33
No sé cuánto rato llevaba en el almacén: había perdido totalmente la noción del tiempo. Me asomé a la ventana por primera vez en horas, con la mirada bizca y cansada tras haber estado concentrada en mis cosas tanto rato. Mis cosas. Tenía efectos personales en aquel lugar, que me acercaban un poquito más a casa; por un momento, se difuminaban las fronteras y los dos mundos se unían. De esa manera yo no me sentía tan perdida al tocar y coger cosas que antaño había tenido conmigo cerca de las personas que amaba. Sobre todo a Mr. Pobbs. Habían ocurrido tantas cosas desde que le vi por última vez... Johnny Nugent y otros mil Johnny Nugent. Parecía como si la noche en que Mr. Pobbs desapareció de mi cama un ejército cutero de Mr. Pifias hubiese ocupado su lugar.
Joseph pasó por delante de la ventana. Caminaba seguro de sí mismo, con su camisa blanca de lino arremangada por debajo de los codos y los pantalones enrollados al borde de los tobillos. Más abajo, sus pies calzaban sandalias. Siempre destacaba entre la multitud. Parecía alguien importante, irradiaba autoridad y poder. Hablaba poco y, cuando lo hacía, elegía cuidadosamente sus palabras. La gente le escuchaba. Sus palabras pasaban de susurros a canciones, sin término medio. A pesar de su presencia física imponente, hablaba en voz baja, cosa que le daba mayor superioridad.
Sonó la campanilla de la puerta de la tienda. La oí chirriar y cerrarse.
—Hola, Joseph —saludó Bobby alegremente—. ¿Es que la pequeña Wanda hoy no tenía ganas de verme, o qué pasa?
Joseph se rio de buena gana y entendí que Bobby te nía que ser verdaderamente gracioso si era capaz de hacerle reír.
—Ay, esa chiquilla está tan enamorada de ti... ¿Crees que no me habría acompañado si hubiese sabido que venía aquí?
Bobby se rio.
—¿Qué se te ofrece?
Joseph bajó la voz como si supiera que yo estaba allí. De inmediato arrimé la oreja a la puerta.
—¿Un reloj? —oí que Bobby repetía en voz alta—. Tengo un montón de relojes aquí.
Joseph volvió a hablar en un tono casi inaudible y comprendí que tenía que tratarse de algo sumamente importante portante para que bajara tanto la voz. Estaba hablando de mi reloj.
—Un reloj de plata con la esfera de nácar —oí la voz de Bobby, y di gracias a su costumbre de repetir lo que decía la gente. Sus pasos sobre el entarimado de roble se aproximaron y me preparé para alejarme de la puerta por si de pronto la abrían.
—¿Qué te parece éste? —preguntó Bobby.
—No, tendrías que haberlo encontrado ayer o esta mañana —dijo Joseph.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque se perdió ayer.
—Vaya, no sé cómo puedes estar enterado de eso. —Bobby se rio forzadamente—. A no ser que hayas hablado con alguien del otro mundo, cosa que dudo mucho.
Silencio.
—Joseph, este reloj es exactamente como el que has descrito. —Noté confusión en la voz de Bobby.
—No es el que quiero —dijo Joseph.
—¿Lo viste en alguna parte? ¿Lo llevaba alguien? A lo mejor puedes decirle a su dueño que venga a visitarme para que me haga una idea de lo que andas buscando. Si lo encuentro, te lo guardaré.
—El que busco es un reloj que vi en la muñeca de una persona.
—¿Alguien de Kenya? ¿Hace años? —No, de Aquí. —¿De Aquí? —repitió Bobby. —Sí, de Aquí.
—¿Alguien de Aquí me lo dio? —No, desapareció. Hubo un silencio.
—Es imposible. Se habrá traspapelado. —Lo sé, pero lo vi con mis propios ojos. —¿Lo viste desaparecer?
—Lo vi en su muñeca y ella no se movió para nada de donde estaba, y luego vi que ya no estaba en su muñeca. —Se le caería. —Sí, no cabe duda. —Pues estará en el suelo.
