Capítulo 9


A Grace Richmond Des Rochers no le resultaba nada apropiado su nombre. La hermana mayor de Devon no poseía la tranquila serenidad que implicaba su nombre. Era totalmente teatral y juguetona. Se requería cierta calma para estar con ella, ya que su conversación era ininterrumpida y llena de un continuo torrente de frases ingeniosas que a una persona no atenta se le podían escapar. En efecto, muchos habían advertido a su esposo, Philip, que era demasiado charlatana para ser la mujer de un diplomático. Pero había dedicado su talento con las palabras a aprender rápidamente las lenguas de los países a los que su marido era destinado y había podido demostrar que su habilidad para conversar con cualquiera, de cualquier tema, era después de todo una gran ventaja.


Devon y Grace eran muy buenas amigas, se mantenían siempre en contacto y se enviaban cartas íntimas. Ambas se echaban de menos y sufrían porque la carrera del marido de Grace hacía que sus visitas fueran poco frecuentes; sin embargo, ambas sabían que la vida del viaje constante y las nuevas caras eran lo que más le convenía.

En cuanto Grace supo que su hermana había sufrido un accidente, cogió un tren desde París, cruzó el Atlántico en avión y, tras otro viaje en tren, llegó a Evergreen como un torbellino.

Después de abrazar a sus padres y preguntarles cómo se encontraban, Grace pidió permiso para ir a ver a su hermana. Los Richmond estaban encantados de que ambas hermanas se reuniesen, seguros de que la presencia de Grace resultaría estimulante para la convaleciente. No obstante, esta visita les preocupaba, ya que, dos días antes, la de Helena había agotado a Devon. Parecía estar triste desde entonces. Pero cuando le preguntaban si se encontraba bien, insistía en que sí. El doctor Hickock les tranquilizó diciéndoles que sus heridas se estaban curando más rápidamente de lo que él había supuesto, pero también notó su callada distracción. La atribuyó al hecho de estar postrada en cama durante tantos días y, contento de la mejoría física de Devon, no volvió a pensar en el asunto.

–No le hemos dicho que venías -dijo Laurel en un murmullo conspiratorio mientras acompañaba a Grace por la amplia escalera que daba al segundo piso-. Queríamos que fuera una sorpresa. – Su voz parecía un canto alegre. Estaba entusiasmada de tener a su hija mayor en casa y estaba segura de que su visita beneficiaría a Devon.

–Muy bien. ¿Me sorprenderé al verla? – preguntó de pronto Grace sin pensar demasiado la pregunta. A ella casi nada podía sorprenderla.

–Bueno… ayer pudimos lavarle el pelo; ha mejorado bastante, pero aún está negra y azul -dijo Laurel.

–No se recupera uno de la noche a la mañana de una caída como la suya -dijo Chase con cierta rudeza.

Grace le miró fijamente. Pese a su apariencia de frivolidad, no se le escapaba detalle. Pensó que su padre tenía mal aspecto; había perdido el confortable aspecto corpulento que desde que ella le recordaba siempre había tenido. Sabía que quería mucho a Devon y comprendió que sin duda se sentía terriblemente angustiado. Decidió que más tarde intentaría liberarle de esa angustia. De momento, quería ver a su hermana.

Grace no se preocupó de llamar a la puerta; sencillamente, entró de golpe en el dormitorio de su hermana, con un vestido parisino de ondulante seda roja similar al de un derviche, un tanto original.

–¡Devon, levántate de la cama de una vez! Ya has logrado tu objetivo. Tienes toda nuestra atención. Ahora vamos a bailar -dijo con un tono de pretendida firmeza.

Devon no podía creer lo que estaba viendo.

–¿Grace? – dijo incrédula.

–La misma -dijo Grace rodeando a su hermana con un cálido abrazo y sentándose en su cama.

–¡Ay! – gritó Devon-, mi costado.

–¡Oh! – Grace saltó de la cama-. ¡Perdón! ¿Estás bien?

–¡Oh, Grace! Estoy tan contenta de verte… Estoy bien. No puedo creer que estés aquí. ¡Es maravilloso! Estás espléndida.

