IV

―¿Quién es 4?

―Es imposible saberlo, David.                

El detective se había reunido con José y Alicia para hablar sobre la búsqueda de la identidad del autor del libro que había iniciado e impulsado el movimiento de Internet conocido como Liberius.

Estaban en el lugar más adecuado y formal para debatir estos asuntos: el Hard Rock Café. El lugar en el cual David había conocido a la peruana, por accidente. Estaban a principios de Febrero y el local estaba a rebosar de hambrientos y ruidosos clientes.

José daba grandes mordiscos a su hamburguesa, que chorreaba una mezcla de kétchup y mostaza. Vestía con una sudadera negra y vaqueros. Alicia, un jersey blanco y unos pantalones pitillo rojos.

David, más ojeroso que nunca, con rostro decaído y el pelo revuelto, lucía una camisa negra que dejaba ver la camiseta violeta que llevaba debajo y unos pantalones oscuros y sin planchar. Parecía vencido, pero aún se observaba el brillo de la vitalidad en el fondo de sus ojos negros como la noche.

―Pues dejará de ser imposible ―dijo el detective―. Tenemos que encontrarlo.

―Lo único que se sabe es que escribió el libro ―respondió José―. Y no está claro si alguno de sus personajes se basa en la realidad o no. En ese sentido es bastante ambiguo.

―Te entiendo, dudas de si ciertas cosas ocurrieron de verdad o no.

―Exactamente, Sherlock ―continuó José―. El libro fue publicado hace dos años a través de una editorial llamada igualmente 4, que cerró enseguida que el libro empezó a ganar popularidad.

―Para proteger su identidad …―dijo Alicia.

―Sí ―José miró a David e hizo un gesto extraño. Parpadeó―. ¿David?

―Dime.

―¿Estás bien?

―Sí.

―Mientes ―dijo José.

―Toda afirmación necesita de pruebas extraídas de la realidad para ser verificada ―dijo el detective, arqueando una ceja―. ¿Qué argumentos tienes?

―Para empezar, no has pedido pizza ―dijo José.

―¿Y?

―Siempre pides pizza ―dijo la chica, mirando la lasaña que el susodicho había pedido. Casi no la había tocado…

―Además, tienes mal aspecto: ojeras, aspecto descuidado…

―Lo de la pizza no tiene porqué significar nada ―dijo él.

―Te gusta mucho.

  ―Que algo me guste mucho no tiene porqué significar que esa cosa tenga que gustarme siempre, puedo cambiar de opinión ―dijo el detective―. No he firmado un contrato donde ponga que me gustará la pizza todos los días de mi vida hasta que muera.

―¡Eh, tranquilo! ―dijo José―. No te pongas así…

―Quizá lo que ocurra es que le haya pasado algo malo ―dijo Alicia, clavando sus ojillos curiosos e entrometidos en David―. ¿Va todo bien?

―He cortado con mi novia.

―Oh ―exclamaron José y Alicia al mismo tiempo.

―Estoy bien.

―Eso no te lo crees ni tú ―dijo Alicia―. Mira, te conozco poco David Ibáñez, pero sé de sobra que cuando tienes un problema intentas evitarlo centrándote en el trabajo o en otras cosas que te mantengan evadido.

―Me apuesto lo que quieras a que estuviste horas y horas tocando esa maldita guitarra ―dijo José, con media sonrisa.

―Qué exagerado… Sólo me he tirado dos noches seguidas tocando en vez de dormir ―dijo él, haciendo que sus amigos se rieran, y la carcajada fue contagiosa. Era como si la risa diluyera todo el dolor que llevaba dentro. David deseó que esos instantes en que se reían no se acabaran nunca―. Menos mal que existe la cafeína.

―En fin, volviendo al tema ―dijo Alicia―. Quizá la editorial sea un buen punto de partida. Averiguar dónde estaba, si alguien vio a alguien cerca de allí.

―Lo primero que tengo que hacer es ir a la imprenta ―dijo David―. Allí puede que averigüe algo…

―¿Y qué hay de lo de Flor? ―preguntó José.

