Capítulo 29

Antes


La inspectora de policía Melanie Sanders miró el reloj e intentó captar la atención de la camarera para pedir otro café. Odiaba levantar la mano o tener que llamarla. Ella misma había trabajado en un restaurante durante un verano en el último año de instituto y recordaba lo maleducada que era la gente.

Tras unos minutos, la camarera llevó cuatro desayunos ingleses a la mesa que estaba junto a la ventana. Melanie carraspeó y la mujer por fin se giró.

—Lo siento, ¿quería algo?

—No, sí. Lo siento, si no estás muy ocupada, ¿me podrías poner otro café?

La camarera la miró dos veces antes de inclinar la cabeza.

—¿La conozco de algo?

—No creo. —Melanie se limpió los dedos en una servilleta de papel mientras dos hombres de la mesa de al lado se giraban, uno de ellos con una salchicha entera pinchada en el tenedor.

—Su rostro me resulta familiar, su pelo… Un segundo… —La cara de la mujer reflejó el momento en el que la bombilla se le encendió—. Usted ha salido en la tele por lo del caso Tedbury.

Melanie, avergonzada, le pidió con la mano a la camarera que bajara la voz.

—Lo siento, lo siento. ¿Está de servicio?

—No, no. —Melanie miró a los espectadores, quienes por fin se giraron de nuevo hacia sus desayunos. El hombre de la salchicha mordió un trozo enorme de carne, rociándose la camiseta de grasa—. Me sorprende que me hayas reconocido.

—Bueno, me acuerdo de su pelo. Recuerdo pensar en lo bonito que era. Estaba considerando cambiarme el mío, ¿ve? Y el suyo es justo en lo que estaba pensando. A capas, pero no muy cortas. Además, creo que es genial ver a una agente de policía dando lo mejor de sí. Como la mujer rubia, como se llame, en ese caso del asesino en serie. El tío estrangulador ese. Ya sabe, el guapo.

—¿Perdona?

—Oh, usted es mucho más joven que ella, claro. Pero también tiene un pelo bonito. La mayoría de las entrevistas de televisión en la vida real las suelen hacer los hombres. ¿Lo resolvió usted todo? Un caso horrible. Aunque sí que tenía pinta de ser infiel, creo. El tío al que mataron. Demasiado guapo. Como si fuera un actor o algo parecido.

—No puedo hablar sobre los casos.

—Ah, cierto. No, claro. ¿Sale mucho en televisión? ¿Se pone nerviosa?

—No. —Melanie miró hacia la puerta y comenzó a levantarse al darse cuenta de que Matthew estaba a punto de entrar—. Olvida lo del segundo café. Es más tarde de lo que pensaba.

—¿Seguro?

—Sí, gracias. —Dejó unas cuantas monedas de su bolsillo en la mesa—. Quédate el cambio.

—Gracias. ¿Le importaría decirme dónde se corta el pelo?

—Eh… Me lo hace un amigo. —Mentira.

—Ah, claro.

En el umbral de la puerta, Melanie cogió a Matthew del brazo y le dio la vuelta, devolviéndolo a la calle.

—¿Qué haces? Está lloviendo.

—No podemos quedarnos aquí. Lo siento.

De nuevo en la acera, Matthew, con su chaqueta de marca, hizo una mueca.

—¿Qué ocurre? ¿El café no está a la altura?

—¿Me prometes que no te vas a reír?

—Lo prometo.

—Me han reconocido.

—¿Por algún juicio?

—No, por el reportaje en televisión sobre el caso Tedbury.

Él soltó una carcajada.

—Lo siento, lo siento. Se me había olvidado que eras una inspectora famosa. —En sus mejillas se marcaron los hoyuelos que habían provocado tantas bromas durante el tiempo que habían estado formándose juntos.

Matthew había sido la estrella al reclutarlos. Todos pensaban que era perfecto para el plan de Desarrollo del Máximo Potencial. Era incisivo, divertido y peculiar, alto y desgarbado, con su pelo rubio, casi blanco. Se habían hecho muy buenos amigos y que los destinaran inmediatamente a puntos opuestos de la región había hecho polvo a Melanie. Se juntaban a menudo para tomarse algo, se escribían correos electrónicos y se llamaban cada semana para intercambiarse artículos. En las buenas, en las malas. Entonces, de repente, a Melanie le había entrado el pánico, preocupada por si le estaba mandando señales equivocadas, porque Matthew había comenzado a mirarla de un modo inquietante. Aunque le gustaba —le gustaba mucho—, nunca había pensado en él de ese modo. Para nada.

—Vas a soltarme ese discurso de «no eres tú, soy yo» —había dicho, claramente dolido ante la reacción de ella, la vez que la había intentado besar tras salir de copas por Exeter hacía unos años. Estaba demasiado borracha para volver a casa y él le había cedido su cama, cambiado las sábanas y el edredón y dormido en el sofá del piso de abajo. Luego, le había hecho unos huevos a la benedictina perfectos sobre una tostada a modo de desayuno, con la yema líquida, como a ella le gustaban.

—Lo siento mucho, Matthew. No es que no piense que eres encantador. Es solo que…

—Por favor, Mel, no lo empeores más. Estamos bien. No pasa nada, en serio.

Habían seguido siendo amigos. Habían trabajado duro y continuaban intercambiándose artículos y quejas. Después, Matthew había dejado el cuerpo.