Devon cogió de la mano a su hermana y la llevó hasta el sillón junto a su cama. Con ojo experto, observó el bello corte del vestido rojo y brillante que llevaba. No tenía que preguntar si era un Schiaparelli. Ningún otro diseñador era tan hábil con el color y la seda. La sencillez del diseño evitaba que el color resultase vulgar. Las uñas perfectamente cuidadas de Grace estaban pintadas del mismo color. El conjunto se completaba con una elegante capelina negra con un velo de tul seductoramente colocada hacia un lado, guantes de cabritilla negra y zapatos del mismo color.

–Vaya, pues tú tienes un aspecto horrible -declaró Grace-, aunque debo confesar que no estás tan mal como pensaba.

–Ya me siento mejor. Pero dime, ¿cuándo has llegado? ¿Cuánto tiempo te vas a quedar?

–Todavía no sé cuánto tiempo me quedaré. Depende en parte de ti.

–Si depende de mí, quédate hasta Navidad. ¿No podrían Philip y los niños venir a pasar las vacaciones?

–Es posible. Ya lo pensaremos más tarde. Cuéntame cómo sucedió ese horrible accidente. Me han dicho que fue la estúpida de Helena quien lo provocó.

–¡Oh! Grace, no es tan mala. Lo hizo sin mala intención. De cualquier modo, es una larga historia. Ya te la contaré más tarde.

Al oír el nombre de Helena, una pequeña arruga frunció el entrecejo de Devon. Aún estaba deprimida por la conversación que había mantenido con ella. Reflexionar sobre su vida mientras yacía inmóvil en la cama le había hecho contemplar su futuro con cierta desesperación. Se había dado cuenta de que, con su hermana tan lejos, se sentiría bastante sola en el mundo si algo les ocurría a sus padres. Tenía amigos, por supuesto, pero estaban casi todos casados. Se preguntaba qué iba a ser de su vida. Si se iba a vivir a otro lugar, sin duda se sentiría aún más sola. La perspectiva la asustaba. El miedo era un sentimiento hasta entonces desconocido para ella. Se sentía molesta por estas emociones nuevas.

Grace se quedó desconcertada al observar la silenciosa preocupación de su hermana.

–¿Qué te ocurre? – preguntó estudiando detenidamente el rostro de Devon.

Devon se sobresaltó en cuanto la voz de Grace se escurrió entre sus reflexiones. Había olvidado su presencia. Con la intención de esconder su estado de ánimo, sonrió diciendo:

–No me pasa nada. Estaba pensando en lo mucho que echo de menos el no tenerte aquí y poder hablar contigo.

Grace la miró con cierto escepticismo, pero decidió dejar el asunto de lado.

–Bueno, como sabes, te voy a hablar hasta el cansancio mientras esté aquí. Lo suficiente para compensar todas las veces que no estoy -dijo en tono burlón.

–Grace, cuéntame todo sobre París. ¿Te gusta? ¡Tus cartas dan a entender que llevas una vida espléndida!

–Existe cierto esplendor en la vida parisina, pero llueve muchísimo -dijo Grace riendo-. Tanto como en Londres.

–Pero creo que te gusta más París que Londres -dijo Devon.

–Oh, sí. Me gusta la libertad de París. Me gusta cómo los franceses miran a las mujeres. Me gusta cómo se visten y se comportan las francesas. Me temo que casi he adoptado el modo de ser francés. No sé qué haré si tengo que marcharme de allí -dijo Grace con tono apenado.

–¿Qué quieres decir con eso del modo de ser francés?

–Bueno, tú has estado allí. Las mujeres resultan deseables hasta que son muy mayores. Con los años, me parece que este detalle es muy considerable. Siempre existen rumores escandalosos y jugosos. Aunque los romances no se aceptan totalmente, no se juzgan con demasiada dureza. Aun así, sería capaz de matar a Philip si alguna vez… ya sabes… Pero eso da cierta excitación a las reuniones sociales. Y hay algo más. Muchos de los intelectuales de París son mujeres. Se valora la inteligencia de la mujer. Esto resulta muy estimulante, ¿no crees?

