Capítulo 28
Antes
Durante la siguiente quincena, todos los días me levanté envuelta en la misma neblina pasajera. Una especie de limbo en el que, durante un breve momento, adormecida por el sueño, se me olvidaban los abismos de tristeza por los que tenía que caminar mientras pasaba el día. Desayuno. Paseo hasta el colegio para dejar a Ben. «Adiós, cariño». Una llamada rápida a Emma. «¿Qué tal está Theo? ¿Mejor?». Comida y cena con Helen.
«Tienes que intentar comer algo. Solo un poco, por favor».
Es increíble cómo puedes no saber casi nada sobre un tema un segundo y volverte un experto al siguiente. Me sentía como si hubiera leído todo lo que se había escrito sobre sangrar en las primeras semanas del embarazo. Les preguntaba una y otra vez a los doctores del hospital, hasta que sus caras se congelaban con la misma expresión tensa mientras repetían lo que ya me habían dicho al principio. Esa primera visita horrible tras la feria. Que no había nada que se pudiera hacer excepto esperar.
El problema era que seguía sintiendo que estaba embarazada. Seguía mirando al mundo como si lo hiciera a través de un velo de desapego. Seguía sin tomar café. Seguía haciendo pis sobre una prueba que me decía que estaba embarazada. Y, aun así, seguía sangrando la mayoría de los días.
En ese primer viaje de urgencia al hospital con Helen, me dijeron que la pérdida de sangre al principio era bastante común y que no hacía inevitable un aborto. Una agradable enfermera de la unidad de maternidad, con las caderas regordetas y un extraño arco en las cejas, sacó a relucir las estadísticas con tanta calma y con tanta facilidad que llegué a casa realmente reconfortada.
Lo primero, reposo en cama. Mark volvió rápido a casa y estuvo genial conmigo, amable y tierno, pero a la vez muerto de miedo. Me trajo infinidad de tazas de manzanilla. Me senté en la cama con el iPad y le hice captura de pantalla a todos los artículos que pude encontrar para apoyar ese consuelo inicial.
Ya no sangraba todos los días, por lo que convencí a Mark de que volviera a Londres, dejando a Helen al mando. Lo primero que hacía por las mañanas era echarle un vistazo a esos artículos, leyéndolos una y otra vez.
Según un estudio, alrededor de una de cada cuatro mujeres sufría sangrados durante los primeros tres meses. De aquellos casos en los que un registro posterior confirmaba que se oía el latido del corazón, un noventa por ciento seguía con un embarazo normal.
Así que solo necesitábamos que se escuchara el latido del corazón. «Descansa, Sophie, descansa».
La reunión de emergencia en el hospital fue inconclusa. No había evidencias de un embarazo ectópico, que había sido nuestro primer miedo, pero el análisis para comprobar el latido del corazón a través de una prueba interna insoportable no fue muy bien. Probablemente es demasiado pronto, había dicho el doctor. Estuve envuelta en una maraña de citas.
Para cuando Mark volvió de Londres, estaba en casa, arropada en la cama, con la noticia de que no había nada que hacer excepto esperar otra semana para un nuevo registro, porque para entonces el latido del corazón debería escucharse alto y claro.
Contrastando totalmente con su muda respuesta cuando le había hablado del embarazo, Mark se quedó en estado de shock ante ese fracaso. Al principio, no hablaba sobre ello, pero luego, esa misma noche, me lo encontré en el baño, sentado en la oscuridad, llorando.
Murmuraba entre dientes, casi de manera incoherente, que todo era culpa suya, por encerrarse en sí mismo, por preocuparse por el dinero, por seguir viviendo separados, por ser incapaz de reubicar los negocios…
Al final, le convencí para que se fuera a la cama y allí permanecimos los dos cogidos de la mano durante horas. Estábamos tristes, pero también nos sentíamos más cerca de lo que nos habíamos sentido en mucho tiempo.
