CAPITULO 32

TORI estaba tumbada en la cama, mirando el papel de la pared. Se Sentía Igual que aquella vieja habitación: cansada y abandonada. Después de que Grant se fuese, se había estado preguntando si era posible que, a cada hora que pasaba, lo echara aún más de menos. Su tristeza iba en aumento, y tenía miedo de que no dejara de crecer jamás.

¿Se habría ido? ¿Para siempre? Bueno, desde luego ella no le había dado motivos para quedarse. ¡Maldición! Grant no podía rendirse, no después de ayudarla a descubrir lo mucho que lo necesitaba para vivir.

El muy, muy canalla.

Resignada a no poder echarlo de su mente, se levantó y fue hacia su habitación para oler su almohada. Se acostó en su cama y se abrazó a ella. Era imposible que, al oler su aroma, soñara más con el que de costumbre. Lo hacía todas las noches. Siempre.

Oyó unos ruidos en el piso inferior y se levantó de un salto deseando con todas sus fuerzas que fuera de él. Pero al abrir la ventana, una luz a lo lejos captó su atención.

El pánico le atenazó la garganta. El establo estaba ardiendo. Bajó la escalera a toda velocidad sin dejar de gritar ni un segundo, y corrió hacia la cuadra. Allí tenían a las ovejas enfermas y a las preñadas, pues necesitaban más cuidados y alimentos.

Cuando llegó al valle, apenas podía respirar, pero vio que un grupo de gente del pueblo había formado una fila para ir acercando cubos de agua a los que trataban de apagar el incendio, a pesar de que se estaba extendiendo con tanta rapidez que ya no había nada que hacer. Temió que se le doblasen las rodillas, pero se obligó a acercarse al fuego para ver si podía ayudar en algo; y entonces parpadeó sin comprender lo que tema ante los ojos.

A través de las llamas, distinguió a Grant en un extremo del establo. Lo llamó, pero él no podía oírla. Corrió hacia donde estaba, pero el calor la hizo retroceder. Vio que se había quitado el abrigo, y que con el mismo trataba de sacar a las ovejas que seguían allí. A Tori le pareció que algo lo había golpeado, pues cayó al suelo y desapareció tras una cortina de fuego. Por un momento se levantó... pero volvió a caer.

Recogiéndose la falda, Tori corrió por la hierba, resbalando cada dos pasos, hacia la otra punta del establo. Cuando llego allí, miró dentro, pero no vio a Grant por ningún lado. Se quedó sin aire como si le hubieran dado un puñetazo. Respiró hondo, tragando un montón de humo, y lo llamó sin obtener respuesta. No, no podía asustarse.

«Encuéntralo y sácalo de ahí.» Decidida, dio un paso hacia las llamas.

Un brazo de acero la rodeó por la cintura y se lo impidió, apartándola de las caballerizas lanzándola al suelo. Al dar contra éste, la joven perdió la respiración. Grant se le lanzo encima justo cuando el techo se desplomaba, haciendo saltar por los aires miles de astillas ardiendo.

Cuando recobró el aliento, Tori se le sentó encima a horcajadas y se preguntó dónde pegarle primero. ¿Cómo se atrevía a arriesgar su vida de aquel modo? ¿Acaso no sabía que no podía vivir sin él?

—Dios, Victoria —suspiró Grant poniéndole las manos en la cintura. —Si hubiera sabido que ibas a reaccionar así, yo mismo habría incendiado el establo...

—Mira que eres estúpido —contestó ella abofeteándolo—. ¡Obstinado! Eso es lo que eres. —Un puñetazo. —Tendría que matarte con mis propias manos. —Le golpeó el pecho como si fuera un tambor.

Cuando la muchacha golpeó con más fuerza, optó por cambiar los papeles y, sujetándole las manos por encima de la cabeza, la tumbó a ella en el suelo colocándose él encima.

—¡No! —Ella trató de soltarse. —¡No he acabado!

—¡Yo sí!

Tori arqueó las caderas hacia arriba y él gimió.

—Amor, creo que eso no consigue el efecto que buscas. Los ojos de la muchacha se llenaron de lágrimas.

—¿Por qué estabas ahí dentro? ¿Por qué no has salido después de caerte la primera vez?

Grant le soltó las manos y se tumbó a su lado. —No me he caído.

—He visto cómo te caías dos veces.

—Supongo que es lo que parecía —contestó él arrugando la frente. —Pero sólo quería coger unas cosas. —¿Qué cosas?

—Nada —respondió incómodo.

Pero entonces la chica oyó los maullidos.

—¡Los gatitos! —Se volvió hacia el sonido y vio cómo varias cabecitas peludas salían de debajo del abrigo de Grant en busca de su madre. —Los daba por muertos... estaban ahí arriba, en el granero. '

—Su madre se los iba llevando uno a uno. Pero luego el fuego se extendió. El gris...