–Sí -dijo Devon con mayor intensidad de la que pretendía-. Suena bastante ideal. Estuve allí como turista, así que supongo que no pasé suficiente tiempo para darme cuenta de cómo funciona esa sociedad.

–¿No te gustaría venir a hacernos una visita? Sabes que estaríamos encantados de tenerte con nosotros.

Con una cálida sonrisa, Grace cogió la mano de Devon entre las suyas y la apretó. Devon también apretó sus manos. Quería mucho a su hermana. ¡Cómo deseaba que Grace viviera más cerca!

–Quizá cuando me sienta más firme sobre mis pies. Por supuesto, tendrán que pasar algunos meses. Sería divertido volver a viajar juntas en barco, ¿verdad? Pero supongo que no podrás quedarte tanto tiempo -dijo Devon desilusionada.

Grace, preocupada por el poco ánimo de su hermana, intentó alegrarla.

–Me quedaré hasta que recuperes el ánimo. Si me voy antes, no podré recordar cómo era la belleza de la familia.

Grace no era tan bella como Devon. A diferencia de la cara angulosa de Devon, la suya era redonda y su color no poseía la expresividad que poseía la de Devon. Devon tenía unos grandes ojos verdes y el cabello color ébano, mientras que los ojos de Grace eran marrones y su cabello era ondulado de un color marrón rojizo. Pero Grace poseía una chispa que atraía mucho a los hombres. Con su forma de vestir y sus gestos teatrales, nunca tuvo ocasión de envidiar la belleza de su hermana. Es más, se sentía orgullosa de ella.

Devon frunció el ceño al oír que mencionaba su aspecto.

–¿Mi belleza? ¿De qué me ha servido hasta ahora? – preguntó lastimosamente.

–¿Qué es eso? ¿Lástima de ti misma? Es la primera vez que te oigo decir algo parecido -dijo Grace cambiando su alegría por seriedad en un segundo, consciente de la depresión que sufría su hermana.

–No es lástima exactamente. Supongo que al llevar tanto tiempo en la cama me estoy volviendo extravagante -dijo Devon, avergonzada de haber sucumbido a esa indigna emoción unos segundos después de la llegada de su hermana.

Pero Grace era simpática y reconfortante. Devon siempre había compartido con ella sus más profundos secretos.

–No sólo te estás volviendo extravagante -dijo Grace con firmeza-. Estoy segura de que algo te pasa, dímelo.

Devon no respondió de inmediato. Le resultaba difícil articular sus emociones. Estaba el miedo… a la soledad, al vacío. Estaba también aquel deseo por John Alexander. Su repentino regreso a Nueva York, el que no hubiese aparecido en la cacería la habían confundido. Le deprimía la idea de no llegar a conocer el amor. También, odiaba admitirlo, se sentía desesperada por sus propios sentimientos. Como si nunca fuera a encontrar a alguien a quien amar. Como si estuviera siendo castigada por haber rechazado las muchas ofertas de casamiento que le habían ofrecido.

–Grace… estoy asustada -dijo Devon con lágrimas que, silenciosamente, empezaban a caer por su rostro herido.

–¿Asustada? ¿De no recuperarte? – dijo Grace confusa.

–No, no es eso -dijo Devon alcanzando un pañuelo y secándose con cuidado las lágrimas.

–Entonces, ¿de qué? ¿Te asusta volver a cabalgar? – A Grace no le cabía en la cabeza esa posibilidad, pero se imaginaba qué otra cosa podía provocar la tristeza de Devon.

–Grace… es otra cosa. Prométeme que no se lo dirás ni a mamá ni a papá.

–Por supuesto, si así lo quieres. – Hizo el gesto de la señal de la cruz, como cuando eran niñas.

–Tengo miedo de no conocer qué significa estar enamorada… de no tener nunca un hombre que me ame.

–¡Devon, eso es ridículo! – explotó Grace, sacudiendo su cuerpo de sorpresa-. ¿Cómo puedes pensar algo así? Has rechazado a muchísimos hombres. Podrías tener al hombre que quisieras.

