Día treinta
—Esto es nuevo —dijo Gaotona mientras inspeccionaba la ventana de cristal tintado.
Había sido un golpe de inspiración particularmente gratificante por parte de Shai. Los intentos por falsificar la ventana para conseguir una versión mejorada habían fracasado repetidas veces; siempre, transcurridos unos minutos, la ventana revertía a su forma agrietada y combada.
Entonces Shai encontró un trozo de cristal de colores olvidado a un lado del marco. Comprendió que la ventana había sido una pieza de una vidriera, como muchas otras del palacio. Se había roto, y como consecuencia la ventana había combado también el marco, produciendo aquellos huecos que dejaban entrar la fría brisa.
En vez de repararla y conservarla tal como era en origen, alguien había colocado cristal corriente en la ventana y la había dejado resquebrajarse. Un sello de Shai en la esquina inferior derecha había restaurado la ventana, reescribiendo su historia: un solícito maestro artesano la había descubierto y la había rehecho. Ese sello prendió de inmediato. Incluso después de todo ese tiempo, la ventana se había visto a sí misma como algo hermoso.
O tal vez Shai se estaba volviendo romántica otra vez.
—Dijiste que me traerías hoy un sujeto de pruebas —dijo Shai, soplando el polvo de un sello de alma recién tallado.
Grabó una serie de rápidas marcas en la parte trasera, el lado opuesto del frontal elaboradamente tallado. La marca fijadora terminaba cada sello de alma, indicando que no se tallaría nada más. A Shai siempre le gustaba que tuviera la forma de MaiPon, su patria.
Terminadas esas marcas, aplicó una llama al sello. Era una propiedad de la piedra de alma: el fuego la endurecía, de manera que no podía astillarse. No necesitaba dar ese paso. Las marcas de anclaje en la parte superior eran todo lo que requería, y en realidad podía tallar un sello con cualquier cosa, mientras la talla fuera precisa. Sin embargo, la piedra de alma era valorada por ese proceso endurecedor.
Una vez que el sello quedó tiznado por la llama de la vela (primero un extremo, luego el otro), lo alzó y sopló con fuerza. Copos de ceniza volaron con el soplido, revelando la hermosa piedra jaspeada roja y negra de debajo.
—Sí —dijo Gaotona—. Un sujeto de pruebas. Te he traído uno, tal como prometí.
El anciano cruzó la pequeña habitación y se dirigió a la puerta, donde Zu montaba guardia.
Shai se echó hacia atrás en su silla, que hacía un par de días había falsificado para convertirla en algo mucho más cómodo, y esperó. Había hecho una apuesta consigo misma. ¿Sería el sujeto uno de los guardias del emperador? ¿O sería algún funcionario de poca monta del palacio, quizá el hombre que tomaba notas para Ashravan? ¿A qué persona obligarían los árbitros a soportar la blasfemia de Shai en nombre de un supuesto bien mayor?
Gaotona se sentó en la silla junto a la puerta.
—¿Y bien? —preguntó Shai.
Él alzó las manos a sus costados.
—Puedes empezar.
Shai apoyó los pies en el suelo y se sentó recta.
—¿Tú?
—Sí.
—¡Eres uno de los árbitros! ¡Una de las personas más poderosas del imperio!
—Ah —dijo él—. No me había dado cuenta. Encajo con tus especificaciones. Soy varón, nací en el mismo lugar que Ashravan y lo conocí muy bien.
—Pero… —Shai guardó silencio.
Gaotona se inclinó hacia delante, uniendo las manos.
—Hemos debatido esto durante semanas. Se ofrecieron otras opciones, pero se decidió que en conciencia no podíamos dejar que un miembro de nuestro pueblo se sometiera a esta blasfemia. La única conclusión fue que uno de nosotros se sacrificara.
Shai se estremeció, recuperándose de la sorpresa. «Frava no habría tenido ningún problema en ordenarle a cualquier otro que hiciera esto —pensó—. Ni los demás. Tienes que haber insistido en ser tú, Gaotona».
