Capítulo 5

 

 

Christophe.

 

Subimos por el ascensor y debo decir que cada acercamiento que tenemos hace que adore su sonrisa mucho más.

Todavía recuerdo cómo era, tan seria y preocupada cuando recién le di el trabajo. Decidí, en ese entonces, mostrarme cercano, no ser de esos jefes que se ven casi del tipo «tiranos» con sus empleados. Ashlee llamó mi atención desde el minuto uno que pisó mi empresa. Por eso y porque era una joven totalmente capacitada, le di la oportunidad de trabajar para mí.

De pronto, suena el timbre indicando que ya hemos llegado a mi departamento. Es el último y también la suite del edificio, por lo que ocupa todo el piso. Agradezco que no haya nadie en el ascensor, ya que algunas vecinas, sobre todo las más jóvenes, me comen con la mirada, y aunque yo sé que soy un hombre con buen físico, es muy incómodo para mí el sentirme tan observado por las mujeres.

Al salir del ascensor, llegamos a un pequeño hall de entrada blanco, donde hay unos sillones de cuero en la misma tonalidad. A un costado se halla una mesa redonda de madera bañada en color negro, acompañada de un pequeño mantel blanco que la cubre y sobre ésta un pequeño florero con tulipanes y calas blancas. En las paredes blancas con franjas grises hay varios cuadros, la gran mayoría de paisajes. Cruzamos e. hal., y cuando llegamos a la puerta de mi departamento, saco la llave de mi bolsillo y la abro, permitiendo que Ashlee entre primero.

 

 

Ashle.

 

—¡Guau. Digo, tienes un gran departamento. Está hermosamente decorado.

¡Dios. ¡Qué estúpida. Sueno tan asombrada que, de seguro, piensa que soy una tonta. ¡Qué vergüenza. Pero es que quién en su sano juicio, viviendo solo, podría tener un departamento como éste. Solo su sala es más grande que mi departamento completo.

—Gracias —dice riendo—. ¿Quieres algo para tomar.

—Lo que tú me ofrezcas estará bien.

—De acuerdo, enseguida vuelvo. Acomódate donde gustes.

Mientras Christopher va a la cocina a buscar algo para tomar, me siento en el sofá de cuero de color negro. No puedo evitar mirar todo a mí alrededor, tiene un hermoso decorado en su departamento. La observación que hago se ve interrumpida cuando Christopher se sienta junto a mí en el sofá y me ofrece una copa de vino blanco. La acepto y la saboreo. Mmm, es Chardonnay, mi preferido. No puedo quejarme por su maravillosa elección.

—Está sabroso, gracias.

—Es mi vino favorito. Lo prefiero antes que el tinto.

Me deja gratamente sorprendida.

—¿En serio. También es mi favorito.

—Qué bien que comencemos a descubrir que tenemos gustos en común. —Me regala una sonrisa, otra más, de esas que hacen que quedes embobada.

—Sí, es genial, creo que es bueno que tengamos gustos similares. Además, creo que contigo no lo podría pasar mal —acoto a la vez que termino de darle un sorbo a mi copa de vino.

—Tomaré eso como un cumplido.

—Deberías hacerlo, porque lo es.

—Me sorprendes, Ashlee, me sorprendes.

—¿Por qué. —interpelo curiosa.

—Porque, sin duda, eres una mujer fascinante, además de hermosa.

Con cada palabra que dice, efectivamente, puede hacer que una mujer se sienta especial y única. No quiero ilusionarme, ni nada por el estilo, pero en tan solo unas horas hemos tenido una cercanía que antes no tuvimos oportunidad de compartir. En realidad, no sé cuáles son las intenciones de Christopher. Quizás, para él solo sea un acuerdo y a la vez pretende hacérmelo fácil, teniendo este tipo de trato y cercanía hacia mí.

—Me encanta que te sonrojes, te hace ver más hermosa.

Cada palabra, cada frase que sale de sus labios hace que me ponga más nerviosa, y me azora por completo cuando me quedo sin palabras. Como no soy capaz de decir nada, solo se me ocurre beber otro poco de mi copa. No estoy muy habituada a beber alcohol, así que, tal vez, más pronto que tarde, esté tomando valor para hacer algo de lo que podría llegar a arrepentirme después. Pero lo que sí sé es que voy a aprovechar este momento.

Dejo mi copa en la pequeña mesita que se halla al lado del sofá y regreso a la posición en la que estoy, solo que ahora me siento en dirección a Christopher, girando un poco mi cuerpo. Él hace lo mismo, y cuando se vuelve a sentar, se acomoda más cerca de mí.

