Capítulo 26


–¿No puedes dormir? – preguntó John a Devon quien, por quinta vez esa noche, le había despertado tosiendo y moviéndose.


–No hay manera -suspiró Devon en la oscuridad-. Son casi las cuatro y media. Pronto tengo que estar en la pista.

John se dio la vuelta hacia su esposa y bostezó.

–Creo que esta noche no he dormido más de dos horas.

–Lo siento -dijo Devon dándole una suave palmada en el hombro-. Voy a levantarme. Tal vez puedas volver a dormir.

–Lo intentaré -murmuró John cerrando los ojos y tapándose la cabeza con la sábana.

Devon se deslizó fuera de la cama y se puso la bata. Como la ventana estaba abierta, sintió que la fría mañana la hacía temblar.

Como siempre, Devon se puso unos pantalones de montar y una camisa de algodón. Por la tarde, se tomaría una hora libre para volver a casa de los Lyle y cambiarse para el Derby. Se peinó, haciéndose una cola de caballo con un lazo de algodón. Se acercó a la cocina donde Alice le había dejado algunas galletas de la cena de la noche anterior. A Devon no le importó que estuvieran duras. Estaba tan nerviosa que no tenía apetito; comía tan sólo porque sabía que no tendría otra oportunidad de hacerlo durante todo el horrible día que se avecinaba.

Apenas era consciente de que iba conduciendo el coche hacia Churchill Downs. De que devolvía los saludos que recibía en la púrpura oscuridad mientras se dirigía al establo de Firefly.

Firefly resopló cuando la vio.

–Estás aquí, corazoncito -murmuró Devon acariciando a la potranca.

Jeremiah apareció de algún lado.

–¿Nerviosa, señorita Devon?

–No he podido pegar ojo -dijo con una sonrisa.

–Tampoco Firefly. Presiente que algo pasa. Ha estado nerviosa.

Devon, automáticamente, miró el pesebre en el que se le había dejado la comida. Observó que Firefly se lo había comido todo y sintió cierto alivio. Al entrar en el establo, constató que el mozo había puesto paja en los bordes; de este modo, Firefly no se lastimaría si sus nervios la hacían patear a su alrededor. Ella misma había indicado al mozo que lo hiciera.

–¿Todo va bien? – dijo Devon al entrenador.

–Bien, señora -contestó él con una voz que la tranquilizó.

Devon se inclinó y examinó las patas de Firefly. Luego, tomándose su tiempo, observó el cuerpo de la potranca desde la nariz hasta la cola. Cuando hubo terminado, se dirigió a Jeremiah.

–Esta mañana hará sólo algunos ejercicios. Muy pocos. Quiero que guarde su energía para la tarde.

Jeremiah asintió e indicó al mozo que pusiera la montura a Firefly.

Devon sintió una sensación de irrealidad al caminar detrás de su caballo. ¿Estaba preparando su propia entrada en el Derby de Kentucky? Hacía apenas un año, sabía muy poco de las carreras; ahora, estaba arriesgando su caballo más valioso, Fearless Leader, y una gran cantidad de dinero convencida de que Firefly podía ganar. ¿Cómo pudo haber pensado que sabía más que Willy? ¡Oh!, había sido una tonta. ¡John y Willy tenían razón!

El curso de sus pensamientos fue interrumpido por el resoplido de Firefly. La potranca alzó la cabeza y resopló, sacudiendo la brisa mañanera. ¡Qué espléndida era!, pensó Devon. El poder de sus músculos, su joven y atlético cuerpo… Nunca había estado lesionada, nunca había estado enferma, lo cual resultaba extraordinario en un caballo de carreras. ¡Ganaría! ¡John y Willy estaban equivocados!

Desde su pelea, hacía algunas semanas, él se había quedado en Nueva York y no había regresado hasta que faltaban dos días para el Derby. Claro, la había llamado fielmente todos los días. Además, la había felicitado por sus exitosas negociaciones con Willy y había aceptado su agradecimiento por el regalo de Willowbrook.

