Capítulo 27

Antes


Me miré los pies. Al menos, ese año llevaba los zapatos correctos. ¿A la tercera va la vencida? Las dos veces anteriores había caminado por la feria artesanal de la beneficencia del sur de Devon con la ropa equivocada y, sobre todo, con los zapatos equivocados.

Había confundido el evento con la feria de artesanía contemporánea del condado, que consistía en una enorme carpa en Dartmoor una vez al año, con atrayentes casetas de cerámicas exquisitas, tapices, sedas y cualquier otra creación artesanal imaginable.

Resultaba que la versión local era mucho más modesta, formada especialmente por una plataforma para artistas (Heather incluida) que no conseguían convencer a las galerías de que expusieran sus obras. Una carpa se salía fuera del presupuesto. En su lugar, una maraña de toldos con una sola marquesina dejaba el evento tan en manos de los caprichos del tiempo como la feria de Tedbury.

En la primera visita, al haber sobreestimado la ocasión, exageré demasiado al imaginarme eclipsada por coloridos artistas fanfarroneando con espléndidos sombreros: una falda rosa bordada junto a una chaqueta morada brillante y la parte más desastrosa, unas botas de gamuza con tacón. Aunque fue un día seco, había estado lloviendo casi toda la semana anterior, y no solo estaba ridícula con mi conjunto de colores, sino que me hundía en la hierba húmeda cada vez que daba un paso, destrozando las botas.

El segundo año hice lo contrario y me pasé: un cómodo jersey negro, unos vaqueros y unas deportivas, lo que me hizo parecer un completo adefesio cuando un inesperado sol provocó que todo el mundo se pusiera preciosas faldas florales y sandalias decoradas.

¿Este año? Me miré de nuevo los pies. Unas cuñas de mimbre con unas cintas color crema atadas alrededor del tobillo. Cómodas, pero bastante bonitas.

—No sé por qué tenemos que pasar por esto. —Levanté la voz para que Helen, que estaba al otro lado del pasillo, en la cocina, lo oyera mientras me ponía de puntillas para comprobar mejor mi reflejo en el espejo junto al guardarropa de debajo de la escalera.

—Deja de preocuparte. Vas muy guapa —contestó Helen al tiempo que se servía más café de la cafetera que había en la encimera. Me giré de izquierda a derecha para comprobar la longitud de mi falda floral.

Con bastante ternura, Heather había llamado para confirmar que su carpa era la número dieciséis, como si encontrarla en el evento fuera a ser complicado.

De hecho, se la veía inmediatamente entre el modesto conjunto de puestos, detrás de los artistas entusiastas que sonreían y se abalanzaban un poco demasiado rápido a todos los clientes potenciales, por lo que la mayoría de los visitantes ya se estaban juntando en el centro de la zona de hierba, dándole sorbos a un café mientras señalaban los productos, evitando hacer contacto visual con los vendedores.

—¿Te has dado cuenta de que vamos a tener que comprar algo? —le susurré a Helen, entrelazando el brazo con el suyo mientras la guiaba hacia el puesto de Heather.

Después, dije mucho más alto:

—Heather, esta es mi querida amiga Helen, de Cornualles, de la que tanto te he hablado. ¿Qué tal? El puesto está precioso.

—Lento. La mayor parte de los clientes son muy brutos —soltó en voz baja—. Siguen intentando negociar como si fuera un maldito mercadillo.

—Ah, pero esto es bonito. —Helen cogió dos pulseras expuestas en un trozo de madera—. Laca, ¿verdad?

—Sí, he estado teniendo muchos sueños sobre el mar. Inspiración marina, sobre todo con erizos de mar.

—Cierto.

Helen se puso una de las pulseras y giró el brazo para mirarla mientras Heather atendía la llamada de una cliente potencial que deseaba probarse unos pendientes.

Cuando Heather se puso a rebuscar detrás del puesto un espejo para su nueva presa, Helen se giró de golpe con los ojos muy abiertos.

—Ay, cariño, esto no va bien.

—¿Cuál es el problema?

—La pulsera. No me la puedo quitar.

—Pero tienes que poder. Te la has puesto. —Traté de ayudarla. Ambas empujamos, tiramos y le dimos vueltas a su muñeca, pero todo fue en vano. Un misterio biológico total.

—Odio los erizos de mar, Sophie. Ayúdame.