Los otros árbitros lo consideraban un rival, así que era probable que se alegraran de dejarlo caer en los supuestamente horribles y retorcidos actos de Shai. Lo que ella planeaba era del todo inofensivo, pero era imposible convencer a un grande de eso. Aun así, deseó poder tranquilizar a Gaotona cuando acercó su silla para colocarse junto a él y abrió la cajita de sellos que había ido creando durante las tres últimas semanas.
—Estos sellos no prenderán —dijo mientras alzaba uno de ellos—. Prender es un término de falsificador para el sello que crea un cambio que es demasiado antinatural para ser estable. Dudo que ninguno de estos te afecte más que un minuto… y eso suponiendo que los haya hecho correctamente.
Gaotona vaciló, pero luego asintió.
—El alma humana es diferente a un objeto —continuó diciendo Shai—. Una persona crece, cambia, se mueve constantemente. Eso hace que un sello de alma empleado en una persona se gaste de un modo que no se produce con los objetos. Incluso en el mejor de los casos, un sello de alma usado en una persona dura solo un día. Mis Marcas de Esencia son un ejemplo. Después de unas veintiséis horas, se desvanecen.
—Entonces… ¿el emperador?
—Si hago bien mi trabajo, habrá que sellarlo todas las mañanas, como el sellador de sangre hace con mi puerta. Sin embargo, añadiré al sello la capacidad de recordar, crecer y aprender: no revertirá al mismo estado cada mañana, y podré construir sobre los cimientos iniciales. Pero igual que el cuerpo humano se agota y necesita dormir, un sello de alma en uno de nosotros debe ser restablecido. Por suerte, cualquiera puede encargarse del sellado; el propio Ashravan podría hacerlo, cuando el sello esté preparado correctamente.
Le dio a Gaotona el sello que tenía en la mano, dejando que lo examinara.
—Cada uno de los sellos concretos que voy a utilizar hoy —dijo— cambiará algo pequeño en tu pasado o tu personalidad innata. Como no eres Ashravan, los cambios no prenderán. Sin embargo, los dos tenéis una historia lo suficientemente parecida para que los sellos duren por un breve tiempo, si los he hecho bien.
—¿Quieres decir que esto es un… patrón para el alma del emperador? —preguntó Gaotona al tiempo que examinaba el sello.
—No. Solo una falsificación de una parte muy pequeña de su alma. Ni siquiera estoy segura de que el producto final funcione. Por lo que sé, nadie ha intentado jamás algo exactamente igual que esto. Pero circulan historias de gente que falseó el alma de otra persona para… propósitos perversos. Me baso en ese conocimiento para conseguir esto. Así pues, si estos sellos duran al menos un minuto contigo, deberían durar mucho más con el emperador, ya que están armonizados con su pasado concreto.
—Una parte muy pequeña de su alma —dijo Gaotona, y devolvió el sello a Shai—. Entonces, en estas pruebas… ¿no usarás estos sellos en el producto final?
—No, pero cogeré los patrones que funcionen y los incorporaré en una creación mayor. Piensa que estos sellos son como caracteres separados en un gran pergamino; cuando termine, podré unirlos todos y contar un relato. El relato de la historia y la personalidad de un hombre. Por desgracia, aunque la falsificación prenda, habrá pequeñas diferencias. Sugiero que empecéis a propagar rumores de que el emperador resultó herido. No gravemente, os lo advierto, pero dad a entender que ha recibido un buen golpe en la cabeza. Eso explicará las discrepancias.
—Ya hay rumores de su muerte —repuso Gaotona—, difundidos por la Facción Gloria.
—Bueno, pues decid que fue herido.
—Pero…
Shai alzó el sello.