–Cariño, en el fondo sabes que Willowbrook debía ser tuyo. Siempre, no importa lo que pase -había dicho él.

–¿Qué quieres decir? – preguntó Devon alarmada.

–No quiero decir nada -dijo él suavemente-, sólo que Willowbrook es tuyo y que es así como deber ser. Fin de la discusión.

De todos modos, John se había comportado como un esposo amante y generoso. Sin embargo, Devon sabía que no la había perdonado por… ¿por qué? ¿Por insistir en que Firefly debía correr el Derby? ¿Por desobedecer a Willy? ¿Por qué estas cosas molestaban a su marido hasta el punto de que parecía haber perdido todo deseo por su compañía? ¿Y por qué no le había hecho el amor cuando se había vuelto a reunir con ella en Kentucky? ¡Habían estado separados por lo menos durante tres semanas!

En una de sus llamadas telefónicas, ella le había preguntado si seguía enfadado con ella.

–¿Enfadado? – Se rió-. ¿Te habría regalado la operación de los caballos y una caballeriza de 100 acres si estuviera enfadado?

Sí, se dijo ella en silencio. Por orgullo. Porque me enfrenté a ti y no retrocedí. Pero ¿cómo podía decir estas cosas en voz alta? No harían más que aumentar la grieta entre ellos.

En lugar de enfrentarse a él, Devon se había mostrado contenta y afectuosa. Sus conversaciones no eran más que charlas cortas. En la superficie, todo parecía perfecto.

Devon pensó que, tal vez si Firefly ganaba, él se pondría tan contento que las cosas volverían a la normalidad. O quizá si Firefly pierde las cosas podrían ir aún mejor, dijo una voz maliciosa en su interior. Devon sacudió la cabeza como queriendo expulsar de sí los malos pensamientos.

Miró el cielo nocturno, ahora con estrías rosadas a la altura del horizonte. Devon se dio prisa para alcanzar a Jeremiah y le dijo:

–Acabemos antes de que amanezca.

Muchos entrenadores intentaban evitar que sus competidores pudiesen observar determinados ejercicios. Devon era de esta opinión. No quería dar pistas a sus rivales sobre las posibilidades de Firefly. Ya la habían podido ver en las carreras anteriores. El entrenador que tomaba el tiempo se sentaba en las gradas para ver los ejercicios de la mañana. Los resultados que obtenía aparecían diariamente en el programa. El tiempo más rápido aparecía impreso en negrita en la biblia de los apostadores, y se tenía muy en cuenta. Devon intentaba evitar esta publicidad ejercitando sus caballos antes de que hubiera amanecido. Pero esto no siempre era posible, ya que el entrenador debía tomar el tiempo de todos los caballos que participaban en la carrera.

Una vez terminado el entrenamiento de Firefly, el mozo se la llevó; Jeremiah pidió al mozo de la caballeriza que le diera un baño y la cepillara. Sin embargo, el propio Jeremiah comprobaría esta operación. Quería que Firefly brillara, literal y metafóricamente.

De pronto, Devon se dio cuenta de que no tenía nada que hacer. Se preguntó qué estaría haciendo Willy. Desde el establo de Firefly no se podía ver el de Fearless Leader, puesto que los potrillos estaban alojados en una sección distinta. Habiendo palmeado a Firefly, Devon se dirigió hacia la otra sección del establo, hacia el pesebre de Fearless Leader.

Observó que también éste había comido, que lo habían ejercitado y bañado, y que estaba ya descansando. Miró los magníficos ojos marrones del caballo y se acercó a acariciarle el cuello.

–Espero no perderte -le susurró al oído.

–¿Despidiéndose? – Una voz detrás de ella hizo que se girase rápidamente.

Willy estaba sonriente. Nunca le había gastado una broma, a pesar de que su actitud hacia ella había cambiado desde que se había convertido en dueña de Willowbrook.

–Está usted muy seguro de sí mismo -señaló Devon.

–Es la única manera de estar -gruñó él-. ¿No lo está también usted?

Willy volvió a mirar a Devon. Ella no recordaba que jamás le hubiera preguntado cómo estaba.

