―Se oyen rumores de que algo gordo empezará el 15 de marzo.
―¿Por qué ese día? ―preguntó Flor.
―Ni idea ―David miró por la ventanilla del taxi. Poco a poco el paisaje se volvía menos urbano. Estaban rodeados por prados―. Pero el caso es que quieren ocupar plazas en todas las ciudades. La cosa puede ponerse peligrosa si el gobierno manda que los desalojen. ¡Bah! De momento son cuatro gatos. Puede que ese día no lleguen ni a cien personas…
El taxi negro y amarillo (como todos los taxis barceloneses) los dejó en el imponente aeropuerto del Prat. Es un lugar silencioso y calmado, seguramente por su enorme longitud, que conlleva caminar duramente hasta llegar a la puerta de embarque.
Había una enorme variedad de personas.
David jugaba a adivinar de donde vendrían aquellos individuos. «Ensaimadas ―pensó―, esos vienen de Mallorca». Se cruzaron con unos sujetos rubios que hablaban muy rápido en una lengua extraña.
―¿Suecos? ―se aventuró Flordeneu.
―No ―David sonrió―. Hablaban Suomi.
―¿El qué?
―Son finlandeses querida, finlandeses ―dijo él.
―Ah.
Siguieron avanzando. Se encontraron con una mujer de piel color chocolate y labios gruesos, como hinchados. «Es cubana». David pensó en la cantidad de esclavos negros que fueron llevados a América para trabajar en el campo. «Nadie les preguntó, simplemente pasaron de ser gente corriente que vivía en poblados a vivir en un mundo recién descubierto. La Humanidad es capaz de cosas terribles…»
Hicieron cola para entrar en el avión.
―No tienes por qué hacer esto ―le dijo David a la mujer, que lo miró con expresión de «ya-me-lo-has-dicho-chorricientas-mil-veces-pesado».
―Lo sé.
―Ese era mi sitio…
Un hombre musculoso y de rostro duro se les acercó. Llevaba gafas de Sol, un brillante traje negro que combinaba con una brillante corbata azul y en su brazo relucía un reloj dorado.
―No me he colado ―dijo David―. Si se va usted al baño pierde el sitio, señor.
―Sólo ha sido un momento ―el hombre tenía un marcado acento del Este.
―Los pequeños momentos tienen grandes consecuencias.
―Será mejor que me devuelvas el sitio.
―Que sea usted un miembro de la mafia rusa no me asusta, señor Ivanov ―dijo el detective, dejando perplejo a su interlocutor―. Además, podemos intercambiar favores. Yo no le digo a nadie que has escondido drogas en tu maleta y yo me quedo con el sitio en la cola. ¿Te parece bien, drug?
―Ne znayu, kak vy znaete, eti veshchi.
―Experiencia ―el ruso le había dicho «no sé como sabes esas cosas».
―Ve con mucho cuidado, pequeño ―el hombre se quitó las gafas de Sol. Tenía los ojos grises.
―Descuida ―el hombre empezó a irse hacia el final de la cola, que cada vez era más larga―. Una cosa más.
―¿Chto?
―Las prostitutas que viajan contigo son españolas ―el hombre abrió los ojos como platos―. ¿Cómo las has convencido para que vayan a los burdeles moscovitas contigo?
―Experiencia ―dijo, con la voz llena de odio.
La cola empezó a moverse. Llegó el momento en que les pidieron los billetes . Los mostraron. Vuelo con destino Birmingham, Reino Unido. Desde allí pensaban trasladarse a Oxford.
―¿Cómo has sabido todo aquello? ―preguntó la chica, después de un momento de silencio. Flordeneu no entendía nada.
―Era evidente ―el chico sonrió.
―No, no lo era ―dijo ella―. Al menos para mí no…
―Exacto, para ti.
―¿Y sabes ruso?
―Sí, sé un poco de russkii. No mucho, sólo lo básico.
―…
―En fin, empecemos por el principio ―dijo David―. El hombre tenía una pequeña cicatriz en el cuello, y cuando se ha quitado las gafas he localizado otra cerca de la ceja. Inequívoca señal de peleas callejeras a base de cuchillazos. El tío es fuerte, así que normalmente debería ganar.
―Pero de eso a decir que es un mafioso… hay gran paso.
―Era rico ―continuó relatando David―. Pero no era un ejecutivo en viaje de negocios, ya que no llevaba maletín ni nada parecido. En sus lustrosos zapatos, además, he visto un pequeño rastro de polvo blanco. ¿Azúcar? Es poco probable. He supuesto que eran cocaína, como era lógico. Sus uñas estaban amarillentas, (señal de que fuma, por otra parte) y su mano mostraba el comienzo de un tatuaje que se le extiende por el brazo. Un pequeño crucifijo. Los símbolos religiosos son típicos en los mafiosos rusos.
―¿Y su apellido? ¿Cómo lo sabías?
―Estaba escrito en el reloj de oro que lleva. Además, es un apellido bastante común en Rusia.
