Capítulo 14
Antes
LIBRA
Ten cuidado. A veces, cuando releemos lo que hemos escrito, leemos lo que queríamos escribir, no lo que está en la página. Y, a veces, cuando escuchamos, oímos lo que esperamos oír, no lo que se dice…
Lo primero que noté cuando volví a Tedbury fue que el cordón policial había desaparecido. En la cabaña rosa pálido de Gill y Antony, las cortinas seguían echadas, como si fueran ojos cerrados que evitan la luz del día, pero, al menos, la horrible cinta azul y blanca ya no estaba. Me di cuenta también de que alguien había regado las macetas que estaban a ambos lados de la puerta azul oscuro. Las petunias de Gill estaban resplandecientes, con la cara vuelta hacia el sol de media tarde. No entendí por qué eso me molestó, pero me pregunté a quién se le había ocurrido hacerlo y me sentí inquieta al considerar si lo habrían hecho abiertamente, regándolas a la luz del día, o si se habrían movido con lentitud en la oscuridad.
Las petunias seguían en mi cabeza mientras deshacía las maletas, arrojando pilas de ropa sucia en el suelo de la habitación. «Es duro, pero la vida sigue. Sé fuerte». Eso es lo que Helen me había dicho antes de que nos abrazáramos para despedirnos, y tenía razón.
El doctor estaba en lo cierto. Antes de la conmoción por los Hartley, me había quedado atrapada dando vueltas en un mundo de espera. Echándole la culpa al futuro bebé. No me sorprendía que lo hubiera sobrellevado tan mal, que hubiera montado un espectáculo en Cornualles, que hubiera empezado a imaginarme cosas…, que me hubiera desmayado.
—Ya basta, Sophie.
—¿Perdón?
Mark estaba de pie en el umbral de la puerta. Llevaba puesta su camisa favorita, de color turquesa claro, la que le quedaba tan bien. Le observé y me sorprendió lo guapo que seguía siendo. ¿Por qué me fijaba tanto en sus pequeños defectos? ¿Por qué discutía con él sobre cualquier cosa? ¿Por qué lo hacía? ¿Así acababan todas las parejas o era por culpa de la espera del segundo hijo? O por todo el tiempo separados…
—Ah, nada. Estaba pensando en voz alta. —Incliné la cabeza—. Sabes que sigo odiando que tengas que conducir tanto, ¿verdad? —Era cierto. Había confiado de verdad en que para ese entonces hubiera trasladado su negocio, que hubiéramos resuelto nuestros problemas geográficos.
Cuando él entró en la habitación, comencé a organizar la ropa en montones: negro, blanco y mezcla.
—Sí, lo sé. —Hizo una pausa—. Por cierto, parece que estás mucho mejor.
—Lo estoy. He tenido una buena charla con Helen. Mark, tengo que intentar superarlo y organizar mi vida en lo que respecta al trabajo.
Hizo una mueca.
—No te preocupes. No voy a apresurarme, pero cuando las cosas se calmen, voy a volver a trabajar. Ha pasado ya mucho tiempo. Además, si volviera a contribuir en casa, quizás podrías reducir un poco la distancia y trasladar tus negocios fuera de Londres.
—Creía que los dos estábamos de acuerdo en que la charcutería es lo último que necesitas. Y, siéndote sincero, no creo que consigas mucho dinero con ella, Sophie.
—No me refería a la charcutería. Aún no he tomado una decisión sobre eso. Pero creo que te opones solo porque Emma está implicada.
—Eso no es justo.
—¿No? —Me detuve—. Mira, no quiero discutir y no quiero que te preocupes. La verdad es que comienzo a estar de acuerdo con que la charcutería quizás no sea el mejor modo de avanzar, pero necesito hacer algo, Mark. Sobre todo después de lo ocurrido. Necesito salir un poco de este pueblo. Tener una rutina distinta.
—¿Y Ben?
—Ben va a empezar el colegio. Ya ha tenido bastante mamá y todo va a ir bien. Necesito hacer algo por mí misma. Al menos, hasta que…
Otro error. Tenía que dejar de adoptar esa posición por defecto, dejar de conectarlo todo con mis ovarios, dejar de desplazar cada decisión, dónde viviríamos y lo que haría hasta que en nuestra familia fuéramos cuatro.
—De acuerdo. Entiendo a qué te refieres. Pero ¿seguro que no te apresurarás? Espero que podamos hablar un poco más sobre lo de mudarnos. Al menos, que lo consideres antes de que Ben esté demasiado asentado en el colegio del pueblo.
Me senté en el borde de la cama y le miré con atención. Cómo odiaba ese bloqueo geográfico. Estaba confusa. Me sentía desorientada después de lo de Gill y Antony, pero no podía enfrentarme a una mudanza, y esperaba que el sentimiento de incomodidad pasara. ¿Lo más importante? Me encantaba sentirme apoyada por Emma y tenerla cerca, y no quería perder su amistad. Madre mía, quizás por eso la había evocado en Cornualles. Era casi como cuando me gustaba alguien en el colegio. Había empezado a pensar de manera distinta sobre Devon cuando Emma había aparecido y esperaba poder sacarle partido a eso. Sin embargo, al mismo tiempo, me sentía muy culpable por el precio que Mark seguía pagando.
