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Cuando su compañera entró en la habitación, Rebecca Steinfurt levantó la vista de los informes y se frotó las sienes.
-¿Y bien? ¿Cómo le va a nuestra principiante?
La enfermera Edwina Sezcinsky era nueva en la unidad de cuidados intensivos. Tenía veintiséis años y lo único que Rebecca sabía de ella era que trabajaba meticulosamente y que al salir del hospital se entrenaba para correr su primera maratón.
-Todo está en orden -dijo la joven, cogiendo una botella de agua del mostrador y asintiendo amablemente-. Sólo la señorita Weller parece algo inquieta. Su frecuencia cardíaca está muy alterada.
-¿Has hablado con ella?
-No. Está dormida. Creo que está soñando.
-Será por los somníferos -dijo Rebecca, mirando cómo la nueva se bebía medio litro de agua de una sola vez-. ¡Por favor! Pero ¿tú cuánta agua bebes al día?
Edwina se encogió de hombros.
-Dos litros y medio..., tres...
-Qué barbaridad.
La señal de alarma hizo que se llevaran un susto de muerte. Las dos miraron al panel y Rebecca salió corriendo hacia el pasillo mientras exclamaba:
-¡Es la señorita Weller!
-Yo llamaré al doctor -dijo Edwina, dejando la botella y cogiendo a toda prisa el teléfono.
Rebecca llegó enseguida a la habitación de Carla. Por lo que decía la alarma, la paciente sufría un fallo en sus funciones vitales, de modo que la enfermera se preparó para una reanimación de urgencia, pero cuando entró en el cuarto vio algo que nunca había visto. Nunca, en todos los años que llevaba trabajando en el hospital.
De vez en cuando se había topado con algún paciente que se tocaba las vendas o incluso se quitaba alguna vía que le conectaba a los aparatos de control, pero jamás había visto a nadie que se librara de todos los cables, bajara la barandilla de la cama y empezara a caminar de un lado a otro de la habitación.
-¡Por el amor de Dios! -alcanzó a decir-. ¿Qué hace, señorita Weller?
Parecía que Carla no la oía. Temblaba como una hoja. Rebecca la cogió por los hombros y la empujó suavemente hacia la cama.
-Pero ¿en qué estaba pensando, mujer?
Carla murmuró algo incomprensible. Los analgésicos la hacían balbucear como si estuviera borracha. Repetía la misma frase una y otra vez, hasta que, por fin, Rebecca logró entenderla.
-Ya sé quién es.
La enfermera la ayudó a sentarse en la cama.
-Tranquila, señorita Weller, estaba soñando.
-Sí -dijo Carla, como a cámara lenta-. Y en mi sueño lo reconocí.
-¿A quién?
-Al hombre que me hablaba con la voz de Nathalie.
-Qué bien, cómo me alegro. -Rebecca cogió el brazo de Carla e intentó volver a ponerle la aguja en la vía-. Y ahora que ya lo sabe, ya puede volver a tumbar...
-¡No! -gritó Carla.
Hizo un movimiento brusco con el brazo y miró a la enfermera con los ojos abiertos como platos. Estaba bañada en sudor.
-No..., no me entiende... ¡Jan está en peligro!
-¿Qué está pasando? -preguntó una voz desde la puerta.
Acompañado por Edwina, el doctor Mehra había llegado a toda prisa a la habitación y miraba estupefacto a la paciente y la enfermera.
-No sé cómo lo ha logrado, pero el caso es que se ha levantado y...
Rebecca intentó explicar lo que había pasado pero Carla se levantó de un salto y le tapó la boca con la mano.
-¡Llamen a la policía! -gimió-. ¡Peligro!