Pero cuanto más intentábamos apretar el pulgar contra la palma de su mano, más parecía hincharse inexplicablemente. Por fin, Heather apareció.

—¿Qué tal vamos por aquí, chicas?

—Me encanta. De hecho, creo que me la voy a llevar puesta. —Helen extendió el brazo, triunfal, devolviendo la pulsera a la muñeca.

—Treinta libras. Una de las dos, si quieres.

—¿¡Treinta libras!?

—Sí, están pintadas a mano. —Heather inclinó la cabeza, abriendo mucho los ojos.

—Genial, me llevo solo una. No me gusta que choquen. —Helen se puso a buscar a tientas los billetes en su monedero mientras yo reprimía una sonrisa y examinaba una serie de collares.

—Estoy buscando algo que llevar con la ropa negra.

Heather, tras darle el cambio a Helen de una pequeña caja fuerte azul, cogió el colgante más grande de la colección.

—Este es bastante impresionante. Y aquí están los pendientes a juego.

—Puedo gastarme un máximo de veinte libras, Heather. —Me giré para guiñarle un ojo a Helen.

—Eres tan mala como esos que se esconden en la hierba. Bueno, está bien. Veinte libras por el conjunto por ser tú.

De nuevo, volvió a abrir la caja fuerte y sentí una punzada al darme cuenta del poco dinero que había dentro. También percibí por el rabillo del ojo el conocido abrigo rojo de lino en la entrada de la plataforma principal.

—Ah, genial, Emma está aquí. Iba a llamarla esta mañana.

—Sí, ha venido con Nathan. Y también Tom, del pueblo. Está montando en la plataforma su puesto de pájaros de la Real Sociedad para la Protección de las Aves. Pero te tengo que avisar de quién más está aquí… —Heather cerró la caja fuerte y me miró, seria—. No te lo puedes imaginar.

—¿Quién?

—La inspectora de policía. O sargento o lo que sea. La que estaba investigando lo de los Hartley.

—¿Aquí? ¿Hoy? ¿Por qué?

—Ah, no es por trabajo. Se rumorea que viene con una amiga artista que tiene un puesto de tapices en la plataforma. Muy buenos, la verdad.

—¿Has hablado con ella?

—¿Con la artista?

—No, tonta, con la inspectora de policía.

—No, solo la he saludado con la cabeza. La verdad es que estaba un poco incómoda. Quiero decir, suponía que no estaba de servicio, por lo que no sabía qué decir. Pero no he tenido oportunidad de avisar a Emma.

Las dos miramos hacia Emma y Nathan, que estaban entrando en la plataforma.

—Todo va a ir bien. —No fui capaz de sonar convincente, ni siquiera para mí misma.

—Sí.

—Aunque será mejor que vaya y hable con ella, como apoyo moral.

—Buena idea.

Por el camino, le resumí a Helen la presión injusta que Emma estaba sufriendo por parte de la policía y los rumores del pueblo, el ladrillo con el que le habían roto la ventana y los chismorreos sobre la aventura imaginaria que había tenido con Antony. Le expliqué que la había convencido hacía poco de que no tirara la toalla y de que no abandonara el pueblo tras el incidente de Theo en la guardería. Pero no le mencioné Hobbs Lane ni la insistencia continua de Emma por acelerar la apertura de la charcutería una vez hubo decidido quedarse, porque sabía que Helen se preocuparía por mí.

Había más gente dentro de la plataforma y un impresionante número de puestos en uno de los lados. En ese momento, me di cuenta, con otra punzada de tristeza por Heather, de que aquel era el lugar privilegiado. Al final, había un grupo más pequeño de puestos que representaban a las organizaciones benéficas que venían a ofrecer sus productos durante el día y, para mi sorpresa, allí estaba la inspectora de policía Melanie Sanders. Parecía relajada y bastante diferente, con el pelo suelto y un conjunto impresionante compuesto por unos pantalones claros de lino y un top color berenjena que le quedaba muy bien. Estaba manteniendo una animada conversación con Tom cerca de la mesa de la Real Sociedad para la Protección de las Aves. Estaban mirando un mapa sobre una tabla de grandes dimensiones y Tom señalaba distintos lugares. Ambos, de vez en cuando, echaban hacia atrás la cabeza en una carcajada.

—Qué raro —susurré, girándome hacia Helen—. Esa mujer con los pantalones color crema es la agente de policía que está investigando lo de la pareja que encontré, lo de los Hartley. Y el hombre con el que está flirteando es el hombre de los pájaros en Tedbury.