–No lo sé -respondió Devon sinceramente-. Creo que estoy nerviosa.

–Es natural -dijo Willy acercándose a Fearless Leader y masajeando sus músculos.

Devon observó la manera gentil con que ese hombre rudo trataba al caballo. Diga lo que diga, les tiene afecto, pensó Devon.

–¿No está nervioso? – preguntó ella sin esperar una respuesta afirmativa. Estaba segura de que Willy nunca admitiría semejante emoción.

–No -dijo él mirando hacia otro lado.

–Usted pone mucho en juego en esta carrera.

–Es cierto. Pero no tengo nada que perder. Usted sí.

–Ya lo sé -murmuró Devon de forma algo brusca. Se sorprendió al darse cuenta de que ambos sonreían. ¡Willy estaba sonriendo!

Como si le hubieran pillado haciendo algo malo, Willy se apartó de Devon y borró su sonrisa.

Devon pensó que se sentía incómodo por haberse dado cuenta de que ella mostraba una actitud agradable.

–Willy… -Devon vaciló. Estaba intentando entender la expresión de Willy bajo la gorra de los Dodgers, pero ésta estaba en la sombra-. ¿Le resultaría muy grave perder? Quiero decir, ¿buscará otro puesto el año próximo?

Willy permaneció en silencio por un momento.

–No lo sé. Ya veremos cómo funciona todo en Willowbrook.

–Quiere usted decir cómo le va conmigo.

–Llámelo como quiera -murmuró él.

–Supongo que siempre ha soñado con tener una caballeriza propia -dijo Devon.

–Me gustaría mucho -contestó él.

–Bien…, buena suerte. – Devon le tendió la mano.

–Sí, a usted también -dijo él estrechándole la mano con firmeza.

Devon se giró dispuesta a marcharse.

–Señora Alexander… -Devon volvió a girarse sorprendida. Willy jamás se había dirigido a ella por su nombre-. Estoy seguro de que hoy podrá sentirse orgullosa de Firefly.

–Lo sé -dijo ella sonriendo a Willy-, pero gracias por decírmelo.

Devon condujo el coche de vuelta a casa para cambiarse, sintiéndose algo menos nerviosa que antes de su conversación con Willy. Sus palabras tranquilizadoras habían significado para ella mucho más de lo que quería admitir. Después de todo, se recordó a sí misma, conoce un buen caballo nada más verlo. ¿Por qué no me iba a sentir bien por sus palabras? Pero sabía que lo que la tranquilizaba era algo más que la experiencia que él tenía con los caballos. En sus palabras había quedado también implícito que confiaba en ella. ¿Por qué no iba él a respetar su capacidad? Es uno de los mejores preparadores del mundo, y él me ha enseñado. Pataleando y gritando todo el tiempo, pero me ha enseñado.

Devon volvió a la casa y encontró a John desayunando en el patio.

–¿Cómo va todo? – preguntó John alzando los ojos del periódico.

–Creo que bien -contestó Devon besándole en la cabeza.

–¿Quieres algo? – preguntó John señalando la panceta de su plato.

–Soy incapaz de comer -dijo Devon con una sonrisa nerviosa-. Creo que tomaré un baño caliente y luego me vestiré.

–Deberías comer algo -dijo John volviendo a su lectura.

Devon se detuvo por unos segundos a mirarle. Estaba vestido con ropa de tenis y su piel bronceada contrastaba con la tela de lino blanco; estaba muy atractivo. Se preguntaba cuántas mujeres habían sentido envidia por el hecho de que ella se hubiese casado con él; y cuántas flirteaban con él, mientras ella debía permanecer a cientos de kilómetros de distancia.

A partir de hoy, se dijo. A partir de hoy le había prometido pasar el verano con él. Se preguntaba si él recordaría la promesa, si le importaba que ella la cumpliera. A veces, parecían ser dos extraños.

