Capítulo 37
Hoy, 15.30
Cuando tenía cinco años, provoqué una alerta enorme que implicó a la policía al irme del colegio en secreto a mediodía. Al llegar a clase esa mañana, me di cuenta de que era el ensayo de vestuario de la función de Navidad y era la única a la que se le había olvidado el disfraz. En lugar de reconocerlo, dije que estaba en el armario cuando una enfermiza ola de miedo me recorrió el cuerpo. Pedí ir al baño y me marché a casa.
Crucé las carreteras principales y rompí cada norma que me habían enseñado. El único pensamiento que tenía en la cabeza era: «A casa, tengo que llegar a casa». Veía la imagen del disfraz de hada colgado dentro de una bolsa de plástico en la puerta del armario. No pensé en nada más, ni en el tráfico ni en los transeúntes asombrados cuando pasaba a su lado en la acera.
El mismo pánico enfermizo, multiplicado por mil, me recorre el cuerpo ahora mismo mientras me abro paso entre la multitud en Paddington. «A casa, tengo que llegar a casa».
La imagen en mi cabeza esta vez es Ben.
—Mira por dónde vas.
—Ah, que te den. —Le doy un empujón en el hombro a un señor para apartarlo de mi camino, tan enfadada, tan asustada, tan arrepentida—. Mire, lo siento, en serio.
—Después, con prisas, corriendo, miro el tablón con los horarios para ver cuándo sale el siguiente tren. Maldita sea, acabo de perder uno.
Lo intento con el móvil de nuevo. Servicio de mensajería. Miro el reloj. Media hora hasta el siguiente tren directo. Por un momento, pienso en el aeropuerto. ¿Y un helicóptero? ¿Puedo alquilar un helicóptero? Luego, me doy cuenta de la locura.
Me tiembla la mano cuando el móvil suena de nuevo y el nombre de Mark relampaguea en la pantalla. Polly debe de haberle llamado desde la recepción y dado este número. Por segunda vez, envío la llamada al buzón de voz. Vuelve a marcar. Vuelvo a rechazar la llamada.
La cuarta vez lo pego a la oreja, cansada de todo esto.
—Deja de llamarme, Mark. Me voy a casa.
Mis manos y mis labios tiemblan al unísono mientras vuelvo a mirar el reloj. Intento una vez más contactar con Ben, pero el teléfono de Emma me envía directamente al buzón de voz. Me dirijo hacia un puesto de café, pensando que la cafeína me ayudará, y me siento con la bebida a una mesa sucia con migas y círculos pegajosos de color marrón.
Cierro los ojos, bajo la cabeza y revivo otra vez el momento en el que miro el cuadro de la pared de la nueva oficina de Mark. Emma tenía el pelo corto, ha sido lo primero que me ha llamado la atención. Un estilo pulcro de duende, teñido de un marrón mucho más cálido que hacía que sus brillantes ojos azules sobresalieran aún más. Todo el mundo en la foto tenía los brazos en los hombros de las personas de al lado. Era una foto de grupo. El brazo de Mark estaba por encima de los hombros de Emma.
—Esta mujer. Creo que conozco a esta mujer. —Tuve que toser para controlar la voz mientras un hombre alto y desgarbado emergía de una de las oficinas hacia el pasillo, dirigiéndose al baño de los hombres—. Creo que solía trabajar con ella. —Mentira.
Demasiadas mentiras.
—¿Emma? ¿Emma Bright? Sí, estuvo en la compañía hace un tiempo. Diseñadora gráfica. Perdone, creo que no nos conocemos.
—Ah, soy Sophie. Estoy aquí por una visita social. —Me sonrojé—. Conozco a Mark, el director.
—Ah, sí. —Se puso a la defensiva.
—Sobre Emma… Me encantaría encontrarla. ¿Sabe dónde está ahora?
—No, lo siento. Era autónoma. Quizás Mark lo sepa. Trabajaron en algunos contratos de deportistas juntos.
—Ah, bien. Gracias. Le preguntaré.
—Estaba un poco mal de la cabeza. ¿También le gustaba leer las hojas del té cuando la conoció? —Sonrió—. Solía leernos la palma de la mano. Y adivinar los signos del zodiaco. Era bastante impresionante hasta que descubrimos que lo sacaba de un tipo del departamento de recursos humanos. —Luego, se echó a reír, cambiando el peso de un pie a otro mientras miraba el reloj—. Será mejor que siga. ¿Necesita algo más?
—No, no, ya me iba. Gracias.