―¿Y las drogas y las prostitutas?
―Sus tres amiguitas españolas que están ahí junto a él ―las señaló, girándose hacia atrás―. Son meretrices de lujo. Lo sé porque caminan con actitud sumisa y una de ellas tiene mordeduras en el cuello producidas por dientes humanos. Sé de lo que hablo, estudié un caso sobre mordeduras. Un día te lo contaré, el caso del vampiro de Dachá.
―Podrían ser mordeduras de su novio ―repuso la psicóloga.
―Pues entonces esa chica tiene al menos tres novios, ya que las mandíbulas no coinciden. De todas maneras, lo que de verdad me ha hecho caer en que eran prostitutas es que las tres están vestidas exactamente igual, como si el amigo Ivanov quisiera que pasaran desapercibidas. Obviamente, las mujeres se encuentran algo incómodas…
―Escucha, la droga tendría que haber sido detectada por los perros o algo así. ¿Cómo sabes que la lleva en la maleta?
―Son profesionales, conocen métodos concretos para hacer pasar las sustancias sin que sean detectadas. De todas maneras, para ir al baño se ha llevado la maleta, cuando podría haber dejado a una de las tres chicas con ella para que la guardara, pero no lo hizo. De hecho, las tres chicas han ido al baño en el mismo momento que él, aunque han tardado un poco más.
―Así que crees que si las tres prostitutas se hubieran quedado solas con la maleta ―dijo Flor―, habrían escapado con ella porque en su interior hay algo valioso.
―Drogas ―concluyó el detective.
―Como sigas pensando tan rápido algún día te explotará la cabeza ―dijo ella, y se cogieron de la mano.
Su avión era un pájaro blanco de piel fría y metálica. El cielo tenía los colores suaves típicos del amanecer y sólo estaba interrumpido por unas cuantas nubes solitarias. Subieron a bordo. David se fijó en una de las azafatas. Una mujer alta, rubia y de azules ojos cuya sonrisa era tan falsa como un billete de siete euros. Miró su mano: tenía las uñas pintadas de color rojo.
―Hola ―le dijo.
―Hola ―respondió él, lacónico.
Se dirigieron hacia la parte posterior del aparato, para tomar asiento.
―Todo el mundo suele notar algo de nerviosismo al saber que va a montarse en una máquina que podría caer desde alturas difíciles de imaginar, pero para eso se recurre a las estadísticas ―le dijo David a su amante―. «El transporte aéreo es el más seguro de todos…» «Es más probable morir en un accidente de coche que volando…». Nos acogemos a esas frases como si fueran flotadores en un tormentoso mar de miedos. Pero en el fondo, aunque hayas volado miles de veces, sigues notando el nerviosismo en la boca del estómago.
―Es una reacción emocional bastante corriente ―dijo ella―. En el fondo, nadie quiere morir.
―Hombre, hay gente que desea ir al cielo.
―Ni siquiera ellos.
―¿Y qué me dices de los aviones que se chocaron contra las torres gemelas? ―al decir esa frase, algunos se lo quedan mirando, con los ojos abiertos. Una pequeña ola de pánico general y de murmullos se extiende por el avión.
―No era un buen ejemplo ―reconoció él, que se dio cuenta de que al montar en un avión no se deben mencionar cosas así.
―Una vez fui en un barco que tenía televisión. Nos pusieron una película. ¿Adivinas cuál? ―dijo Flordeneu.
―¿Cuál?
―Titanic.
El detective empezó a reírse en los momentos en que el avión comenzaba a moverse. Después de un par de vueltas, comenzó a aumentar la velocidad, se irguió y, finalmente, despegó del suelo, dejando atrás Barcelona.
A David la ciudad se le hacía más bella cuando más lejos la veía.
―Hay razones para vivir ―dijo él, de repente.
―¿Cómo por ejemplo? ―le preguntó la psicóloga.
―Tú.
―Que cursilada.
―Es la verdad ―dijo él―, mi verdad…
En ese preciso momento, el mafioso ruso se sentó al lado de David. Estuvo varios segundos callados, hasta que finalmente dijo:
―¿Para quién trabajas?
―¿Crees que te persigo? ―dijo él, con ironía―. Eso es manía persecutoria. Mi novia es psicóloga, ella te lo confirmará.
―Basta de juegos ―dijo Ivanov. Flor puso cara de extrema preocupación.
―No trabajo para nadie.
―Me da igual, pero si te chivas te prometo que tu preciosa novia verá como te arranco la cabeza.
―Entiendo.
Intercambiaron una mirada de desafío, durante un breve silencio.
―¿Por qué se dirige al Reino Unido? ―preguntó el detective, entonces.
―¿Qué?
―¿Hace escala para ir a Rusia? Es un poco extraño…
―En Birmingham tengo contactos ―dijo, sin muchas ganas.
―Ya…
―Puede que le detengan en la salida ―dijo David.
―¿Es una amenaza?