—Ahora todos son grises.

—El pequeño que no para de moverse... no colaboró demasiado en el rescate.

Tori no podía dejar de sonreír.

—¿Por eso te volviste a agachar? ¿Para rescatar al último gatito?

—De perdidos, al rió —susurró él.

Vieron a la gata llevarse de allí a la última de sus crías. —Creo que acabas de convertirte en mi héroe. En mi salvador de gatitos.

—Ya basta —farfulló Grant. Lo besó en la cara.

—No sabía cómo llegar hasta aquí.

—Maldita sea, Victoria. Tienes que prometer me que jamás volverás a hacer algo tan peligroso para tratar de ayudarme.

—No puedo —contestó la joven sin mirarlo.

Él le acarició la cara y le secó las lágrimas que rodaban por sus mejillas.

—¿Por qué?

Tori lo miró a los ojos.

«Porque te amo. Y ahora mucho más que antes...» Sabia que no podía vivir sin él, y pasara lo que pasase, iba a decírselo...

Oyeron que Huckabee los llamaba al tiempo que corría hacia ellos.

—¿Estáis bien? —preguntó.

Grant soltó el aire y se tumbó de espaldas, apartándose de Victoria. '

—Estamos bien —lo tranquilizó ella, pero ahora que Sutherland se había separado de su cuerpo, empezó a temblar.

Grant se puso en pie de un salto.

—Huckabee, dígales que calienten agua para llenar una bañera —pidió.

—La chica nueva ya está haciéndolo.

—Perfecto.

Grant levantó a Tori del suelo y, tras coger también su abrigo, la envolvió con la prenda estrechándola contra su cuerpo y echando a andar. A pesar del humo y del hollín, Victoria se imaginó que podía oler aún el aroma de su piel.

A medio camino, tropezó, y él la cogió en brazos. Cuando ella se removió para acomodarse mejor, Grant malinterpretó el gesto y creyó que quería soltarse.

—Tranquila, sólo te estoy ayudando —dijo dolido.

Tori se relajó entre sus brazos. ¿Acaso creía que eso era lo único que le iba a permitir hacer esa noche con ella?

La subió hasta su habitación, abrió la puerta del baño de una patada y pareció aliviado al ver la humeante bañera que había justo delante de la chimenea. El agua desprendía abundante vapor.

Dejo a la muchacha junto a ella.

—¿Podrás arreglártelas sola? —le preguntó en voz baja y ronca.

No, no podía. No quería perderlo de vista, y sabia de un método muy eficaz para retenerlo allí. Bajó la vista y, con timidez deslizó un dedo por el agua.

—Ambos olemos a humo, y esta bañera es lo bastante grande para dos personas. Toda esta agua...

Se mordió el labio, nerviosa, preguntándose qué hacía Grant, pero no había ni levantado la vista cuando él ya estaba quitándose las botas. Se apresuró a desabrocharle la camisa, y luego levantó los brazos para que él la ayudara a desnudarse a ella.

Sus dedos ansiosos se dirigieron luego a los pantalones del hombre, que encogió el estómago al sentir cómo se los desabotonaba; una leve caricia que lo dejó sin aliento.

—Métete en el agua, Victoria. —Tenía la voz entrecortada. —Tienes que entrar en calor.

Estuvo tentada de no hacerlo para ver si Grant le hacía el amor allí mismo. Pero él la cogió por los hombros y, tras hacerle dar la vuelta, le dio un cariñoso cachete en el trasero empujándola hacia adelante. Con piernas temblorosas, Tori se introdujo en la bañera. El agua la cubrió hasta los pechos y, tendiendo las manos hacia él, suspiró.

Grant se metió también en el agua y colocó a Tori entre sus piernas. Ella creyó que iba a besarla, pero la movió hasta lograr que su cabeza descansara sobre su amplio torso. Entonces, cogió la pastilla de jabón y, con mucha delicadeza, le lavó el pelo. Al acabar, se lo recogió en lo alto de la cabeza para poder enjabonarle la espalda y los hombros antes de desplazarse hacia la parte delantera. Apenas le tocó los pechos. Estaba concentrado bañándola. Le aclaró el cabello un par de veces hasta que se sintió satisfecho.

—Ahora te toca a ti —dijo Victoria colocándose detrás de Grant. Al igual que había hecho él, la joven lo enjabonó y le masajeó los músculos de la espalda antes de aclararle el pelo. Cuando le tocó el turno a su torso, se aseguró de apoyarse contra él para que pudiera sentir sus pechos contra la piel de su espalda. En ese instante, el hombre se dio media vuelta, se puso de rodillas, y se sujetó a la bañera detrás de Tori, rodeándola con sus brazos.