―No te entiendo…

―Me refiero a que vas a hacer a ahora. Tío, tienes una pinta horrible. Te conozco, y esto es anormal incluso en ti, nunca te he visto tan mal. Deberías ir a un psicólogo…

―No me hables de psicólogos ―rogó David.

Después de decir esto, bebió un sorbo de Coca-Cola, y escuchó la melodía que se oía de fondo, corrompida por las decenas de voces y risas del sitio. Se trataba de Uprising, de Muse. Una gran canción. Un grito de rebeldía de una generación que clamaba por su futuro.

«El futuro… es una ilusión», se dijo David. Cerró los ojos, y meditó durante unos instantes con el sabor dulce y burbujeante de la cola en su paladar.

«Proyectamos en nuestra concepción del futuro todas esperanzas y sueños, para escaparnos de las imperfecciones del presente. En realidad, pero, el futuro estará lleno de nuevas imperfecciones. Los sueños se hacen realidad, muchas veces…

Pero las pesadillas también…»

 ―Estás como una regadera ―dijo José, y se acabó su hamburguesa―. Como todos los genios.

―No creo que sea un genio ―dijo él.

―Yo sí ―su amigo sonrió―. Tienes un don. Ves más allá de las situaciones. Te fijas en los detalles, miras las cosas cotidianas como si fueran algo nuevo.

―Sólo soy un detective, es mi trabajo. Me gano la vida así.

―No sólo es eso ―José sonrió―. En el fondo quieres hacerlo ¿verdad? Quieres cambiar el mundo.

―Me conformo con que los asesinos sean juzgados. Me basta con vengarme…

―Escucha David, te estás metiendo en un juego muy peligroso y estamos en una época peligrosa. Lo creas o no, las acciones que lleves a cabo pueden cambiar el curso de los acontecimientos.

―Pero José …―empezó a decir Alicia, pero justo en entonces el restaurante se sumergió en el silencio.

 Sólo se oía la canción de fondo y un sonido parecido al de unos golpes metálicos, con un ritmo regular.

El ruido eran pasos, pasos de una persona que caminaba hacia ellos, lentamente.

«El hombre del casco…»

Vestía un traje de una sola pieza de neopreno, muy usado por los motoristas para evitar el frío. Y por supuesto, el casco. Un casco completamente negro, que no dejaba ver ninguna de sus facciones. Era como si no tuviera cara.

Nadie se movió mientras avanzaba.

El hombre se dirigió hasta la mesa donde cenaban los tres, acercándose hasta la espalda de la silla de José, que se había girado para ver al sujeto de casi dos metros de altura y tonificados músculos, los cuales eran acentuados por el traje elástico que lo cubría como una segunda piel.

David lo analizaba, totalmente absorto, sin perder de vista ningún detalle. Aun así, la rabia le removió el estómago. Apretó los dientes.

«Este hombre pudo ser el asesino de Nadia…»

El hombre del casco tenía un papel en la mano. Lo dejó sobre la mesa y sin decir nada, se dirigió hacia la salida, mientras los clientes y trabajadores del Hard Rock no dejaban de observarlo fijamente.

―Es una carta ―susurró Alicia.

Poco a poco, retornaron las conversaciones y la gente le restó importancia a la misteriosa aparición del hombre alto y sin rostro, volviendo a sus placeres: comida, bebida, charlas…

―¿Qué pone? ―preguntó José.

David se la pasó.

 

Señor Ibáñez,

Reúnase conmigo mañana por a las 17:00 en la entrada a la torre Agbar. Allí hablaremos de un tema muy importante. Esta su vida en juego, no haga tonterías. No avise a la policía, nosotros somos la policía. Responderé a sus preguntas e intentaremos llegar a un pacto razonable para todos. En caso de que no se presente, las consecuencias serán perjudiciales para usted.

Jean Pierre Martin

 

―Vaya…

―Es una amenaza en toda regla ―dijo Alicia―. No sé si es buena idea que vayas.

―Iré.

―Ten cuidado ―le pidió ella.

―No te preocupes, si hubieran querido matarme ya lo habrían hecho ―dijo el detective―. Está claro que lo intentan es asustarme. Bueno, ahora me toca a mí hacer un poco de teatro…

Verum
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