Día tres
Al día siguiente, bañada, bien alimentada, y descansada por primera vez desde su captura, Shai oyó cómo llamaban a su puerta.
Le habían proporcionado una habitación. Era diminuta, probablemente la más fea de todo el palacio, y olía un poco a humedad. Como es natural, seguían apostando guardias para vigilarla toda la noche, y por lo que recordaba del trazado del enorme palacio, se hallaba en una de las alas menos frecuentadas, utilizada para almacenaje.
Con todo, era mejor que una celda. Más o menos.
Al oír la llamada, Shai dejó de inspeccionar la vieja mesa de cedro de la habitación. Dudaba que hubiera visto un hule desde que ella naciera. Uno de los guardias abrió la puerta y permitió entrar al anciano árbitro Gaotona, que llevaba una caja de dos palmos de ancho y unos cinco centímetros de grosor.
Shai se acercó rápidamente, arrancando una mirada del capitán Zu, que acompañaba al árbitro.
—Mantén la distancia de Su Excelencia —gruñó Zu.
—¿O qué? —preguntó Shai, cogiendo la caja—. ¿Me apuñalarás?
—Algún día, disfrutaré…
—Sí, sí —dijo Shai mientras regresaba a su mesa y abría la tapa de la caja. Dentro había dieciocho sellos de alma, con las cabezas lisas y sin grabar. Sintió un escalofrío de emoción y cogió uno, que alzó a la luz para examinarlo.
Había recuperado sus gafas, así que ya no tenía necesidad de entornar los ojos. También llevaba ropas más adecuadas que un vestido desastrado. Una falda hasta la pantorrilla, lisa, roja, y una blusa abrochada. Los grandes considerarían que era una indumentaria poco adecuada, ya que entre ellos el estilo del momento eran las túnicas de aspecto antiguo o los saris. A Shai le parecían espantosos. Bajo la blusa llevaba una ajustada camisa de algodón, y bajo la falda, unas calzas. Una dama nunca sabía cuándo podía necesitar desprenderse de su capa exterior de ropas para disfrazarse.
—Es buena piedra —dijo, refiriéndose al sello que tenía entre los dedos.
Sacó uno de sus cinceles, con una punta casi tan fina como la cabeza de un alfiler, y empezó a rascar la roca. Sí que era una buena piedra de alma. La roca se desprendía con facilidad y precisión. La piedra de alma era casi tan blanda como la tiza, pero no se resquebrajaba al ser rascada. Podía tallarse con gran precisión, y luego fijarla con una llama y una marca en la parte superior, que la endurecían hasta darle una consistencia parecida a la del cuarzo. La única forma de conseguir un sello mejor era tallar uno a partir del cristal mismo, que era increíblemente difícil.
En cuanto a la tinta, le habían proporcionado una de calamar, roja y brillante, mezclada con un pequeño porcentaje de cera. Cualquier tinta orgánica fresca funcionaría, aunque las tintas de animales eran mejores que las extraídas de plantas.
—¿Robaste… un jarrón del pasillo de ahí fuera? —preguntó Gaotona, frunciendo el ceño ante un objeto que había a un lado de la pequeña estancia.
Shai había cogido uno de los jarrones al volver del baño. Uno de los guardias había tratado de interferir, pero ella ignoró la objeción. Ese guardia se ruborizaba ahora.
—Sentía curiosidad por las habilidades de vuestros falsificadores —aclaró Shai, al tiempo que soltaba sus herramientas y colocaba el jarrón sobre la mesa. Lo volvió de lado, para mostrar la parte inferior y el sello rojo impreso en la arcilla.
El sello de un falsificador era fácil de localizar. No solo se marcaba en la superficie del objeto, sino que se hundía en el material creando una depresión de surcos rojos. El borde del sello redondo era también rojo, pero elevado, como un repujado.
Se podía decir mucho de una persona por la manera en que diseñaba sus sellos. Ese, por ejemplo, lucía un aspecto estéril. No era arte verdadero, lo cual contrastaba con la belleza minuciosamente detallada y delicada del jarrón mismo. Shai había oído que la Facción de la Herencia tenía cadenas de falsificadores a medio formar trabajando de memoria, creando esas piezas como las cadenas de hombres que producen zapatos en una fábrica.
—Nuestros obreros no son falsificadores —replicó Gaotona—. No usamos esa palabra. Son recordadores.
—Es lo mismo.
—No tocan las almas —dijo Gaotona con severidad—. Aparte de eso, lo que nosotros hacemos es por aprecio al pasado, no por engañar o timar a la gente. Nuestros recordadores provocan una mayor comprensión de su herencia en la gente.