Me llevo la taza de café a los labios y abro los ojos. Intento calcular en mi cabeza cuánto tiempo se necesita para que crezca el pelo. Emma lo tiene más allá de los hombros, por lo que debe de haber pasado… ¿Cuánto? ¿Un año, al menos? ¿Más de un año?
El café está demasiado caliente, por lo que le quito la tapa, con la mano aún temblorosa, y comienzo a soplar en la superficie.
Más de un año. Dios mío. Intento calmarme al imaginarme a Ben en una mesa limpia comiendo tarta, sonriendo.
Emma no sabe que lo sé. Y Emma no tiene razón para pagarla con Ben. Esto no tiene nada que ver con Ben. Tiene que ver con Mark.
«Emma dice que vamos a ir a nadar, mamá…».
Ben no lo había entendido, ¿verdad? Quiero decir, Emma no tiene ningunas ganas de asustar a Ben. Y Mark no lo permitiría.
Mark. Por Dios. Ahora nada tiene sentido. ¿Por qué la enviaría a Tedbury? ¿Por qué Emma fingía que era mi maldita… amiga?
Siento como la cabeza me da vueltas y me duele. Una especie de relámpago rebota en su interior. No puedo pararlo, ya no.
Miro hacia arriba y allí está él, al lado de mi mesa, de pie con una chaqueta de pana marrón que le ayudé a elegir hace solo un par de meses en una tienda en Exeter. Antes de lo del bebé, del hospital… Recuerdo claramente mirar su reflejo en el espejo y pensar en lo bien que le quedaba, en la suerte que tenía, en la suerte que creía que tenía cuando no sabía que se había acostado con otra… mujer.
Comienzo a golpearle muy fuerte. Pongo la mano en alto y le doy en la mejilla con tanta energía que provoca un ruido ensordecedor, una fuerza magnificada porque no se acobarda… ni se echa hacia atrás. No intenta siquiera evitar la bofetada. Sabe que lo sé porque Polly le ha dicho que he visto las fotos, que he salido sin dar explicaciones. Le golpeo una y otra vez, en los hombros y en los brazos. Sigue sin moverse.
La gente nos está mirando y me siento mareada, me duele el estómago. Empujo la mesa lejos de mí, haciendo un ruido horrible, mientras me cuelgo el bolso en el hombro y comienzo a caminar por la terminal. Lejos. A cualquier sitio. Simplemente lejos.
—Sophie, tenemos que hablar, por favor.
No.
Lo digo en mi cabeza, no en alto, mientras me muevo más y más rápido hacia el cartel con los horarios de los trenes. Quiero estar en otro lugar, lejos de esos ojos fisgones. Quiero hacerme un ovillo en el suelo, doblarme sobre mí misma en un lugar oscuro donde esto no me haga sentir tan mal. Quiero telefonear a Mark para decirle: «Cariño, ven a recogerme. Algo horrible ha ocurrido». Solo que esta vez, por primera vez en mi vida, no puedo, porque él es eso horrible que ha ocurrido. Y no hay nadie a quien llamar. Darme cuenta de esto lo empeora todo. Segundo tras segundo, se va haciendo cada vez más grande y más negro.
—Sophie, tenemos que hablar, por favor.
Me paro en seco, y me giro tan de golpe que se choca conmigo.
—¿Está a salvo? Solo dime si Ben está a salvo con ella.
—¿Has dejado a Ben con ella? —Parece sorprendido.
—Sí, iba a darte una sorpresa y he dejado a Ben con ella porque me permitiste pensar que era mi maldita amiga.
—Sophie, por favor.
Nos estaba mirando mucha gente. Una mujer con un impermeable negro y largo y una bufanda escocesa. Un hombre con un pequeño traje a rayas que pagaba en un puesto cercano por unos sándwiches. Dos niños comiéndose una hamburguesa con su padre al lado de un puesto de periódicos.
—Vamos a coger el tren. —Mark tira de mí hacia el andén—. Va a llegar pronto.
Me lo quito de encima, levantando el hombro.
—¿En serio piensas que voy a viajar contigo?
—Sophie, no es lo que estás pensando.
—Oh, por favor. No me has respondido a la pregunta. ¿Está Ben a salvo?
—Si. —Se mira a los pies y hace una pausa—. Sí, creo.
—¿Crees?
Le golpeo de nuevo tan fuerte que se le gira la cara. Me sorprende tanta violencia, lo mucho que me gustaría pegarle una y otra vez. Como no quiero ser parte de eso, dejar que él me convierta en eso, me dirijo hacia los tornos lo más rápido que puedo mientras busco mi billete en el bolso. Sentada, por fin, con el corazón latiéndome a toda velocidad, pongo la cabeza entre las piernas en un intento de reducir el mareo, de conseguir que la sangre fluya mejor.
