencio se instaló entre los dos.
—Tienes una tripulación maravillosa —dijo Tori.
Grant, que era consciente de ello, se limitó a asentir.
—Hay algunos con los que no hablo demasiado —prosiguió Victoria—, pero es porque, si lo hago, se pasan horas contándome las excelencias de sus hijos.
Él volvió a asentir también en silencio, de modo que ella volvió a intentar entablar otra conversación, y le preguntó cosas del tipo: ¿Cuál es tu estación del año preferida en Inglaterra? ¿Tienes un perro? ¿Te gusta jugar a las cartas? ¿Cuál es tu número preferido?
Pero a Grant jamás se le había dado bien eso de charlas, así que se limitó a darle respuestas como:
—Nunca lo he pensado. No. A veces. —Y, por último. No tengo un número preferido.
—Oh —dijo ella sin ocultar su decepción, pero en seguida volvió a la carga. Pues mi número preferido es el quince. Si quieres, podemos compartirlo.
—¿Por qué el quince? —preguntó él sin poderlo evitar.
—Era la edad que tenía cuando conseguí que nuestra cabaña resistiera las tormentas, cuando ya no tuve que volver a reconstruirla. —Suspiró y, con el dedo, recorrió el borde de la copa. Me gustó tener quince años. Fue una buena época.
Allí estaba él, sentado frente a una Victoria de labios sonrosados, pensando en su futuro y en cómo iba a resistir la tentación de besarla, cuando se dio cuenta de todo lo que ella había vivido. A los quince años, una chica tiene que pensar en vestidos y en recibir el primer beso en la mejilla. Y, en vez de eso, a esa edad, ella se alegraba de que su cabaña no fuera a derrumbarse con la primera lluvia.
—¿Cómo eras tú a los quince? —le preguntó la joven con voz lánguida por el vino.
A Grant le hubiera gustado responder que había sido travieso, y que había tenido a todos aterrorizados con sus bromas.
—Era serio y estricto, igual que ahora. Seguía a mi temible hermano mayor a todos lados, para evitar que cometiera más locuras.
Ella se rió y él frunció el cejo. ¿Qué le había hecho tanta gracia? El era verdaderamente serio y severo. Y suponía que lo había llevado a tal extremo que había acabado convirtiéndose en un hombre, cómo decirlo, aburrido. No era un tipo agradable, pero en aquel instante deseó ser la clase de hombre que pudiese gustarle a Victoria.
—¿Cuál es tu color favorito? —preguntó ella bebiendo un poco más de vino.
—El verde. El verde es mi color favorito.
—¡El mío también! —exclamó Tori sonriendo, y se inclinó hacia adelante para dejar la copa en la mesa y apoyar los codos sobre el mantel. El corsé se le entreabrió un poco, y la piel de encima de sus pechos quedó al descubierto. Grant se pasó una mano por los labios y la barbilla. ¿Eran imaginaciones suyas o ahora era más voluptuosa? Se la veía más rellenita, toda ella más suave, y, teniendo en cuenta los esfuerzos que ya tenía que hacer para resistir la tentación de tocarla, aquello no auguraba nada bueno.
Victoria se pasó la lengua por los labios para lamer de un modo inocente una gota que allí se le había quedado, y el deseo inflamó el cuerpo entero del hombre. «Voy a acabar haciéndole el amor sobre la mesa.»
Como si lo hubieran golpeado, se puso de pie de un salto y dijo:
—Te acompaño a tu camarote.
Victoria parpadeó perpleja y se levantó también.
—¿Te caigo mal? —Al ver que él la miraba atónito, añadió—: No te gusta estar conmigo. Mírate. Pareces impaciente por deshacerte de mí.
—Es complicado de explicar... —contestó él mesándose el pelo.
—¿Crees que alguien como yo no podrá entender tus razonamientos? —espetó ella ofendida.
—No, no es eso —se apresuró a decir Grant—. Es que... me gustas de un modo poco apropiado.
Las manos de ella, que habían estado moviéndose nerviosas, se detuvieron de golpe.
—Oh.
Estaba claro que no lo había entendido. Y era lógico, puesto que ni él mismo lograba entender lo que le pasaba. La cogió por el brazo y la acompañó hacia la cubierta. El viento soplaba a su alrededor, y Sutherland tuvo la esperanza de que eso lograra calmarlo un poco. Cuando llegaron a la puerta del camarote de Victoria, ella levantó los párpados, cuyas pestañas estaban húmedas, y lo miró como si tuviera que decidir algo. O como si esperara que él hiciera algo.
«Aléjate de ella. Mantenla lejos de ti; tienes que alejarte de la tentación.»
—Buenas noches —optó por decir.