—Aunque consiga lo imposible (cosa que, te advierto, solo he hecho en raras ocasiones), la falsificación no tendrá todos los recuerdos del emperador. Solo puedo incluir las cosas que he podido leer o deducir. Ashravan habrá tenido muchas conversaciones privadas que la falsificación no podrá recordar. Puedo imbuirlo de una aguda capacidad para falsear (tengo una comprensión concreta de ese tipo de cosas), pero la falsificación solo puede hacerse con una persona a la vez. Con el tiempo, alguien se dará cuenta de que sufre grandes lagunas de memoria. Difundid los rumores, Gaotona. Vais a necesitarlos.
Él asintió; luego se recogió la manga para exponer su brazo al sello. Shai alzó el sello, y Gaotona suspiró; acto seguido, cerró con fuerza los ojos y volvió a asentir.
Ella apretó el sello contra la piel. Como siempre, cuando el sello tocaba la piel, parecía como si lo estuviera presionando contra algo rígido, como si su brazo se hubiera convertido en piedra. El sello se hundía levemente. Eso creaba una sensación desconcertante cuando se trabajaba con una persona. Giró el sello y después lo retiró, dejando una marca roja en el brazo de Gaotona. Sacó el reloj y observó la manecilla.
El sello desprendía leves hilillos de humo rojo; esto sucedía solo cuando se marcaba a seres vivos. El alma luchaba contra la reescritura. El sello, sin embargo, no se apagó de inmediato. Shai dejó escapar un suspiro contenido. Era una buena señal.
Se preguntó… si intentara algo así con el emperador, ¿lucharía su alma contra la invasión? ¿O en cambio aceptaría el sello, deseando que se enmendara lo que había salido mal? Igual que la ventana había querido ser devuelta a su antigua belleza. No lo sabía.
Gaotona abrió los ojos.
—¿Funcionó…?
—Sirvió, por ahora —respondió Shai.
—No me siento diferente.
—Esa es la cuestión. Si el emperador pudiera sentir los efectos del sello, se daría cuenta de que algo va mal. Ahora, respóndeme sin pensar: habla solo por instinto. ¿Cuál es tu color favorito?
—El verde —contestó inmediatamente.
—¿Por qué?
—Porque… —Guardó silencio, ladeando la cabeza—. Porque sí.
—¿Y tu hermano?
—Apenas lo recuerdo —dijo Gaotona, encogiéndose de hombros—. Murió cuando yo era muy joven.
—Menos mal —repuso Shai—. Habría sido un emperador terrible, si lo hubieran elegido…
Gaotona se levantó.
—¡No te atrevas a hablar mal de él! Haré que te…
Se envaró y miró a Zu, que había echado mano a su espada, alarmado.
—Yo… ¿Hermano…?
El sello se desvaneció.
—Un minuto y cinco segundos —dijo Shai—. Ese parece bueno.
Gaotona se llevó una mano a la cabeza.
—Recuerdo haber tenido un hermano. Pero… no tengo ninguno, ni lo he tenido nunca. Recuerdo haberlo idolatrado; recuerdo el dolor cuando murió. Tanto dolor…
—Eso desaparecerá —lo tranquilizó Shai—. Las impresiones se borrarán como los restos de un mal sueño. Dentro de una hora, apenas podrás recordar qué fue lo que te trastornó. —Garabateó unas notas—. Creo que has reaccionado con demasiada intensidad a mi insulto a la memoria de tu hermano. Ashravan adoraba a su hermano, pero mantenía sus sentimientos ocultos por una sensación de culpabilidad porque pensaba que su hermano tal vez habría sido mejor emperador que él.
—¿Qué? ¿Estás segura?
—¿Sobre esto? —dijo Shai—. Sí. Tendré que revisar un poco ese sello, pero creo que es adecuado.
Gaotona volvió a sentarse, mirándola con ojos sabios que parecían intentar perforarla, excavar en su interior.
—Sabes mucho de la gente.
