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—Hola Sandy.

Grace Burns me sonrió desde su escritorio. Su despacho era un cubículo en la parte trasera de un estudio de urbanismo. Por todas partes había maquetas de edificios y planos de futuros proyectos para los alrededores.

Me senté ante su escritorio.

—Gracias por salvarme anoche de la masa enfurecida —bromeé.

—No hay de qué —contestó con una breve sonrisa—. Dime lo que realmente está ocurriendo, Sandy. ¿Tu reloj ha desaparecido?

Después de hablar con Joseph, Helena y Bobby hasta bien entrada la noche, todos convinieron en que debía mentir. Yo no estuve de acuerdo.

—Pues sí, ha desaparecido —respondí. Enarcó las cejas y se irguió en el asiento—. Pero lo último que deseo es convertirlo en un problema —advertí—. No puedo explicar cómo desapareció, igual que no puedo explicar cómo llegué aquí. Por más preguntas que me hagan tus colegas o los científicos o quienes se consideren expertos, no se podrá remediar esta situación. Tampoco quiero que el Gey-perman se convierta en mi sombra. No sé nada. Tienes que darme tu palabra de que no divulgarás la noticia o, de lo contrario, no colaboraré.

—Lo entiendo —dijo—. En el tiempo que llevo aquí he conocido a unas pocas personas a las que les ha ocurrido lo mismo, pero no hemos logrado averiguar nada, y los estudios efectuados tampoco han servido para descubrir cómo llegamos aquí. Algunas de esas personas se mudaron a otra ciudad porque el caso se hizo público y les resultaba demasiado difícil vivir bajo la vigilancia constante de todo el mundo; otras resultó que habían dado una falsa alarma y acabaron encontrando lo que habían perdido. Las dos personas con quienes tuvimos ocasión de trabajar de cerca no nos aportaron nada sólido que investigar. No tenían ni idea de cómo ni por qué ocurría aquello y la mayoría de nosotros nos hemos dado cuenta de que es imposible comprenderlo. —¿Dónde están ahora?

—Una murió, la otra vive en otro pueblo. ¿Estás totalmente segura de que tu reloj ha desaparecido? —Desde luego.

—¿Es el único objeto que ha desaparecido? Ahí fue donde decidí mentir. Asentí en silencio, y añadí:

—Sí; y no hay nadie que sepa buscar mejor que yo.

Eché un vistazo al despacho mientras ella me estudiaba.

—¿A qué te dedicas en el otro mundo, Sandy? —preguntó. Luego apoyó el mentón en la mano y me miró fijamente, tratando de resolver el rompecabezas.

—Llevo una agencia de personas desaparecidas.

Se rio, pero su sonrisa se borró en cuanto vio mi expresión seria.

—¿Buscas personas desaparecidas?

—Y ayudo a la gente a reunirse, a encontrar a parientes con quienes han perdido contacto, padres biológicos de niños adoptados, esa clase de cosas —dije de un tirón.

Sus ojos se fueron abriendo más con cada ejemplo.

—Desde luego tu caso es muy diferente de los de las personas con quienes he hablado —comentó.

—O es mera coincidencia.

Lo meditó unos instantes, pero no dijo nada.

—Por eso sabes tantas cosas de la gente de aquí.

—Sólo de algunas personas. Sólo de las que participan en la obra. Por cierto, el ensayo general es esta noche. Helena me ha pedido que te invitara. —Recordé cuánto me había insistido por la mañana para que no se me olvidara—. Es El mago de Oz, pero no una versión musical, Helena se lo recalca a todo el mundo. Es una adaptación suya y de Dennon O'Shea. —Me reí—. Orla Keane interpreta el papel de Dorothy. La verdad es que me hace bastante ilusión. —Cuando lo dije me di cuenta por primera vez—. Al principio, la idea de organizar la obra sólo fue un pretexto para poder hablar con los posibles actores sin levantar sospechas. Creímos que sería mucho más inteligente que ir de puerta en puerta explicando historias de casa, aunque tal vez deberíamos haberlo pensado mejor. Yo no era consciente de cómo corren los rumores aquí.

—Las noticias vuelan —contestó Grace todavía aturdida. Se inclinó un poco más—. ¿Estabas buscando a alguien en concreto cuando llegaste aquí?

—A Donal Ruttle —dije, aún con alguna esperanza de encontrarle.

—No. —Sacudió la cabeza—. El nombre no me suena.

—Ahora tiene veinticinco años, es de Limerick, y debería haber llegado aquí hace un año.

—En cualquier caso no vive en este pueblo.

—Aunque me pese, algo me dice que no está aquí —pensé en voz alta, y al instante sentí lástima por Jack Ruttle.

—Yo soy de Killybegs, en Donegal... No sé si lo conoces...

—Claro que sí. —Sonreí. Su rostro se relajó. Prosiguió:

—Aquí estoy casada, pero mi nombre de soltera es O'Donohue. Mis padres eran Tony y Margaret O'Donohue. Ambos han muerto. Vi el nombre de mi padre en las esquelas de un periódico que encontré hace seis años. Lo he guardado. —Echó una ojeada a un armario—. Ca-rol Dempsey. ¿Conoces a Carol? Me parece que participa en la obra. Bueno, ella también es de Donegal, como ya sabrás, y me informó de la muerte de mi madre cuan do llegó aquí hace unos años.

—Lo siento mucho.

—Sí, bueno... —dijo con ternura—. Soy hija única —explicó—, pero está mi tío Donie, que se mudó a Dublín pocos años antes de que yo llegara aquí.

Asentí con intención de seguir escuchándola, a la espera de que empezara su relato, pero se calló y me miró. Entonces, incómoda, cambié maquinalmente de postura al caer en la cuenta de que me estaba dando información sobre su vida para refrescarme la memoria.

—Lo siento, Grace —dije en voz baja—. Eso quizá sucedió antes de que montara la agencia. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

—Catorce años. —Debí de mirarla con mucha pena, porque enseguida agregó—: Me encanta vivir aquí, no me malinterpretes. Tengo un marido maravilloso y tres hijos guapísimos y me lo pensaría dos veces antes de volver, pero me preguntaba... —Se calló—. Perdona.

Se irguió y recobró la compostura.

—No pasa nada, yo también querría saber —dije con delicadeza—, pero no he tenido trato con las personas que has nombrado. Lo siento.

Se hizo el silencio y pensé que la había disgustado, aunque cuando volvió a hablar parecía estar bien:

—¿Qué te indujo a dedicarte a buscar personas desaparecidas?

Me reí.

—Esa sí que es una buena pregunta —comenté, y me paré a pensar—. En pocas palabras —sonreí—, Jenny-May Butler. Su casa estaba enfrente de la mía cuando éramos niñas en Leitrim; desapareció con diez años.

—Sí-dijo Grace sonriendo—, Jenny-May es un motivo tan bueno como cualquier otro. Menudo personaje.

Tardé un momento en captar lo que acababa de decir. El corazón me dio un vuelco.

—¿Cómo? ¿Qué has dicho?