–No, al que quisiera no -dijo Devon en voz baja, intentando contener las lágrimas. No quería encontrarse con los ojos de su hermana, así que miró hacia abajo, hacia el acolchado, tocándolo con un gesto de nerviosismo.

–¿Estás hablando de alguien en concreto?

Devon sabía que la confesión iba a resultarle penosa, pero necesitaba desahogarse.

–Sí, hablo de alguien en concreto -dijo Devon alzando los ojos para encontrarse con los de Grace-. No sé si estoy enamorada de él. No entiendo qué me ha pasado. Hace sólo unas semanas que le conocí.

–¿Qué estás diciendo? ¿Qué no hay esperanzas con ese hombre? – preguntó Grace adelantando su silla en un intento de mantener la mirada de Devon.

–No lo sé. Pero Grace, no se trata sólo de él. Me asusta la idea de morirme sin haber conocido siquiera… -Devon no pudo terminar su frase; estaba tan avergonzada que no se atrevía a mirar a su hermana.

Grace la miró con simpatía. Entendió a qué se refería su hermana. Grace era una mujer extremadamente sensible que no podía imaginarse la vida sin amor o sin hacer el amor.

–Nunca debes resignarte a no tener… eso -dijo Grace suavemente.

–Pero nunca he estado enamorada. No he querido casarme con ninguno de los hombres a los que he conocido, excepto con éste.

–¿Quién es ese hombre?

–Se llama John Alexander y vive en Nueva York. Estuvo aquí de visita.

Devon continuó explicando a su hermana las circunstancias de su encuentro y el subsiguiente cortejo de él.

–¿Quieres casarte con él?

–¿Cómo es posible? Apenas le conozco. Lo único que sé es que quiero… me hace sentir… -Devon se detuvo, demasiado turbada para describir el deseo físico que él le provocaba.

–Quieres decir que desearías hacer el amor con él tanto si te casas como si no -dijo Grace con cierta brusquedad.

–¡Grace! ¡Cómo puedes decir eso! – exclamó Devon, perturbada porque su hermana había comprendido la idea que ella no era capaz de dominar en su mente.

–No seas mojigata, Devon. Eso se hace continuamente en París. Las mujeres hacen el amor con muchos hombres que no son sus maridos. Algunas lo hacen antes de casarse, y otras lo siguen haciendo después del matrimonio. De hecho, me sorprende que aún seas… -Grace no terminó su frase, pero levantó sus ojos interrogantes.

–¡Grace! ¡Por supuesto que lo soy! Mamá y papá se morirían si pudieran oírte.

–Bueno, no pueden, así que no importa -dijo Grace descartando la idea y acercando más su silla a la cama-. Mira, querida, tienes casi 25 años y has estado demasiado mimada. Tienes que crecer y afrontar la vida. Si quieres a ese hombre por marido, intenta casarte con él; pero si sólo lo deseas, debes satisfacer ese sentimiento. Es sin duda antinatural que una belleza como tú nunca haya hecho el amor. Ya está. Ya lo he dicho. No me mires con esa cara de sorpresa. Y hay algo más. Es posible enamorarse de alguien en una semana, incluso en un día. Conozco muchas parejas felices que salieron muy poco tiempo antes de casarse. Y conozco a muchos divorciados cuyos noviazgos y compromisos fueron largos. El tiempo no tiene absolutamente nada que ver con el amor.

–Grace, no eres nada realista. Te sientas ahí y me dices que haga el amor con un hombre; ¿qué consecuencias puede tener eso?

–¿Consecuencias? – preguntó Grace-. Si te refieres al embarazo existen modos de evitarlo, como supongo que sabes. Si te refieres a tu reputación, asegúrate de no hacerlo aquí. Ese John Alexander, por ejemplo, ¿no vive en Nueva York?

–Sí -dijo Devon tímidamente.

No pensaba tanto en el lugar como en el atrevimiento de comenzar un romance. Se preguntaba cómo podía empezarlo. Inconscientemente, levantó el espejo de mano situado junto a su cama. Se miró esperando haber cambiado. Pero no, su cara era la misma. Hablar de un romance ilícito no la había transformado en absoluto. ¿Era posible que llevarlo a cabo pudiera pasar también desapercibido?