Se quedó en casa la primera semana, pero, tras recibir frenéticas llamadas de la oficina, Helen le persuadió para que volviera a Londres a ponerse al día. Los doctores me habían aconsejado reposo y «normalidad» y creo que, en secreto, Helen sentía que el parloteo nervioso de Mark lo estaba empeorando todo. Quizás estuviera en lo cierto.
Entonces, a medida que ganaba confianza poco a poco, tras cuatro días sin sangrar, sugirió recuperar el plan de la cena. Habíamos cancelado la invitación de Emma y Nathan, pero Helen había pensado en una noche tranquila de chicas para levantarme el ánimo y para que pudiera contarle a Emma lo que estaba pasando. «Si es lo que quieres, que así sea, Sophie».
La verdad era que no lo sabía. Emma ya tenía bastante con lo suyo.
Así, llegó el jueves y como Mark se quedaba otra noche más en Londres, Helen y yo fuimos en coche hasta nuestra carnicería favorita a por una norme pata de cordero para hacer un plato marroquí con cuscús y pan plano casero.
Helen hizo que me sentara en la barra de desayuno mientras picaba, freía, removía y probaba la comida hasta que la casa se llenó de ese olor embriagador que se filtraba desde los fuegos. Después, descansé en la habitación de arriba, disfrutando todavía del delicioso aroma, por lo que me sentía en calma y cuidada cuando Helen llegó con una taza de té.
—Te va a gustar, Helen.
—¿Perdón?
—Emma. Es rara, por eso seguramente la gente la haya tomado con ella.
—Lo raro es bueno.
—Eso es lo que pienso yo.
—¿Qué pasa con el padre real? ¿No hay ni rastro del padre de Theo?
—No. Al parecer, era otro artista. Se fue a Asia buscando «inspiración». Le sugirió, como su madre, que abortara.
—Encantador.
—Exacto. No le gusta hablar de eso, sobre todo porque no sabe qué contarle a Theo. Hay un rumor absurdo por ahí que dice que Antony era el padre. Es una tontería total, pero no me extraña que Theo esté tan decaído. Algún niño de la guardería se habrá metido con él por eso. El chico seguramente habrá escuchado los rumores sobre su madre. De cualquier manera, la pobre de Emma estuvo a punto de abandonar el pueblo y, como te dije, me costó bastante calmarla y convencerla de que se quedara.
—¿Le vas a contar a Emma lo del bebé esta noche? ¿Ya lo has decidido?
—No lo sé todavía, la verdad. Quizás. Una gran parte de mí no quiere añadirle más preocupaciones, pero… —Hice una pausa—. Además, te va a parecer una tontería, pero ella me ocultó varias cosas cuando nos conocimos.
—¿Sí?
—Sí, como que su madre había muerto cuando ella estaba en Francia, justo antes de que viniera. Dice que quería comenzar desde cero, lo que es comprensible. Pero me sorprendió cuánto me molestó y, por eso, me puse un poco en ridículo. Así que supongo que sería hipócrita hacer lo mismo, no contárselo.
Vi una ligera expresión de sorpresa en su cara que no fui capaz de entender, pero que reapareció cuando estaba sentada frente a Emma durante la cena.
No era algo que hubiera previsto, que Helen y Emma no se llevaran bien. Al principio, no era nada tangible, solo algo extraño en el lenguaje corporal de ambas que me ponía de los nervios. Pero, al sentarnos en la mesa las tres con las aceitunas, el pan y las salsas que Helen había dispuesto sobre una tabla de madera a modo de entrante, me vi pasando los ojos de una invitada a otra, tratando de entender qué ocurría exactamente.
Helen se comportó con educación y buenas maneras con Emma durante el primer gin-tonic, le dio el pésame por su madre e intentó suavizar el ambiente hablando de comida y de otras delicias de Francia. Parecía deseosa por saber más de la zona que Emma había visitado, si tenía fluidez en francés y si Theo había conseguido hacerse con el lenguaje durante su estancia. «Los niños aprenden muy rápido. Es increíble verlos».