—¿Perdona?

—Parecen muy amigos, ¿no crees? —Estaba realmente asombrada.

Helen no me contestó, se movió hacia un puesto en el que había todo tipo de cosas de madera y cogió un bol de frutas.

—¿Qué haces, Helen?

—Estoy intentando que no se nos note tanto. Los estás mirando fijamente.

—Lo siento.

—¿Quién es el hombre de los pájaros?

—Es un defensor de la vida salvaje. En realidad. Tom es muy agradable. Consiguió mucho dinero hace un tiempo para ese proyecto del escribano soteño. Es el que tiene el puesto lleno de fotografías.

—Sí. Entonces, ¿cuál es el plan ahora? Creo que esto es lo último que necesitas, Sophie.

—Todo está bien, me encuentro bien, en serio. Pero quiero asegurarme de que Emma también lo está. Me he dado cuenta de que Theo está aquí, lo que no es bueno, porque quiere decir que no ha vuelto a la guardería todavía. —Fruncí el ceño—. Quédate aquí, ¿de acuerdo? Vuelvo en un segundo.

Caminé hacia Theo, que estaba de pie cerca de otro niño en la esquina de la carpa, mirando una exposición de cestas.

—Hola, Theo. ¿Estás bien?

Asintió, pero no dijo nada. Se le notó la incomodidad en los ojos cuando el otro niño comenzó a soltar un comentario muy animado a gritos sobre las cestas.

Esperé a que el niño terminara para sonreír a Theo.

—¿Qué es lo que más te gusta de la feria, Theo?

Se encogió de hombros, con los labios apretados con fuerza. Luego, señaló el lado contrario de la carpa, hacia su madre, que estaba mirando una exposición de pañuelos de seda.

—Sí, gracias. Ya la había visto, ahora voy para allá. No te vas a alejar, ¿verdad? ¿Lo prometes?

Theo me miró de manera extraña, negó con la cabeza y volvió a dirigir su atención a la mujer que estaba retorciendo una cesta mientras colocaba la siguiente tira de mimbre de manera experta.

En el momento en que alcancé a Emma y a Nathan, ambos ya habían visto a Melanie fuera de servicio y a Tom.

—Emma. —Le di un beso en la mejilla, tratando de leer su expresión y dejando la mano en su brazo a modo de consuelo. Miré el abrigo rojo y la enorme hebilla y me sentí culpable por mi estúpido error en Cornualles, por haber permitido que me inquietara. Debía de haber cientos como ese…

—Lo siento mucho, pero he estado muy liada estos días. ¿Sigue en pie lo de venir a cenar el miércoles? Ahí podemos ponernos al día. Helen está deseando conoceros.

—Sí, será un placer. —Nathan se miró los zapatos, moviéndose incómodo. Me di cuenta de que lo más seguro era que se estuviera preguntando por qué había decidido invitarlos en mitad de la semana, cuando Mark seguía fuera. Abrí la boca para explicarle que quería una pequeña reunión mientras Helen estuviera allí, pero cambié de opinión. Se lo explicaría esa noche.

—¿Has visto quién ha venido? —Emma sonaba cautelosa.

—Sí. Heather dice que está con una amiga artista que tiene un puesto de tapices o algo así. No es una visita oficial.

—Es un poco extraño, ¿no crees? Parece que es muy amiga de Tom. No me había dado cuenta de que…

En ese momento, el sonido de un motor detrás de nosotros hizo que nos giráramos y viéramos una silla de ruedas eléctrica moverse a través de los puestos. Nos echamos a un lado mientras la mujer morena que conducía la silla acompañada de un hombre alto de pelo gris serpenteaba hacia el puesto de la Real Sociedad para la Protección de las Aves, pasando a nuestro lado. Ante mi sorpresa, recibió un cálido abrazo de la inspectora Sanders. Luego, esta les presentó a Tom, quien les dio la mano y los guio por el mapa, donde señaló dos o tres lugares antes de entregarles una serie de panfletos del puesto.

—¿De qué va todo esto? —Emma parecía tan confusa como preocupada.

—Ni idea. —Apreté su hombro y le sonreí. Odiaba verla tan nerviosa; era una pena que algunos vecinos hubieran sido tan cerrados de mente. Durante un momento me fijé en lo guapa que estaba debido al contraste del abrigo con su pelo largo y oscuro. Envidia, sí, eso era lo que seguramente se encontraba detrás del problema de mucha gente con ella.

