Capítulo 24
Antes
Miré por la ventana del dormitorio mientras el conocido Volvo con su maltrecho parachoques giraba en la plaza. Gracias a Dios…
Helen.
Por segunda vez en pocas semanas, la abracé demasiado tiempo y con más fuerza de la que quería. Luego, me fijé en su equipaje: una enorme maleta de cuero y una bolsa de tela a cuadros.
—Madre mía, Helen, ¿quién te crees que eres? ¿Mary Poppins?
—No seas borde, me la regaló mi marido.
—¿Qué narices llevas en la maleta? —Intenté levantarla por el asa, pero temí por los músculos del estómago—. ¿Un cuerpo? —Me incorporé y cerré los ojos ante el flashback. Las salpicaduras en la pared. La cabeza de Gill rezumando sangre, con el cuchillo en la mano…
—He traído algunas cosas para el niño. Libros, sobre todo. Ah, y un juego de críquet. ¿Cómo va el colegio?
Oía la voz de Helen, pero parecía filtrada a través de la niebla. Me tocó el brazo con suavidad para traerme de vuelta.
—Te he preguntado qué tal el colegio, Sophie.
—¿Perdón?
—Ben. ¿Qué tal le va a Ben?
—Ah, cierto. Sí, perdona. Le va muy bien, gracias.
La guie hacia la cocina, seguida por los dos perros, impacientes y jadeantes. Me pregunté si siempre sería así, si siempre sentiría ese golpe ante las palabras incorrectas o un pensamiento incorrecto desencadenado por un desliz de la lengua, si siempre pensaría en Gill y Antony, en esa escena, en el color rojo…
—Está agotado, pero le encanta. No estoy segura de que esté aprendiendo algo, parece que están casi siempre jugando. Pero… Ven, ven. Te prepararé algo.
A mitad de camino, Helen se detuvo para mirar hacia abajo.
—Me había olvidado de lo bonito que es tu suelo.
—Sí, todos me lo dicen. Me temo que no lo aprecio tanto como debería. Supongo que estamos programados para que sea así. Deja la maleta en el salón. La desharemos después. Tengo muchas cosas que contarte. Pero vamos a por algo de beber para los perros. ¿Les has traído su cuenco? Ay, espera. Debo de tener una antigua tarrina de helado en la parte trasera si Mark no la ha movido de sitio. Es una pesadilla, cambia las cosas sin…
—Sophie.
Helen volvió a tocarme el brazo con la mano.
—¿Qué?
—Soy yo, cariño.
—Perdona, sí. Dios mío. Oye, no paro de parlotear. Puede parecer una tontería, pero me siento muy… —Quería decir «nerviosa», que no me estaba comportando como era yo, que me estaba volviendo loca—. Ay, no lo sé. Estoy muy contenta de que hayas venido. Aquí todo es una locura…
Helen inclinó la cabeza hacia un lado con cariño.
—Eso noté al hablar con Mark.
—¿Has hablado con Mark?
—Sí, me llamó, ¿no te lo dijo?
Siento cómo me cambia la expresión.
Ese fin de semana, Mark y yo habíamos tenido otra horrible discusión sobre Tedbury y sobre cómo se estaba creyendo todos esos cotilleos sobre Emma y Antony…
—Oye, ya había planeado venir, así que no pienses que se trata de algún tipo de conspiración. Pero, espera un momento, necesito urgentemente ir al baño. Y los perros también.
Helen abrió la cristalera para dejar salir a los perros antes de usar el aseo de la planta de abajo. Cinco minutos más tarde, estábamos frente a una taza de té de frambuesa y camomila mientras le servía un café.
—¿Qué es lo oficial? ¿Quieres que finja que no me he dado cuenta? —Los ojos de Helen se abrieron por la expectación y su boca se transformó en una sonrisa.
—¿Qué?
—Ay, venga, Sophie, normalmente bebes café como si fuera tu droga.
Supuse que lo había adivinado. La vi escrutarme la cara con tanta atención que no me importó: estaba bien que ella lo supiera. Necesitaba que alguien lo supiera.
—Acaba de ocurrir, hará unas seis semanas o así. Mark no quiere que se lo digamos a nadie todavía. Está muy nervioso.
