Hoy

Ahora


Sí, recuerdo este viaje por partes, como si hubiera ocurrido a través de una especie de neblina, como si estuviera pasando de la consciencia a la inconsciencia. Ahora que la neblina ha desaparecido, emergen diferentes imágenes.

Todas esas llamadas… Nathan. El hospital. La policía.

Al principio, me negué a sentarme con Mark. Luego, como estaba agobiada y me había bajado del tren, tuve que seguir con su mentira para explicar por qué no íbamos juntos.

Después, cuando le pidieron al doctor que me vigilara, nos sentamos uno frente al otro. Fingiendo. Mark fue a buscar té dulce y agua que no fui capaz de beber; en cambio, permanecí sentada e inmóvil mientras las distintas imágenes salían y entraban en la neblina. La imagen de Ben con su flequillo hecho un desastre. El primer día que le quitamos los ruedines y se puso a gritar. «Mira, mamá, mírame».

Recordé un millón de imágenes estúpidas durante horas mientras la lluvia resbalaba por la ventana del tren y Mark y yo estábamos sentados uno frente al otro. De repente, dos desconocidos, incapaces de ofrecerse ningún consuelo.

Cuando las llamadas llegaron, juntando todo lo ocurrido, fueron buenas noticias, malas noticias, buenas noticias, malas noticias…

En un momento dado, cometí el horrible error de buscar en Google con el teléfono de Mark «ahogamiento». Algunos decían que era el peor modo de morir, por lo que me senté en el tren, imaginándomelo. Tomé aire y conté para ver cuánto tiempo pasaba hasta sentir que los pulmones iban a estallarme, con las lágrimas cayéndome por las mejillas.

Hasta que finalmente recibimos una llamada que no tenía sentido.

No habían ido a nadar; después de todo, no había agua…

Otro camión en esa maldita colina. Un testigo dijo que Emma había llevado a los chicos al aparcamiento de la plaza del pueblo. Estaban remoloneando portándose mal. Los chicos llevaban toallas bajo el brazo. Ben estaba llorando y Emma parecía enfadada y les gritaba que se dieran prisa. Se oyó un chillido. Después, mucho después, descubríamos que al camión le habían fallado los frenos.

Los tres corrieron, según el testigo, pero no tuvieron tiempo suficiente. La enorme valla del jardín de la casa de Heather se desplomó y piedras enormes cayeron como si fueran una cascada. «Parecían truenos», dijo el testigo.

Emma se llevó el peor impacto. Los chicos estaban más lejos paralelos a la pared, pero quedaron atrapados y aplastados por las piedras. Me los había imaginado ahogándose, que uno de los chicos se había golpeado el pecho o el bazo en una roca al empujarle al agua, quizás en Dartmoor. Pero no. Ahora pienso en un horrible ruido de rocas cayendo. La conmoción. El dolor…

Al principio, le dijeron a Nathan que los niños estaban bien. Pero eso había sido una confusión. Eran dos niños que habían llevado de otro accidente ocurrido al mismo tiempo. Las noticias veraces hablaban de heridas internas. Operaciones. Seguían sin saber qué niño había sufrido un daño más severo…


Cuando por fin llegamos al hospital, tanto Ben como Theo están «estables», pero muy sedados. Sus camas se encuentran una al lado de la otra, con las máquinas pitando y resplandeciendo a su alrededor. Sus diminutos y lamentables cuerpos delgados son demasiado pequeños para las camas. Tienen la cara llena de moratones y puntos, y unos tubos espantosos se extienden por las sábanas.

Le cojo la mano a Ben durante mucho tiempo, acariciándole el dorso de los dedos y susurrándole al oído una y otra vez que todo va a ir bien. Tenía un pulmón destrozado, que le han reparado en la operación, pero sigue con dolores. Luego, miro al pequeño Theo, cuyos ojos parpadean de vez en cuando. Parece tan frágil. Le han salvado el bazo, pero tiene puntos en la pierna izquierda y las costillas rotas. Parece tan asustado, el pobre, que también le susurro: «Mamá se va a poner bien pronto. Todo va a ir bien, lo prometo».

Luego, veo la bolsa colgada en una de las esquinas de la cama de Theo. La enfermera me dice que la han traído los sanitarios. Es una mochila azul de niño con un kit de natación completo en el interior. Dos bañadores. Dos pares de gafas para nadar. Ningún manguito.

Entonces, miro a través de la ventana hacia los cubículos de al lado, donde Emma está siendo transportada, y algo me estalla en el interior, por lo que cruzo la habitación, atravieso la puerta y me lanzo sobre la camilla antes de darme cuenta de mis intenciones.

—¡Aléjate de mi familia!

Esa voz no es la mía, es de otra. Sophie casi logra subirse a la cama de Emma antes de que la cojan por los brazos y la empujen hacia atrás mientras Emma abre los ojos durante un momento. El enfermero me agarra muy fuerte.

—Vamos, esto no ayuda.

—¡Aléjate de mi familia o te juro por Dios que mataré! ¿Me escuchas, Emma? Acércate una vez más a Ben…

—Ya está bien. Llamen a seguridad. ¿Puede alguien, por Dios, llamar a seguridad?