Ojalá la hubiera avisado más concienzudamente sobre que a Emma no le gustaba hablar de Francia. Claro está, Emma se había enfurruñado e intentado cambiar de tema mientras Helen parecía no querer entenderlo. Cuando les serví agua, Helen volvió a la carga.
—¿En qué parte de Francia vivía tu madre, Emma?
—Al principio, en el sur; luego, en el norte.
—Ay, a mi marido y a mí nos encantaba el norte. Creo que está muy subestimado, como Lizard en Cornualles. Visitábamos la Bretaña todos los años. Lo sigo haciendo. Voy para allá muy pronto, la verdad. Es muy fácil desde aquí. Cojo el ferri hasta Plymouth. También es muy barato cuando no es temporada alta. Visitaré al primo de mi marido en uno de los lugares más encantadores, Landerneau. ¿Dónde estuviste tú?
—No lo conocerías. Es un pueblo pequeño. ¿Te ha contado Sophie lo de la charcutería?
—¿Y la ciudad más cercana?
—¿Perdón?
—¿La ciudad más cercana donde vivía tu madre? Como te he dicho, el primo de mi marido vive en Landerneau. El tiempo no es siempre bueno, claro, pero tiene un puente muy bonito y unas calles estrechas magníficas.
Me puse de pie.
—Voy a buscar el primer plato, ¿no, Helen?
—¿Cerca de la costa o en el interior?
—Cerca de Carnac. Se llamaba La Trinité-sur-Mer, cerca de Carnac. —Emma estaba juntando los platos de los entrantes ruidosamente.
—Ah, ¿en serio? Conozco esa zona muy bien. Esos monumentos de piedra tan magníficos. Un muelle precioso y un mercado excelente. Como te he dicho, tengo que hacer una visita muy pronto. Quizás puedas recomendarme algún restaurante nuevo.
La cara de Emma cambió de color, lo que era raro en ella, mientras colocaba su servilleta.
—No lo visité en las mejores circunstancias, claro está.
—No, lo siento. ¿En qué estaría pensando? Claro que no, perdona.
—¿Me ayudas a traerlo, Helen?
—Claro, cariño. Lo siento, estoy hablando mucho.
En la cocina, me disculpé susurrándole a Helen que debería haberla avisado con más atención sobre lo sensible que era Emma con respecto a Francia. El trauma por lo de su madre, seguramente. Además, le dije que no estaba en su mejor momento, con la policía molestándola tanto.
—¿Cuándo te vuelves a Cornualles, Helen? —Emma estaba llenando los vasos de vino cuando entramos en la habitación. Miré el vino que no llegaría a tocar. Tendría que decirle algo. Después…
—¿Perdona?
—Me preguntaba cuándo vas a volver a Lizard.
—Ay, madre mía, no lo había pensado. Por cierto, Sophie, ¿le contaste que viste a su doble allí? Se dio un buen susto.
Me quedé muerta de vergüenza, boquiabierta.
—¿Cuándo? ¿Mi doble? ¡Qué bien! Me encanta la idea de tener una doble. Cuéntame… —Emma comenzó a añadirse ensalada en el plato.
—Solo era una mujer con un abrigo similar al tuyo y tu mismo pelo. Estaba en lo alto de un acantilado. Se parecía mucho a ti.
Emma se echó hacia delante para tocarme la mano.
—Cariño, me echabas de menos, ¿no? ¿Me invocaste?
—Seguro, me sentía demasiado estúpida como para mencionarlo.
Helen pasó la mirada de Emma a mí y, luego, como castigo, cogió aire profundamente y dirigió la conversación hacia la historia del brazalete de Heather, que habíamos conseguido quitarle con aceite caliente. Luego, pasamos a las cerámicas de Emma y, por último, a la charcutería.