Shai enarcó una ceja. Sacó su martillo y su cincel, luego los colocó en ángulo sobre el borde repujado del sello del jarrón. El sello resistió (había una fuerza en él que trataba de permanecer en su sitio), pero el golpe se abrió paso. El resto del sello se abrió, los surcos desaparecieron, el sello se convirtió en un simple tampón y perdió sus poderes.
Los colores del jarrón se apagaron rápidamente, convirtiéndose en un simple gris, y su forma se retorció. Un sello de alma no hacía solo cambios visuales; también reescribía la historia de un objeto. Sin el sello, el jarrón era una pieza horrible. Quien lo había creado no se había preocupado por el producto final. Tal vez sabían que sería parte de una falsificación. Shai sacudió la cabeza y siguió trabajando en el sello de alma sin terminar. No lo hacía por el emperador (todavía no estaba preparada para eso), pero tallar la ayudaba a pensar.
Gaotona hizo un gesto a los guardias para que se marcharan, todos menos Zu, que permaneció a su lado.
—Eres un enigma, falsificadora —dijo Gaotona cuando los otros dos guardias salieron y cerraron la puerta.
Se sentó en una de las dos desvencijadas sillas de madera, que junto con la endeble cama, la antigua mesa y el cofre con sus cosas, componían todo el mobiliario de la habitación. La única ventana tenía el marco combado que dejaba entrar la brisa, e incluso las paredes mostraban grietas.
—¿Un enigma? —preguntó Shai, alzando el sello para observar con atención su trabajo—. ¿Qué clase de enigma?
—Eres una falsificadora. Por tanto, no se puede confiar en ti sin tenerte bajo vigilancia. Intentarás escapar en el momento en que se te ocurra un modo factible de huir.
—Entonces, deja a los guardias conmigo —respondió Shai, tallando un poco más.
—Perdona —repuso Gaotona—, pero dudo que tardaras mucho tiempo en acosarlos, sobornarlos o chantajearlos.
Zu, a su lado, se envaró.
—No pretendía ofenderte, capitán —dijo Gaotona—. Confío mucho en tu gente, pero lo que tenemos ante nosotros es una maestra del engaño, mentirosa y ladrona. Tarde o temprano, tus mejores guardias acabarían siendo barro en sus manos.
—Gracias —repuso Shai.
—No era un cumplido. Lo que tu clase toca, lo corrompe. Me preocupaba dejarte sola durante un día bajo la supervisión de unos ojos mortales. Por lo que sé de ti, casi podrías encandilar a los propios dioses.
Ella continuó trabajando.
—No puedo fiarme de ningún grillete que te contenga —dijo Gaotona en voz baja—, ya que nos pides que te demos piedra de alma para que puedas trabajar en nuestro… problema. Convertirías tus grilletes en jabón, y te perderías en la noche riendo.
Esas palabras, naturalmente, delataban una completa falta de comprensión sobre el funcionamiento del arte de la falsificación. Una falsificación tenía que ser probable, creíble; de otro modo, no prendía. ¿Quién creería en una cadena hecha de jabón? Sería ridículo.
Lo que sí podía hacer, sin embargo, era descubrir los orígenes y la composición de la cadena, y luego reescribir una cosa u otra. Podía falsear el pasado de la cadena para que uno de los eslabones hubiera sido forjado de manera incorrecta, lo cual le proporcionaría un defecto que podría explotar. Aunque no fuera capaz de dar con la historia exacta de la cadena, lograría escapar: un sello imperfecto no duraba mucho, pero solo necesitaría unos instantes para romper el eslabón con un martillo.
Podían hacer una cadena con ralkalest, el metal infalsificable, pero eso tan solo retrasaría su huida. Con tiempo suficiente, y piedra de alma, encontraría una solución. Falsificar la pared para que tuviera una débil grieta, para conseguir soltar la cadena. Falsificar el techo para que tuviera un bloque suelto, que pudiera dejar caer y aplastar los débiles eslabones de ralkalest.
Ella no quería hacer algo tan extremo si no había necesidad.
—No comprendo por qué tenéis que preocuparos por mí —dijo Shai, sin dejar de trabajar—. Me intriga lo que estamos haciendo, y me han prometido riquezas. Eso es suficiente para mantenerme aquí. No olvides que podría haber escapado de mi celda anterior en cualquier momento.
—Ah, sí —respondió Gaotona—. La celda donde habrías usado la falsificación para atravesar la pared. Dime, por curiosidad, ¿has estudiado la antracita? Esa roca en la que dijiste que convertirías la pared. Creo recordar que es muy difícil hacerla arder.
