Hoy
16.30
¿Para qué sirve exactamente el bazo?
Miro a través de la ventana del tren, luchando por encontrar en el archivador de mi cerebro una clase de biología o un fragmento de algún documental que me ayude, pero no recuerdo nada. En vez de eso, me viene a la mente la mujer con la niña insoportable sentada unos asientos más allá y… su iPhone.
En menos de un minuto, estoy de pie en el pasillo, a su lado.
—Siento molestarla y juro que no le pediría esto si no estuviera totalmente desesperada, pero necesito buscar una cosa y hoy solo tengo este móvil horrible. No me importaría pagarle.
—¿Perdone?
—¿Habría alguna posibilidad de que me prestara su teléfono? Por favor. Solo un momento. Es mi hijo. Solo tiene cuatro años.
—¿Su hijo de cuatro años tiene un móvil? —Su tono desprende sorpresa y desaprobación.
—No, no. No me estoy explicando muy bien. No quiero llamarlo. Necesito buscar una cosa sobre él. Le han hecho daño… Mire, no quiero ponerme en ridículo. —Hago una pausa, con las palabras atrapadas en la garganta y advirtiéndole con los ojos que «No-pre-gun-te, por-fa-vor»—. Mire, estoy desesperada. Este es mi teléfono de repuesto y no tengo datos. —Levanto mi modelo tosco y antiguo.
—Ah, claro. Ya veo. Sí, bueno. —Mira a su hija, que está coloreando el dibujo de un hada con un horroroso rotulador rosa—. Claro. Sí. Supongo. —Toca la pantalla de su móvil, configurándolo para que lo use… y yo intento con todas mis fuerzas esconder mi envidia porque su hija esté sentada ahí. Suspirando. Aburrida. A salvo.
—Muchas gracias. No me llevará demasiado.
Cinco minutos después, estoy sentada en mi asiento con las palabras volando ante mí.
«… una parte esencial del sistema inmunológico».
El bazo, como me temía, es importante. Un órgano del tamaño de un puño situado bajo la caja torácica y sobre el estómago. Garabateo notas en la parte trasera de mi agenda de bolsillo. La página web decía algo de sistemas de filtrado. Plaquetas, glóbulos blancos y rojos. Si no se tiene uno, aumenta el riesgo de infección de por vida, lo que significa que quizá se deba tomar penicilina u otros medicamentos todos los días…
Y solo tiene cuatro años.
Por teléfono, a la enfermera se le ha escapado lo de la operación. Después, ha dado marcha atrás diciendo que no debería habérmelo contado hasta que el especialista hubiera tomado la decisión y hubieran descubierto quién era quién…
De pronto, me siento bastante mal. Los remordimientos por esa palabra (bazo, bazo) hacen que me sienta débil, patética y no lo suficientemente fuerte para mi hijo. Cierro los ojos y deseo de corazón que sea el bazo de su amigo el que esté en alguna bandeja de acero inoxidable en el quirófano, lo que es retorcido y cruel y hace que me avergüence mucho pero es un pensamiento que no puedo evitar porque, de repente, de eso trata la maternidad.
Mi hijo. Mi bebé.
Y, en este momento, en este maldito tren, no tengo energía para preocuparme por nada más.