Capítulo 25

 

 

Estamos a punto de terminar de empacar mis cosas. Por suerte, solo son unas cuantas cajas y mis maletas con mi ropa. No quiero dejar nada aquí, olvidado. Christopher ya ha puesto un aviso en el periódico, así que en dos días vendrán a ver el departamento. Mañana vendrán también a limpiar por completo para que todo esté listo.

No supe en qué minuto pasó todo, pero me alegra no haber tenido que hacerlo yo. Con todo el trabajo de la empresa que está pendiente, apenas tengo tiempo de almorzar, por lo que ahora, prácticamente, muero de hambre.

—Amor, necesito comer algo. Con todo lo que he hecho hoy apenas he comido y necesito recuperar fuerzas. El acarreo de tantas cajas ya me agotó.

—Entiendo, cariño, a mí también me dio algo de hambre. Llevemos todo esto rápido a mi… digo, a nuestro departamento y salgamos a comer.

—Me parece muy bien. Terminemos rápido, entonces.

Y así lo hacemos. El camión de mudanza que ha contratado mi novio ya tiene todo cargado en su interior. Solo nos preocupamos de encaminarlo al estacionamiento del edificio donde viviré junto a él.

Le digo a mi chico que quiero ser yo quien ayude a subir las cosas al departamento, por lo que les pagamos a los de mudanza, pero mantenemos el camión rentado un día más. Ya mañana lo devolveremos.

—¿Y bien. ¿Lista para ir a cenar.

—Más que lista. Además, mi estómago está que ruge de hambre.

—Entonces, vamos.

Nos volvemos a subir al auto de Chris y nos encaminamos a algún restaurante del centro de la ciudad. Trato de recordar todas las calles y las rutas a seguir. Antes habían sido pocas las veces que me había tocado pasar por aquí, pero ahora que viviré en este sector, será mejor que aprenda y pronto.

—¿A dónde iremos.

—Ya verás. Espero te guste.

—Vamos, cariño, dime.

—Si te digo, ya deja de ser sorpresa —me responde con una sonrisa. Decido no volver a preguntar, ya que sé que no me dirá absolutamente nada—. ¿Estás ansiosa como yo.

—¿De qué vivamos juntos. —asiente—. Claro que sí. Con Scott no alcanzamos a hacerlo, así que será la primera vez que viva con un hombre.

—Me alegra serlo, entonces.

—A mí también —confieso.

Sin darme cuenta, hemos llegado a nuestro destino. Es un restaurante de comida latinoamericana. Christopher me ayuda a bajar, y al quedar frente al restaurante veo que tienen en la pizarra una especialidad de cada país representado.

Caminamos hacia la entrada en la cual nos recibe u. hos., permitiéndonos entrar. Nos guía hasta una mesa del centro. Estoy fascinada mirando el entorno. En él hay banderas de todos los países, decoraciones varias, además de música ambiental. Ahora que recuerdo, he escuchado que en la noche el restaurante se convierte en un pub que además toca música en vivo; todo, obviamente, relacionado con la temática del restaurante.

—Gracias por traerme. Es fabuloso este lugar.

—Sabía que te gustaría —afirma triunfante con una sonrisa.

—Tenías razón. Me encanta.

—Buenas tardes —nos interrumpe un garzón—, mi nombre es Antonio y los atenderé hoy —termina de expresar con su acento latino.

—Buenas tardes —lo saludamos Chris y yo al mismo tiempo.

—¿Qué les apetece tomar. —formula a la vez que nos entrega la carta.

—Solo quiero agua mineral, por favor —le respondo de inmediato.

—Para mí también.

—Muy bien. Mientras observan la carta les traigo su bebida.

—Muchas gracias.

—Todo se ve delicioso.

—La verdad es que sí. Te traje aquí porque la comida es estupenda, además de que el dueño es amigo mío.

—Vaya, vaya. Cada día me sorprendes muchísimo más. Al lugar donde vas tienes algún tipo de conexión.

—Pues sí. Es una ventaja cuando eres millonario. Y tú podrías irte acostumbrando a serlo.

Somos interrumpidos por el mesero, nuevamente. Esta vez nos trae nuestras bebidas.

—Y bien, señores, ¿ya decidieron que van a comer.

—Sí, yo quiero un sancocho de República Dominicana, por favor —informa Chris.

—Por mi parte, quiero una cazuela de Chile —le menciono.

—Muy bien. ¿Y de postre.

—Una ensalada de frutas estaría bien.

—Lo mismo para mí, por favor.

—Como no. En unos minutos les traigo la comida.

Se va dejándonos nuevamente a solas, mientras aprovecho de continuar con nuestra conversación.

—No digas eso. Nunca he tenido tanto dinero. Siempre he sido ahorrativa. Como ya sabes, parte de mi sueldo se lo enviaba a mi madre por los gastos que tenía por mi hermana.

