–No hay manera -suspiró Devon en la oscuridad-. Son casi las
cuatro y media. Pronto tengo que estar en la
pista.
John se dio la vuelta hacia su esposa y
bostezó.
–Creo que esta noche no he dormido más de dos
horas.
–Lo siento -dijo Devon dándole una suave palmada en el
hombro-. Voy a levantarme. Tal vez puedas volver a
dormir.
–Lo intentaré -murmuró John cerrando los ojos y tapándose la
cabeza con la sábana.
Devon se deslizó fuera de la cama y se puso la bata. Como la
ventana estaba abierta, sintió que la fría mañana la hacía
temblar.
Como siempre, Devon se puso unos pantalones de montar y una
camisa de algodón. Por la tarde, se tomaría una hora libre para
volver a casa de los Lyle y cambiarse para el Derby. Se peinó,
haciéndose una cola de caballo con un lazo de algodón. Se acercó a
la cocina donde Alice le había dejado algunas galletas de la cena
de la noche anterior. A Devon no le importó que estuvieran duras.
Estaba tan nerviosa que no tenía apetito; comía tan sólo porque
sabía que no tendría otra oportunidad de hacerlo durante todo el
horrible día que se avecinaba.
Apenas era consciente de que iba conduciendo el coche hacia
Churchill Downs. De que devolvía los saludos que recibía en la
púrpura oscuridad mientras se dirigía al establo de Firefly.
Firefly resopló cuando la
vio.
–Estás aquí, corazoncito -murmuró Devon acariciando a la
potranca.
Jeremiah apareció de algún lado.
–¿Nerviosa, señorita Devon?
–No he podido pegar ojo -dijo con una
sonrisa.
–Tampoco Firefly. Presiente que algo
pasa. Ha estado nerviosa.
Devon, automáticamente, miró el pesebre en el que se le había
dejado la comida. Observó que Firefly se lo
había comido todo y sintió cierto alivio. Al entrar en el establo,
constató que el mozo había puesto paja en los bordes; de este modo,
Firefly no se lastimaría si sus nervios la
hacían patear a su alrededor. Ella misma había indicado al mozo que
lo hiciera.
–¿Todo va bien? – dijo Devon al entrenador.
–Bien, señora -contestó él con una voz que la
tranquilizó.
Devon se inclinó y examinó las patas de Firefly. Luego, tomándose su tiempo, observó el
cuerpo de la potranca desde la nariz hasta la cola. Cuando hubo
terminado, se dirigió a Jeremiah.
–Esta mañana hará sólo algunos ejercicios. Muy pocos. Quiero
que guarde su energía para la tarde.
Jeremiah asintió e indicó al mozo que pusiera la montura a
Firefly.
Devon sintió una sensación de irrealidad al caminar detrás de
su caballo. ¿Estaba preparando su propia entrada en el Derby de
Kentucky? Hacía apenas un año, sabía muy poco de las carreras;
ahora, estaba arriesgando su caballo más valioso, Fearless Leader, y una gran cantidad de dinero
convencida de que Firefly podía ganar.
¿Cómo pudo haber pensado que sabía más que Willy? ¡Oh!, había sido
una tonta. ¡John y Willy tenían razón!
El curso de sus pensamientos fue interrumpido por el
resoplido de Firefly. La potranca alzó la
cabeza y resopló, sacudiendo la brisa mañanera. ¡Qué espléndida
era!, pensó Devon. El poder de sus músculos, su joven y atlético
cuerpo… Nunca había estado lesionada, nunca había estado enferma,
lo cual resultaba extraordinario en un caballo de carreras.
¡Ganaría! ¡John y Willy estaban equivocados!
Desde su pelea, hacía algunas semanas, él se había quedado en
Nueva York y no había regresado hasta que faltaban dos días para el
Derby. Claro, la había llamado fielmente todos los días. Además, la
había felicitado por sus exitosas negociaciones con Willy y había
aceptado su agradecimiento por el regalo de
Willowbrook.
–Cariño, en el fondo sabes que Willowbrook debía ser tuyo.
Siempre, no importa lo que pase -había dicho él.
–¿Qué quieres decir? – preguntó Devon
alarmada.