—Gracias por la cena.
—Que duermas bien, Victoria. —Y diciendo esto, dio un paso atrás para salir de la estancia. Una vez fuera, cerró la puerta, pero en lugar de irse, se reclinó contra la pared para tratar de entender lo que había sucedido. Era imposible que ella lo atrajera aún más que antes, pero la deseaba con tal ferocidad que lo asustaba.
No soñaba con tumbarla en una cama y hacerle el amor. Soñaba con devorarla, con provocarle orgasmos con sus labios antes de sujetarle las manos por encima de la cabeza y hacerle el amor como nunca antes se lo había hecho a ninguna mujer. Si algún día perdía el control, tenía miedo de hacerle daño. Trató de ignorar su erección, su miembro que, excitado, rozaba la tela de sus pantalones, y sacudió la cabeza para intentar alejar las imágenes de ella desnuda.
No sólo tenía miedo de hacerle daño, sino que también sabía que el único modo de poder hacer el amor con Victoria era desposándola. Trató de hacer una lista de todo lo que iría mal entre ellos si se casaban. Seguro que era una lista larguísima. El día en que le prometió a Belmont que encontraría a su nieta, no tenía ni idea de que tendría que enfrentarse a su perdición. Y a la de ella.
Grant levantó la vista y miró las estrellas. Todas estaban en el lugar equivocado.
Tori estaba segura de que iba a besarla. El corazón todavía le latía desbocado. Y, a pesar de que al final no lo había hecho, no se sentía decepcionada. Por un lado, aún flotaba en una nube gracias al vino, y, por otro, sabía que él había querido besarla. Eso ya era algo.
Como en un sueño, cogió un camisón del baúl y se quitó los zapatos. Esas acciones, ahora tan cotidianas, parecían triviales comparadas con lo que estaba sintiendo. Se llevó las manos al vestido para desabrochárselo... ¿Adónde habían ido a parar los botones? ¡Maldición! Estaban en la espalda. Tal vez Cammy aún estuviera despierta. Abrió la puerta y vio a Sutherland apoyado contra la pared, con los ojos cerrados.
—¿Capitán?
—¿Adónde vas? —preguntó él, abriendo los ojos de golpe.
—Acabo de darme cuenta de que no puedo desabrocharme el vestido. —Señaló la espalda—. Iba a pedirle ayuda a Cammy.
—Ya estará dormida.
—Entonces iré a buscar a Ian.
En menos de un segundo, él la hizo entrar de nuevo en su camarote y cerró la puerta tras ellos.
—No vas a ir a buscar a mi primo para que te ayude a desnudarte —masculló con ferocidad.
¿Estaba celoso? ¿O se sentía ofendido porque ella no seguía sus estrictas normas de protocolo?
—Pues tendrás que hacerlo tú.
Grant le dio media vuelta y se dedicó a la tarea. Primero iba muy rápido, pero pronto aminoró la velocidad, como si estuviera disfrutando. El vestido no tardó en aflojarse, y Victoria tuvo que sujetárselo contra los pechos, pero él no se apartó...
Justo cuando ella iba a decir algo, lo oyó maldecir y luego sintió cómo le acariciaba la nuca con los nudillos. Cerró los ojos y casi se derritió ante tan dulce caricia. Ladeó la cabeza, ofreciéndole más piel, y cuando él la rozó con los labios, se estremeció.
—Eres tan blanca —susurró mientras le recorría los hombros con los labios—. Tu piel es como de porcelana.
Victoria gimió al oír esas palabras, y se apoyó en el hombre.
Levantó la mano que tenía libre y hundió los dedos en los cabellos de Grant. Como si de una invitación se tratara, él deslizó entonces la mano por el escote que le había ayudado a aflojar.
—Sí —suspiró ella seducida por el placer. ¿Por fin iba a enseñarle algo más?
Grant le acarició un pecho y lo rodeó con su mano. Lo Sintió cálido y mullido contra las asperezas de sus dedos. Levantó el brazo de Victoria y lo llevó junto al otro, alrededor de su cuello y, al hacerlo, a ella el vestido se le deslizó hacia el suelo dejándola sólo en camisola. Acompañando el movimiento con unos besos, el hombre bajó ambas manos hasta su cintura, le acarició las caderas, y luego regresó hacia sus senos para volver a atormentarlos. Bajo la tenue luz de las velas, la joven miró cómo las manos de Grant se recreaban en su cuerpo.
Cuando uno de sus dedos le recorrió el ombligo hasta rozar su entrepierna, temió que las rodillas se le doblasen. Se moría de ganas de acariciarlo, pero se conformó con apretarle la nuca con todas sus fuerzas.