Tarta. Estarán comiendo tarta. Estará bien. Intento obviar la otra imagen. Agua. Ben en el agua llamándome: «Mamá, mamá…». No, se ha confundido, no lo ha entendido. No van a nadar, eso es lo que Emma ha dicho. ¿Por qué lo harían? Seguramente estarán ahora mismo jugando en el parque de atracciones.
Intento contactar con Emma de nuevo. «El número al que está llamando no está disponible. Deje su mensaje…».
Solo ahora me doy cuenta de que me estoy meciendo, incapaz de calmarme. Intento telefonear a Heather. Una nueva idea. Podría hacer que Heather se pasara por allí para ver si ya se han ido, inventarme alguna excusa. Pero no responde.
Cierro los ojos y, por alguna razón, recuerdo otra vez el momento en el que compramos esa chaqueta, la chaqueta de pana marrón que Mark lleva puesta hoy. Estaba tan guapo con ella en la tienda que le acaricié la mejilla con el dorso de la mano, con mucha ternura. Y el recuerdo de ese momento, de la intimidad y de saber que no es como yo creía se vuelve tan insoportable que comienzo a sentir cómo las mejillas se me empapan de lágrimas. Sigo con los ojos cerrados hasta que siento que me observan. Mark está de pie a mi lado, esta vez en el pasillo, con una cara sombría y horrible. Lleva inexplicablemente dos billetes de tren en la mano.
—He comprado dos billetes en primera clase para que tengamos algo de privacidad —susurra.
—Vete. —Cierro los ojos de nuevo.
—Por favor, por Ben. Por favor, Sophie, cinco minutos.
Abro los ojos, dudosa, observando esta vez a una joven de rodillas sobre su asiento en una zona detrás de nosotros. Su madre la agarra del abrigo para darle la vuelta.
—Cinco minutos.
Encuentra una sección vacía en un vagón de primera clase, cerca de la parte delantera del tren. Se sienta enfrente con la cara aún sombría.
—No es lo que piensas.
—Para.
La inspectora Melanie Sanders está en la puerta de la habitación de hospital de Gill Hartley. Gill lleva consciente unas dos horas, unas noticias que Melanie ha estado esperando sin desfallecer.
Justo cuando el especialista aparece en la puerta para indicarle que ya puede pasar, el móvil de Melanie comienza a sonar. Matthew. Maldita sea, ¡qué mal momento! Lo pone en silencio para susurrarle al doctor la pregunta que la está quemando por dentro.
—¿Se acuerda?
—Por desgracia para ella, sí. No tarde mucho.
Dentro de la habitación, la madre de Gill agarra la mano de su hija.
—No fue culpa suya. No quería hacerlo. Estaba nerviosa, la habían provocado…
Gill mira a Melanie con expresión de tristeza y resignación. Las lágrimas le caen por la cara mientras le cuenta cómo Emma Carter le dijo en la carpa de la feria que su marido iba a tener un hijo con una mujer más joven, que le había robado la maternidad a Gill… y que no le importaba.
«Lo siento, pero tienes que saberlo. Gill. Se está riendo de ti…».
Lo que ocurrió después lo veía todo borroso, pero Antony no lo había negado ni había dicho siquiera que lo sentía. Simplemente se había cabreado con Emma. «Esa sinvergüenza ha intentado chantajearme…».
—Cuando me di cuenta de lo que había hecho, quería morirme. —Gill cierra los ojos—. Ojalá estuviera muerta.
En su bolsillo, el teléfono de Melanie vibra con la llegada de un mensaje tras otro. Pide una pausa, se disculpa y mira la pantalla. Cuatro mensajes de Matthew. «CONTESTA. ES URGENTE».
La cara de Mark sigue sombría y el tormento se ve en sus ojos.
—Emma ha sido el peor error de mi vida, Sophie, y no hay nada que pueda decir que lo vaya a mejorar. Pero eso pasó hace años, en un momento de locura horrible, cuando Ben era un bebé, cuando las cosas entre nosotros estaban tan mal y creía que ya no me querías.
Una nueva sensación crece en mi interior. Una confirmación horrible de las imágenes que se cuelan por mi mente. Extremidades y lenguas y Emma con ese precioso pelo de duende. Los labios de Mark en su cuello. Eso que le gusta hacer que creía que era un secreto.
Nuestro secreto.
—No puedo escucharlo, Mark. Necesito volver a casa, volver con Ben. Necesito que me dejes sola, por favor.