A Melanie le llevó un tiempo descubrir lo que había ocurrido de verdad. Hizo todo lo que pudo para tratar de convencerle de lo contrario, pero no sirvió de nada. Matthew era demasiado competente, demasiado agradable y demasiado ético para su propio bien. Se culpaba a sí mismo por la muerte de un niño. Matthew le había perseguido después de que le pillaran robando en una tienda. Y el niño se había dirigido directamente hacia un cable de alta tensión.

Nada de lo que dijo Melanie o cualquier otra persona pudo disuadirlo para que no se marchara. Instaló su propia agencia de investigación privada en Exeter. Una pérdida de potencial. Eso le había dicho, furiosa porque un hombre con sus habilidades malgastara su talento fisgoneando.

Desde entonces, había tenido suerte. Se había casado con una mujer encantadora llamada Sally. A Melanie le gustaba y se alegraba por él.

Pero…

Le tocó a él guiarla hacia una cafetería al otro lado de la carretera, a la vuelta de la esquina. Pidió más café mientras Melanie se preguntaba cuánto tiempo se pasaría él observando a la gente desde cafeterías mugrientas. Seguía deseando que lo reconsiderara, que volviera al cuerpo. Seguro que no estaba contento con su vida profesional.

—¿Qué pasa, Mel? ¿Cuál es la urgencia?

—Es el caso Tedbury.

—Creía que ya estaba terminado. Un caso de violencia doméstica, ni más ni menos.

—¿Quién te ha contado eso? ¿Por qué te has interesado siquiera?

Matthew miró el café.

—Estuve allí en un caso rutinario.

—Eso había oído. Uno de mis testigos te pilló haciendo fotos.

—¿Cómo sabes que era yo?

Le dio una palmadita en el pelo rubio y tiró de uno de los hilos del puño de su chaqueta.

—Vas a tener que hacer algo con esto, en serio. Sobre todo, en los casos locales.

Él metió el dedo en la espuma del café y lo chupó, haciendo ruido. Luego, cogió aire.

—Me gusta esta chaqueta.

Ella sonrió.

—¿Para qué eran las fotos?

—Para una investigación. Comprobé algunas casas, coches, números de matrículas…

—¿Le pediste a alguien que comprobara los números de las matrículas a través del sistema? No estoy segura de cómo suena eso.

—Ups. —Hizo una mueca. Había buscado alguna condena anterior por fraude o por algún delito fiscal, lo que era normal en sus casos de planificación—. Mira, Mel, mi caso en Tedbury no es algo que necesites saber. Trabajo rutinario. Te prometo que te habría llamado si hubiera sentido que era algo que te podía ayudar.

—¿No estabas trabajando para Gill Hartley, espiando a su marido?

—No. Como te he dicho, te lo habría contado si hubiera estado directamente relacionado.

—Entonces, ¿está indirectamente relacionado?

Él la miró y ella lo miró a él.

—Yo no he dicho eso.

—Vamos, Matt. No quiero hacerlo de manera oficial.

—No seas así. Soy yo, Mel.

—Muy bien. A la fiscalía no le dará tan igual y a mi jefe tampoco. Gill Hartley sigue en coma y hay posibilidades de que la desconecten de un momento a otro, lo que significaría que no habría nadie a quien culpar.

—¿Cuál es el problema?

—Emma Carter.

La cara de Matthew cambió y se inclinó hacia delante.

—¿Qué pasa con ella?

—¿Te suena el nombre?

—Yo no he dicho eso. —Le dio un sorbo al café, empequeñeciendo los ojos.

—Tengo un presentimiento con respecto a ella. Matt. Fue la última persona que vio a Gill antes del incidente con su marido y ha estado fisgoneando por el hospital sin razón alguna. Algo no va bien.

—¿Y?

—Y le estoy preguntado a un viejo amigo a quien tengo en muy alta estima si sabe algo que me pueda ayudar.

—Como te he dicho, era un trabajo rutinario.

La miró sin pestañear.

—¿Lo pensarás, Matt? ¿Pensarás si hay algo que deba saber?

Hizo una pausa.

—Sabes que esto es distinto para mí, Mel. Sin pensión policial. Tengo un negocio al que atender, una reputación que proteger. La confidencialidad de datos…

—Ha muerto una persona. Matt.

—Y los forenses dicen que no hay nadie más involucrado.

—Te preocupaba lo suficiente como para comprobarlo por ti mismo, ¿no?

Le sostuvo la mirada, como si estuviera luchando contra algo.

—Mira, necesito hacer más investigaciones por mi cuenta. Tan pronto como las haga, te prometo que te llamaré, Mel.

—De acuerdo. —Estaba más contenta—. Trato hecho. Por otra parte, ¿qué tal está la pequeña Amelie? ¿Ya habla?

—Casualmente, ha dicho hace poco su primera palabra.

—Genial. ¿Ha sido «papá», como esperabas?

—No.

—¡Qué mala suerte! ¿«Mamá»?

—¡No! —La expresión de Matthew se volvió burlón y Melanie frunció el ceño.

—Entonces, ¿qué?

—Bueno, se ha dignado a decir «papá» exactamente dos veces. Pero cuando digo «no», quiero decir que me temo, mucho, que la primera palabra de mi hija y su favorita en el mundo hasta ahora es… ¡«no»!

Emma y Tedbury quedaron olvidados por el momento mientras los dos reían y Matthew sacaba el teléfono para enseñarle las últimas fotografías de su hija.