Los labios de él le besaron la oreja, y un rayo de placer le fundió los huesos. Le miró primero los ojos y luego los labios.
—Victoria, no puedo hacerte esto —dijo Grant entre dientes, como si le costase pronunciar cada palabra. Pero sin embargo no la soltó, sino que, con las manos en sus caderas, se la acercó más. Ella no quería esperar, y se apretó contra su torso a la vez que le rodeaba el cuello con los brazos.
El hombre la besó con todas sus fuerzas, la poseyó con la lengua, como si quisiera asustarla y que fuera la muchacha quien se apartara. En los besos que habían compartido en la isla, ella no había sabido reaccionar, y se había limitado a no hacer nada. Ahora, en cambio, su lengua buscaba ansiosa la de él. Grant gimió contra sus labios.
—Por favor, Grant... —susurró Victoria sin saber qué pedía. El se quedó helado, dio un paso atrás y abrió los ojos como si acabara de despertar de un sueño.
«Grant.» Era la primera vez que lo llamaba por su nombre. ¿Cuántas veces se lo había imaginado? ¿Cuántas veces había fantaseado con que ella lo pronunciaba mientras él le hacía el amor? Era un gesto muy íntimo, demasiado íntimo para que sucediera entre ellos. Tenía que tenerlo presente.
No.
—No. —Hizo un esfuerzo por recuperar el aliento y disimular la necesidad que sentía de estar con ella.
Casi... casi le había hecho el amor a Victoria Dearbourne. A lady Victoria, que lo miraba con las pupilas dilatadas y los labios hinchados por sus besos.
Quería hacerle el amor.
Se apartó. «Responsabilidad. Honor. Confianza.» Se repitió esas palabras una y otra vez hasta que consiguió calmar su respiración y dominar su erección. Entonces se dio media vuelta y vio que ella estaba temblando.
—Grant, ¿por qué?
Sabía bien lo que en realidad Victoria le estaba preguntado: «¿Por qué no?».
Si él no se resistía, en menos de unos segundos volvería a tenerla entre sus brazos, y ambos estarían perdidos para siempre.
—Porque juré protegerte... Y no aprovecharme de ti. ¡Tú eres mi responsabilidad, y tengo que tenerlo muy presente! —Aún no había logrado combatir las ganas que tenía de abrazarla.
Tenía que irse de allí, tenía que alejarse de ella. Salió de la habitación con un portazo y se fue hacia la cubierta. Había jurado protegerla. Y por lo visto ese juramento ya no significaba nada para él. Maldición. El capitán Sutherland era conocido por todos por su integridad y su sentido del honor, pero cuando estaba con Victoria, era como si todo eso desapareciera.
«¿Y dónde me deja eso?»
—Parece que por fin se ha acostumbrado a estar a bordo, milady —dijo Dooley mientras plegaba la vela que Tori había remendado.
Terminó de doblarla y se llevó una mano a modo de visera sobre los ojos para inspeccionar el barco en busca de algo más que hacer. Al final, optó por ir a ordenar los barriles que se habían llenado de agua con la lluvia de la mañana. Si alguien quisiera torturar a Dooley bastaría con obligarlo a estar sin hacer nada durante mucho rato.
Al ver la escena que se desplegaba delante de ella, la joven sonrió. Ya se había adaptado a la vida en el mar, y confiaba en el capitán de un modo implícito.
Cuando el contramaestre se alejó de ella, Tori desvió la vista hacia Sutherland. Se lo veía muy serio, allí, junto al timón, mirando al infinito. La tripulación sólo veía su lado más serio el decoro, el poder y el control que todo él emanaba. Pero ella también había visto el deseo, la necesidad que lo invadía. A veces, le costaba creer que aquel hombre que estaba allí de pie fuera el mismo que la había besado y acariciado en su camarote hacía apenas una semana.
A partir de esa noche, Grant se había distanciado, pero eso sólo había servido para que ella aún se sintiera más cautivada. Sin dejar de mirarlo ni un segundo, recordó el modo en que la había abrazado, y recordó que, cuando la soltó, vio en sus ojos que habían llegado a un punto sin retorno. Tori tenía la sensación de que si se acercaba a él, si volvía a tocarlo aunque sólo fuera un segundo, el hombre perdería el control. Pero también creía que, después, él se sentiría mal. Y le importaba lo que sintiera.
Pero Victoria había visto su cuerpo, cada centímetro del mismo, y quería volver a verlo. Aunque muriera en el intento. Tori tenía un plan, y, si todo salía bien, al final conseguiría lo que quería. Sabía que, tradicionalmente, se suponía que era el hombre el que tenía que perseguir a la mujer, pero la muchacha estaba acostumbrada a luchar por lo que quería. Cammy solía decir que Tori era especialista en resolver problemas. Y conquistar a Grant era uno muy grande.