–Nueva York es perfecto -declaró Grace-; es una gran ciudad. Te permite ser relativamente anónima. París sería aún mejor -concluyó agitada.

–Pero Grace, si me quisiera casar con él, ¿no arruinaría todo llevar a cabo semejante actuación? – Lo que Grace estaba diciendo contrastaba con lo que a ella le habían enseñado y, en cuanto a un marido, dependía de que su esposa fuera virgen. ¿Acaso no era así?

–Devon, apenas te reconozco -la desafió Grace-. ¿Dónde está tu antigua rebeldía? ¿Dónde está tu sentido común? Si quieres casarte con ese hombre, sin duda debes intentarlo. En ese caso, no pretenderás arrastrarle a la cama a las pocas semanas de haberle conocido. Pero si un hombre te quiere de verdad y haces el amor con él, no creo que eso acabe con su amor por ti. – Grace miró a Devon a los ojos y ladeó la cabeza de forma afirmativa como para subrayar la veracidad de su razonamiento-. Si él no te ama y tú le deseas locamente… bueno, Devon, tienes 25 años. ¡Creo que ya es hora de que actúes según tus deseos! Vaya, pareces sorprendida de nuevo. Por favor, abandona esa cara de sorpresa.

Devon intentó hacerlo, pero su mente se estaba alejando de las palabras de su hermana. ¿Podría ser feliz llevando un tipo de vida como el que Grace le describía? No lo creía. Devon cogió de la mano a su hermana y se aferró a ella.

–Grace, si no me caso voy a estar muy sola.

–El matrimonio no tiene nada que ver con la soledad. Hay mujeres que viven durante años con hombres sin haberse casado. Algunas veces envejecen juntos, otras veces no. También hay mujeres casadas durante 30 años que envejecen solas cuando sus maridos mueren. O que se divorcian. Si un matrimonio es infeliz, resulta peor que estar solo. Créeme, el matrimonio no es un seguro contra la soledad.

–Pero cuando te casas tienes niños, y eso ayuda.

–Algunas veces, pero no siempre. De cualquier modo, hay mujeres que tienen hijos sin estar casadas.

–¡Grace! ¡Yo nunca podría hacer eso! – dijo Devon retirando rápidamente su mano de la de Grace como si le hubiese dado un pinchazo.

–Nunca sabes lo que puedes llegar a hacer hasta que te enfrentas con la situación -dijo Grace tranquilamente-. Devon, esta conversación me ha desilusionado mucho. Algo le ha sucedido a tu confianza. Nunca antes habías tenido estos miedos. Siempre has sido la mujer con más carácter que he conocido. ¿Por qué dudas de ti misma de este modo?

Cansada, Devon se apoyó hacia atrás en las almohadas y, con un tono monótono, habló a su hermana de su última conversación con Helena.

–Hizo que me diese cuenta -concluyó Devon- de que no importa que los demás te consideren bella o inteligente; la verdad es que voy a tener que pasarme la vida sola.

Grace permaneció en silencio intentando digerir la historia. Podía ver cómo el comportamiento de John Alexander, seguido del accidente y de la conversación con Helena, podía haber desmoralizado a cualquier mujer; pero su hermana no era una mujer cualquiera. Devon era especial, extraordinaria.

Devon, que había cerrado los ojos al concluir su historia, volvió bruscamente a la realidad cuando su hermana golpeó el reposabrazos del sillón con la palma de la mano.

–¿Cómo te atreves? – preguntó Grace-. ¿Cómo puedes consentir que esos acontecimientos sin ningún valor cambien tu modo de pensar sobre ti misma? Siempre has sido independiente. Has viajado mucho. Has dicho y hecho lo que has querido. Ahora permites que esa idiota de Helena, que no puede compararse contigo en ningún aspecto, haga que te sientas pequeña. Permites que un hombre al que apenas has visto varios días haga que te sientas sin esperanzas. Estás actuando como una cobarde. Pero Devon, tú nunca habías sido cobarde. ¡Si no tuvieras la cara llena de heridas te daría un tortazo para ver si recuperas el sentido! – terminó Grace muy acalorada.