—Ay, madre mía. —Me arrastró una vez más para que le diera un enorme abrazo de oso. Luego, me separó de ella para examinarme la cara—. Estas son las mejores noticias que he recibido desde que tengo memoria. —Tamborileó sobre la mesa con ambas manos como si fuera una batería—. Lo juro, te prometo que no diré ni una palabra hasta que me des el visto bueno. Me lo imaginé cuando te desmayaste en Cornualles. Me alegro tanto de haber venido ahora. Estás cansada, ¿no?
—Agotada. —Incluso mi voz sonó así, con las palabras desvaneciéndose. Dejé caer los hombros como si renunciara al esfuerzo de sujetar la cabeza. Miré por la ventana, pensando en todo lo que vendría—. Las cosas siguen raras en Tedbury, Helen. Me refiero a que he esperado tanto a este bebé que creía que me iba a encontrar genial, pero no es así. Mark… Bueno, está más preocupado que contento, y comienzo a sentirme culpable. —Miré de nuevo a través de la ventana hacia la plaza del pueblo, donde una caravana blanca estaba aparcando cerca de la casa de Gill y Antony.
Volví a pensar en la bronca con Mark y cerré los ojos.
No había reaccionado a lo del bebé como había esperado. Al principio, me sonrió, me abrazó y me dio un beso, pero ¿luego? Había pasado rápidamente a dar vueltas y a murmurar acerca de todo el estrés. El dinero. Los Hartley. El ambiente tóxico de Tedbury. Finalmente, se había sentado en el borde de la cama, sombrío, y me había recomendado que no se lo dijera a nadie hasta que pasara el peligro de las primeras semanas. Después, se había puesto a hablar por teléfono, había buscado en Google agentes inmobiliarios y había puesto en marcha las cosas para mudarnos a Surrey.
—¿A Surrey?
—Sí, Sophie. Podemos buscar un pueblo agradable con un buen colegio y una buena estación de trenes. Sabes que no puedo dejar la compañía de Londres y con otro niño vamos a necesitar más dinero. Pero también voy a hacerte falta en casa. Y con todo lo ocurrido aquí…
—Ay, no, no, no, Mark. Esto no es solo decisión tuya. Estoy empezando a ser más feliz, a sentirme más a gusto aquí. Con Emma… Y Ben y Theo se llevan muy bien…
—De eso también tenemos que hablar… Creo que sería buena idea que vieras menos a Emma, con todo lo que está ocurriendo. No me gusta lo que me están contando.
—Oh, no seas ridículo. Son solo cotilleos, ya lo sabes.
—Por lo que he escuchado, se está poniendo todo muy feo.
—Por eso me necesita. Es mi amiga.
—Oh, venga, ya sabes lo que pienso. La acabas de conocer. Es obvio que es muy…
—Es obvio que es ¿qué? Suéltalo. ¿Estás diciendo que no tengo criterio?
Abrí los ojos y me giré hacia Helen.
—Gill sigue en coma. Ya están tapiando la casa. ¿Te acuerdas de Emma, la amiga de la que te hablé? Lo está pasando muy mal. —Solté un resoplido mientras Helen me cogía la mano—. Lo peor de todo es que Mark está muy decidido a que nos mudemos. Nos peleamos mucho por eso. Bastante, la verdad.
—Bueno, se acabó.
—¿Perdona?
—Vamos, ponte el abrigo. Necesitas aire fresco y los perros no pueden estar encerrados mucho tiempo. —Helen sorbió lo que le quedaba del café y se levantó radiante—. Podemos ir a esa charcutería que me enseñaste la última vez y comprar algo de carne roja.
—¿Carne roja?
—Sí, sé que sois como insectos. Todo ese pescado al vapor y el pollo cocido… Por eso estás un poco triste. Necesitas un buen chuletón o algo de venado. Ah, y he escuchado que la carne de avestruz está muy buena. Poca grasa, pero tienes que tener cuidado al cocinarla. Necesitas más hierro.
Sentí la paradoja de una sonrisa y lágrimas formándose al mismo tiempo. Miré a Helen y lo vi. Y ella también lo vio. Me encantaba cómo nos sosteníamos la mirada la una a la otra sin tener que decir en voz alta lo mucho que ese momento significaba.
—No voy a comer avestruz, Helen.