Si Firefly ganaba el Derby, Devon la haría correr en Preakness y en Belmont Stakes en un intento de conseguir el premio más difícil: la Triple Corona. Pero sabía que, por más que desease entrenar a Firefly, debería delegar en Willy; su matrimonio dependía de ello.

–Cariño -murmuró ella.

John no levantó la vista.

–¿Mmmm?

–Te quiero, John -dijo Devon con una vehemencia en la voz que transmitía sus preocupaciones.

Él alzó los ojos, sonrió rápidamente y dijo:

–Yo también te quiero, cariño. – Bajó los ojos y siguió leyendo.

–No, quiero decir…

John volvió a mirarla con un gesto amable.

Devon no sabía qué decir. Quizás estaba dando rienda suelta a su imaginación. Parecía tonta.

–Quiero decir que me muero de ganas de pasar el verano contigo, los dos solos, relajándonos y divirtiéndonos.

–Será maravilloso -afirmó John volviendo a leer el periódico.

Devon suspiró y entró en la casa. Después del baño, se maquilló cuidadosamente y empezó a vestirse con un atractivo conjunto que había elegido para el Derby. Usaba los mismos colores escarlata y negro de los uniformes de su caballeriza. El vestido era de seda negra con pliegues que comenzaban a la altura de la cintura y caían hasta la cadera. Los pliegues eran de color escarlata brillante, de modo que sus movimientos hacían que la falda se abriera en una danza de escarlata y negro. Por encima de la cintura, el corpiño del vestido era también de seda negra, pero sus largas mangas llevaban pliegues iguales a los de la falda. Lucía un sombrero de paja rojo rodeado de un lazo negro. Se había puesto unos zapatos abiertos por el tobillo y con tacones de leopardo rojo que le habían hecho a mano en Nueva York. Se puso unos guantes rojos de la más fina cabritilla.

John terminó de vestirse al mismo tiempo que ella, aunque había empezado 45 minutos más tarde.

–Tienes un aspecto maravilloso -dijo John con verdadera admiración en la voz-. Vas a ser la mujer más hermosa.


John había volado hasta Kentucky, pero había dado instrucciones a su chófer para que le llevara allí su coche. El largo y negro Rolls-Royce brillaba desde el capó hasta el maletero y les transportaba hasta Churchill Downs con gran ostentación. En cuanto John y Devon se sentaron en el palco, el chófer de John llegó del coche con una botella de champán metida en una cubeta de hielo y la colocó junto a John. Llevó también una bandeja de plata con canapés de paté y trozos de pan francés, caviar, crema, cebolla frita y una enorme fuente de langostinos.

John cogió un trozo de pan, lo untó con caviar y se lo ofreció a Devon.

–No, gracias. – Se sentó en su silla durante unos minutos, saludando a sus amigos de los demás palcos. Incapaz de permanecer sentada por más tiempo, se levantó de golpe-. Tengo que ir a ver a McClintock.

–Pero si faltan horas para la carrera -protestó John.

–Ya lo sé -dijo Devon con una tímida sonrisa-, pero estoy demasiado nerviosa para quedarme aquí sentada.

–Deja que el pobre hombre se cambie tranquilamente -dijo John llenando una copa de champán-. Toma. Siéntate y bebe. – La empujó para que volviese a sentarse en su silla.

Devon tomó un sorbo y gozó de la fresca sensación de las burbujas en su lengua.

–Está delicioso -dijo ella.

John colocó la mano sobre las suyas. Devon agradeció este contacto. Hacía que se sintiese mejor. Apretó la mano de John.

–¡Ah!, ahí están Sydney y Bart. – John llamó a la pareja que se aproximó a ellos despacio; su paso era interrumpido por saludos y besos de amigos y conocidos. Cuando llegaron al palco, Sydney y Bart estaban acompañados por otros seis amigos de los Alexander.

Devon abrazó a Sydney y dio un beso a Bart. Le alegraba volver a ver a Sydney. En cuanto a Bart, era otra cuestión. Devon admitía que era una maravillosa compañía en las fiestas. Las mujeres pensaban que era atractivo, con su cabello castaño y sus profundos ojos negros. Al principio, a Devon le había caído bien. Pero Bart tenía un lado oscuro que hacía que Devon desconfiara de él. Parecía disfrutar hiriendo a sus amigos con sus comentarios. Muchos de éstos parecían perfectamente calculados para molestar a sus oyentes. Nunca era directo.