—Es uno de los primeros pasos de nuestra formación —aclaró Shai—. Antes incluso de que toquemos la piedra de alma.
—Tanto potencial… —susurró Gaotona.
Shai contuvo un estallido inmediato de enojo. ¿Cómo se atrevía a mirarla así, como si estuviera desperdiciando su vida? A ella le encantaba falsificar. La emoción, una vida que salía adelante gracias a su inteligencia. Eso era ella. ¿Verdad?
Pensó en una Marca de Esencia concreta, guardada con las otras. Era una marca que nunca había usado, y sin embargo era al mismo tiempo la más preciosa de las cinco.
—Probemos con otra —dijo Shai, ignorando aquellos ojos de Gaotona.
No podía permitirse sentirse ofendida. La tía Sol siempre decía que el orgullo sería el mayor peligro de su vida.
—Muy bien —dijo Gaotona—, pero no entiendo una cosa. Por lo poco que me has explicado de este proceso, no puedo ni imaginar por qué estos sellos empiezan a funcionar conmigo. ¿No necesitas conocer con exactitud la historia de una cosa para que un sello funcione con ella?
—Para que prenda, sí —respondió Shai—. Como he dicho, es cuestión de plausibilidad.
—¡Pero esto no es en absoluto plausible! No tengo ningún hermano.
—Ah, bueno, veamos si puedo explicarme —dijo ella, echándose hacia atrás—. Estoy reescribiendo tu alma para que encaje con la del emperador… igual que reescribí la historia de esa ventana para incluir una vidriera nueva. En ambos casos funciona por la familiaridad. El marco de la ventana sabe qué aspecto debe tener una ventana de cristal tintado. Una vez tuvo cristal tintado en ella. Aunque la nueva ventana no es la misma que una vez lo tuvo, el sello funciona porque el concepto general de una ventana de cristal tintado se ha cumplido.
»Tú has pasado mucho tiempo con el emperador. Tu alma está familiarizada con él, igual que el marco de la ventana está familiarizado con el cristal tintado. Por eso tengo que probar los sellos con alguien como tú, y no conmigo misma. Cuando te marco, es como… es como si le presentara a tu alma una pieza de algo que debería conocer. Solo funciona si la pieza es muy pequeña, pero mientras lo sea, y mientras el alma considere que la pieza es una parte familiar de Ashravan, como he indicado, el sello prenderá durante un breve instante antes de ser rechazado.
Gaotona la miró aturdido.
—¿Debo suponer que te suena a tonterías supersticiosas? —inquirió Shai.
—Es… bastante místico —repuso Gaotona, extendiendo las manos ante él—. ¿El marco de una ventana que conoce el «concepto» de una vidriera? ¿Un alma que comprende el concepto de otra alma?
—Estas cosas existen más allá de nosotros —dijo Shai mientras preparaba otro sello—. Nosotros pensamos en ventanas, sabemos de ventanas; qué es y qué no es una ventana adquiere su… significado en el reino espiritual. Adquiere vida, en cierto modo. Cree la explicación o no; supongo que no importa. El hecho es que puedo probar estos sellos contigo, y si prenden durante al menos un minuto, será un buen indicativo de que he dado con algo.
»Lo ideal sería probarlo con el emperador, pero en su estado no podría responder a mis preguntas. Necesito no solo que prendan, sino también que trabajen juntos… y eso requerirá que me expliques lo que sientes para que yo pueda hacer avanzar el diseño en la dirección adecuada. Y ahora, extiende el brazo, por favor.
—Muy bien.
Gaotona se preparó, y Shai presionó otro sello contra su brazo. Lo remató con medio giro, pero en cuanto retiró el sello, la marca se desvaneció en una vaharada roja.
—Maldición —exclamó Shai.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó Gaotona, llevándose los dedos al brazo. Olía a tinta corriente: el sello se había desvanecido tan rápido, que la tinta ni siquiera se había incorporado a su mecanismo—. ¿Qué me has hecho esta vez?