–No quiero decir nada -dijo él suavemente-, sólo que
Willowbrook es tuyo y que es así como deber ser. Fin de la
discusión.
De todos modos, John se había comportado como un esposo
amante y generoso. Sin embargo, Devon sabía que no la había
perdonado por… ¿por qué? ¿Por insistir en que Firefly debía correr el Derby? ¿Por desobedecer a
Willy? ¿Por qué estas cosas molestaban a su marido hasta el punto
de que parecía haber perdido todo deseo por su compañía? ¿Y por qué
no le había hecho el amor cuando se había vuelto a reunir con ella
en Kentucky? ¡Habían estado separados por lo menos durante tres
semanas!
En una de sus llamadas telefónicas, ella le había preguntado
si seguía enfadado con ella.
–¿Enfadado? – Se rió-. ¿Te habría regalado la operación de
los caballos y una caballeriza de 100 acres si estuviera
enfadado?
Sí, se dijo ella en silencio. Por orgullo. Porque me enfrenté
a ti y no retrocedí. Pero ¿cómo podía decir estas cosas en voz
alta? No harían más que aumentar la grieta entre
ellos.
En lugar de enfrentarse a él, Devon se había mostrado
contenta y afectuosa. Sus conversaciones no eran más que charlas
cortas. En la superficie, todo parecía perfecto.
Devon pensó que, tal vez si Firefly
ganaba, él se pondría tan contento que las cosas volverían a la
normalidad. O quizá si Firefly pierde las
cosas podrían ir aún mejor, dijo una voz maliciosa en su interior.
Devon sacudió la cabeza como queriendo expulsar de sí los malos
pensamientos.
Miró el cielo nocturno, ahora con estrías rosadas a la altura
del horizonte. Devon se dio prisa para alcanzar a Jeremiah y le
dijo:
–Acabemos antes de que amanezca.
Muchos entrenadores intentaban evitar que sus competidores
pudiesen observar determinados ejercicios. Devon era de esta
opinión. No quería dar pistas a sus rivales sobre las posibilidades
de Firefly. Ya la habían podido ver en las
carreras anteriores. El entrenador que tomaba el tiempo se sentaba
en las gradas para ver los ejercicios de la mañana. Los resultados
que obtenía aparecían diariamente en el programa. El tiempo más
rápido aparecía impreso en negrita en la biblia de los apostadores,
y se tenía muy en cuenta. Devon intentaba evitar esta publicidad
ejercitando sus caballos antes de que hubiera amanecido. Pero esto
no siempre era posible, ya que el entrenador debía tomar el tiempo
de todos los caballos que participaban en la
carrera.
Una vez terminado el entrenamiento de Firefly, el mozo se la llevó; Jeremiah pidió al mozo
de la caballeriza que le diera un baño y la cepillara. Sin embargo,
el propio Jeremiah comprobaría esta operación. Quería que Firefly brillara, literal y
metafóricamente.
De pronto, Devon se dio cuenta de que no tenía nada que
hacer. Se preguntó qué estaría haciendo Willy. Desde el establo de
Firefly no se podía ver el de Fearless Leader, puesto que los potrillos estaban
alojados en una sección distinta. Habiendo palmeado a Firefly, Devon se dirigió hacia la otra sección del
establo, hacia el pesebre de Fearless
Leader.
Observó que también éste había comido, que lo habían
ejercitado y bañado, y que estaba ya descansando. Miró los
magníficos ojos marrones del caballo y se acercó a acariciarle el
cuello.
–Espero no perderte -le susurró al oído.
–¿Despidiéndose? – Una voz detrás de ella hizo que se girase
rápidamente.
Willy estaba sonriente. Nunca le había gastado una broma, a
pesar de que su actitud hacia ella había cambiado desde que se
había convertido en dueña de Willowbrook.
–Está usted muy seguro de sí mismo -señaló
Devon.
–Es la única manera de estar -gruñó él-. ¿No lo está también
usted?
Willy volvió a mirar a Devon. Ella no recordaba que jamás le
hubiera preguntado cómo estaba.
–No lo sé -respondió Devon sinceramente-. Creo que estoy
nerviosa.