—Sophie se ha mostrado muy tímida con esto y ha insistido en que lo mantengamos en secreto, pero creo que podemos abrir en cualquier momento. Va a ser increíble, ¿no crees, Helen?
—Por Dios, ¿estáis listas? ¿Ya lo habéis preparado todo? No tenía ni idea de que hubieras tomado una decisión sobre eso, Sophie. ¿Lo sabe Mark?
Me quedé paralizada, distraída. Hablé sobre el carnicero, la pata de cordero y el increíble pan plano. Bromeé sobre que Helen quería persuadirme para que probara los filetes de avestruz. Me reí y sonó falso. No me podía creer que estuviera yendo tan mal. Entonces, cuando terminamos el primer plato, le pedí a Helen si le importaría colocar el queso, por favor, con los ojos muy abiertos para que entendiera que necesitaba un tiempo a solas con Emma. Helen asintió y se retiró hacia la cocina.
Miré el vino sin probar. Emma lo miró también y frunció el ceño, por lo que decidí contárselo todo.
Solo cuando Helen volvió con la bandeja de queso, galletas y café, las cosas comenzaron a ir bien entre todas nosotras. El tema era demasiado preocupante, supongo, como para añadirle más tensión.
—Lo bueno es que me sigo sintiendo embarazada. Las hormonas están por todo el cuerpo. Tengo los pechos hinchados. Me he hecho otra prueba esta mañana y seguía apareciendo una sólida línea. Con Ben no sangré nada.
—¿Cuándo es el próximo registro? —Emma me sujetó la mano.
—El martes. Es una ecografía interna para que puedan escuchar o comprobar el latido del corazón en el monitor. Me va a acompañar Mark.
—Claro. Oye, no sé qué decir, Sophie, excepto que, si hay justicia en este mundo, todo irá bien. Confío en lo que sientes. —Emma había bajado la voz, por lo que tuve que inclinarme para escucharla.
—Los doctores no paran de dar evasivas. Supongo que necesitan prepararte para todo tipo de resultados. Solo tenemos que esperar. ¿Y tú qué tal? ¿Cómo está Theo?
—Ay, está bien. No hablemos de eso.
—¿Sigue sin hablar? —dijo de pronto Helen.
—Sí.
—¿Cuánto tiempo ha pasado, Emma? —Helen alisó la servilleta.
—Desde el escándalo en la guardería. Bastante. —Emma seguía mirándome, ignorando a Helen—. Es solo una fase, estoy segura.
—Entonces, es bastante tiempo. —Hice la suma en la cabeza—. ¿Has ido al pediatra a ver qué piensa?
—No. Mira, sé que la gente lo hace por mi bien; Nathan piensa que debería ver a un especialista, pero la cosa es que, una vez que empiezas a darle vueltas a esas cosas, no paran. No quiero que le etiqueten.
—Ay, seguro que no lo hacen. Hubo un tiempo, cuando le estaba enseñando a usar el orinal, en el que Ben se negó a hacer caca. Una semana entera se pasó así.
—¿Una semana?
—Sí. Ya estaba pensando escribir un libro sobre él explotando, pero la doctora fue encantadora. Lo han visto todo, Emma. ¿Por qué no pides una cita para tener una charla con el pediatra?
—Supongo que tienes razón. —Emma se inclinó hacia delante para darme un beso en la mejilla y, para mi sorpresa, comenzó a recoger las cosas. El bolso, el chal, el teléfono—. Veremos qué tal va en el fin de semana.
—No te irás ya, ¿no, Emma? Helen ha traído chocolate y es todavía muy pronto.
—Gracias, pero será mejor que vuelva con la canguro. De todas formas, necesitas descansar, Sophie.
Emma, poniéndose muy recta, miró hacia Helen.
—Ha sido un placer conocerte, Helen. —Se puso la pashmina por encima de los hombros—. Un placer.