—Eso es lo gracioso —dijo Joseph con acritud, y comprendí que no tenía ninguna gracia. —Pero no puede haber... —Sí.
—¿Y pensaste que aparecería aquí?
—Pensé que a lo mejor lo habías encontrado.
—Pues no.
—Ya me he dado cuenta. Gracias, Bobby. No hables de esto con nadie —le advirtió Joseph, y yo le oí con un escalofrío. Sus pasos comenzaron a alejarse.
—Espera un momento, Joseph. ¡No te vayas todavía! Dime una cosa, ¿quién lo perdió?
—No la conoces.
—¿Dónde lo perdió?
—A medio camino entre aquí y el pueblo siguiente.
—No —susurró Bobby.
—Sí.
—Lo encontraré —dijo Bobby con determinación—. Tiene que estar aquí.
—No está —replicó Joseph. Había levantado la voz hasta un tono normal, pero que en él era inusualmente alto. Por la manera en que lo dijo supe que, en efecto, el reloj no estaba aquí.
—Vale, vale. —Bobby se echó hacia atrás, aunque no parecía que se lo creyera—. ¿La persona que perdió el reloj sabe que ha desaparecido? A lo mejor ella sabe dónde está.
—Es nueva aquí.
Eso lo explicaba todo. Eso significaba «no se entera de nada». Y tenía razón, no me enteraba de nada, pero estaba aprendiendo deprisa.
—¿Es nueva? —El tono de Bobby había cambiado. Me di cuenta enseguida y tuve claro que Joseph también—. Quizá debería hablar con ella para que me diera una descripción exacta.
—Ya te he dado una descripción exacta.
Sí, Bobby se había fijado. Los pasos se dirigieron de nuevo hacia la puerta, se oyó un chirrido y luego la campanilla.
—¿Había algún nombre en el reloj? —gritó Bobby en el último momento, y el chirrido se interrumpió, la puerta volvió a cerrarse y los pasos sonaron más fuertes al acercarse de nuevo hacia mí.
—¿Por qué lo preguntas? —preguntó Joseph con firmeza.
—Porque a veces la gente graba nombres, fechas o mensajes en el reverso de los relojes. —Bobby parecía nervioso.
—Me has preguntado si había un nombre. ¿Por qué has preguntado precisamente por un nombre?
—Algunos relojes llevan grabado un nombre. —Su voz subió una octava, estaba a la defensiva—. Deberías saberlo.
Bobby empezó a dar golpecitos contra un cristal y supuse que se trataba del mostrador de las joyas.
El ambiente se había enrarecido en la tienda. Me inquieté.
—Si encuentras el reloj, avísame. No digas nada, ya sabes cómo reaccionaría la gente si averiguara que están desapareciendo cosas de Aquí.
—Por supuesto, entiendo que les daría esperanza.
—Bobby... —advirtió Joseph, y volví a tener un escalofrío.
—Sí, señor —dijo Bobby con simpatía.
Oí el chirrido, el sonido de la campanilla y la puerta se cerró. Esperé un rato para asegurarme de que Joseph no volvía a entrar. Bobby estaba fuera, callado. Iba a ponerme de pie cuando Joseph volvió a pasar por delante de la ventana, más cerca esta vez, mirando el edificio con recelo. Me agaché al instante y me tendí en el suelo. Me preguntaba por qué diablos de repente me escondía de Joseph.
Bobby abrió la puerta y me miró. —¿Qué estás haciendo?
—Bobby Stanley —me incorporé sacudiéndome el polvo—, tienes muchas cosas que explicarme.
Me pilló por sorpresa y cruzó los brazos sobre el pecho.
—Igual que tú —dijo fríamente—. ¿Quieres saber poiqué no acudí a tus pruebas? Porque nadie me informó. ¿ Quieres saber por qué? Porque todos los de por aquí me conocen como Bobby Duke. Desde el día que llegué aquí no le he dicho a nadie que me llamo Bobby Stanley. Así que ¿cómo lo sabes?