–Es natural -dijo Willy acercándose a Fearless Leader y masajeando sus
músculos.
Devon observó la manera gentil con que ese hombre rudo
trataba al caballo. Diga lo que diga, les tiene afecto, pensó
Devon.
–¿No está nervioso? – preguntó ella sin esperar una respuesta
afirmativa. Estaba segura de que Willy nunca admitiría semejante
emoción.
–No -dijo él mirando hacia otro lado.
–Usted pone mucho en juego en esta carrera.
–Es cierto. Pero no tengo nada que perder. Usted
sí.
–Ya lo sé -murmuró Devon de forma algo brusca. Se sorprendió
al darse cuenta de que ambos sonreían. ¡Willy estaba
sonriendo!
Como si le hubieran pillado haciendo algo malo, Willy se
apartó de Devon y borró su sonrisa.
Devon pensó que se sentía incómodo por haberse dado cuenta de
que ella mostraba una actitud agradable.
–Willy… -Devon vaciló. Estaba intentando entender la
expresión de Willy bajo la gorra de los Dodgers, pero ésta estaba
en la sombra-. ¿Le resultaría muy grave perder? Quiero decir,
¿buscará otro puesto el año próximo?
Willy permaneció en silencio por un momento.
–No lo sé. Ya veremos cómo funciona todo en
Willowbrook.
–Quiere usted decir cómo le va conmigo.
–Llámelo como quiera -murmuró él.
–Supongo que siempre ha soñado con tener una caballeriza
propia -dijo Devon.
–Me gustaría mucho -contestó él.
–Bien…, buena suerte. – Devon le tendió la
mano.
–Sí, a usted también -dijo él estrechándole la mano con
firmeza.
Devon se giró dispuesta a marcharse.
–Señora Alexander… -Devon volvió a girarse sorprendida. Willy
jamás se había dirigido a ella por su nombre-. Estoy seguro de que
hoy podrá sentirse orgullosa de Firefly.
–Lo sé -dijo ella sonriendo a Willy-, pero gracias por
decírmelo.
Devon condujo el coche de vuelta a casa para cambiarse,
sintiéndose algo menos nerviosa que antes de su conversación con
Willy. Sus palabras tranquilizadoras habían significado para ella
mucho más de lo que quería admitir. Después de todo, se recordó a
sí misma, conoce un buen caballo nada más verlo. ¿Por qué no me iba
a sentir bien por sus palabras? Pero sabía que lo que la
tranquilizaba era algo más que la experiencia que él tenía con los
caballos. En sus palabras había quedado también implícito que
confiaba en ella. ¿Por qué no iba él a respetar su capacidad? Es
uno de los mejores preparadores del mundo, y él me ha enseñado.
Pataleando y gritando todo el tiempo, pero me ha
enseñado.
Devon volvió a la casa y encontró a John desayunando en el
patio.
–¿Cómo va todo? – preguntó John alzando los ojos del
periódico.
–Creo que bien -contestó Devon besándole en la
cabeza.
–¿Quieres algo? – preguntó John señalando la panceta de su
plato.
–Soy incapaz de comer -dijo Devon con una sonrisa nerviosa-.
Creo que tomaré un baño caliente y luego me
vestiré.
–Deberías comer algo -dijo John volviendo a su
lectura.
Devon se detuvo por unos segundos a mirarle. Estaba vestido
con ropa de tenis y su piel bronceada contrastaba con la tela de
lino blanco; estaba muy atractivo. Se preguntaba cuántas mujeres
habían sentido envidia por el hecho de que ella se hubiese casado
con él; y cuántas flirteaban con él, mientras ella debía permanecer
a cientos de kilómetros de distancia.
A partir de hoy, se dijo. A partir de hoy le había prometido
pasar el verano con él. Se preguntaba si él recordaría la promesa,
si le importaba que ella la cumpliera. A veces, parecían ser dos
extraños.
Si Firefly ganaba el Derby, Devon la
haría correr en Preakness y en Belmont Stakes en un intento de
conseguir el premio más difícil: la Triple Corona. Pero sabía que,
por más que desease entrenar a Firefly,
debería delegar en Willy; su matrimonio dependía de
ello.