—Lo sé, cariño, lo sé, pero eso es parte del pasado.

—No sabes cuán agradecidas estaremos de ti. Aun así, sabes que quiero devolverte hasta el último centavo que gastaste en el hospital.

—Cariño, esto ya lo hablamos. No es necesario.

—Para mí es importante, amor. Ya te lo expliqué.

—Sí, amor, lo hiciste. Pero dime, ¿qué sacas con devolverme ese dinero si cuando ya estemos casados tú también podrás acceder a él.

—Bueno sí, pero...

—Pero nada, cielo —me interrumpe—, es totalmente ridículo. Soy feliz con que te cases conmigo —admite, tomándome de la mano.

—Sabes que si acepté casarme contigo es porque te amo y no porque sea mi manera de agradecerte.

—Lo sé. Jamás he pensado siquiera lo contrario.

En eso, llega el mesero con nuestra comida. Apenas pone los platos sobre nuestra mesa, se ve que son sencillamente deliciosos, además de coloridos y llamativos.

Comenzamos a disfrutar de nuestra cena y a conversar de miles de cosas, algunas de ellas, incluso sin sentido. Cada momento que pasamos juntos es un instante con algún pequeño recuerdo o detalle que, sin duda, será difícil de olvidar, tanto para mi adorado jefe como para mí.

—¿Nerviosa. —escucho, de pronto, desde la voz de mi novio.

—¿Cómo dices.

—Que si estás nerviosa porque ya viviremos juntos oficialmente.

—Ya te había dicho que sí. Claro que estoy nerviosa.

—Todo irá bien. Lo prometo.

—Eso sí, tenemos un detalle.

—¿Y eso sería.

—Tanto tú como yo trabajamos en la empresa, por lo que deberíamos contratar a alguien para que nos ayude con el aseo y la comida.

—Ya hablas como toda una dueña de casa, pero sí, tienes razón. Debemos contratar a alguien para el trabajo.

—Si quieres ese asunto lo veo yo. Con todo lo pendiente que tienes en la empresa, no quiero que te cargues aún más con eso. Puedo hacer espacio entre mis asuntos y comenzar a buscar a alguien.

—Me parece perfecto. Tú buscas a alguien y por ende, tú mandas en casa.

—¿Estás seguro. Porque puedo llegar a ser muy mandona cuando me lo propongo. —Chris se ríe ante mi comentario.

—No te preocupes. Aprenderé a obedecerte si es necesario.

Halagada de oír sus palabras, sonrío. Me encanta saber que a pesar de ser un gran millonario es un hombre dócil que no demuestra posición de mando en nuestra relación, solamente lo hace en la empresa, ya que es el jefe y debe de mostrar un papel de seriedad.

—Está dicho, entonces mañana mismo busco a alguien para la labor. Espero no sea tan difícil.

—Tranquila, te aseguro que lo harás bien.

—Gracias por la confianza.

Seguimos comiendo hasta concluir una cena espléndida, cuando llega a saludarnos el dueño del local, que Chris me ha dicho que es su amigo. Se llama Héctor y es mexicano. Lo acompaña Dayalis, su esposa, quien es de Panamá.

Nos cuentan que se conocieron en Sudamérica y quedaron tan maravillados con todo lo visitado que se les ocurrió abrir un restaurante multicultural aquí en Chicago. Sin duda, son personas muy adorables con las cuales tengo el privilegio de compartir.

Nos despedimos cordialmente de ellos, prometiendo regresar pronto. Por mi parte, eso es seguro, ya que he quedado encantada con cada una de las historias que nos relatan.

Al terminar, regresamos al coche para partir rumbo a nuestro nuevo hogar.

 

 

Narrador omniscient.

 

Sentía que todo estaba fracasando, porque había descubierto que ella se había mudado de allí. Había llegado un día al edificio donde vivía para, decididamente, enfrentarla. Había preguntado en la conserjería por si se encontraba, pero fue tal su sorpresa cuando se enteró que, sin duda, la tarea se le había complicado al constatar que se había mudado con su novio.

Despidiéndose de manera cordial del conserje, para que este no sospechara nada, se marchó. Estaba claro que debía comenzar a idear un nuevo plan, prontamente.

 

 

Ashle.

 

—Bienvenida a tu nueva casa —dice Chris apenas entramos al departamento que desde esta noche compartiremos.

—El que te aseguro se convertirá en nuestro nuevo hogar —respondo con una amplia sonrisa en mi rostro.

Apenas expreso eso, Chris me abraza desde la espalda, susurrándome.

—Te adoro, cariño. Te aseguro que seremos muy felices juntos.

—Te creo, mi amor, te creo.