—Quise contártelo, Sophie. En aquel entonces. Más que nada en el mundo… Luego, cuando descubrimos que tenías depresión, me sentía tan avergonzado de mí mismo… Sabía que me dejarías si te lo contaba, que nunca me perdonarías.
—Te odio.
—Sophie, lo siento muchísimo, pero tienes que escucharme. Me acosté con ella dos veces. Nada más. Un incidente pasajero, absurdo y estúpido antes de que supiéramos que estabas enferma. No es excusa, lo único que te estoy diciendo es cómo me sentía. La verdad. Pero fui yo quien lo terminó, lo prometo. —Habla muy muy rápido, con la voz cada vez más alta—. Dejó la compañía. Nunca la volví a ver hasta que apareció en Tedbury. Lo juro.
—No te creo. —Veo pequeños puntos oscuros en los lados de mi visión.
—Es verdad, Sophie. La verdad más honesta. Fue la sorpresa más grande de mi vida cuando la invitaste a cenar aquella noche.
—¿Esperas que te crea?
Fuera de la habitación de Gill, Melanie atiende su siguiente llamada mientras se ahueca el pelo con la mano.
—¿Matthew?
—Escucha. Tengo que decirte una cosa sobre el niño, sobre el pequeño de Emma.
—Habla más alto, no te oigo.
—No tengo mucho tiempo, Mel. Tengo que intentar llegar a tiempo al siguiente ferri para volver a casa.
—¿Qué decías del niño? No te oigo muy bien, Matthew.
—Es malo, Mel. He encontrado a la enfermera que estaba tratando a la madre de Emma por lo del cáncer. Se encuentra bien, hecha un mar de lágrimas porque le angustia no haber ido a la policía antes, pero pensaba que nadie le iba a creer.
—¿Creerle sobre qué?
—Dice que la madre confiaba en ella. Tenía miedo de Emma. Al parecer, fue una pesadilla desde la infancia. Mentirosa compulsiva, ladrona, drogadicta, problemática en los trabajos…
—Por Dios, no hay ningún documento sobre eso. ¿Crees que no los he buscado?
—Sí, bueno, es una mujer muy lista. Recuerda que me engañó. Se mueve, cambia de nombre. Y su madre no facilitaba las cosas. Siempre esperó que Emma cambiara, por lo que le cubría las espaldas. Pero, al final, se hartó de que la gente apareciera en su puerta buscando a Emma. Al parecer, tuvo un altercado con los servicios sociales cuando Theo era pequeño, pero Emma se aferró a un tipo rico en Manchester. Contrató a una niñera para que cuidara del niño, pero acabaron discutiendo. Emma se volvió mala, espió al pobre tipo e intentó robarle la identidad a su cuñada. Luego, desapareció. Tiene un perfil con ambiciones políticas. No sé por qué tampoco lo denunció.
—Madre mía…
—Entonces, cuando a la madre le diagnosticaron cáncer, Emma apareció en Francia de repente, preocupada por la herencia.
—¿Por qué narices la enfermera no le contó nada de esto a la policía antes?
—Emma la despidió y la amenazó con acusarla de robo, acorralándola. Denunció la pérdida de unas joyas para asustarla.
—Por Dios… —A Melanie le gustaría contarle a Matthew la confesión de Gill, pero sabe que no debe, aún no. Madre mía.
—La enfermera dice que Theo sabe más de lo que debería, pero que el pobre es leal. Emma se puede volver muy mala, destrozarlo todo y echarle la culpa al crío. Cariño, te voy a tener que dejar, Mel. Tengo que comprar el billete…
Su voz comienza a entrecortarse de nuevo, a pesar de que Melanie aprieta el teléfono contra la oreja.
—Oye, estoy en el hospital. Te escucho fatal. Tienes que hablar más alto, Matthew. ¿No puedes conseguir una línea mejor? ¿Un fijo?
—No tengo tiempo. He llamado a la policía local. La enfermera está declarando ahora mismo. No hubo autopsia, pero la madre se suponía que iba a vivir por lo menos otros seis meses. De pronto, echó a Aveline y su madre murió. Emma estaba sola con su madre. Ni siquiera se presentó en el funeral.
—¿Me estás diciendo en serio que podría haber matado a su propia madre? —Melanie vio a través del cristal a la madre de Gill acariciándole el pelo a su hija.
—Hay algo más, Mel. La enfermera cree que la madre cambió su testamento y se lo dejó todo a Theo.
—Ay, madre mía. ¿Lo sabe Emma?
—Ya lo debe de saber.
—Quiere dinero, Sophie. —Mark, con la cara pálida, se pasa la mano por el pelo mientras se balancea cuando el tren coge velocidad.