—Ashlee, aun no entiendo cómo no nos hicimos amigos antes. —Y diciendo esto toma mi mano.

En tan solo unas horas, reaparecen esas cosquillas que sentí hace dos años y que mantuve a raya, porque quiero conservar el empleo, ya que mi familia depende de mí. A futuro no me gustaría ser solo su amiga, pero no sé qué tan lejos podemos llegar. Como no quiero verme desesperada, trato de seguirle el juego.

—La verdad, no lo sé. Siempre te vi enfocado en tu trabajo y yo en el mío. Además, supongo que nunca se dio la ocasión para hacerlo.

—Es verdad. Entonces, no voy a desaprovechar el momento.

—¿Por qué lo dices.

 

 

Christophe.

 

—Por esto.

Apenas termino de hablar, me acerco a ella, tomo su cara entre mis manos para atraerla a mí y la beso. Ya no puedo seguir esperando. Hace ya un buen rato que siento que debo hacer esto, y por cómo ella se acomoda a mi lado, sé que es el momento indicado.

Sus labios son tan suaves y delicados, labios de tamaño promedio —ni tan carnosos, ni tan pequeños—, que me llaman a besarla y hacerla mía. Ashlee me tiene loco, es una chica totalmente hermosa. Ella tiene razón cuando dice que no habíamos tenido oportunidad de acercarnos más. Esta vez no perderé esta chance de poder estar con ella. No estoy enamorado de ella. A decir verdad, solo me he enamorado una vez, pero con ella todo se siente distinto. Me siento en paz. Siento que está trayendo de a poco tranquilidad a mi vida. Tengo la sensación de estar confiado, como si nada malo fuera a pasar.

¡Está decidido. Si tengo que llevar este acuerdo a la realidad lo haré, de eso estoy seguro.

 

 

Ashle.

 

Todavía me siento en las nubes. No puedo creer que esto esté pasando. Christopher Adams, el que ha sido mi jefe por dos años ¡me está besando. Tanto quise que este momento fuera realidad, que siento como si volara. Es como si solo existiéramos él y yo, y nada más.

Varios minutos pasan, mientras nos seguimos besando, que no nos damos cuenta que debemos separarnos por falta de aire. No quiero hacerlo pero, aunque es nuestro primer beso, soy yo quien lo termina.

Me aparto un poco de Christopher y ambos abrimos los ojos, mirándonos, cuando nuestras frentes se tocan. Estoy tan feliz por lo que acaba de acontecer, pero aun así no quiero hacerme ilusiones. No, al menos, hasta saber qué es lo que él piensa de esto.

—Christo… —soy interrumpida por un dedo que se sitúa sobre mi boca.

—Shthhh, no digas nada que arruine esto. Te aseguro que yo no me arrepiento. De hecho, esperaba hacer esto desde hace rato.

Este hombre me mata, eso es seguro. Vuelvo a sonrojarme, y ahora como tengo un poco de alcohol en mi cuerpo, siento que mis mejillas arden como antorchas.

—Créeme que yo tampoco —digo, finalmente.

—Debo confesar que he pensado llevar esto más allá que un simple trato, Ashlee. Me atrajiste desde el primer día en la empresa. —Abro inmediatamente los ojos como platos sin poder creer en sus palabras.

Dos años perdidos.

—¿Estás hablando en serio.

—Sí, lo estoy haciendo. Pero nunca quise arriesgarme a acercarme a ti y que me rechazaras, pensando que era el típico jefe que se involucra con su secretaria para llevarla a la cama.

No supe qué decir... otra vez.

—Hasta lo que te conozco, y solo digo de ahora, creo que no eres así. Si no, ya lo hubieras intentado —comento, al tiempo que le brindo una sonrisa involuntaria de mi parte.

—Tienes razón. ¡Mierda. Me siento como si me estuviera desnudando ante ti. Muy pocas veces me he sentido así con alguien.

—Tranquilo. Dijimos que nos tomaríamos las cosas con calma. —Le tomo la mano en señal de que se calme un poco.

—¿Ya te sientes más cómoda para mañana.

—Así como te veo, creo que esa pregunta te la debieras hacer tú mismo.

—Estoy nervioso. No te lo voy a negar. Estoy así porque conociendo a mi socio, aunque no venga con su hija, de seguro hará mención de ella, y eso es lo que me hará sentir incómodo. Entonces, apenas eso pase, te llamaré para así bajarle esos ánimos que tiene por querer casarme con su hija.

