Día cincuenta y ocho
Shai estaba preparada cuando Frava la visitó de nuevo.
La mujer se detuvo ante la puerta. Los guardias se apartaron sin poner objeciones mientras el capitán Zu ocupaba su lugar.
—Has estado ocupada —advirtió Frava.
Shai levantó la vista de sus anotaciones. Frava no se refería a sus progresos, sino a la habitación. Hacía muy poco que Shai había mejorado el suelo. No había resultado difícil. La roca empleada para construir el palacio, la cantera, las fechas, los albañiles; todo era cuestión de acudir al registro histórico.
—¿Te gusta? —preguntó Shai—. El mármol va muy bien con la chimenea, creo.
Frava se volvió, y acto seguido parpadeó.
—¿Una chimenea? ¿Dónde has…? ¿Esta habitación es más grande de lo que era?
—La despensa de al lado no se utilizaba —murmuró Shai, volviendo a su cuaderno—. Y la división entre los dos cuartos era reciente, construida hace solo unos pocos años. Reescribí la construcción para que esta sala fuera la más espaciosa de las dos, por eso he podido incluir una chimenea.
Frava parecía sorprendida.
—No habría pensado… —La mujer miró de nuevo a Shai, y su rostro adoptó su habitual máscara de severidad—. Me resulta difícil creer que te estás tomando tu deber en serio, falsificadora. Estás aquí para crear un emperador, no para remodelar el palacio.
—Tallar piedra de alma me relaja —dijo Shai—. Igual que tener un espacio de trabajo que no me recuerde a un trastero. Tendrás el alma de tu emperador a tiempo, Frava.
La mujer árbitro se paseó por la estancia, inspeccionando la mesa.
—Entonces ¿has empezado la piedra de alma del emperador?
—He empezado muchas —respondió Shai—. Será un proceso complejo. He probado más de cien sellos con Gaotona…
—Con el árbitro Gaotona.
—… con el viejo. Cada uno de ellos es solo una parte diminuta del rompecabezas. Cuando tenga todas las piezas funcionando, volveré a tallarlas con rasgos más pequeños, más delicados. Eso me permitirá combinar una docena de sellos de prueba para elaborar un último sello.
—Pero acabas de decir que has probado ya más de cien —dijo Frava, frunciendo el ceño—. ¿Solo usarás doce al final?
Shai se echó a reír.
—¿Doce? ¿Para falsificar un alma entera? Difícilmente. El último sello, el que necesitaréis para utilizarlo con el emperador cada mañana, será como… un eje, o la piedra angular de un arco. Será el único que habrá que colocar en su piel, pero conectará con una red de cientos de otros sellos.
Shai rebuscó a un lado y sacó su cuaderno de notas que incluía bocetos iniciales de los sellos definitivos.
—Usaré estos y los estamparé en una placa de metal; luego la enlazaré con el sello que colocaréis en Ashravan cada día. Deberá tener la placa cerrada en todo momento.
—¿Habrá de acarrear con una placa de metal y habrá que sellarlo cada día? —inquirió Frava con sequedad—. Esto le dificultará llevar una vida normal, ¿no te parece?
—Sospecho que ser emperador dificulta a cualquier hombre llevar una vida normal. Haréis que funcione. Es común que el diseño de la placa semeje una pieza de adorno. Un medallón grande, tal vez, o un brazalete para el antebrazo con lados cuadrados. Si observas mis Marcas de Esencia, verás que se hicieron del mismo modo, y que la caja contiene una placa por cada una. —Shai vaciló—. De cualquier forma, nunca antes he hecho esto exactamente; nadie lo ha hecho. Existe la posibilidad… y yo diría que bastante alta, de que con el tiempo el cerebro del emperador absorba la información. Como… como si calcaras la misma imagen exacta en una pila de papeles cada día durante un año; al final las capas de abajo contendrán también la imagen. Tal vez después de ser sellado durante unos años, no necesite ya el tratamiento.
—Sigue pareciéndome atroz.
—¿Peor que estar muerto? —preguntó Shai.
Frava apoyó la mano en el cuaderno de notas y bocetos a medio terminar de Shai. Y luego lo tomó para sí.
—Haré que nuestros escribas copien esto.
Shai se levantó.
—Lo necesito.
—Estoy segura de que así es —dijo Frava—. Y es justamente por eso por lo que debe ser copiado, por si acaso.
—Copiarlo llevará demasiado tiempo.
—Te lo devolveré dentro de un día —repuso Frava con suavidad, dándose media vuelta.
Shai extendió la mano hacia ella, y el capitán Zu avanzó un paso, con la espada a medio desenvainar.
Frava se volvió hacia él.
—Vamos, vamos, capitán. Eso no será necesario. La falsificadora protege su trabajo. Eso está bien. Demuestra que está poniendo todo su empeño.
Shai y Zu se miraron fijamente. «Me quiere muerta —pensó Shai—. Con toda su alma». Entonces lo comprendió. Proteger el palacio era su deber, un deber que Shai había invadido con su robo. Zu no la había capturado: el bufón imperial la había traicionado. Zu se sentía inseguro a causa de su fracaso, y por eso quería eliminarla en venganza.
Shai acabó por desviar la mirada. Aunque la amargaba, necesitaba adoptar el lado sumiso de esa interacción.
—Ten cuidado —le advirtió a Frava—. No permitas que pierdan ni una sola hoja.
—Protegeré esto como si…, como si la vida del emperador dependiera de ello.
Frava consideró divertido su propio chiste, y obsequió a Shai con una extraña sonrisa.
—¿Has considerado el otro asunto que discutimos?
—Sí.
—¿Y bien?
—Sí.
La sonrisa de Frava se hizo más amplia.
—Volveremos a hablar pronto.
Frava se marchó con el cuaderno que contenía casi dos meses de trabajo. Shai sabía perfectamente lo que pretendía la mujer. No iba a mandar que lo copiaran: iba a enseñárselo a su otro falsificador y ver si era suficiente para que él terminara el trabajo.
Si el falsificador decía que sí, Shai sería ejecutada, con discreción, antes de que los otros árbitros pudieran objetar nada. Probablemente el propio Zu se encargaría de ello. Todo podría terminar aquí.