«Este hombre es más listo de lo que los demás le reconocen».
La llama de una vela habría tenido problemas para inflamar la antracita: teóricamente, la roca ardía a la temperatura correcta, pero calentar lo suficiente toda una muestra era muy complicado.
—Hubiera sido muy capaz de crear un entorno ardiente adecuado utilizando la madera de mi camastro y convirtiendo en carbón unas cuantas piedras.
—¿Sin horno? —inquirió Gaotona, ligeramente divertido—. ¿Sin fuelles? Pero esto no viene al caso. Dime, ¿cómo planeabas sobrevivir dentro de una celda con la pared ardiendo a más de dos mil grados? ¿No absorbería ese tipo de fuego todo el aire respirable? Ah, pero claro. Podrías haber usado la ropa de cama para transformarla en un conductor pobre, tal vez cristal, y haber hecho un caparazón para ocultarte dentro.
Shai continuó tallando, incómoda. La forma en que el hombre decía aquello… Sí, sabía que ella no podría haber hecho lo que estaba describiendo. La mayoría de los grandes ignoraban el arte de la falsificación, y ese hombre sin duda era uno de ellos; en cambio sabía lo suficiente para comprender que no podría haber escapado como ella decía. Igual que la ropa de cama no podía convertirse en cristal.
Aparte de eso, transformar la pared entera en otro tipo de roca habría sido difícil. Habría tenido que cambiar demasiadas cosas, reescribir la historia para que las canteras de cada variedad de piedra estuvieran cerca de depósitos de antracita, y que en cada caso un bloque de la roca inflamable fuera extraído por error. Suponía un esfuerzo enorme, y casi imposible, sobre todo sin el conocimiento específico de las canteras en cuestión.
La plausibilidad era la clave de cualquier falsificación, mágica o no. La gente comentaba entre susurros que los falsificadores convertían el plomo en oro, sin darse cuenta jamás de que lo contrario era mucho, mucho más fácil. Inventar una historia para un lingote de oro donde en algún momento del proceso alguien lo había adulterado con plomo… bueno, era una mentira plausible. Lo contrario sería tan improbable que un sello que hiciera esa transformación no duraría mucho.
—Me impresionas, excelencia —dijo finalmente Shai—. Piensas como un falsificador.
La expresión de Gaotona se agrió.
—Eso pretendía ser un cumplido —aclaró ella.
—Valoro la verdad, jovencita. No las falsificaciones.
La miró con la expresión propia de un abuelo decepcionado.
—He visto lo que tus manos son capaces de hacer. Esa copia de la pintura que llevaste a cabo… era notable. Sin embargo, se realizó en nombre de la mentira. ¿Qué obras maestras podrías crear si te concentraras en la industria y la belleza en vez de en la riqueza y el engaño?
—Lo que yo hago son obras de arte de gran valor.
—No. Copias obras de arte de gran valor de otros. Lo que haces es técnicamente maravilloso, pero carece por completo de espíritu.
A Shai casi le patinó el cincel; tenía las manos tensas. ¿Cómo se atrevía? Amenazar con ejecutarla era una cosa, pero ¿insultar su arte? ¡Hacía que pareciera… como uno de esos falsificadores de cadena de montaje, produciendo jarrón tras jarrón!
A duras penas se calmó, luego forzó una sonrisa. En una ocasión, su tía Sol le había dicho que sonriera ante los peores insultos y replicara a los menores. De esa forma, ningún hombre conocería su corazón.
—Entonces ¿cómo vais a controlarme? —preguntó—. Hemos establecido que me cuento entre las más viles mujerzuelas que se deslizan por los muros de este palacio. No podéis atarme y no podéis confiar en que vuestros propios soldados me vigilen.
—Bueno —dijo Gaotona—, cuando sea posible, yo supervisaré personalmente tu trabajo.
Ella habría preferido a Frava, que parecía más fácil de manipular, pero tendría que apañárselas.
—Si así lo deseas… —repuso Shai—. Gran parte del proceso será aburrido para alguien que no entienda la falsificación.
—No me interesa que me entretengan —dijo Gaotona, haciendo un gesto con la mano al capitán Zu—. Cada vez que esté aquí, el capitán Zu me vigilará. Es el único de nuestros arietes que conoce la gravedad de las heridas del emperador, y solo él está al tanto de nuestro plan contigo. Otros guardias te custodiarán durante el resto del día, y no hablarás con ninguno de ellos de tu tarea. No habrá ningún rumor de lo que nos traemos entre manos.
—No tienes que preocuparte de que hable —dijo Shai, sincera por una vez—. Cuanta más gente conozca mi falsificación, más probable será que fracase.
