Día doce

Shai presionó su sello sobre la superficie de la mesa.

Como siempre, este se hundió levemente en el material. Un sello de alma dejaba una impronta que podías sentir, no importaba el material. Dio medio giro al sello: eso no emborronaba la tinta, aunque no sabía por qué. Uno de sus mentores le había enseñado que era debido a que a estas alturas el sello tocaba el alma del objeto y no su presencia física.

Cuando retiró el sello, dejó una brillante marca roja, como si estuviera tallado allí. La transformación se extendía desde el sello en forma de ola. El cedro gris oscuro de la mesa se volvió hermoso y bien cuidado, con una cálida pátina que reflejaba la luz de las velas que tenía delante.

Shai apoyó los dedos en la nueva mesa; ahora era suave al contacto. Los cantos y las patas estaban bellamente tallados, repujados aquí y allá de plata.

Gaotona se irguió en su asiento, soltando el libro que estaba leyendo. Zu se agitó incómodo al ver la falsificación.

—¿Qué era eso? —preguntó Gaotona.

—Estaba cansada de encontrarme lascas —respondió Shai, y volvió a sentarse en su silla, que crujió. «Tú eres el siguiente», pensó.

Gaotona se levantó y se acercó a la mesa. La tocó, como si esperara que la transformación fuera una simple ilusión. No lo era. La hermosa mesa parecía ahora horriblemente fuera de lugar en la sórdida habitación.

—¿Esto es lo que has estado haciendo?

—Tallar me ayuda a pensar.

—¡Deberías concentrarte en tu tarea! —exclamó Gaotona—. Esto es una frivolidad. ¡El imperio mismo corre peligro!

«No —pensó Shai—. El imperio, no; vuestro dominio de él». Por desgracia, después de once días, seguía sin tener un aspecto de Gaotona que poder explotar.

—Estoy trabajando en vuestro problema, Gaotona —dijo—. Lo que me pedís no es una tarea sencilla.

—¿Y cambiar esa mesa lo era?

—Claro que sí. Todo lo que tuve que hacer fue reescribir su pasado para que se mantuviera, en vez de permitir que se hundiera en la imposibilidad de ser reparada. Eso apenas requiere ningún trabajo.

Gaotona vaciló, luego se arrodilló junto a la mesa.

—Estas tallas, estas incrustaciones… no formaban parte de la mesa original.

—Puede que haya añadido algo.

Shai no estaba segura de que la falsificación fuera a prender o no. En unos minutos, ese sello podía evaporarse y la mesa volver a su estado anterior. Con todo, tenía la convicción de que había imaginado suficientemente bien el pasado de la mesa. Algunas de las historias que estaba leyendo mencionaban de dónde habían venido los regalos. Sospechaba que esa mesa procedía de la lejana Svorden como regalo al predecesor del emperador Ashravan. La tensa relación con Svorden había impulsado al emperador a guardarla e ignorarla.

—No reconozco esta pieza —dijo Gaotona, sin dejar de mirar la mesa.

—¿Por qué deberías hacerlo?

—He estudiado a fondo las artes antiguas —respondió él—. ¿Esto es de la dinastía Vivare?

—No.

—¿Una imitación de la obra de Chamrav?

—No.

—¿Qué, entonces?

—Nada —dijo Shai, exasperada—. No imita nada; se ha convertido en una versión mejor de sí misma.

Esa era una máxima de la buena falsificación: mejora levemente un original, y la gente a menudo aceptaría la falsificada porque era superior.

Gaotona se levantó, preocupado. «Está pensando de nuevo que desperdicio mi talento», se dijo Shai con malestar, apartando un fajo de informes sobre la vida del emperador. Recopilados a petición suya, esos informes procedían de los sirvientes de palacio. No quería solo las historias oficiales. Necesitaba autenticidad, no recitados estériles.

Gaotona volvió a sentarse en su silla.

—No veo cómo transformar esta mesa puede no haber supuesto casi ningún trabajo, aunque claramente debe de ser mucho más sencillo que lo que se te ha pedido que hagas. Ambas cosas me parecen increíbles.

—Cambiar el alma de un hombre es mucho más difícil.

—Puedo aceptar eso a nivel conceptual, pero no conozco los detalles. ¿Por qué es así?

Ella lo miró. «Quiere saber más de lo que estoy haciendo —pensó—, para poder entender cómo preparo la huida». Él sabía que Shai lo estaría intentando, por supuesto. Los dos fingían que ninguno era consciente de eso.

—De acuerdo —dijo ella, poniéndose en pie y acercándose a la pared de la habitación—. Hablemos de la falsificación. La jaula en la que me encerrasteis tenía una pared de cuarenta y cuatro tipos de piedra, prácticamente una trampa para mantenerme distraída. Si quería intentar escapar, antes debía averiguar la disposición y el origen de cada bloque. ¿Por qué?

—Para poder crear una falsificación de la pared, obviamente.

—Pero ¿por qué todos ellos? —preguntó Shai—. ¿Por qué no cambiar solo un bloque o unos pocos? ¿Por qué no hacer únicamente un agujero lo bastante grande para meterme dentro y crear un túnel para mí?

—Yo… —Frunció el ceño—. No tengo ni idea.

Shai apoyó la mano en la pared exterior de la habitación. La habían pintado, aunque la pintura se desprendía en varias zonas. Podía sentir las piedras aparte.

—Todas las cosas existen en tres reinos, Gaotona. Físico, cognitivo y espiritual. El físico es lo que sentimos, lo que tenemos delante. El cognitivo es cómo vemos un objeto y cómo ese objeto se ve a sí mismo. El reino espiritual contiene el alma del objeto, su esencia, además de las formas en que está conectado a las cosas y personas que lo rodean.