–Cariño -murmuró ella.
John no levantó la vista.
–¿Mmmm?
–Te quiero, John -dijo Devon con una vehemencia en la voz que
transmitía sus preocupaciones.
Él alzó los ojos, sonrió rápidamente y dijo:
–Yo también te quiero, cariño. – Bajó los ojos y siguió
leyendo.
–No, quiero decir…
John volvió a mirarla con un gesto amable.
Devon no sabía qué decir. Quizás estaba dando rienda suelta a
su imaginación. Parecía tonta.
–Quiero decir que me muero de ganas de pasar el verano
contigo, los dos solos, relajándonos y
divirtiéndonos.
–Será maravilloso -afirmó John volviendo a leer el
periódico.
Devon suspiró y entró en la casa. Después del baño, se
maquilló cuidadosamente y empezó a vestirse con un atractivo
conjunto que había elegido para el Derby. Usaba los mismos colores
escarlata y negro de los uniformes de su caballeriza. El vestido
era de seda negra con pliegues que comenzaban a la altura de la
cintura y caían hasta la cadera. Los pliegues eran de color
escarlata brillante, de modo que sus movimientos hacían que la
falda se abriera en una danza de escarlata y negro. Por encima de
la cintura, el corpiño del vestido era también de seda negra, pero
sus largas mangas llevaban pliegues iguales a los de la falda.
Lucía un sombrero de paja rojo rodeado de un lazo negro. Se había
puesto unos zapatos abiertos por el tobillo y con tacones de
leopardo rojo que le habían hecho a mano en Nueva York. Se puso
unos guantes rojos de la más fina cabritilla.
John terminó de vestirse al mismo tiempo que ella, aunque
había empezado 45 minutos más tarde.
–Tienes un aspecto maravilloso -dijo John con verdadera
admiración en la voz-. Vas a ser la mujer más
hermosa.
John había volado hasta Kentucky, pero había dado
instrucciones a su chófer para que le llevara allí su coche. El
largo y negro Rolls-Royce brillaba desde el capó hasta el maletero
y les transportaba hasta Churchill Downs con gran ostentación. En
cuanto John y Devon se sentaron en el palco, el chófer de John
llegó del coche con una botella de champán metida en una cubeta de
hielo y la colocó junto a John. Llevó también una bandeja de plata
con canapés de paté y trozos de pan francés, caviar, crema, cebolla
frita y una enorme fuente de langostinos.
John cogió un trozo de pan, lo untó con caviar y se lo
ofreció a Devon.
–No, gracias. – Se sentó en su silla durante unos minutos,
saludando a sus amigos de los demás palcos. Incapaz de permanecer
sentada por más tiempo, se levantó de golpe-. Tengo que ir a ver a
McClintock.
–Pero si faltan horas para la carrera -protestó
John.
–Ya lo sé -dijo Devon con una tímida sonrisa-, pero estoy
demasiado nerviosa para quedarme aquí sentada.
–Deja que el pobre hombre se cambie tranquilamente -dijo John
llenando una copa de champán-. Toma. Siéntate y bebe. – La empujó
para que volviese a sentarse en su silla.
Devon tomó un sorbo y gozó de la fresca sensación de las
burbujas en su lengua.
–Está delicioso -dijo ella.
John colocó la mano sobre las suyas. Devon agradeció este
contacto. Hacía que se sintiese mejor. Apretó la mano de
John.
–¡Ah!, ahí están Sydney y Bart. – John llamó a la pareja que
se aproximó a ellos despacio; su paso era interrumpido por saludos
y besos de amigos y conocidos. Cuando llegaron al palco, Sydney y
Bart estaban acompañados por otros seis amigos de los
Alexander.
Devon abrazó a Sydney y dio un beso a Bart. Le alegraba
volver a ver a Sydney. En cuanto a Bart, era otra cuestión. Devon
admitía que era una maravillosa compañía en las fiestas. Las
mujeres pensaban que era atractivo, con su cabello castaño y sus
profundos ojos negros. Al principio, a Devon le había caído bien.
