V

 

La torre Agbar es uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad de Barcelona. Su curvilínea presencia sobresale exhibiendo los colores granate y azul, representativos de la ciudad. Cuando uno está cerca, pero, su silueta parece estar formada por escamas, como si estuviera recubierta de una piel de reptil.

Es fácil reconocerla.

El arquitecto dice haberse basado en diseños de Gaudí, en un géiser e incluso en las formas de las rocas de Monserrat, pero todo el mundo la conoce por su similitud con un cierto órgano masculino.

―Tiene forma de pene.

Dijo un niño pequeño que pasaba cerca de David, al observar la torre. No le faltaba razón. La comparación era inevitable y las bromas y los comentarios jocosos a cerca de la curiosa forma de la torre eran bastante habituales.

Mientras la madre reñía a su hijo por su comentario grosero, el detective continuó acercándose al edificio.

Allí hablaremos de un tema muy importante.

David no había dudado. Era la ocasión ideal para ponerse en contacto con ellos. Aún así, cuando pensaba que quizá estaba a punto de hablar cara a cara con la persona que había asesinado a sangre fría al Jefe, a Ramón Cirera, a Nadia…

Le entraban ganas de vomitar.

Esta su vida en juego, no haga tonterías.

David solía llegar temprano a sus citas. Eran las cinco menos cuarto de la tarde y miraba con preocupación los alrededores del edificio, por si aparecía el hombre del casco.

Ni rastro de él.

Se quedó en la puerta, mientras miraba la torre desde cerca. Hay quien dice que permanecer en las alturas conlleva riesgos. En el caso del emblemático edificio, la polémica estalló al detectarse casos de lipoatrofia semicircular (la grasa de algunas partes del cuerpo se retrae debido a la baja humedad y al exceso de descargas electromagnéticas).

Decidió entrar en el recibidor.

No avise a la policía, nosotros somos la policía.

En el interior, las paredes tienen colores vivos. Pero el hombre que lo miraba intensa y fríamente vestía de negro y blanco.

Era el típico uniforme de los ejecutivos: un traje negro con camisa blanca, una sobria corbata negra, relucientes mocasines negros… El traje le quedaba como un guante, probablemente estaba hecho a medida.

Su rostro afeitado era de facciones rectas y su expresión era seria, dura como un martillazo. El peinado era común: pelo liso arreglado con la raya en el lado derecho y las patillas muy recortadas. Unas gafas de Sol marca Ray-Ban cubrían sus ojos.

Responderé a sus preguntas e intentaremos llegar a un pacto razonable para todos.

De no saber que era el hombre del casco, David podría haber pensado que era el director de una empresa, un concesor de créditos o incluso un político.

Un hombre «de confianza».

―¿ Jean Pierre Martin? ―preguntó el detective.

―Sí.

―Le he reconocido por la pequeña variación entre sus dos bíceps, que seguramente es fruto de entrenar un brazo más que el otro ―dijo David, y el otro permaneció inalterable.

―Muy observador ―dijo Martin―. Sígame.

Se metieron en un ascensor.

El silencio hacía que la tensión aumentara y se palpara en el ambiente. ¿Qué pretendía ese tío? «¿Quiere matarme? No, si quisiera eso ya lo habría hecho», se dijo David mientras la caja ascendía hasta los cielos barceloneses.

―Es usted francés ―dijo él.

―Sí.

―Parisino, o de los alrededores de la capital.

―Cierto.

―De clase media baja, probablemente. ¿Sus padres…?

―No tengo padres ―dijo Martin, sin modificar la seriedad de su rostro.

―Lo siento ―«la estoy cagando», pensó David.

―Da igual. Nunca los conocí. Me crie en un orfanato.

―Entiendo ―era información demasiado íntima para ser la primera vez que hablaban, lo cual preocupaba al detective.

―Mi padre es el Estado ―concluyó con una misteriosa sonrisa. David prefirió no contrariarle. El ascensor iba rápido, pero aun así el número de plantas que recorrían parecía completamente interminable.

―¿Adónde vamos?

―La organización ha alquilado un despacho en la planta 28.

―¿La organización?

―¿Para quién cree que trabajo, señor Ibáñez? ―David tragó saliva.

―No lo sé.

―Miente usted muy mal ― dijo Martin, que se había quitado las gafas de aviador. Tenía unos ojos azules claros, fríos como el invierno. Inalterables.

En caso de que no se presente, las consecuencias serán perjudiciales para usted.

―Si soy sincero con usted ―David hizo de tripas corazón. Era inútil tenerle pánico a alguien que sabía que no le iba a matar. «No te engañes, estás muerto de miedo»―. Creo que trabaja para una sección de la Unión Europea que no figura en ningún sitio.

―¿Y qué función tiene esa, como dice usted, «sección»?

―Matar.

¡¡DINNGGG!!

PISO 29

FLOOR 29

La puerta del ascensor se abrió.

―Nuestra misión ―Martin puso una mano encima del hombro de David. Le agarraba con firmeza, pero sin hacerle daño. Le presionaban más los ojos pálidos que le observaban de cerca―, nuestra misión es defender la ley y el orden en Internet.

