Capítulo 18

Antes


Matthew dejó el juego de formas sobre la bandeja de la trona de Amelie. Según Sally, su hija era un pequeño milagro, una mini-Einstein. Podía mostrarse cabezota con el lenguaje, pero, al parecer, colocaba la pieza cuadrada en el agujero correspondiente meses antes de lo normal.

Matthew dejó el cuadrado rojo sobre la bandeja, al lado del cubo de formas.

—Enséñale a papá lo lista que eres. —Le dio a Amelie el cubo de plástico y sonrió.

—No. —La niña lo tiró al suelo y cogió la taza rosa brillante de zumo para sorber ruidosamente.

Matthew se arrastró por la cocina para recuperar el cubo e intentarlo de nuevo.

—Vamos, mamá dice que eres muy lista y que ya puedes hacer esto. Como una mini-Einstein. —Matthew sujetó el cubo rojo cerca del agujero rojo a modo de pista y, luego, se lo dio a su hija por segunda vez. Ella lo miró como si estuviera loco, puso el cubo en la bandeja y siguió bebiendo zumo.

Matthew pasó un plato con trozos de tostada desde la encimera de la cocina a la bandeja de su hija, negó con la cabeza y sacó el móvil. Era el momento perfecto para tantear a su contacto en la oficina de planificación local.

—Hola, Samantha. Soy Matt Hill.

—¡Cuánto tiempo! ¿Qué favor necesitas?

—Uno pequeñito, nada fuera de lo normal. —Ella se echó a reír. Matthew le había ayudado con las pruebas para su divorcio cuando comenzó a trabajar como detective privado y estaría agradecida con él de por vida. Además, era un contacto muy útil—. Vale, necesito algunos datos de una solicitud de planificación. Una sociedad mercantil que busca un permiso provisional de obras en Tedbury. —Oyó cómo lo escribía, lo que era una buena señal. Matthew se detuvo para hacerle muecas a su hija y que sonriera mientras se llenaba la boca de trozos de tostada—. Es información pública, pero me llevaría una eternidad buscarlo por los canales oficiales, así que esperaba que pudieras ayudarme a hacer las cosas más rápido, a descubrir qué es qué y quién está detrás de eso…

—Ahora mismo no puedo ayudarte. —Bajó la voz—. Tengo aquí a los trajeados.

—¿A tu jefe?

—A un ejército entero.

—Ay, mujer. De acuerdo, mira, no quiero ponerte en un aprieto, pero ¿podría mandarte un correo con todos los detalles? A ver lo que puedes descubrir cuando se tranquilicen las cosas.

—Claro, mientras sea información pública…

—Sí, es solo para acelerar el proceso. Eres un cielo. Te mandaré un mensaje enseguida. Muchas gracias.

Matthew se metió el móvil en el bolsillo. Enviaría el correo en cuanto pudiera. Justo en ese momento, se oyó la llave dando vueltas en la cerradura, y padre e hija se giraron para ver aparecer a Sally con dos bolsas de la compra y un ramo de tulipanes. Lo dejó todo al lado de la nevera.

—¿Qué tal ha estado?

—Sedienta. Pero sin ganas de hacer del genio de las formas. Creo que te lo has imaginado, querida.

La esposa de Matthew miró el cubo de las formas que estaba sobre la bandeja de Amelie y empequeñeció los ojos.

—Tienes que mirar a otro lado. ¿No te lo dije? —Entonces llevó las flores hacia el escurridor.

—¿Perdón?

—No lo hará mientras estés mirándola.

Matthew casi no se lo podía creer.

Sally se acercó a su hija para darle el cubo rojo.

—¿Seguro que Amelie no tiene ni idea de dónde va este? —Le dio la espalda a su hija y cogió a Matthew por los hombros para darle la vuelta.

—Esto no puede ser buena idea —protestó él—. Estamos creando un monstruo. Una pequeña cuya única palabra es «no» y que se niega a cooperar a menos que mires para otro lado…

—Shh. Me pregunto si Amelie tendrá alguna sorpresa para nosotros. —Sal elevó la voz hasta conseguir un tono entusiasmado cuando ambos se giraron.

Para asombro de Matthew, el cubo pequeño había desaparecido. Al principio, miró al suelo, pensando que lo había tirado de nuevo, pero, luego, Sally cogió el cubo de formas y lo agitó para confirmar que la pieza estaba en el interior.

—Es un duende —anunció Matthew—. No puede hacer eso. Se supone que no debería ser capaz de hacerlo hasta dentro de varias semanas.

Sally se echó a reír y se dirigió hacia el fregadero para coger un jarrón del alféizar de la ventana que llenó con agua del grifo.

—Eres un duende, ¿verdad, Amelie?

—¡No! —Amelie cogió la taza de zumo de nuevo mientras Matthew se inclinaba para darle un beso en la frente.

Entonces sucedió:

—Papá.

Se produjo una pausa, una imagen congelada de quietud total. Matthew oyó el eco de la palabra como si rebotara en todas las paredes, pero apenas se atrevía a pensar que había sido real.

—¿Qué has dicho? —murmuró cuando Sal se giró con los tulipanes en la mano.

—Papá.

Amelie le miró a los ojos antes de volver a sorber el zumo de nuevo. Un momento de magia pura. Un momento que había sobrepasado a todos los demás. El día en que ella nació, el día en que llegó a casa, el día en que sonrió por primera vez.

Ese día. Ese día, su pequeña, adorable y cabezota Amelie lo había llamado por fin papá.