–Estás muy guapa, Sydney. Ese vestido realza tu delgada figura -le solía decir Bart a su esposa.

Sydney se lo agradecía sin dejar de mirar a sus compañeros de sala. ¿Temía estar un poco gorda o simplemente le preocupaba que los demás se hubieran dado cuenta del comentario sarcástico?

Siempre que Bart hacía este comentario, Devon salía en defensa de su amiga.

–Es precioso, Sydney, pero estás demasiado delgada para tener que preocuparte de si te hace parecer más delgada o no.

–John, viejo -dijo Bart en voz alta. Devon pensó que Bart siempre parecía respetar a John. Nunca era blanco de sus comentarios-. Te echamos de menos la última noche -dijo Bart mirando a Devon.

–Fue una cena maravillosa, Sydney -dijo John haciendo un cumplido a la esposa de su amigo.

–Estoy seguro de que para ti lo fue -dijo Bart a John-. Con la hermosa Bebe admirando cada palabra que decías. – Miró a Devon-. Deberías cuidar de tu esposo, querida -dijo palmeándole la mano.

Forzando una sonrisa, Devon le contestó con tono natural.

–Al parecer, no lo necesito, pues ya veo que vosotros lo estáis haciendo por mí. – No iba a permitir que su tono manifestase que le había molestado el comentario de Bart.

En lugar de darle la espalda, como habría deseado hacer, se obligó a seguir bromeando y hablando con él.

–Bien, si me lo permitís, debo ir a hacer algunas comprobaciones.

–¡Ah, la entrenadora amazona!

Bart observó a John mientras lo decía. John se limitó a responder:

–Date prisa, cariño.

Mientras Devon se dirigía a los establos, daba vueltas al comentario que había hecho Bart al respecto de John. Si lo hubiese dicho otra persona, lo habría tomado más en serio, pero sabía que Bart disfrutaba observando los efectos que sus palabras tenían sobre ella; decidió no darle más vueltas. Probablemente John le había confiado a su amigo que le molestaban las largas ausencias de ella. De modo que Bart se limitaba a destacar el punto débil de la relación entre ella y John.

Devon llegó al establo de Firefly y la acarició durante unos momentos. Habría querido darle una zanahoria, pero faltaba poco para la carrera. La mayoría de los entrenadores creía que los caballos corrían mejor con el estómago vacío. Devon había ordenado que esa mañana las raciones de Firefly fueran reducidas en un veinte por ciento.

–¿Estás hambrienta, corazoncito? – murmuró besando a la potranca en la nariz. La rodeó con sus brazos y Firefly empujó gentilmente su hombro, tirando el sombrero al suelo. Devon lo dejó en el suelo mientras demostraba su devoción por el caballo. Ni siquiera le importó que la potranca dejara dos marcas húmedas en su vestido.

Se inclinó para recoger el sombrero y se dirigió a la caseta blanca en la que estaban los trabajadores. Los mejores jinetes no se alojaban en el lugar. Muchos ganaban gran cantidad de dinero, así que tenían casas propias muy confortables. Otros trabajaban a jornada completa para un dueño y podían beneficiarse de casa gratis en uno de los estados más famosos de la nación. Rick McClintock era uno de los primeros. Se le había asignado una habitación en Churchill Downs para el Derby, pero en realidad vivía en una magnífica mansión próxima al hipódromo. Tenía un coche Morgan de color rojo y una hermosa mujer, una distinta después de cada carrera. Cuando empezó a conocer a Devon, había incluso intentado flirtear con ella, pese a que procuraba no sobrepasar el límite de lo estrictamente comercial.

–¡Ah!, señora Alexander, qué guapa está hoy -dijo McClintock.