Pero Bart tenía un lado oscuro que hacía que Devon desconfiara de
él. Parecía disfrutar hiriendo a sus amigos con sus comentarios.
Muchos de éstos parecían perfectamente calculados para molestar a
sus oyentes. Nunca era directo.
–Estás muy guapa, Sydney. Ese vestido realza tu delgada
figura -le solía decir Bart a su esposa.
Sydney se lo agradecía sin dejar de mirar a sus compañeros de
sala. ¿Temía estar un poco gorda o simplemente le preocupaba que
los demás se hubieran dado cuenta del comentario
sarcástico?
Siempre que Bart hacía este comentario, Devon salía en
defensa de su amiga.
–Es precioso, Sydney, pero estás demasiado delgada para tener
que preocuparte de si te hace parecer más delgada o
no.
–John, viejo -dijo Bart en voz alta. Devon pensó que Bart
siempre parecía respetar a John. Nunca era blanco de sus
comentarios-. Te echamos de menos la última noche -dijo Bart
mirando a Devon.
–Fue una cena maravillosa, Sydney -dijo John haciendo un
cumplido a la esposa de su amigo.
–Estoy seguro de que para ti lo fue -dijo Bart a John-. Con
la hermosa Bebe admirando cada palabra que decías. – Miró a Devon-.
Deberías cuidar de tu esposo, querida -dijo palmeándole la
mano.
Forzando una sonrisa, Devon le contestó con tono
natural.
–Al parecer, no lo necesito, pues ya veo que vosotros lo
estáis haciendo por mí. – No iba a permitir que su tono manifestase
que le había molestado el comentario de Bart.
En lugar de darle la espalda, como habría deseado hacer, se
obligó a seguir bromeando y hablando con él.
–Bien, si me lo permitís, debo ir a hacer algunas
comprobaciones.
–¡Ah, la entrenadora amazona!
Bart observó a John mientras lo decía. John se limitó a
responder:
–Date prisa, cariño.
Mientras Devon se dirigía a los establos, daba vueltas al
comentario que había hecho Bart al respecto de John. Si lo hubiese
dicho otra persona, lo habría tomado más en serio, pero sabía que
Bart disfrutaba observando los efectos que sus palabras tenían
sobre ella; decidió no darle más vueltas. Probablemente John le
había confiado a su amigo que le molestaban las largas ausencias de
ella. De modo que Bart se limitaba a destacar el punto débil de la
relación entre ella y John.
Devon llegó al establo de Firefly y
la acarició durante unos momentos. Habría querido darle una
zanahoria, pero faltaba poco para la carrera. La mayoría de los
entrenadores creía que los caballos corrían mejor con el estómago
vacío. Devon había ordenado que esa mañana las raciones de
Firefly fueran reducidas en un veinte por
ciento.
–¿Estás hambrienta, corazoncito? – murmuró besando a la
potranca en la nariz. La rodeó con sus brazos y Firefly empujó gentilmente su hombro, tirando el
sombrero al suelo. Devon lo dejó en el suelo mientras demostraba su
devoción por el caballo. Ni siquiera le importó que la potranca
dejara dos marcas húmedas en su vestido.
Se inclinó para recoger el sombrero y se dirigió a la caseta
blanca en la que estaban los trabajadores. Los mejores jinetes no
se alojaban en el lugar. Muchos ganaban gran cantidad de dinero,
así que tenían casas propias muy confortables. Otros trabajaban a
jornada completa para un dueño y podían beneficiarse de casa gratis
en uno de los estados más famosos de la nación. Rick McClintock era
uno de los primeros. Se le había asignado una habitación en
Churchill Downs para el Derby, pero en realidad vivía en una
magnífica mansión próxima al hipódromo. Tenía un coche Morgan de
color rojo y una hermosa mujer, una distinta después de cada
carrera. Cuando empezó a conocer a Devon, había incluso intentado
flirtear con ella, pese a que procuraba no sobrepasar el límite de
lo estrictamente comercial.
–¡Ah!, señora Alexander, qué guapa está hoy -dijo
McClintock.
Devon lo miró con una sonrisa radiante. Los jinetes, con esos
gigantescos egos metidos en enjutos cuerpos, le divertían. Pero
debía admitir que McClintock era atractivo. Su sonrisa y sus
ojos danzarines siempre se iluminaban
cuando la veía.