—¿Estás cansada. —asiento con la cabeza en mi posición—. Ven, vamos a descansar. Llamaré a Michael para que esté a cargo solo por mañana. Tendremos nuestro propio día de mudanza, subiendo tus cosas y acomodándolas. ¿Te parece una buena idea.

—Me parece perfecto —aseguro, al tiempo que giro entre sus brazos para apoyar mi cabeza en su pecho.

Permanecemos de esta manera por unos minutos, hasta que nos separamos y nos encaminamos hasta nuestra habitación. Tal es mi sorpresa cuando entramos, que no puedo hacer más que taparme la boca con las manos. Arriba del edredón de diseños en blanco y negro hay un dibujo de corazón hecho con pétalos de rosas que lo tapan. En su interior se puede leer. "bienvenida".

Giro sobre mi misma y me abalanzo sobre Christopher, emocionada como una niña pequeña. Tanta es mi torpeza al hacerlo que caemos juntos al suelo, con mi cuerpo sobre el de él.

—Parece que te gustó mi sorpresa —dice mi novio con una gran sonrisa.

—¿Qué si me gustó. ¡Me encanta. —En ese preciso instante, lo beso, demostrándole mi amor y mi entrega hacia él. Chris responde a mi beso con el mismo entusiasmo. Como está siendo habitual en nosotros, nuestro beso comienza a subir de a poco en intensidad, la que nos obliga a levantarnos del suelo.

—Te amo, nena —expresa con la respiración entrecortada.

—Yo también te amo —le respondo de la misma manera.

Dicho esto, nos besamos por segunda vez. Mi novio me acaricia por diferentes partes de mi cuerpo de manera suave y casi imperceptible, provocándome cosquillas. Chris deja mi boca por un momento, mientras le acaricio la cabeza y los hombros.

Acerca sus manos a la parte baja de mi chaqueta y empieza a desabrochar los botones. Los suelta por completo y saca la prenda por mis brazos. Nuevamente me besa de manera calmada. ¡Dios, sus labios son tas suaves, que estoy segura me volveré adicta a ellos.

Caigo a la cama mientras mi chico me besa, y poco a poco nos quitamos la ropa el uno al otro. Me es inevitable admirar el cuerpo de mi novio cuando, finalmente, estamos en ropa interior. Puedo notar que él está haciendo lo mismo.

—Eres tan bella, mi amor. Estoy tan enamorado de ti que no logro entender cómo no me había fijado antes —asegura, mirándome insistentemente a los ojos.

—Eso ya no importa —le respondo—, porque lo que verdaderamente importa es que ahora tú y yo somos uno.

—Tienes razón. Aprovecharé cada instante que pueda mientras estemos juntos.

Vuelve a besarme lentamente. Todo el amor que nos demostramos es perceptible en este preciso instante. Boca, cuello, orejas, pechos, hombros, vientre, muslos… No existe parte de mi cuerpo que no sea tocado por sus labios. Adoro su manera de tocarme, haciéndome reaccionar, percibiendo que mi sexo comienza a humedecerse y, lo mejor de todo, sintiéndome deseosa de él.

Se separa brevemente de mí, levantándome con él para quedar semi-apoyada en la cama con mis brazos. Me observa, me analiza… Puedo leer su pregunta con solo mirarlo.

—Hazlo. Deseo hacerlo tanto como tú —lo animo.

Sin mayores palabras, su boca vuelve a tocarme. Sus manos viajan por mis hombros, bajan lentamente por mis brazos y se desplazan hacia mi espalda. Suelta el broche de mi sostén y lo saca. Deja de besarme la boca para ir directamente a uno de mis pechos. Succiona, lame y aprieta con su boca, me hace delirar de deseo. Su mano libre viaja a mi otro pecho y lo acaricia.

Jadeos y gemidos comienzan a salir de mi boca. De pronto, siento que sus manos van hacia el sur de mi cuerpo y por el costado de mis muslos agarra mi tanga y la saca de mis piernas. Estoy completamente desnuda ante mi novio. No puedo negar lo nerviosa que me encuentro. Llevamos algo más de tres semanas de relación y ahora nos casaremos. Aun así, será la primera vez que haremos el amor.

Sin miedo, llevo una de mis manos a su zona baja y siento su erección por sobre su bóxer. Acaricio por fuera de este, sintiendo cómo su sexo palpita en mi mano, además de jadeos que salen desde la boca de Christopher y eso me excita aún más. Al igual que lo hizo él conmigo hace un momento, ahora soy yo quien termina por desnudarlo.

Nos miramos, sonreímos, somos capaces de decirnos todo con tan solo contemplarnos el uno al otro. Con mis ojos le digo que estoy preparada. Chris lo entiende a la perfección, ya que comienza a besarme y a tocarme de inmediato.

Estoy segura que será una gran noche para los dos.