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Jan apenas pudo pegar ojo. La casa de Marenburg se había convertido en el escenario de un crimen y la policía no dejaba pasar a nadie, de modo que tuvo que buscarse una habitación en el hotel Jordan, donde pasó horas enteras yendo de un lado a otro, cuatro pasos hasta la puerta, desde allí seis hasta el lavabo y de nuevo cinco hasta la cama, con la radio encendida para evitar aquel silencio insoportable.

Al la mañana siguiente lo primero que hizo fue llamar al Hospital Central. Rudi seguía con vida, pero la enfermera de turno no pudo, o no quiso, darle más información al respecto. Jan dijo que volvería a llamar al cabo de un rato.

Poco después, cuando llegó a la Clínica del Bosque, le pareció que reinaba un silencio especial. Uno que parecía esconder malas noticias.

-¿Qué ha pasado? -preguntó al primero que vio.

-La paciente nueva de la unidad número doce -dijo Lutz Bissinger, con gesto apenado.

Jan sintió un escalofrío.

-¿La señorita Weller? ¿Qué le ha pasado?

-Ha vuelto a intentarlo. Ha vuelto a cortarse las venas.

-¿Está muerta? -alcanzó a decir Jan, casi sin aliento.

-No. Por lo que he oído, la enfermera del turno de noche la encontró en el último momento. Se la han llevado al Hospital Central. Hay allí un tal doctor Mehra que dicen que es muy bueno y...

Jan no esperó a que Lutz acabara su frase. Corrió a su despacho y marcó por segunda vez aquel día el número del hospital.

-¡Con el doctor Mehra, por favor! -pidió a la enfermera que le cogió el teléfono.

Unos minutos después oyó la amable voz del cirujano.

-Doctor Forstner, buenos días. ¿Llama para ver cómo ha pasado la noche el señor Marenburg?

-Bueno, sí y no.

-¿Cómo dice?

-Por supuesto, quiero saber cómo está. Ya me han dicho que ha pasado bien la noche, ¿no?

-Pues sí, es cierto -dijo Mehra-. Continúa estable.

Jan cerró los ojos y tragó saliva. Nunca había sido demasiado religioso, pero si era cierto que existía un Dios o algún tipo de ser superior... le daba las gracias de todo corazón.

-¿Ha recuperado el conocimiento?

-No, no. Vamos a dejarlo unas horas más en el coma inducido. El dolor sería excesivo, si no. Por eso no puedo decirle aún hasta qué punto se ha visto afectado su cerebro.

-Entiendo -dijo Jan, quien tuvo que tragar varias veces más antes de poder continuar-. Esto... yo... llamo también por otro motivo. Quisiera saber cómo se encuentra Carla... Es decir, la señorita Weller.

El doctor dudó unos segundos, y entonces le preguntó:

-¿La conoce?

-Nosotros..., sí, somos amigos de la infancia -dijo Jan, algo inseguro.

-Ya veo. -El doctor Mehra volvió a dudar antes de decirle-: Dadas las circunstancias, su amiga se encuentra relativamente bien.

-¿Qué ha sucedido?

-Bueno -suspiró el hombre-, lamento decirle que su amiga ha intentado cortarse las venas con el cristal de un vaso roto. Por suerte la encontraron a tiempo, pero ha perdido mucha sangre y al caer al suelo se golpeó la cabeza con la pila del lavabo.

-¿Ha dicho por qué lo hizo?

-Mire -dijo el doctor Mehra, suspirando al otro lado del teléfono-, me han dicho que la señorita Weller sufría una depresión, pero yo creo que su verdadero problema es su percepción de la realidad.

-No le entiendo. ¿A qué se refiere?

-Niega haber sido ella quien se cortó las venas. Hace un rato, cuando he pasado a verla, me ha dicho que habían intentado asesinarla. Una tal Nathalie, si no recuerdo mal.

-¿Nathalie? -Jan pensó que había oído mal.

-¿La conoce?

-Es una amiga suya, pero está muerta.

-¿Lo ve? -dijo Mehra-. Lo que yo decía. Pero hay algo más, doctor; algo que me tiene muy preocupado.

-¿De qué se trata?

-Según el informe de la clínica, la señorita Weller no estaba siendo tratada con ningún medicamento, ¿no es así?

-Así es, efectivamente. ¿Por qué lo pregunta?

-Porque hemos encontrado rastros de un fuerte narcótico en su sangre -dijo Mehra-, y por su bien espero que los pacientes de su unidad no tengan acceso a estos medicamentos...