El dragón lanzó su rojo fuego, rozando a David.
―¿Estás bien? ―preguntó José, que preparaba su arco para atacar al enorme monstruo.
―Sí, de todas maneras creo que mi armadura podrá resistirlo ―dijo David.
―¡Anda ya!
El dragón medía más de diez metros de largo y tenía la cola rodeada de punzantes y mortíferos pinchos. Su piel era oscura, pero rojiza. Los ardientes ojos parecían transmitir un solo mensaje: «muerte».
Lo había encontrado por sorpresa en mitad de un bosque. Era extraño, porque esa clase de dragones no suelen encontrarse tan fácilmente.
―¡Joder! ―las flechas envenenadas de José no podían atravesar la dura piel del dragón, que no cesaba de mover peligrosamente la cola.
David empezó a respirar agitadamente. Necesitaba un plan, algo que pillara desprevenido al poderoso monstruo. Necesitaba usar un conjuro.
Por suerte, en la aldea, un hechicero le había enseñado a fortalecer su espada mediante una técnica que le permitía hacer que su hoja fuera extremadamente afilada. Lo consiguió entregando al mago una planta muy difícil de encontrar en los Reinos de Astoriazh.
―¡Tengo un plan!
David se acercó al dragón sin miedo a ser derrotado, usó el hechizo y intentó situarse bajo el abdomen de la bestia, ya que es su zona menos protegida.
―¡No! ―gritó José.
Una bocanada de fuego sofocó a David. El dragón había sido más rápido que él…
…
―¡Mierda!
David pegó un golpe sobre la mesa y lanzó su ratón contra la pared.
―No pasa nada ―dijo José, que en esos momentos también era devorado por las llamas―. Sólo es un juego.
Astoriazh era uno de los videojuegos online a los que David y Jose solían participar cuando se aburrían y no sabían qué hacer. Estaban en el escritorio del piso del detective, con sus dos respectivos portátiles.
David se levantó.
―Hacía siglos que no jugaba a esto ―dijo.
Llevaban dos horas perdidos en los montes, bosques y aldeas de Astoriazh, y notaban sus músculos entumecidos por la postura que mantenían.
―Tienes que relajarte más ―sentenció José―. Por cierto, me gustaría que te hubieses hecho fotos de cuando te vestiste de mujer ―el joven informático se carcajeó con sorna―. Seguro que estabas guapísima…
―Menos cachondeo. A veces hay que perder un poco el miedo a pasar vergüenza para poder llegar a la Verdad ―dijo David.
―Pon un ejemplo.
―La gente que dice haber visto Ovnis. Lo más probable es que se burlen de ellos, pero eso no hace que denieguen de la evidencia de lo que han visto y oído.
―¿En serio crees en eso?
―Cambiemos de tema ―dijo David―. Tus sentimientos hacia Alicia.
―¡Qué pesado eres! ―David se rio desmesuradamente ante la cara de indignación de su amigo.
Estuvieron un rato más hablando y lanzándose puyas sin parar, y finalmente José se levantó para despedirse.
―Espero que consigas encontrar lo que buscas ―le deseó José, después de abrazarse.
―La Verdad, la Verdad, la Verdad… ―dijo David―. Eso es lo que busco…
―Pues si sigues así te va a explotar la cabeza ―José señaló los papeles pegados en las paredes.
El informático cerró la puerta y David se quedó solo, otra vez.
Se quedó en silencio, pensando.
«Parece que en la vida hay que escoger entre felicidad y verdad. Unos buscan una, y otros la otra. Son dos posturas diametralmente opuestas. ¿Se encuentra la felicidad en la ignorancia o en el conocimiento?¿Es mejor una felicidad falsa o una tristeza verdadera? En este mundo feliz donde todos quieren placer y objetos de deseo, ¿qué ha sido de la curiosidad humana, del deseo de saber más y mejor? ¿Qué ha sido del amor a la Verdad, aunque éste duela…?»
Sonó el timbre.
David todavía tenía las llaves metidas en la cerradura. Abrió la puerta, algo confundido. ¿Qué diablos pasaba ahora?
José lo miró: su rostro era una encarnación grotesca del horror.
―¿Qué pasa? ―se atrevió a preguntar el detective.
―Mira ―fue la única palabra que pronunció.
Le señaló el interior del ascensor.
Había una frase escrita en el espejo, con lo que parecía un líquido rojo. Quizá sangre…
YOU WILL DIE
―Tú morirás ―tradujo David en voz alta―. Las letras «D» e «I» está subrayadas. DI… Mis iniciales…
―¿Qué significa esto? ―preguntó José, al borde del ataque de nervios.
―Pues quizá …―David estaba aturdido pero intentaba serenarse―. Quizá alguien quiere que deje de meter las narices donde no me llaman. No me importa. Seguiré investigando de todas maneras…