―Es una realidad ―David miraba hacia el frente, muy serio. Mientras el avión empezaba a recorrer el espacio aéreo francés―. Los controles en el Reino Unido pueden ser mucho más eficaces que en España. Ha sido un error por su parte no caer en ello.
―David, por favor, déjalo ya… ―dijo Flor, preocupada.
―¿Te crees que soy estúpido? No hay controles cuando te bajas de un avión ―dijo Ivanov, hablando en voz baja.
―¿Está seguro? ―David rio―. ¿Es que acaso no sabes que hubo un intento de atentado hace poco en ese mismo aeropuerto?
―No.
―Pues sí ―David parecía tenso―. Un grupo de fundamentalistas islámicos intentaron colocar una bomba y dieron un aviso. No sé encontró ninguna y se pensó que falso, sólo una estrategia para causar terror, miedo, pánico entre la población. Pero lo importante ―David bajó el tono de voz de manera que sus palabras eran casi susurros inaudibles―, es que han aumentado los niveles de seguridad.
―Espera ―el ruso estaba sudando y parecía realmente alterado. Echó un vistazo a sus tres acompañantes que estaban sentadas cerca de ellos―.¿Cómo sabes tú eso?
―Lo vi ayer en el telediario. Escucha, drug, estoy seguro de esto ¿entiendes? En realidad ―David miró a los lados―. En realidad yo también quería llevar algo de marihuana, no mucha, sólo para propio consumo, pero al ver eso decidí que era mejor no hacerlo.
Flordeneu evitaba mirarle porque sabía que su novio había dicho una mentira detrás de otra y que la situación se podía torcer en cualquier momento.
―¿Estás seguro? ―preguntó el ruso, que estaba cada vez más agitado por los nervios.
―Da.
David miró por la ventana. Estaban justo encima de un banco de nubes. Qué extraño es ver las nubes desde arriba…
―Yo si fuera tú ―continuó diciendo David―. Me levantaría, iría al baño con la maleta de manera disimulada y lo tiraría todo. ¡Todo! Si alguien te pregunta por qué vas con la maleta al baño, di que eres diabético y tienes que pincharte, pero que no quieres sacar los instrumentos en público. ¿Comprendes?
―No sé ―Ivanov no se acaba de fiar del detective. Parecía la clase de persona que no confía en nadie―. No estoy seguro.
―Tú mismo, drug ―dijo David, que cogió un librito de un bolsillo y empezó a leerlo.
Y así continuó el viaje: el ruso meditaba, David leía con interés y Flor no sabía qué hacer para calmarse.
Entonces, inesperadamente, el ruso se levantó con prisas, cogió su maleta y fue directo hacia el baño. Ninguna de las azafatas le dijo nada.
―Lo sabía ―dijo David sonriendo.
―Te has metido en un buen lío ―le dijo Flordeneu.
―Tiempo al tiempo.
El avión atravesó el mar y finalmente vislumbraron suelo británico. Poco a poco, el aparato descendió cada vez más. Al cabo de unos minutos que se hicieron eternos, el avión aterrizó, frenando bruscamente.
Después de que la nave se moviera con parsimonia hasta unirse con la terminal, la gente comenzó a quitarse los cinturones y a levantarse para coger sus respectivos equipajes.
―Welcome to Birmingham ―Anunció una voz femenina por megafonía.
Era la primera vez que David estaba en Inglaterra, y la verdad es que lamentaba no poder disfrutar del placer de viajar. Pero tenía en mente asuntos más importantes que el turismo…
Walter Paul…
Salieron del avión y se encontraron con un guardia uniformado. Sin que nadie entendiera la razón, David se lanzó sobre el mafioso y le agarró del cuello mientras gritaba al guardia que examinase su maleta y después el baño.
El hombre era un tipo flemático y lento de reflejos, que tardó varios segundos entender la situación. Al abrir la maleta se encontró que estaba vacía. Mierda ―pensó David―. ¡No hay restos!
Entonces una de las prostitutas se acercó al guardia, que intentaba ayudar a David a sujetar al musculoso ruso, el cual trataba de zafarse del detective mientras lanzaba insultos y blasfemias en su lengua natal.
La mujer le explicó en perfecto inglés quien era Ivanov y que ella y sus compañeras habían sido engañadas. Las convencieron de que trabajarían como modelos cuando realidad eran obligadas a vender sus cuerpos.
El guardia pidió refuerzos.
―¡Iré a por ti! ¡Te mataré! ―gritaba el mafioso.
―¡Que te lo pases bien en la cárcel, drug!
Aparecieron tres policías y se lo llevaron después de esposarlo. El resto de viajeros no comprendía nada…
―Vámonos antes de que nos hagan preguntas ―le dijo David a la psicóloga.
―Oye, te mereces un Óscar ―dijo ella, con una sonrisilla irónica.
―Al menos un Globo de Oro ―dijo él, mientras ambos corrían por el silencioso y espacioso aeropuerto inglés―. Venga, ahora tenemos que ir a Oxford…