—Nada, al parecer —respondió Shai, al tiempo que inspeccionaba la cabeza del sello en busca de defectos. No encontró ninguno—. Este lo he hecho mal. Muy mal.
—¿Cuál era?
—El motivo por el que Ashravan accedió a convertirse en emperador —dijo Shai—. Noches de fuego. Estaba segura de que lo tenía.
Sacudió la cabeza y guardó el sello. Al parecer, Ashravan no se había ofrecido como emperador movido por un deseo profundamente arraigado de demostrar su valía ante sí mismo y su familia y escapar a la lejana, pero alargada sombra de su hermano.
—Yo puedo decirte por qué lo hizo, falsificadora —dijo Gaotona.
Ella lo miró. «Este hombre animó a Ashravan a presentarse al trono imperial —pensó. Ashravan acabó odiándolo por ello—. O eso creo».
—Muy bien —dijo—. ¿Por qué?
—Quería cambiar las cosas —respondió Gaotona—. En el imperio.
—No habla de eso en su diario.
—Ashravan era un hombre humilde.
Shai enarcó una ceja. Esa revelación no encajaba con los informes que le habían dado.
—Oh, tenía temperamento —prosiguió Gaotona—. Y si te ponías a discutir con él, apretaba los dientes y defendía con vehemencia su argumento. Pero el hombre… el hombre era… En el fondo, era un hombre humilde. Tendrás que comprender esto de él.
—Ya veo.
«Fue cosa tuya, ¿verdad? —pensó Shai—. Esa mirada de decepción, la implicación de que podríamos ser mejores personas de lo que somos». Shai no era la única que consideraba que Gaotona la trataba como si fuera un abuelo insatisfecho.
Ese era un motivo suficiente para desestimarlo. Pero… se había ofrecido él mismo para las pruebas. Gaotona pensaba que lo que ella hacía era horrible, y por eso había insistido en recibir el castigo en persona, en vez de enviar a otro.
«Eres auténtico, ¿verdad, anciano?», pensó Shai mientras Gaotona volvía a sentarse, con la mirada perdida pensando en el emperador. Ella misma se sintió insatisfecha.
En su oficio había muchos que se burlaban de los hombres honestos, al considerarlos presas fáciles. Eso era una falacia. Ser honrado no significaba ser ingenuo. Un necio deshonesto y un necio honesto eran igualmente fáciles de engañar: solo había que abordarlos de maneras distintas.
Sin embargo, un hombre que fuera honesto y listo era siempre, siempre, más difícil de engañar que alguien que fuera a la vez deshonesto y listo.
Sinceridad. Por definición, era muy arduo falsificarla.
—¿En qué estás pensando? —preguntó Gaotona, inclinándose hacia delante.
—Estaba pensando que debes de haber tratado al emperador igual que a mí, molestándolo constantemente con sermones sobre lo que debería hacer.
Gaotona bufó.
—Es probable. Eso no significa que mis argumentos sean, o fueran, incorrectos. Él podría… bueno, podría haber hecho más de lo que hizo. Igual que tú podrías convertirte en una artista maravillosa.
—Lo soy.
—Una artista de verdad.
—Lo soy.
Gaotona sacudió la cabeza.
—El cuadro de Frava… Hay algo que hemos pasado por alto, ¿verdad? Ella ordenó examinar la falsificación, y los asesores encontraron unos cuantos errores diminutos. Yo no pude verlos sin ayuda… pero están ahí. Tras reflexionar sobre el tema, me parecen extraños. Las pinceladas son impecables, incluso magistrales. El estilo encaja perfectamente. Si podías conseguir semejante nivel, ¿por qué cometiste tales errores, como poner la luna demasiado baja? Es un error sutil, pero se me ocurre que nunca habrías cometido un fallo semejante… no de manera involuntaria, al menos.
Shai se volvió para coger otro sello.