—Mira, he intentado persuadir a Em de que nos vayamos. La inspectora ya ha causado bastantes problemas. Y, por lo que he oído, Toni tampoco está siendo de gran ayuda. —La voz de Nathan sonó entre cortada y enfadada.

—¿Qué quieres decir? —Miré hacia Tom—. Creía que erais amigos.

—Lo somos. Lo éramos. Mira, dejémoslo ahí. Las cosas se complicaron un poco cuando estuviste en Cornualles. Vamos, Em. —Su mano rozaba de manera protectora la espalda de Emma, tratando de conducirla lejos, pero ella no se movió.

Esperé un poco antes de mostrar con más delicadeza mis propias ganas de que nos marcháramos.

—Vamos, Emma. Nathan tiene razón. Id fuera, yo voy a buscar a Theo.

A regañadientes, Emma por fin se dejó guiar mientras yo me giraba hacia el puesto de las cestas y cogía a Theo de la mano. Parecía incómodo y anduvo sin decir nada mientras caminábamos para juntarnos con su madre.

—Siento mucho no haber estado disponible esta semana, Emma, con Helen aquí, quiero decir.

—No pasa nada. Pero necesito hablarte de nuevo sobre Hobbs Lane…

—Sí, yo también quiero hablarte de eso. ¿Qué tal está tu querido Theo?

Emma hizo una pausa para dejar que Theo se alejara, caminando por la hierba para ver un dogo alemán haciendo un alegre baile, guiado por su dueño.

—No está bien. Te lo cuento todo el miércoles —susurró—. Ha dejado de hablar.

—¿Qué? ¿Timidez repentina? Él no es así.

—No, ha dejado de hablar por completo, Sophie. Nathan cree que tendría que llevarle al médico, pero no quiero montar un escándalo.

En ese momento, sentí una sensación incómoda en el estómago.

—Ay, Emma, ¿no va a volver entonces a la guardería?

—No, he tirado la toalla con respecto a eso por ahora. No habla nada. Solo señala y hace gestos para todo.

—Madre mía, no me había dado cuenta. Me siento fatal, debería haber permanecido en contacto. Hablamos sobre ello el miércoles, ¿sí? —Miré de nuevo hacia Theo, que permanecía solo, muy quieto, mirando al perro—. Los niños pasan por estos baches, pero intenta no preocuparte. Esas fases siempre se pasan. —No lo añadí porque no quería alarmarla, pero yo estaba de acuerdo con Nathan; si Theo, el pobre, había dejado de hablar totalmente, entonces un consejo profesional sería una buena idea.

—Sí.

Me di cuenta en ese momento de que Nathan había desaparecido y había vuelto a la plataforma.

—¿Qué ha pasado entre Nathan y Tom?

—No sé, no me lo quiere decir. Alguna bronca estúpida. Ya sabes cómo es este pueblo.

Después, de la plataforma surgió un sonido ensordecedor. La lona de las paredes tomó una forma angular, sacudiendo toda la estructura como si algo dentro hubiera colapsado. Algunas personas se acercaron a la puerta de entrada, gritando y negando con la cabeza. Luego, Nathan apareció caminando hacia nosotras con cara de pocos amigos.

—Vamos, tenemos que irnos ya.

Cogió a Emma del brazo y la guio hacia la salida a través de la hierba. Vi a Tom presentarse en la entrada de la carpa, acariciándose la mandíbula, seguido de Melanie Sanders. Tom la sujetó por los hombros, lo que impidió que siguiera a Nathan.

Me estaba preguntando si debía ir tras Nathan, Emma y Theo en busca de una explicación cuando Helen, con la cara pálida, emergió de la carpa y se acercó a mí.

—¿Qué narices ha pasado?

—Nathan ha golpeado a Tom y ha destrozado su puesto. Pero eso no importa. Tenemos que llevarte a casa. —Helen me pasó el brazo alrededor de los hombros de manera protectora. Se quitó la chaqueta y me la ató alrededor de la cadera.

—¿Qué diablos estás haciendo?

Me guio con delicadeza hacia la salida.

—Vamos. —Solo cuando me pidió las llaves al llegar al coche, insistiendo en que ella conduciría, se explicó con el rostro pálido—: Estás sangrando, Sophie.