Devon lo miró con una sonrisa radiante. Los jinetes, con esos gigantescos egos metidos en enjutos cuerpos, le divertían. Pero debía admitir que McClintock era atractivo. Su sonrisa y sus ojos danzarines siempre se iluminaban cuando la veía.

Devon se acercó hasta una silla de madera y se sentó. Rick se sentó en una silla que no hacía juego con la primera. Los muebles de estas casas solían ser rústicos.

–Bien. – Devon fue directa al grano, sin tener en cuenta lo que sucedía a su alrededor-. ¿Nos queda algo por repasar? – Desde el Blue Grass Stakes, había contratado a McClintock como jinete de Firefly. El no había trabajado para Willowbrook, así que no había conocido a la potranca hasta el Blue Grass Stakes. Pero ahora la conocía tan bien como Jeremiah o la propia Devon.

–Ha reaccionado bien con las orejeras puestas -comentó Rick-, Ha sido una gran idea. Por lo demás, se hará todo como usted dijo. La estrategia con Firefly es empezar a toda velocidad y mantenerla así.

–Bueno, pues supongo que no haya nada más que decir -dijo Devon encogiéndose de hombros y sonriendo-, excepto desearnos buena suerte.

Extendieron sus manos al mismo tiempo para darse un fuerte apretón.

–Esté lista para el círculo de ganadores, señora Alexander. Yo ya lo estoy -dijo McClintock con una sonrisa.

Ella lo estaba. ¡Oh!, sí, lo estaba.


Devon sintió que las lágrimas brotaban de sus ojos cuando la multitud empezó a cantar Mi viejo hogar de Kentucky, una tradición del Derby. Estaba sobrecogida por la emoción, no tanto por la canción como por el propio acontecimiento.

Devon estaba tan nerviosa que no podía ni hablar. Miró con sus binoculares hacia Firefly, que era llevada hacia la línea de salida. Fearless Leader ya estaba allí. A ambos les habían asignado ya anteriormente sus posiciones.

–Todo irá bien -la tranquilizó Sydney. Pero Sydney no sabía todo lo que estaba en juego. Nadie lo sabía, excepto John.

Antes de lo previsto por Devon, se oyó la señal de salida y Firefly, tal como había sucedido en el Blue Grass Stakes, fue la primera en salir.

–La potranca Firefly va por delante, seguida de Battering Ram, Snowball, Sensation, One for the Money, Young Turk y Boisterous. Fearless Leader llega corriendo desde atrás, se recupera y adelanta a Starlight y a Henry Boy's, así como a Motherlode y a Lollapalooza -se oyó por el altavoz.

Devon se levantó y se inclinó hacia delante todo lo que pudo, con sus binoculares pegados a Firefly. Focalizó su vista en McClintock, que parecía muy concentrado. ¡Firefly no corría aún a toda velocidad! Devon se sentía muy orgullosa de ella.

–McClintock está intentando desafiar a One for the Money, intentando mantener a Firefly en cabeza. Fearless Leader está en la parte interior de la lista y adelanta a One for the Money. Firefly, Sensation y Fearles Leader están nariz con nariz, con los demás caballos detrás. Henry Boy's intenta avanzar. Fearless Leader adelanta ahora a One for the Money, pero Firefly sigue en cabeza.

Devon vio que McClintock se acercaba al cuello de Firefly y la fustigaba. Ella corrió como una furia. McClintock la llevó hacia el interior de la pista. Devon contuvo la respiración. La pista era más cerrada por el interior, pero más corta. Había más peligro, pero sería la mejor posición en el campo si estaba bien montada.

Al parecer, las orejeras funcionaban bien. Firefly no miraba ni hacia la derecha ni hacia la izquierda, a pesar de que Fearless Leader estaba a su lado.

-Fearless Leader pierde terreno y es adelantado por One for the Money. Firefly sigue en cabeza -se oyó por el altavoz.

El gris One for the Money había avanzado entre Fearless Leader y Firefly. Empujaba hacia delante. Slim Bocaso, el jockey de Fearless Leader, defendió la maniobra.

