Día setenta

—De modo que este símbolo —dijo Gaotona, señalando uno de los bocetos de los sellos mayores que Shai tallaría pronto— es una anotación de tiempo, que indica un momento específico… ¿de hace siete años?

—Sí —respondió Shai mientras quitaba el polvillo del extremo de un sello de alma recién tallado—. Aprendes rápido.

—Me someto a cirugía cada día, como si dijéramos —repuso Gaotona—. Y saber qué clase de bisturíes se utilizan hace que me sienta más cómodo.

—Los cambios no son…

—No son permanentes. Sí, eso dices una y otra vez —dijo él. Extendió los brazos para que ella los sellara—. Sin embargo, me llenan de dudas. Se puede cortar el cuerpo, y sanará… pero si lo haces de forma repetida en el mismo punto, acabarás con una cicatriz. El alma no puede ser diferente.

—Excepto, claro está, que es completamente diferente —dijo Shai, y le selló el brazo.

Gaotona nunca la había perdonado del todo por haber quemado la obra maestra de ShuXen. Se lo notaba cuando interactuaban. Ya no se sentía solo decepcionado con ella; estaba furioso.

La furia se difuminó con el tiempo, y su relación de trabajo volvió a ser funcional.

Gaotona ladeó la cabeza.

—Yo… Eso sí que es raro.

—¿Raro en qué sentido? —preguntó Shai, viendo pasar los segundos en su reloj de bolsillo.

—Recuerdo haberme animado a mí mismo a convertirme en emperador. Y… y estoy resentido por ello. Por… madre de la luz, ¿es así como él me consideraba de verdad?

El sello permaneció en su sitio durante cincuenta y siete segundos. Bastante bien.

—Sí —dijo ella mientras el sello se desvanecía—. Creo que es exactamente como él te consideraba.

Shai experimentó un escalofrío. ¡Ese sello había funcionado por fin!

Cada vez estaba más cerca. Más cerca de comprender al emperador, más cerca de completar el rompecabezas. Cuando el final de un proyecto (un lienzo, una falsificación de alma a gran escala, una escultura) se hallaba próximo, llegaba un momento en el proceso en que podía ver el trabajo entero, aunque distara mucho de estar terminado. Cuando esto ocurría, en su mente el trabajo estaba completo; de hecho, acabarlo era casi una formalidad.

Casi lo había logrado con ese proyecto. El alma del emperador se desplegaba ante ella, con solo algunas zonas todavía en sombras. Quería verlo todo; ansiaba averiguar si podía hacerlo vivir de nuevo. Después de leer tanto sobre él, después de llegar a sentir que lo conocía tan bien, necesitaba terminar.

Sin duda su huida podía esperar hasta entonces.

—Era ese, ¿verdad? —preguntó Gaotona—. Ese era el sello que has probado sin éxito una docena de veces, el sello que representa por qué se ofreció para convertirse en emperador.

—Sí —respondió Shai.

—Su relación conmigo —dijo Gaotona—. Hiciste que su decisión dependiera de su relación conmigo, y… y la sensación de vergüenza que sentía Ashravan cuando hablábamos.

—Sí.

—Y prendió.

—Sí.

Gaotona volvió a sentarse.

—Madre de las luces… —susurró de nuevo.

Shai recogió el sello y lo puso con los otros que había confirmado como operativos.

En las últimas semanas, todos los demás árbitros habían hecho como Frava, y habían visitado a Shai para ofrecerle fantásticas promesas si a cambio les proporcionaba el control definitivo sobre el emperador. Solamente Gaotona no había intentado sobornarla nunca. Un hombre auténtico, y situado en los niveles más altos del gobierno imperial, nada menos. Excepcional. Utilizarlo iba a ser mucho más difícil de lo que le habría gustado.

—Debo decir, una vez más, que me has impresionado —confesó ella, volviéndose hacia él—. No creo que muchos grandes se tomaran el tiempo necesario para estudiar los sellos de alma. Descartarían lo que consideraran maligno sin intentar comprenderlo siquiera. ¿Has cambiado de opinión?

—No —contestó Gaotona—. Sigo pensando que lo que haces es, si no maligno, desde luego impío. Y sin embargo, ¿quién soy yo para hablar? Dependo de ti para que nos mantengas en el poder por medio de este arte que tan libremente calificamos de abominación. Nuestra ansia de poder puede más que nuestra conciencia.

—Eso es cierto en los demás, pero no es tu motivo personal —adujo Shai.

Él la miró, enarcando una ceja.

—Solo quieres a Ashravan de vuelta —prosiguió Shai—. Te niegas a aceptar que lo has perdido. Lo amabas como a un hijo: el joven a quien orientaste, el emperador en quien siempre creíste, incluso cuando él no creía en sí mismo.

Gaotona apartó la mirada, claramente incómodo.

—No será él —concluyó la falsificadora—. Aunque tenga éxito, en realidad no será él. Eres consciente de ello, naturalmente.

Él asintió.

—Pero, claro… a veces una falsificación bien hecha es tan buena como el objeto real —dijo Shai—. Perteneces a la Facción de la Herencia. Te rodeas de reliquias que no son verdaderas reliquias, cuadros que son imitaciones de otros perdidos hace mucho tiempo. Supongo que tener una reliquia falsa como emperador no será tan distinto. Y tú… tú solo quieres saber que has hecho todo lo que estaba en tus manos. Por él.

—¿Cómo lo haces? —preguntó Gaotona en voz baja—. Te he visto hablar con los guardias, cómo te aprendes incluso el nombre de los criados. Es como si conocieras sus vidas familiares, sus pasiones, qué hacen por las noches… y sin embargo te pasas los días encerrada en esta habitación. No has salido desde hace meses. ¿Cómo sabes estas cosas?

—La gente intenta por naturaleza ejercitar su poder sobre lo que le rodea —respondió Shai, y se levantó para recoger otro sello—. Construimos paredes para refugiarnos del viento, tejados para detener la lluvia. Domamos los elementos, doblegamos la naturaleza a nuestros caprichos. Eso nos hace sentir como si tuviéramos el control.

»Pero al hacerlo, simplemente sustituimos una influencia por otra. En vez de ser el viento lo que nos afecta, es una pared. Una pared creada por el hombre. Las huellas de la influencia del hombre están por todas partes, lo tocan todo. Alfombras creadas por el hombre, comida creada por el hombre. Todo lo que hay en la ciudad que tocamos, vemos, palpamos, experimentamos, es resultado de la influencia de alguna persona.

»Puede que nos sintamos al mando, pero nunca lo estaremos realmente a menos que comprendamos a la gente. Controlar nuestro entorno no es ya cuestión de bloquear el viento, sino de saber por qué la criada lloraba anoche, o por qué un guardia concreto pierde siempre a las cartas. O por qué tu patrón te escogió a ti en primer lugar.

Gaotona la miró mientras se sentaba y extendía un sello hacia él. Vacilante, ofreció un brazo.

—Se me ocurre —dijo—, que incluso en nuestro extremo cuidado por no hacerlo, te hemos subestimado, mujer.

—Bien —convino Shai—. Estás prestando atención.

Le aplicó el sello.

—Ahora dime, exactamente ¿por qué odias el pescado?