―…

―No lo olvide.

Martin salió del ascensor y ambos empezaron a caminar por los pasillos minimalistas de la torre Agbar.

Finalmente, entraron en un espacioso despacho, en el cual destacaban los colores rojo, azul y blanco.

«Me siento como en una película de Kubrick», pensó David.

―Señor David Ibáñez ―dijo Martin―. ¿Sabe por qué está aquí?

―Tengo una pequeña sospecha.

―Dígamela, sin miedo ―sonrió. Era una sonrisa algo falsa. Producía escalofríos.

―Quiere que deje de investigar la muerte de las personas que ustedes mandaron asesinar ―intentó controlar la rabia. No era momento para perder el control y liarlo todo, no. Aun así, volvía a sentir unas ganas irrefrenables de vomitar.

―Sí, algo así.

―Yo…

―Como usted sabrá ―le interrumpió―. El terrorismo amenaza con destruirnos. Niños, mujeres y ancianos están en peligro de morir asesinados por esos fanáticos. Nosotros hacemos lo que hacemos legitimados por la seguridad. La seguridad del pueblo.

―…

―Ponemos nuestros ojos en la red porque es muy nueva, y allí los terroristas piensan que pueden comunicarse libremente y crear sus malditos planes. Internet es peligroso.

―Lo dice por lo ocurrido en el Norte de África ―David se refería al estallido de revueltas en países como Túnez, Argelia, Egipto… en el que los rebeldes usaban la red para expandir la chispa de la revolución.

―En parte. Imagíneselo: la red al servicio de los antisistema y los terroristas. No, el pueblo necesita mantener el orden en la red de redes. Eso es lo que nosotros hacemos.

―¿Y las muertes?

―Hay veces en que los problemas sólo se resuelven cortando por la raíz. ¿Comprende?

―No estoy muy de acuerdo.

―Idiota.

―¿Perdón?

―Le llamo idiota, señor Ibáñez, porque no entiende que el Estado es la mano que le da de comer cuando tiene hambre, el soldado que le defiende del peligro, la madre que le cuida cuando está enfermo ―dijo, con su particular acento francés, diciendo «g» en vez de «r»―. Y esto es una verdad absoluta, no admite réplicas. Si usted no está de acuerdo con algo que es verdad es porqué es idiota ―le miró con desprecio.

―A veces hay diferentes puntos de vista…

―Dos más dos son cuatro. Y punto. No hay discusión posible ―dio un golpe en la mesa, lo que sobresaltó al detective―. Ahora bien, usted debe decidir si quiere colaborar con los que quieren ayudarle o prefiere enfrentarse estúpidamente con aquellos que se preocupan por usted.

―Entiendo ―David se preparó para su jugada maestra. Se lo jugaría todo a una carta―. Tiene razón. Quiero colaborar con la organización.

―Me alegro.

―Tengo algo que ofrecerles.

―¿A qué se refiere?

―Quiero hacer algo que permita limpiar mi nombre ―dijo David, tragándose sus ideales y esperando que la estrategia funcionara―. Quiero que vuelvan a confiar en mí. Yo también amo a la mano que nos da de comer ―mintió.

―No le creo.

―Tengo indicios que puede que me permitan encontrar a 4, el principal ideólogo del movimiento terrorista Liberius  ―David decidió usar palabra «terrorista» para acentuar su intención de colaborar con su interlocutor―. Lo encontraré y se lo entregaré a ustedes, las autoridades competentes.

Hubo un silencio largo, más o menos de un minuto.

―Interesante ―dijo el francés, lacónico.

―Sería una manera de hacer las paces ¿no le parece? Un trato que nos beneficia a ambos ―dijo David, intentando que no se notaran sus intenciones de vengarse de ellos lo antes posible.

―Interesante ―repitió, tocándose la barbilla.

―¿Y bien?

―Un mes.

―¿Cómo?

―Tienes un mes exacto para encontrar a 4.

―De acuerdo.

―Yo confío personalmente en usted, pero… ―una mosca que pasaba por allí lo despistó―. Pero necesito pedir permiso a mis superiores. Si me dan su apoyo, le conseguiré medios, ya sabe, ayudantes, instrumentos, armas…

―No es necesario ―dijo David―. Me las puedo apañar yo solito.

―Aun así… ―la mosca continuaba molestando a Martin―. Necesito hablarlo con mis superiores. Son las reglas y están ahí para algo.

―Claro.

―Y por cierto ―el francés se levantó―. Recuerde lo que pasará si hace tonterías.

―¿Tonterías?

―Si tengo la menor sospecha de que tramas algo extraño… ―de repente, aplastó a la mosca de una palmada, haciendo un chasquido que asustó a David.

El cuerpecito sin vida del insecto cayó al suelo.

…las consecuencias serán perjudiciales para usted.

―No lo olvide ―dijo Martin, que le abrió la puerta como señal para que se fuera. Le dedicó otra de sus gélidas e inquietantes sonrisas―. Las normas están para cumplirlas.

Verum
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