–Bocaso lucha desde atrás, pero se ve alcanzado por Sensation. One for the Money rompe el grupo y presiona y Firefly, pero la potranca sigue liderando. ¡No se rinde! ¡Parece que va a establecer un nuevo récord!

Firefly estaba galopando, galopando con todas sus fuerzas; Devon podía ver que sus venas sobresalían de su cuello. Cabalgaba tan rápida como el rayo. Su cola era como una línea horizontal.

De pronto, un grito de horror sacudió a la multitud.

–¿Qué ocurre? Firefly está cayendo! ¡Ha chocado y McClintock no la puede sostener! ¡McClintock se ha caído! Sensation le ha golpeado. ¡Han chocado y Sensation cae sobre McClintock! – Las palabras surgieron del altavoz como un torrente.

–¡Dios mío! – gritó Devon. Empujó a sus amigos y salió corriendo del palco, saltando por encima de la gente y de los bolsos hasta alcanzar el campo.

A cierta distancia, Devon oyó:

–Y One for the Money gana la carrera con Fearless Leader en segundo lugar y Young Turk en el tercer puesto. Firefly no se puede levantar. Sensation se levanta ahora. Está renqueando, pero no parecer haberse roto la pata. McClintock sigue aún en el suelo, pero se está moviendo. Ahora se levanta. ¡Se está acercando a Firefly! Firefly sigue inmóvil.

Como en una especie de pesadilla, Devon vio que una ambulancia blanca atravesaba la multitud hacia la pista; el sonido de la sirena era como una premonición del desastre que le esperaba en la pista.

El veterinario estaba junto a Firefly. Estaba inclinado sobre ella, con el estetoscopio en el pecho. Devon corrió con todas sus fuerzas; era una pequeña figura de color rojo y negro.

–Señora, lo siento, no puede llegar hasta allí. – Un brazo la detuvo. Se lo sacudió como si fuera una mosca.

Fríos sudores corrían por la espalda de Devon. Estaba completamente mojada. Sus medias de seda estaban hechas jirones y se había herido las piernas al golpearse con la gente y los objetos. Se quitó los zapatos porque los tacones se hundían en el barro y la obligaban a detenerse. La brisa hizo que su sombrero saliera volando. Durante un momento, flotó en el aire como un augurio de angustia.

-Firefly, Firefly, Firefly -repetía Devon en voz alta como en una letanía-. Por favor, Dios. ¡Por favor, Dios! Haz que esté bien -rogaba.

Ya casi había llegado. Dos hombres vestidos con bata blanca le estaban pidiendo a McClintock que se tumbara en la camilla. Se había roto el uniforme escarlata y negro; su sangre se mezclaba con los colores. Se lo llevaron en el mismo momento en que Devon llegó a la pista.

Devon vio que varias personas rodeaban a la potranca. Abriéndose paso, se arrodilló en el suelo junto a ella.

-¡Firefly! -gritó Devon. Los hermosos ojos marrones de la potranca la miraron sin reconocerla.

–Lo siento, señora Alexander -dijo el hombre vestido de negro guardando su estetoscopio en la maleta-. Me temo que…

–¡No! – gritó Devon.

–Un ataque al corazón, señora -insistió amablemente. Se levantó y ayudó a Devon a levantarse. La quería llevar a otro lado, lejos de Firefly.

Devon se negó. Extendió un brazo para tocarla.

–Sólo quiero tocarla.

–No creo que… -empezó a decir el hombre de negro.

–¡Al diablo! Tiene que darle su último adiós. – La voz de Willy echó al veterinario.

Devon acercó su mano al cuello de la potranca.

Willy se arrodilló a su lado.

–Le dio todo lo que tenía. Ha hecho una buena carrera. Habría ganado -dijo él.

–Me dio su corazón. ¡Tenía tanto corazón! – Devon apoyó la cabeza en la camisa de Willy y lloró. Su brazo la rodeó y la palmeó suavemente para tranquilizarla.

–Tenía corazón -afirmó Willy-. Y éste es el mejor cumplido que se le puede hacer a un caballo de carreras: tenía corazón.