Devon se acercó hasta una silla de madera y se sentó. Rick se
sentó en una silla que no hacía juego con la primera. Los muebles
de estas casas solían ser rústicos.
–Bien. – Devon fue directa al grano, sin tener en cuenta lo
que sucedía a su alrededor-. ¿Nos queda algo por repasar? – Desde
el Blue Grass Stakes, había contratado a McClintock como jinete de
Firefly. El no había trabajado para
Willowbrook, así que no había conocido a la potranca hasta el Blue
Grass Stakes. Pero ahora la conocía tan bien como Jeremiah o la
propia Devon.
–Ha reaccionado bien con las orejeras puestas -comentó Rick-,
Ha sido una gran idea. Por lo demás, se hará todo como usted dijo.
La estrategia con Firefly es empezar a toda
velocidad y mantenerla así.
–Bueno, pues supongo que no haya nada más que decir -dijo
Devon encogiéndose de hombros y sonriendo-, excepto desearnos buena
suerte.
Extendieron sus manos al mismo tiempo para darse un fuerte
apretón.
–Esté lista para el círculo de ganadores, señora Alexander.
Yo ya lo estoy -dijo McClintock con una sonrisa.
Ella lo estaba. ¡Oh!, sí, lo estaba.
Devon sintió que las lágrimas brotaban de sus ojos cuando la
multitud empezó a cantar Mi viejo hogar de
Kentucky, una tradición del Derby. Estaba sobrecogida por la
emoción, no tanto por la canción como por el propio
acontecimiento.
Devon estaba tan nerviosa que no podía ni hablar. Miró con
sus binoculares hacia Firefly, que era
llevada hacia la línea de salida. Fearless
Leader ya estaba allí. A ambos les habían asignado ya
anteriormente sus posiciones.
–Todo irá bien -la tranquilizó Sydney. Pero Sydney no sabía
todo lo que estaba en juego. Nadie lo sabía, excepto
John.
Antes de lo previsto por Devon, se oyó la señal de salida y
Firefly, tal como había sucedido en el Blue
Grass Stakes, fue la primera en salir.
–La potranca Firefly va por delante,
seguida de Battering Ram, Snowball, Sensation,
One for the Money, Young Turk y Boisterous. Fearless Leader
llega corriendo desde atrás, se recupera y adelanta a Starlight y a Henry Boy's,
así como a Motherlode y a Lollapalooza -se oyó por el
altavoz.
Devon se levantó y se inclinó hacia delante todo lo que pudo,
con sus binoculares pegados a Firefly.
Focalizó su vista en McClintock, que parecía muy concentrado.
¡Firefly no corría aún a toda velocidad!
Devon se sentía muy orgullosa de ella.
–McClintock está intentando desafiar a One for the Money, intentando mantener a Firefly en cabeza. Fearless
Leader está en la parte interior de la lista y adelanta a
One for the Money. Firefly, Sensation y
Fearles Leader están nariz con nariz, con
los demás caballos detrás. Henry Boy's
intenta avanzar. Fearless Leader adelanta
ahora a One for the Money, pero Firefly sigue en cabeza.
Devon vio que McClintock se acercaba al cuello de Firefly y la fustigaba. Ella corrió como una furia.
McClintock la llevó hacia el interior de la pista. Devon contuvo la
respiración. La pista era más cerrada por el interior, pero más
corta. Había más peligro, pero sería la mejor posición en el campo
si estaba bien montada.
Al parecer, las orejeras funcionaban bien. Firefly no miraba ni hacia la derecha ni hacia la
izquierda, a pesar de que Fearless Leader
estaba a su lado.
-Fearless Leader pierde terreno y es
adelantado por One for the Money. Firefly
sigue en cabeza -se oyó por el altavoz.
El gris One for the Money había
avanzado entre Fearless Leader y Firefly. Empujaba hacia delante. Slim Bocaso, el
jockey de Fearless
Leader, defendió la maniobra.