–¿Cobarde? ¿Qué quieres decir? – Devon alzó su voz al mismo volumen que la de su hermana.

–¡Te preocupas por todo! Te preocupa desafiar a mamá y a papá. Te preocupa desafiar a la sociedad. Bueno, Devon, es posible que hayas consumido ya la tercera parte de tu vida y estás ahí sentada, como un convicto que sueña con su libertad. Pero tú no estás presa. Eres libre para perseguir aquello que quieres y ya es hora de que lo hagas. Me sorprende y supongo que incluso me desilusiona que no lo hayas hecho antes. ¿Desde cuándo te has convertido en una huidiza violeta? – dijo Grace en tono burlón, aunque todavía furiosa, lo cual era evidente por el tono rojizo de su cara.

–¡No lo soy! Debo vivir mi vida aquí. No puedo hacer cosas alocadas. ¡Quizá puedan hacerlo las mujeres en París, pero no aquí, en Virginia! – replicó Devon acaloradamente.

–¡No tienes por qué vivir tu vida aquí! Por lo menos, desde mi punto de vista. Te gusta viajar. Tienes un fondo en custodia. Puedes vivir donde quieras y como quieras. Además, si lo que quieres es vivir aquí, eso no debería suponer que no puedas perseguir lo que quieras. Debes saber elegir. No tienes por qué publicarlo en los diarios -dijo Grace sarcásticamente.

Devon no supo qué contestar. No se imaginaba desafiando las convenciones de la vida cotidiana.

–Devon, tienes que tomar una determinación. Puede ser determinante para tu vida -dijo Grace sujetando por los hombros a Devon y sosteniéndola con fuerza cuando ésta intentó soltarse-. Escúchame. Siempre has sido especial. No puedes elegir un modo de vida cobarde. Eso significaría no tomar nada a menos que alguien te lo ofrezca. No darías satisfacción a tus deseos. Dejarías que otros te dijeran cómo vivir tu vida. Y te resignarías al casamiento o a la soltería tan sólo por ser mujer. No hay término medio. Pero, Devon, tú nunca te has amoldado a las convenciones sociales. Siempre has sido más abierta, más independiente de lo habitual. Tu verdadera naturaleza te pide romper con las convenciones. Si intentas frenar este impulso, serás una persona muy triste, mucho más triste de lo que cualquier escándalo pudiera hacerte.

Grace levantó el espejo de mano y lo sostuvo frente a la cara de Devon, obligándola a mirarse en él.

–Devon, mírate. Estás hecha para el amor. Estás hecha para la aventura. Ése es tu destino, no sentarte ahí y lamentarte de tu perdida juventud como una marchita solterona.

Por debajo de las heridas y los rasguños, Devon observaba la belleza a la que su hermana hacía referencia; la observaba objetivamente, como estudiando una pintura. ¿Malgastarla? ¿Malgastar su deseo, tan maduro, tan absolutamente listo para ser expresado? Parecía un pecado, más pecado que un ilícito acto de amor. Pensó que Grace tenía razón. Debía tomar una determinación. Podía sucumbir ante el papel que los demás le habían asignado o podía hacerse su propia forma de vida. Nunca antes había sido pasiva. ¿Por qué permitir que una azarosa confluencia de acontecimientos la pusiera en esa situación? Grace tenía razón al decirle que lo que la había limitado no era su situación, sino sus sentimientos. En realidad, nada en su vida había cambiado y hasta entonces había sido feliz. Aquellos acontecimientos la habían desmoralizado, pero ya les había dado demasiadas vueltas. ¡Había llegado el momento de que su vida continuase!

Incorporándose en la cama, Devon apoyó el espejo en su regazo. Mirando a su hermana, dijo:

–Grace, muchas gracias por haber venido.

Luego, con un gesto delicadamente tierno, cogió la mano de su hermana, la acercó hasta sus labios y la besó.