—¿Podemos darnos algún tiempo para reorganizarnos, Mark, no tomar grandes decisiones por el momento? —Me acordé de las palabras de Helen—. Sé que no puedes seguir desplazándote para trabajar toda tu vida, pero necesito darle al botón de pausa. ¡Por favor! Quizás en el futuro podríamos considerar Exeter o Bristol, ¿no?
—Mis clientes me necesitan en Londres.
—¿Por qué no dijiste eso cuando compramos esta casa? Creía que la idea era reubicar el negocio.
Se produjo una larga pausa mientras Mark miraba al suelo.
—Lo calculé mal. He aceptado a demasiados clientes que me necesitan en Londres.
—Pero hay muchas empresas mediáticas que prosperan fuera de Londres. —La confesión de Mark era preocupante. El alquiler de su oficina había caducado hacía poco y había trasladado sus negocios a instalaciones un poco más grandes. Había supuesto que lo de quedarse en Londres seguía siendo una fase. Solo un par de años más… Ya no estaba segura.
Mark levantó las manos simulando que se rendía.
—De acuerdo. Lo primero es lo primero… —No quería volver a tener otra discusión—. Voy a poner a lavar esto y llamaré a la tienda para ver si alguien sabe algo más sobre cómo está Gill. —Balbuceé que había intentado llamar al hospital varias veces desde Cornualles, pero que solo compartían información con familiares, por lo que esa era mi primera oportunidad real de conseguir una actualización completa de la información.
Me dirigí escaleras abajo hacia el lavadero, metí la ropa en la máquina a toda velocidad y descolgué la bolsa de red que había detrás de la puerta, mirando el reloj. Diez minutos para que cerraran. Compraría solo leche y pan. ¡Ah! Y chocolate para Ben por haberse portado tan bien en el coche.
Delante de mí, en la cola, la señora Richards tenía su brazo entrelazado con el de su vecina. No recordaba el nombre de la otra mujer.
—Bueno, por lo que he escuchado, esa Emma es fría como el hielo. La policía ha estado indagando de nuevo, comprobando lo de su herencia… —La señora Richards no se molestaba siquiera en bajar la voz.
—¿Quién te ha contado eso? —La vecina, al menos, tenía la decencia de susurrar.
—El chico del taller conoce a alguien en la oficina de investigación. Cree que van a desenterrar a su madre… ¡en Francia!
Hice una mueca de sorpresa.
—¿Eso es legal?
—Ah, sí. Se dice que recibió una gran herencia. Así es como se pudo permitir comprar Priory House. ¿Y sabes que fue la última que vio a Gill? —La cabeza de la señora Richards comenzó a hacer pequeños movimientos espasmódicos—. ¿No he dicho yo siempre que había algo raro ahí…? —De repente, Alice Small, que estaba cerca de ellas, le dio un fuerte empujón en la espalda. Ambas mujeres se giraron y se sonrojaron.
—Oh, Sophie, has vuelto.
—Sí.
—¿Cómo lo llevas, querida? Un tema espantoso, espantoso.
—Estoy bien, gracias. ¿Hay alguna noticia más del hospital, sobre Gill?
—Me temo que no se ha producido ningún cambio todavía.
Las dos mujeres se giraron de nuevo. De pronto, todo se quedó en silencio, solo el sonido metálico de la caja registradora interrumpía esa nueva incomodidad. Esperé lo que me pareció una eternidad a que me atendieran.
Cuando volví por fin a casa, continúe deshaciendo las maletas, pero mi mente permanecía todo el tiempo en esa tienda. Solía ignorar los cotilleos de las malas lenguas de Tedbury, pero ¿qué narices ocurría?
Le mandé un mensaje a Emma: «He vuelto y me encuentro mejor. ¿Estás bien? Sophie. Besos».
—¿Me has traído el chocolate, mamá?
Maldita sea.
—Voy a ir a la gasolinera ahora, pequeño.
—Pero papá dijo que lo traerías de la tienda.
—Se me ha olvidado, ¿vale? Lo siento de verdad. Voy ahora mismo.
El segundo trayecto me llevó veinte minutos. La tienda ya había cerrado y había un tractor bloqueando la carretera secundaria que conducía a la gasolinera más cercana. Entonces, con dos barritas de chocolate en el asiento del copiloto, coloqué el coche en el borde externo de Priory House, en el camino de entrada. Seguía sin recibir respuesta de Emma. Dejé el motor encendido y probé a llamar al timbre. Nadie contestó, por lo que di la vuelta por uno de los lados de la casa, donde, para mi sorpresa, la enorme ventana de la cocina que se unía a la sala de estar estaba sellada con un parche formado por varios tableros de contrachapado encajado. Dentro, todo estaba oscuro y en silencio. Intenté llamar a Emma, pero me saltó directamente el buzón de voz.