–Bocaso lucha desde atrás, pero se ve alcanzado por Sensation. One for the Money rompe el grupo y
presiona y Firefly, pero la potranca sigue
liderando. ¡No se rinde! ¡Parece que va a establecer un nuevo
récord!
Firefly estaba galopando, galopando
con todas sus fuerzas; Devon podía ver que sus venas sobresalían de
su cuello. Cabalgaba tan rápida como el rayo. Su cola era como una
línea horizontal.
De pronto, un grito de horror sacudió a la
multitud.
–¿Qué ocurre? Firefly está cayendo!
¡Ha chocado y McClintock no la puede sostener! ¡McClintock se ha
caído! Sensation le ha golpeado. ¡Han
chocado y Sensation cae sobre McClintock! –
Las palabras surgieron del altavoz como un
torrente.
–¡Dios mío! – gritó Devon. Empujó a sus amigos y salió
corriendo del palco, saltando por encima de la gente y de los
bolsos hasta alcanzar el campo.
A cierta distancia, Devon oyó:
–Y One for the Money gana la carrera
con Fearless Leader en segundo lugar y
Young Turk en el tercer puesto. Firefly no se puede levantar. Sensation se levanta ahora. Está renqueando, pero no
parecer haberse roto la pata. McClintock sigue aún en el suelo,
pero se está moviendo. Ahora se levanta. ¡Se está acercando a
Firefly! Firefly sigue
inmóvil.
Como en una especie de pesadilla, Devon vio que una
ambulancia blanca atravesaba la multitud hacia la pista; el sonido
de la sirena era como una premonición del desastre que le esperaba
en la pista.
El veterinario estaba junto a Firefly. Estaba inclinado sobre ella, con el
estetoscopio en el pecho. Devon corrió con todas sus fuerzas; era
una pequeña figura de color rojo y negro.
–Señora, lo siento, no puede llegar hasta allí. – Un brazo la
detuvo. Se lo sacudió como si fuera una mosca.
Fríos sudores corrían por la espalda de Devon. Estaba
completamente mojada. Sus medias de seda estaban hechas jirones y
se había herido las piernas al golpearse con la gente y los
objetos. Se quitó los zapatos porque los tacones se hundían en el
barro y la obligaban a detenerse. La brisa hizo que su sombrero
saliera volando. Durante un momento, flotó en el aire como un
augurio de angustia.
-Firefly, Firefly, Firefly -repetía
Devon en voz alta como en una letanía-. Por favor, Dios. ¡Por
favor, Dios! Haz que esté bien -rogaba.
Ya casi había llegado. Dos hombres vestidos con bata blanca
le estaban pidiendo a McClintock que se tumbara en la camilla. Se
había roto el uniforme escarlata y negro; su sangre se mezclaba con
los colores. Se lo llevaron en el mismo momento en que Devon llegó
a la pista.
Devon vio que varias personas rodeaban a la potranca.
Abriéndose paso, se arrodilló en el suelo junto a
ella.
-¡Firefly! -gritó Devon. Los hermosos
ojos marrones de la potranca la miraron sin
reconocerla.
–Lo siento, señora Alexander -dijo el hombre vestido de negro
guardando su estetoscopio en la maleta-. Me temo
que…
–¡No! – gritó Devon.
–Un ataque al corazón, señora -insistió amablemente. Se
levantó y ayudó a Devon a levantarse. La quería llevar a otro lado,
lejos de Firefly.
Devon se negó. Extendió un brazo para
tocarla.
–Sólo quiero tocarla.
–No creo que… -empezó a decir el hombre de
negro.
–¡Al diablo! Tiene que darle su último adiós. – La voz de
Willy echó al veterinario.
Devon acercó su mano al cuello de la
potranca.
Willy se arrodilló a su lado.
–Le dio todo lo que tenía. Ha hecho una buena carrera. Habría
ganado -dijo él.
–Me dio su corazón. ¡Tenía tanto corazón! – Devon apoyó la
cabeza en la camisa de Willy y lloró. Su brazo la rodeó y la palmeó
suavemente para tranquilizarla.
–Tenía corazón -afirmó Willy-. Y éste es el mejor cumplido
que se le puede hacer a un caballo de carreras: tenía
corazón.