IX

RESIDENCIA DE ESTUDIANTES LA CIUTADELLA.

Era un edificio de fachada rosada, algo antiguo. Debería tener alrededor de veinte años o puede que más. Alrededor de dicha construcción pululaban universitarios con aspecto de estar muy estresados: las horas de estudio, trabajos y fiestas salvajes, repletas de alcohol y música destroza-oídos los deberían dejar muy cansados…

El cielo de Barcelona era puro plomo.

Hacía un viento no muy intenso, pero frío y molesto. David se protegía de él con una bufanda de lana negra y un elegante abrigo negro que se había comprado esa misma semana.

Observaba la puerta de entrada a la residencia desde cierta distancia, pensando en la mejor manera de colarse sin llamar la atención.

En ese momento se acercó una joven vestida con unos estrechísimos pantalones pitillo verdes, que remarcaban lo delgadas, altas y estilizadas que eran sus piernas. La susodicha sacó una llave y empezó a abrir la puerta.

David no lo dudó…

Antes de que se cerrara la puerta, la aguantó y entró.

―Hola ―le saludó ella, con más cortesía que entusiasmo.

―Hola ―respondió el detective.

David Ibáñez había dejado la universidad hacía varios meses, pero su aspecto no era lo suficientemente llamativo como para que los demás pensaran que no era estudiante.

―Perdona …―le dijo David a la chica, antes de que se fuera―. Necesito que me hagas un favor.

―Dime.

―Estoy buscando …―ahora venía la parte difícil. David estaba totalmente convencido de que 4 vivía allí, o había vivido. Pero no sabía su nombre. Ni conocía su aspecto. Por no saber, no sabía si era realmente un hombre o una mujer―. A un escritor.

―¿Cómo?

―¿Sabes si hay algún escritor en la residencia?

―Hay al menos quince ―la pregunta le había parecido extraña, pero respondió con sarcasmo―. Yo entre ellos.

―Gracias, señorita…

―Ester.

―Gracias Ester. ¿El número 4 te dice algo?

―No.

La chica no había vacilado en responder, ni había hecho ningún gesto sospechoso. «No es ella», pensó David.

―Eso es todo. Gracias por la ayuda.

―¿Quién es usted? ―preguntó de golpe.

―Nadie.

―¿Y por qué «nadie» está tan interesado en encontrar a un escritor en una residencia de estudiantes?

―Gracias por todo ―dijo el detective, a modo de despedida.

Paseó por los pasillos, con la esperanza de que nadie le dijera nada. El silencio que los inundaba solamente se veía interrumpido por lejanos rumores de conversaciones lejanas o los murmullos de melodías que eran reproducidas dentro de las habitaciones.

David se sentía tan perdido como un pez en un desierto.

«¿Y ahora qué?»

En momentos en que hay mucho que ganar y poco que perder, lo mejor que se puede hacer es arriesgarse. El problema es que el detective tenía mucho que perder. Las ideas se pasearon como estrellas fugaces en su mente, mareándolo con recuerdos de sucesos pasados. Intentó mantener la calma.  Las probabilidades de que 4 viviera allí eran altas, aunque no estaba seguro del todo.

«¿Pero y si…? No. Qué tontería.»

Era una idea absurda, sin ninguna lógica, pero algo que no sabía identificar con exactitud le decía que siguiera esa pista. Hay quien lo llamaría intuición.

«No pierdo nada en probarlo».

Subió las escaleras hasta llegar al cuarto piso.

Pasó delante de la habitación uno.

De la habitación dos.

Habitación tres…

Tocó cuatro veces a la puerta de la cuarta habitación del cuarto piso.

Se oyeron movimientos en el interior.

―Hola…

Un joven moreno y de pelo extrañamente de punta le había abierto. Era delgado y se vestía con unos pantalones de chándal y una sudadera granate. Un atuendo cómodo, para estar por casa. Llevaba una barba de un par de días y portaba unas gafas azules y negras. Sus ojos eran nerviosos, no paraban de mirar de un sitio al otro.

―Hola ―David le ofreció su mano, que el otro apretó sin entender muy bien―. Encantado de conocerle.

―Lo mismo digo, quienquiera que sea usted…

―Soy detective privado ―dijo David―. Y por lo que delatan los callos formados en sus dedos, usted es escritor. Y además estudia mucho, porque los codos de su sudadera están algo más gastados que el resto de la tela.

―Vaya, y yo pensando que Sherlock Holmes había muerto después de dedicar los últimos años de su vida a cuidar abejas.

―Es solamente lógica.

―Lógica aplastante ―el chico le invitó a pasar―. Siento que mi habitación esté tan desordenada.

―No es problema, sólo venía a preguntarte algo.

―Adelante, entonces ―dijo el joven.

Liberius.

―…

―El Código de los Últimos Héroes.

―…

― ¿Sabe de lo que lo hablo? ―David sonrió, al ver la cara de atragantamiento del pobre muchacho que tenía ante él―. ¿Eh, señor 4?

―Pase.

El joven cerró la puerta con prisa, sin duda estaba preocupado.

―¿Qué es lo que quiere?

―Encontrarle, y creo que lo he conseguido.

―Ya han detenido a varios libs. Sé cómo funcionan las cosas ―lo miró con dureza a través de las gruesas gafas―. ¿Para quién trabaja?

―Para la Verdad. Tengo interés en un caso de asesinato relacionado con su obra             ―mintió David. No pensaba decirle que estaba trabajando para una sección de espías de la Unión Europea que pretendían detenerle. Si se lo dijera, huiría y adiós a la confianza de Martin y adiós a la venganza.

―Entiendo.

―No puedo darte detalles, en realidad … ―David improvisó―. En realidad sólo quería preguntarte por qué haces todo esto.

―Me siento autorrealizado ―dijo el chico, que se sentó en una silla―. Alguien lo tiene que hacer.

―Algún día podrían encontrarte.

―Lo importante es el mensaje. Algún día mi carne se pudrirá bajo tierra, pero mi mensaje puede cambiar el mundo. Cambiarlo a mejor, si es posible.

―Los ideales también pueden morir.

―Los ideales están hechos a prueba de bomba ―dijo, con voz segura―. Y nuestro próximo proyecto acabará por cambiarlo todo.

―¿De qué se trata?

―Boicotearemos a los bancos, que son los verdaderos culpables de la crisis. Queremos que la población saque su dinero de sus cuentas bancarias, como medida de castigo por todo lo que están haciendo. De momento, ya son ciento cincuenta personas las que nos han apoyado y han retirado sus depósitos. Empezamos a difundir el mensaje ayer…

―Sería acabar de destruir el sistema.

―Queremos acabar con él porque está teniendo una muerte agonizante y no queremos que sufra ―ironizó 4.

―Ya veo.

―¿Qué es exactamente lo que quiere saber? ―dijo el chico.

―Muchas cosas, para empezar quiero saber el número ganador de la lotería de mañana.

―¿Quiere jugar a ver quién es más irónico? Le advierto de que ganaré.

―Es igual, me marcho.

―Supongo que no le contará a nadie donde vivo, señor detective privado.

―Sólo pretendía localizarle porqué estoy investigando un caso muy complejo, y he de tener en cuenta todas las opciones. Es muy posible que nos volvamos a ver.

―Siempre es un placer charlar con mis lectores.

―Adiós.

―Adiós.

―Por cierto ―dijo David, quien tenía la sensación de que su conversación con el escritor había sido breve y extraña. Parecía una persona inteligente, pero muy nerviosa. No paraba de mover nerviosamente las piernas―, ¿Cómo te llamas?

―Iván Montemayor.

Verum
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