Volví al coche y aparqué en la plaza del pueblo. Corrí a casa de Heather, aliviada al ver la luz de la cocina. Cuando abrió la puerta, no pareció sorprendida.
—Me alegro de verte. Será mejor que pases. ¿Has hablado con Emma?
—No, no he conseguido contactar con ella. ¿Por qué? ¿Qué está pasando? He visto lo de su ventana y he escuchado tonterías muy extrañas en la tienda.
—Alguien le lanzó un ladrillo que llevaba un mensaje bastante desagradable.
—¿Estás de broma?
—Ojalá. Ocurrió ayer.
—Pero ¿por qué narices…? No lo entiendo.
—Sí, bueno, parece que todo el mundo se ha vuelto un poco loco mientras estabas fuera. ¿Quieres tomar algo?
—No. Oye, no tengo mucho tiempo. ¿Dónde está?
—En casa de Nathan, creo. Hasta que le arreglen la ventana.
Noté un vacío en el estómago y me sentí culpable por haber pensado mal de Emma en Cornualles mientras la pobre estaba en apuros.
—¿Lo sabe la policía? —Comencé a caminar de un lado para otro mientras Heather, con el rostro pálido, se sentaba a la mesa de la cocina.
—No quiere que la policía se involucre en esto.
—Pero eso es una tontería. No puedes dejar que alguien te tire un ladrillo por la ventana y se vaya de rositas. —Negué con la cabeza, sin entenderlo—. ¿Qué decía el mensaje del ladrillo?
—Le sugerían que se marchara del pueblo.
—¿Marcharse? Pero ¿por qué narices alguien sería tan desagradable?
—Oh, hay mucha gente desagradable. Se está poniendo todo muy feo.
—Pero no lo entiendo. ¿Qué se supone que ha hecho Emma? No lo comprendo.
Heather cogió aire.
—La policía dice que Emma fue la última persona que vio a Gill antes de que todo ocurriera, en la carpa de la adivina, en la feria. La gente ha sumado dos más dos y han sacado cinco: han decidido que ella era la que tenía una aventura con Antony.
—Oh, pero eso es una estupidez. Acaba de llegar.
—Sí, bueno. Ahora mismo, la gente no piensa mucho con la cabeza.
—Jolín.
—Y hay otro rumor.
Me senté, sintiéndome un poco mareada con todo eso.
—Me da hasta vergüenza repetirlo. Pero será mejor que lo escuches de mi boca.
—¿Qué?
—Dicen que la policía está investigando cómo murió la madre de Emma mientras ella estaba en Francia, por cuestiones relacionadas con la herencia que recibió antes de venir. Al parecer, la policía siempre examina las cuentas bancarias.
Mi cara debió de delatarme.
—¿No sabías que su madre había muerto mientras ella estaba allí? —Heather me estudió con atención.
—Claro que lo sabía. No le gusta hablar de eso. —Después, me preguntaría a mí misma por qué había mentido una y otra vez, por qué me molestaba tanto sentir que tenía que hacerlo.
—Sí, bueno, supuse que sería por algo así. Nunca mencionó que su madre hubiera muerto, pero, como te digo, la gente de por aquí se ha pasado de la raya. Ya sabes cómo pueden llegar a ser. No ayuda tampoco que se esté viendo con Nathan, claro. La gente es…
—Será mejor que vaya a verla. Esto es culpa mía.
—¿Culpa tuya?
—Sí, si no le hubiera obligado a hacer ese estúpido juego en la carpa, la gente no habría llegado a esa conclusión errónea.
—Sí, bueno, supongo que todos estamos todavía un poco conmocionados.
—Será mejor que me vaya a ver cómo esta.
—Mira, ¿por qué no lo dejas para mañana, Sophie? Te veo agotada. ¿Quieres que llame a Mark?
—No, no, estoy bien, en serio. —Luego, al llegar a la puerta de entrada, solté un largo suspiro mientras cogía el pomo y me giré de golpe—. Heather, mi amiga de Cornualles, Helen, dice que los pueblos se recuperan de cosas como estas, que, al final, no les queda otra opción. ¿Crees que tiene razón? No quiero parecer insensible ni estoy diciendo que no vayamos a acordarnos de Antony siempre, pero no puedo soportar pensar que Tedbury se vaya a sentir siempre así, como destrozado.
—No lo sé, Sophie. —Lo ojos de Heather estaban fijos en el suelo—. Ya no estoy segura de nada.
En el exterior del caserón de Nathan, un perro ladraba frenéticamente mientras llamaba al timbre. Luego, esperé un rato en el coche; le estaba escribiendo otro mensaje a Emma cuando mi teléfono comenzó a sonar. No era ella, sino la voz de Mark.
—Sophie, gracias a Dios, estaba preocupado. Además, tengo aquí a un niño que se niega rotundamente a bañarse si no le das antes su chocolate.