Como sabía que no podía abandonar el timón sin más, siempre que estaba allí procuraba ir a verle. Si lo veía cansado, le llevaba café, o agua si el día era caluroso.
Y cada vez que dudaba de lo acertado de sus acciones, se recordaba que era el único modo de conseguir que Grant volviera a besarla. Las horas que pasaba en la cama, la cama en la que él solía dormir antes de que ella apareciera, también empezaban a afectarla. La primera noche se abrazó a la almohada y el olor que ésta aún conservaba casi la hizo enloquecer y lo hizo desearlo todavía más. A partir de entonces, no pasaba una noche en la que no reviviera lo que había sucedido entre los dos. Se acordaba de lo que había sentido al acariciarlo, y se moría de ganas de volver a hacerlo. A cada hora que pasaba, él la fascinaba más y más. Aquello no podía seguir así...
Grant dio un par de órdenes a sus marinos para aprovechar más el viento, y sus gritos la sacaron de su estado de ensimismamiento. Como de costumbre, la tripulación ejecutó las instrucciones con celeridad y precisión. El capitán no sonrió, pero ella sabía que estaba satisfecho, como cuando se recoge la cosecha que uno ha sembrado.
Lo que sentía era duro pero a la vez excitante. Decidió ir a ver a Cammy, y le gustó comprobar que estaba despierta.
Tori se sentó en el lecho vado y dijo:
—Ya que Ian está trabajando, he pensado que podría venir a verte y leer te un rato.
Cammy se rió.
—No me hagas reír. ¿Ian trabajando?
—Lo digo en serio. Ha dicho que, ahora que las dos estábamos mejor, dedicaría su «brillante ingenio» a tratar de aprender a manejar un barco.
—¿Y Sutherland? —preguntó su amiga enarcando las cejas.
¿Cómo está?
Tori apartó la mirada y alisó una arruga de su falda. —Enfadado conmigo, como de costumbre —farfulló.
—¿Qué quieres decir? —preguntó la otra despacio.
—Yo no quiero hacerle enfadar, pero es tan estirado que no puedo resistir la tentación de tomarle el pelo. Cada día me levanto con el único propósito de burlarme un poquito de él y así conseguir hacerle sonreír.
—¿Y qué haces? —preguntó Cammy mirándola con reprobación.
La chica se rió por lo bajo.
—Ayer me di cuenta de que por fin llenaba los escotes de los vestidos, así que fui a buscarlo para contárselo.
—¡Tori!
—Eres igual que él. Pero lo hice porque él es el único que puede apreciar el cambio, al fin y al cabo, se pasa el día mirándome los pechos. Cuando le conté el motivo de mi visita se limitó a mirarme el escote de nuevo y luego, tras fulminarme con la mirada, le pidió a DooIey que lo relevara en el timón.
—Tienes que dejar de hacer esas cosas —la riñó su amiga—. No es tu marido, y no es apropiado que te comportes así con él.
Tori dudó sobre si debía contarle el verdadero motivo por el que atormentaba de ese modo al capitán, que lo hacía porque estaba enamorándose de él, pero al final optó por no decírselo. No lo haría hasta que supiera exactamente lo que sentía.
—Tú me dijiste que creías que él sentía algo por mí. ¿De verdad lo crees así?
—Sí, de verdad lo creo. Pero no sé si eso es bueno. Es cierto que es un hombre honorable, pero todo el mundo tiene un límite. —Cammy se apretó las manos—. ¿Te acuerdas de cuando te conté lo que pasaba entre un hombre y una mujer? Pues bien, tal vez el capitán quiera hacer eso contigo.
¿Habían estado a punto de hacer el amor en su camarote? Tory tenía que reconocer que ella no había querido que se detuviera. Cuando Grant se fue, le quedó un sentimiento de vacío que amenazaba con ahogarla. Quería descubrir la pasión con Sutherland, pero se centró en los hechos: ella le quería y él no la quería a ella.
Sin embargo, Cammy acababa de decirle que creía todo lo contrario.
—¿Crees que él... —miró a su alrededor y continuó en voz baja—... quiere hacer el amor conmigo?
—¡No te alegres tanto! —la riñó la otra—. Para poder hacerlo tienes que estar casada.
Victoria llegó a la conclusión de que no le importaba lo más mínimo tener que casarse para conseguirlo... lo único que quería era que él terminara lo que había empezado.
—Ve con cuidado, Tori. Y recuerda que hay una gran diferencia entre el amor y la pasión. Sería desastroso que tú y Sutherland los confundierais.