Una nueva ola recorre mi cuerpo. Más miedo gélido. Más puntos negros.
—¿Dinero?
—Sí. Me telefoneó unas semanas antes de que apareciera en Devon. De la nada. Me dijo que Theo era hijo mío, que había habido un contratiempo con la herencia y que necesitaba empezar de cero. Yo no me creí lo del niño. Quería dinero… Mucho dinero, Sophie. Dijo que si no entraba en el juego, te lo contaría todo. Le contesté que se fuera a la mierda o que llamaría a la policía… Y, de repente, apareció en el pueblo.
—¿Theo es hijo tuyo?
—No lo sé… No lo sé. Eso es lo que ella dice. Pero no tenía ni idea de que estaba embarazada.
—¿Ni siquiera usaste protección? Te acostaste con ella sin protección… —Aprieto los puños tan fuerte que se me clavan las uñas en la palma de la mano—. Tuviste otro hijo con ella.
La forma del vagón cambia, como si se hiciera más largo y yo me estuviera haciendo más y más pequeña.
Mark… tiene… ¿otro hijo? Miro hacia la izquierda y, luego, hacia la derecha. ¿Un segundo hijo?
Nos quedamos totalmente en silencio durante un tiempo. Los puntos negros siguen formándose y parpadeando ante mi vista, por lo que tengo que sujetarme a la parte superior de los asientos para equilibrarme cuando me levanto.
—Tienes que dejarme a solas. Voy al otro extremo del tren a llamar a la policía.
—Mira, solo estaba ganando algo de tiempo, Sophie, para conseguir dinero del negocio y ver qué era lo mejor.
—¿Lo mejor? Por Dios, Mark. Está con… nuestro… hijo.
—Necesitaba más tiempo. Se lo dije. Me contó que estaba prácticamente sin un céntimo. Se estaba enfadando mucho, pero no podía conseguir dinero de la empresa de la noche a la mañana. Y no haría daño a nadie, Sophie. ¿Por qué iba a hacer daño a alguien? —Está hablando muy rápido, con el brazo estirado por encima de la cabeza y la frente muy arrugada—. Ella también es madre. ¿No crees que habría dicho algo, habría ido a la policía, si hubiera pensado por un segundo que era capaz de…?
—Ben me ha dicho que les va a llevar a nadar.
Su cara cambia completamente. Se le va el color al instante mientras mira hacia el suelo como si una nueva imagen estuviera surgiendo de ahí.
—Puso una excusa, se deshizo de mí. Dijo que era un malentendido, pero no sé si creerla, no sé de lo que es capaz. Ay, Dios mío, Mark. Creo que voy a vomitar. —Cierro la boca para evitar la primera arcada. La retengo y me tambaleo por el pasillo. Mark me coge del brazo mientras huyo por el hueco de las puertas automáticas hacia el baño. Consigo llegar por poco.
Dentro, vomito, primero en el pequeño lavabo de acero inoxidable y, luego, en la taza del váter. Por un momento, me quedo ahí, jadeando, esperando hasta asegurarme de que no me queda nada en el estómago. Intento presionar la cadena con el pie justo cuando el tren comienza a moverse y me manda contra la puerta.
—¿Estás bien, Sophie?
No respondo, me quedo allí un momento, con los pies separados levemente para equilibrarme, abriendo el grifo y tratando de tirar de la cadena de nuevo para limpiar el desastre que he provocado. Luego, oigo el tono del móvil de Mark al otro lado de la puerta y cómo responde con voz cansada y confusa.
—Sí, estoy en un tren, Nathan. Estamos saliendo de Paddington ahora mismo. Sophie está conmigo.
Se produce una larga pausa durante la cual abro la puerta y me encuentro a Mark apoyado contra la pared del pasillo con el brazo estirado sobre la cabeza y una ceja presionada contra el codo. Su postura de pánico.
—¿Cuándo?
Siento cómo niego con la cabeza de manera involuntaria, como si tuviera un tic. Luego, escucho la palabra «no» repetida una y otra vez en mi mente.
No.
Por favor. Señor, no.
—¿En el hospital Durndale? Bien, Nathan. No llegaremos hasta dentro de unas horas. Dios mío, al menos… —mira el reloj—, hasta las siete. ¿Puedes llamarme en cuanto llegues? De acuerdo, madre mía, intenta descubrir qué está pasando y llámame enseguida.
Cuelga y mira al suelo. Una pausa larga. Después, me mira con ojos temerosos y expresión sombría.
—Los niños… Ha habido un accidente, Sophie.