—Todo saldrá bien. Lo prometo. Ahora, creo que ya es hora de que me vaya, se nos ha hecho tarde y ya debo volver a mi departamento.

—Está bien. —Mira su reloj—. Tienes razón, es muy tarde. Vamos, te llevo.

Me tiende su mano, la tomo para impulsarme y levantarme de aquel sofá tan cómodo.

Me acerco a una mesa ubicada al lado de la puerta de salida, donde está mi bolso. Lo agarro y lo cuelgo sobre mi hombro mientras Christopher va a buscar las llaves de su auto para llevarme.

—¿Lista. —me pregunta a la vez que me toma de la mano.

—Sí. Ya lo estoy.

Abre la puerta de su departamento y me permite salir primero. Cierra la puerta tras de sí, cruzamos el pequeñ. hal. y me lleva hacia el ascensor, todo esto sin soltar mi mano. Se abre la puerta y entramos. Christopher aprieta el botón del primer piso del subterráneo y, al instante, se cierran las puertas del elevador que comienza a bajar. Pasamos unos minutos en silencio, ninguno se atreve a decir palabra alguna, hasta que se abre la puerta del ascensor y salimos para encaminarnos hacia su auto. Nuevamente, aprieta el control de mando a distancia para abrir las puertas. Entro en el vehículo y me acomodo, cuando luego lo hace él.

—Gracias —menciono al colocarme el cinturón de seguridad.

Una vez listo, me mira y también se coloca su cinturón. Enciende el motor, pero esta vez sin la radio, y empieza el rumbo a mi departamento.

—¿Dónde vives. —me pregunta—. Necesito anotarlo en el GPS.

—538 Statue of Liberty Street —respondo con una sonrisa para quitarle un poco la seriedad al momento, la cual es totalmente incómoda.

Christopher anota la dirección en su GPS y salimos hacia la calle. Su semblante está algo serio y debo confesar que me da algo de miedo. No recuerdo haberlo visto antes así, y menos entiendo su cambio de actitud tan repentino.

—¿Sucede algo. —pregunto para saber qué sucede.

Mirándome responde.

—No es nada, es solo que como ya te dije antes, hace un rato me sentía como desnudándome ante ti y nunca me había pasado con otra persona que no fuera mi madre, y es extraño. Me agrada tu compañía, eres una gran mujer y no quisiera... ¿Cómo decirlo.… «Meter la pata».

—Todo irá bien, ya verás. Solo debemos tomarnos las cosas con calma. Yo tampoco quisiera que esto se fuera de nuestras manos y se arruinara. Además, esto que hago es más que nada una ayuda para ti.

«Pero tú no sabes que en el fondo yo sí quiero algo más», pienso.

—Ya lo sé, pero aun así quisiera intentarlo, porque contigo estoy volviendo a disfrutar la vida.

Me toma la mano izquierda, que está descansando sobre mi muslo, y la levanta. La acerca a su boca y besa los nudillos.

—Eres hermosa.

—Tú tampoco te quedas atrás.

—¿Qué quieres decir. ¿Yo también soy hermosa. —bromea burlón.

Me alegra ver que este momento silencioso que nos tiene a ambos totalmente incómodos ha quedado atrás.

Durante el resto del recorrido, para llegar a mi departamento, seguimos charlando de otras cosas, hasta que me doy cuenta que hemos llegado.

—Gracias por la cena y la compañía —digo mirándolo para darle fin a esta noche que, en definitiva, hizo que todo cambiara a partir de hoy.

—Gracias a ti —me responde, mirándome a los ojos—. Espero que te hayas divertido.

Claro que sí. Hoy es un día que jamás olvidaré.

—Por supuesto. La pasé muy bien.

—Yo también la pasé muy bien.

Se saca el cinturón de seguridad y se acomoda a mi lado. Toma mi cara con su mano izquierda y me acerca a él. Su mano derecha sigue tomando mi mano. Se inclina lentamente a mí y ambos cerramos los ojos. Estamos tan cerca que nuevamente nuestras respiraciones se mezclan y de pronto, siento otra vez sus labios sobre los míos.

Oh Dios, me encantan sus labios. Su beso es dulce y a la vez se siente apasionado, como si una promesa implícita se escondiera en ellos.

El momento que no quería que apareciera llegó. Esta vez es Christopher quien rompe aquel beso, me mira fijamente y solo dice.

—Que tengas una buena noche.