—El lienzo que creen que es el original —dijo Gaotona—, el que cuelga ahora mismo en el despacho de Frava… Es falso también, ¿verdad?
—Sí —admitió Shai con un suspiro—. Cambié los lienzos un par de días antes de intentar robar el cetro: estaba investigando la seguridad del palacio. Me colé en la galería, entré en las oficinas de Frava, e hice el cambio como prueba.
—Entonces, el que ellos dan por hecho que es falso debe de ser el original —repuso Gaotona, sonriendo—. ¡Pintaste esos errores encima del original para que pareciera que era una réplica!
—En realidad, no —dijo ella—. Aunque he utilizado ese truco en el pasado. Los dos son falsos. Uno es simplemente la falsificación obvia, dejada a propósito para que la descubrieran en caso de que algo saliera mal.
—Así que el original sigue escondido en alguna parte… —sugirió Gaotona, con curiosidad—. Te colaste en el palacio para comprobar sus medidas de seguridad, luego sustituiste el lienzo original por una copia. Dejaste una segunda copia ligeramente peor en tu habitación como pista falsa. Si te descubrían al entrar de nuevo, o si por algún motivo te vendía un aliado, registraríamos tu habitación y encontraríamos la copia mala, y asumiríamos que aún no habías dado el cambiazo. Los expertos cogerían la copia buena creyendo que era la obra auténtica. De esa forma, nadie seguiría buscando la pintura original.
—Más o menos.
—Muy astuto —reconoció Gaotona—. Por tanto, si te capturaban entrando en el palacio para intentar robar el cetro, podrías confesar que tu objetivo solo era el lienzo. Al registrar tu habitación aparecería el falso, y se te acusaría de intento de hurto a un individuo, en este caso Frava, que es un delito mucho menor que intentar robar una reliquia imperial. Te caerían diez años de trabajos forzados en vez de la pena de muerte.
—Desgraciadamente, me traicionaron en el peor momento —repuso Shai—. El bufón consiguió que me detuvieran después de que saliera de la galería con el cetro.
—Pero ¿qué hay del cuadro original? ¿Dónde lo escondiste? —Gaotona vaciló—. Sigue todavía en el palacio, ¿verdad?
—En cierto modo.
Gaotona la miró, todavía sonriendo.
—Lo quemé —reveló Shai.
La sonrisa desapareció de sus labios.
—Mientes.
—Esta vez no, anciano —dijo Shai—. El lienzo no merecía el riesgo de intentar sacarlo de la galería. Solo di el cambiazo para poner a prueba la seguridad. Colé el falso fácilmente: no registran a nadie al entrar, solo al salir. El cetro era mi verdadero objetivo. Robar el lienzo fue secundario. Después de sustituirlo, tiré el original a una de las chimeneas de la galería principal.
—Eso es horrible —dijo Gaotona—. ¡Era un ShuXen original, su mayor obra maestra! Se ha quedado ciego y ya no puede pintar. ¿Te das cuenta del coste…? —farfulló—. No lo entiendo. ¿Por qué? ¿Por qué hiciste una cosa así?
—No importa. Nadie sabrá lo que he hecho. Seguirán contemplando la falsificación y estarán satisfechos, así que no se ha causado ningún daño.
—¡Ese lienzo era una obra de arte de valor incalculable! —Gaotona la miró con furia—. El cambiazo solo respondía a una cuestión de orgullo. Ni siquiera te preocupaste de vender el original. Solo querías que tu copia colgara en la galería. ¡Destruiste algo maravilloso para poder satisfacer tu vanidad!
Ella se encogió de hombros. La historia no resultaba tan simple, pero el hecho indiscutible era que ella había quemado el lienzo. Tenía sus motivos.
—Hemos terminado por hoy —anunció Gaotona, con el rostro enrojecido. Agitó una mano ante ella, desdeñoso, mientras se levantaba—. Había empezado a pensar… ¡Bah!
Y salió por la puerta.