—Debes comprender que no suscribo tus supersticiones paganas —objetó Gaotona.

—Sí, en cambio adoras al sol —respondió Shai, sin poder reprimir la burla de su voz—. O, más bien, a ochenta soles… creyendo que aunque todos son exactamente iguales, cada día sale un sol diferente. Bueno, querías saber cómo funciona la falsificación, y por qué el alma del emperador será difícil de reproducir. Los reinos son importantes para esto.

—Muy bien.

—Este es el argumento. Cuanto más tiempo exista un objeto como conjunto, y más tiempo se vea en ese estado, más fuerte será su sensación de identidad completa. Esa mesa está compuesta de diversas piezas de madera unidas, pero ¿pensamos así de ella? No. Vemos el todo.

»Para falsificar la mesa, debo comprenderla como un conjunto. Lo mismo sucede con una pared. Aquella pared ha existido el tiempo suficiente para verse a sí misma como una única entidad. Yo podría, tal vez, haber abordado cada bloque por separado (todavía podrían ser lo suficientemente diferenciados), pero hacerlo sería difícil, ya que la pared quiere actuar como un todo.

—La pared quiere ser tratada como un todo —dijo Gaotona con voz inexpresiva.

—Sí.

—Estás dando a entender que la pared tiene alma.

—Todas las cosas la tienen —respondió ella—. Cada objeto se ve a sí mismo como algo. La conexión y la intención son vitales. Por eso, maestro árbitro, no puedo escribir sin más una personalidad para tu emperador, sellarlo y terminar. Siete informes que he leído dicen que su color favorito era el verde. ¿Sabes por qué?

—No —respondió Gaotona—. ¿Y tú?

—No estoy segura todavía —dijo Shai—. Creo que es porque a su hermano, que falleció cuando Ashravan tenía seis años, le gustó siempre. El emperador se aferró al color, ya que le recuerda a su hermano muerto. También puede que haya un componente de nacionalismo, ya que nació en Ukurgi, donde el verde predomina en la bandera de la provincia.

Gaotona parecía preocupado.

—¿Tienes que saber esos detalles tan concretos?

—¡Noches, sí! Y mil cosas igual de detalladas. Puedo equivocarme en algo. Me equivocaré en algo sin duda. Pero la mayoría de los errores no importarán; harán que su personalidad se desvíe un poco, pero cada persona cambia día a día, en cualquier caso. No obstante, si me equivoco demasiado, tanto dará la personalidad porque el sello no prenderá. Como mínimo, no durará lo suficiente para servir de nada. Asumo que si tu emperador tiene que ser resellado cada quince minutos, será imposible mantener la charada.

—Asumes correctamente.

Shai se sentó dejando escapar un suspiro y se puso a examinar sus notas.

—Dijiste que podrías hacer esto —le recordó Gaotona.

—Sí.

—Lo has hecho antes, con tu propia alma.

—Conozco mi alma —explicó Shai—. Conozco mi propia historia. Sé qué puedo cambiar para conseguir el efecto que necesito… e incluso así hacer bien mis propias Marcas de Esencia fue difícil. Ahora no solo tengo que hacerlo para otra persona, sino que además la transformación debe ser mucho más extensa. Y me quedan noventa días para hacerlo.

Gaotona asintió lentamente.

—Ahora —dijo ella—, deberías contarme qué estáis haciendo para mantener la simulación de que el emperador sigue vivo y bien.

—Estamos haciendo todo lo que hay que hacer.

—Disto de sentirme tan confiada como vosotros. Creo que soy un poco mejor que la mayoría a la hora de engañar a la gente.

—Creo que te sorprenderás —respondió Gaotona—. Después de todo, somos políticos.

—Muy bien, de acuerdo. Pero le estaréis haciendo llegar comida, ¿verdad?

—Naturalmente. Cada día se envían tres servicios de comida a los aposentos del emperador, que regresan vacíos a las cocinas de palacio, aunque como es obvio se le alimenta en secreto con caldo. Lo bebe cuando se le da, pero mira al frente, como si fuera sordo y mudo.

—¿Y el orinal?

—No tiene control sobre sí mismo —dijo Gaotona, haciendo una mueca—. Le hemos puesto pañales.

—¡Noches, hombre! ¿Y nadie cambia un orinal falso? ¿No crees que eso resultará sospechoso? Las criadas harán comentarios, igual que los guardias ante su puerta. ¡Debéis tener en cuenta esas cosas!

Gaotona tuvo la decencia de ruborizarse.

—Me encargaré de que así sea, aunque no me gusta la idea de que entre nadie más en sus aposentos. Demasiada gente puede descubrir lo que le ha sucedido.

—Entonces, escoge a alguien en quien confíes —dijo Shai—. De hecho, impón una norma ante las puertas del emperador. Que no entre nadie a menos que tenga una tarjeta con tu sello personal. Y sí, sé por qué abres la boca para ponerme objeciones. Conozco a la perfección lo bien protegidos que están los aposentos del emperador: fue parte de lo que estudié para irrumpir en la galería. Vuestra seguridad no era férrea entonces, como demostraron los asesinos. Haz lo que sugiero. Cuantas más barreras de seguridad, mejor. Si lo que le ha ocurrido al emperador se hace público, no tengo ninguna duda de que acabaré de vuelta en esa celda esperando a ser ejecutada.

Gaotona suspiró, pero asintió.

—¿Qué más sugieres?