«Además —pensó—, si se lo dijera a los guardias, indudablemente los ejecutaríais para preservar vuestros secretos». No le gustaban los arietes, pero aún menos le gustaba el imperio, y los guardias en realidad eran otro tipo de esclavos. Shai no se dedicaba a hacer que mataran a la gente sin motivo.
—Excelente —dijo Gaotona—. El segundo método de asegurar tu… atención a nuestro proyecto aguarda fuera. Cuando quieras, mi buen capitán.
Zu abrió la puerta. Una figura embozada esperaba con los guardias. La figura entró en la habitación; caminaba con paso vivo, pero de algún modo antinatural. Después de que Zu cerrara la puerta, se quitó la capucha y reveló un rostro de lechosa piel blanca y ojos rojos.
Shai siseó suavemente entre dientes.
—¿Y llamáis a lo que yo hago abominación?
Gaotona la ignoró y se levantó de su silla para dirigirse al recién llegado.
—Díselo.
El recién llegado apoyó sus largos dedos blancos sobre la puerta, inspeccionándola.
—Colocaré aquí la runa —dijo con voz cargada de acento—. Si ella sale de esta habitación por algún motivo, o si altera la runa de la puerta, lo sabré. Mis mascotas vendrán a por ella.
Shai se estremeció. Fulminó con la mirada a Gaotona.
—Un sellador de sangre. ¿Has invitado a un sellador de sangre a tu palacio?
—Este ha demostrado hace poco ser un activo importante —dijo Gaotona—. Es leal y discreto. También es muy efectivo. Hay… ocasiones en que es preciso aceptar la ayuda de la oscuridad para contener una oscuridad aún mayor.
Shai siseó en voz baja cuando el sellador de sangre sacó algo de su túnica. Un burdo sello de alma creado a partir de hueso. Sus «mascotas» también serían de hueso, falsificaciones de vida humana creadas a partir de los esqueletos de los muertos.
El sellador de sangre la miró.
Shai retrocedió.
—No esperarás que…
Zu la sujetó por los brazos. Noches, sí que era fuerte. Sintió pánico. ¡Sus Marcas de Esencia! ¡Necesitaba sus Marcas de Esencia! Con ellas podía luchar, escapar, correr…
Zu le hizo un corte en la parte interior del brazo. Shai apenas sintió la herida poco profunda, pero se debatió de todas formas. El sellador de sangre avanzó un paso y empapó su horrible herramienta con la sangre de Shai. Entonces dio media vuelta y apretó el sello contra el centro de la puerta.
Cuando retiró la mano, dejó un brillante sello rojo en la madera. Tenía forma de ojo. En el momento en que marcó el sello, Shai sintió un agudo dolor en el brazo, donde había recibido el corte.
Jadeó, con los ojos muy abiertos. Nunca antes nadie se había atrevido a hacerle ningún daño. ¡Casi era mejor que la hubieran ejecutado! Casi era mejor que…
«Contrólate —se dijo tenazmente—. Conviértete en alguien que pueda enfrentarse a esto».
Inspiró profundamente y se dejó convertir en otra persona. Una imitación de sí misma que conservaba la calma, incluso en una situación como aquella. Era una burda falsificación, solo un truco mental, pero funcionó.
Se zafó de Zu, luego aceptó el pañuelo que Gaotona le ofrecía. Miró con odio al sellador de sangre mientras el dolor de su brazo desaparecía. Él le sonrió con unos labios que eran blancos y levemente transparentes, como la piel de un gusano. Le hizo un gesto con la cabeza a Gaotona antes de volver a colocarse la capucha; acto seguido, salió de la habitación y cerró la puerta tras de sí.
Shai se obligó a respirar de manera controlada, calmándose. No había ninguna sutileza en lo que hacía el sellador de sangre: ellos no se andaban con remilgos. En vez de habilidad o capacidad artística, usaban trucos y sangre. Sin embargo, su oficio era efectivo. El hombre sabría si Shai salía de la habitación, y tenía su sangre fresca en el sello, que estaba armonizado con ella. Con eso, sus mascotas no-muertas podrían cazarla no importaba a donde huyera.
Gaotona volvió a sentarse en su silla.
—¿Sabes qué sucederá si te das a la fuga?
Shai miró con furia a Gaotona.
—Ahora comprendes lo desesperados que estamos —dijo él con voz suave, entrelazando los dedos—. Si huyes, te entregaremos al sellador de sangre. Tus huesos se convertirán en su siguiente mascota. Esta promesa fue todo lo que requirió como pago. Puedes comenzar tu trabajo, falsificadora. Hazlo bien, y escaparás de este destino.