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Jan estaba sentado en una de las tres sillas de la sala de espera y hojeaba uno de los folletos en los que aparecía la información sobre las terapias de la Clínica del Bosque. Llevaba más de media hora esperando. Dejó el folleto en la mesa con un suspiro y volvió a echar un vistazo al reloj de la pared.
Carolin Neuhaus, la secretaria del doctor Fleischer, estaba sentada a su mesa, transcribiendo a toda velocidad el dictado de una grabadora en un documento del ordenador. Cuando vio la cara de Jan detuvo el aparato y lo miró amablemente.
-Lo siento mucho -le dijo-. No tengo ni la menor idea de dónde puede estar. Me dijo que volvía en unos minutos.
Un cuarto de hora antes había hecho exactamente el mismo comentario, sólo que en aquella ocasión también le había ofrecido un café.
Jan tenía que atender a sus pacientes. Quizá sería mejor volver en otra ocasión. Estaba a punto de levantarse cuando oyó pasos acercándose por el pasillo. En cuestión de segundos el director apareció por la puerta con expresión angustiada. Iba quitándose el abrigo sin dejar de caminar.
-Jan -dijo, fuera de sí-, perdona el retraso. He estado a punto de matar al empleado de la compañía de seguros. El incendio que provocó nuestro amigo Liebwerk se ha convertido en un quebradero de cabeza, y sólo faltaba lo del maldito pomo que se rompió...
-No pasa nada -dijo Jan, siguiendo a Fleischer hasta su despacho-. Puedo volver más tarde.
-No, no -dijo Fleischer, ofreciéndole asiento-. Te lo había prometido.
Buscó una carpeta en la montaña de papeles de su enorme escritorio y cuando la encontró se la entregó a Jan con un gesto triunfal.
-Voilà, doctor Forstner. Un contrato laboral indefinido. Sólo tiene que firmarlo.
Jan abrió la carpeta y echó un vistazo a su interior mientras el doctor Fleischer se secaba el sudor de la frente con un pañuelo de papel.
-¿Y? ¿Satisfecho? -preguntó el hombre.
-Claro -respondió Jan.
-¿Pero?
-No, sin peros. Sólo espero que no tengas ningún problema por mi culpa.
-Qué va -dijo Fleischer, sin darle importancia al asunto-. No hay motivos para preocuparse. Es cierto que no nos hemos ceñido a los trámites oficiales, pero el comité de personal ha aceptado que me planteara la concesión del puesto como una decisión personal. La plaza había quedado libre, de eso no cabe duda, y de algo tiene que servir ser el jefe, ¿no? Sin duda, puedo decidir a quién se le brinda una oportunidad y a quién no. Además, para serte sincero, tengo la sensación de que le debía una a tu padre. Pero no se lo diremos a nadie -dijo, y le guiñó el ojo.
Se metió la mano en el bolsillo de la americana y ofreció a Jan una pluma.
-De acuerdo -dijo él, estampando su firma en el contrato-. Te agradezco que me des esta oportunidad.
-Te la has ganado, querido Jan -le dijo Fleischer, recuperando la carpeta y la pluma-, te la has ganado. Ahora mira hacia delante y cierra de una vez por todas la puerta de tus recuerdos.
Jan tuvo un mal presentimiento. Algo incómodo, señaló la carpeta que Fleischer tenía ya en las manos y preguntó:
-¿Es esta la condición que me impones?
Fleischer lo miró unos segundos y luego negó con la cabeza.
-No, por supuesto que no. Lo decía sólo por tu bien... y quizá también por el mío. Haz caso de la voz de la experiencia, chico. Confía en el viejo amigo de tu padre.
Jan asintió con la cabeza.
-Lo haré.
Con la expresión de un niño a punto de hacer una travesura, Fleischer apartó la carpeta con el contrato y abrió uno de los cajones de su escritorio.
-Sé que aún es pronto y que está prohibido beber en horas de servicio, pero creo que la ocasión bien merece...
No pudo decir nada más.
Carolina Neuhaus entró en el despacho sin llamar a la puerta.
-¡Doctor Forstner! -jadeó-. ¡Tiene que ir a su casa enseguida!
Jan se levantó de un salto.
-¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
-Un accidente.
La mirada de la secretaria le puso la piel de gallina.