Se inclinó hacia adelante y la besó y mordió la clavícula de camino a un pecho. Ella arqueó la espalda para darle mejor acceso. Cuando la lamió por primera vez, los músculos de los brazos se flexionaron con fuerza. Victoria se sujetó a ellos con las manos para poder incorporarse un poco más. Grant la lamió y besó sin piedad, y justo cuando la joven creía que podía tener un orgasmo sólo de sentir aquellos labios sobre sus senos, él susurró contra uno de esos excitados pezones:

—No puedo más, hace demasiado que te deseo.

—Pues llévame a la cama— murmuró.

Sutherland respiró hondo y se levantó, pero Victoria se quedó casi parada, en especial desde que la impresionante erección masculina quedó frente a sus ojos, reclamando toda su atención.

Él le ofreció una mano para ayudarla a levantarse, pero ella la ignoro, apoderándose en cambio de lo que más le interesaba. Grant gimió como si le doliera, pero Tori no habría podido soltarlo por nada del mundo. Tan duro y sedoso, con gotas de agua dibujando todos los recovecos de su musculoso estómago y recorriendo luego su entrepierna.

—He echado de menos todo esto...

Antes de que pudiera detenerla, lo beso con todo el amor que sentía. Lo notaba arder bajo sus labios, temblar contra su lengua, y eso le daba aún más ganas de lamerlo y besarlo tal como él se lo había descrito tantas noches atrás.

Con un sonido casi inhumano, él hundió los dedos en la melena de ella, que era incapaz de distinguir si la empujaba a seguir o la instaba a pararse, pues era como si Grant tampoco supiera qué hacer.

—No sabes lo que significa esto para mí. Ver tus labios sobre mi y saber que deseas darme placer con tu boca. He soñado con esto tantas noches...

—¿Qué mas has soñado?— pregunto Victoria justo antes de recorrerle el glande con la lengua.

—Dios mío.

El hombre echó la cabeza hacia atrás, y la muchacha observo fascinada como se marcaban todos los músculos de su torso y de sus brazos. Su cuerpo exudaba fuerza.

Grant no respondió a su pregunta, sino que la sacó de la bañera, la secó con una toalla y procedió a lamer cada centímetro de su cuerpo. Tori trató de hacer lo mismo pero él la abrazó y la miró a los ojos.

—¿Te asusté la última vez que hicimos el amor? ¿Te hice daño?

—No, en absoluto.

—Entonces, deja que te enseñe qué más he soñado. —Sus palabras la hicieron estremecer de la cabeza a los pies.

La llevó a la cama, se la colocó encima y se sentó con la espalda recostada en el cabezal y las piernas estiradas. Tenía tanta fuerza, que la colocó donde quería con facilidad, le separó los muslos y, al igual que había hecho antes, en el valle, la sentó a horcajadas en su regazo.

¿Harían el amor así? ¿Ella encima de él? Antes de que pudiera formular la pregunta Grant le puso las enormes manos en el trasero y acercó el sexo de Victoria a sus hambrientos labios. Cuando la lamió, gimió de placer contra aquella delicada piel y ella tembló de placer. Tori sintió que se excitaba cada vez más y, al oír a Grant gemir de nuevo, supo que él también se había dado cuenta.

—Eres dulce como la miel.

En un estado total de abandono, la muchacha hundió los dedos en el pelo del hombre para acercárselo aún más. Al hacerla, él exhaló y la llevó hacia abajo, hasta colocada encima de su erección. Le enseñó lo que quería y la torturó con un lento descenso. Para Grant también era una tortura, a juzgar por cómo tensaba los tendones del cuello y los músculos del torso.

Victoria soltó el aire que no sabía que retenía, Era increíble...

La otra vez no la había penetrado tan profundamente, y aun así, no estaba del todo en su interior.

—Estoy tan a punto... —gimió ella.

De inmediato, él volvió a levantarla y la acercó de nuevo a sus labios para devorarla con esmero.

—Oh, Dios —gritó Tori arqueando la espalda y moviéndose encima de aquella lengua que la estaba haciendo enloquecer. Iba a caer por el precipicio, pero esta vez era mucho más alto, casi aterrador.

Cuando apoyó las manos en la pared que había justo encima del cabezal de la cama, lista para dejarse llevar por el placer, Grant la aparto y la coloco sobre su regazo. Pero esta vez, el movió a su vez las caderas hacia arriba.

Victoria lo miro a los ojos. Parecía ansioso, torturado, sin una gota de su famoso autocontrol, y eso la llevó al límite. Gritó y se estremeció envolviéndolo por completo, lo cabalgo, arqueo las caderas cada vez que Grant empujaba, asegurándose así de que el placer fuera insoportable...La miro mientras alcanzaba el orgasmo, y sus ojos se oscurecieron, teñidos de un deseo puro y salvaje.

Tori aún temblaba cuando él la abrazo con fuerza y se derrumbó bajo sus manos, gritando su nombre y llenándola con toda su esencia.