Lo encontró arrodillado, sacándole las vendas a la potranca y
estudiando las lesiones. Como estaba de espaldas a ella, no la vio
acercarse, pero una amplia sonrisa se vislumbró en el semblante de
Jeremiah cuando la vio.
–La señorita Whitney ha venido porque desea comprarla -dijo
Jeremiah como preámbulo.
Willy miró hacia arriba y murmuró su saludo
habitual:
–Buenos días.
–Bien, espero que le hayáis dicho que no está en venta
-sonrió Devon.
–Se lo hemos dicho -dijo Willy levantándose y colocándose
frente a Devon.
Devon se sentía de buen humor. A pesar de la victoria y del
porcentaje del premio que le tocaba por ser preparador de
Willowbrook, Willy no sonreía.
–Vaya, me siento como amenazada -bromeó Devon. Willy la
observó como si no supiera de qué estaba hablando-. ¿Cómo vamos a
trabajar con Firefly? -preguntó Devon con
seriedad.
–No estoy seguro de seguir con su idea.
Nerviosa ante la obstinación de Willy, Devon
dijo:
–Para prepararla para el Derby.
–No quiero que participe en el Derby -se limitó a decir
Willy.
Devon lo miró incrédula.
–¿De qué está hablando?
-Fearless Leader estará recuperado
para entonces. No tiene nada serio.
–Me alegro mucho, pero Firefly ha
ganado el Blue Grass Stakes.
–Dudó.
–¡Ganó!
–No quiero correr el riesgo de que pueda suceder algo así en
una carrera tan importante como el Derby -dijo Willy. Con gesto de
no tener nada más que decir, se arrodilló para examinar las patas
traseras de la potranca.
Con voz de hielo, Devon le dijo:
–Quiero hablar con usted en privado. – Willy no interrumpió
lo que estaba haciendo-. Ahora. – El tono de voz hizo que Willy se
diera media vuelta y la mirara por encima de su hombro. Al ver la
expresión de su cara, detuvo su trabajo-. ¡Venga conmigo! – ordenó
Devon, dirigiéndose hacia uno de los palcos vacíos de los
propietarios. Avanzaron en un hostil silencio.
Una vez sentados, Devon dijo en tono
tranquilo:
–No creo que esté sopesando correctamente las oportunidades
que cada caballo tiene de ganar.
–Cuando hicimos el trato, aceptó que fuera yo quien eligiera.
Yo elijo a Fearless
Leader.
–¿Por qué?
–Corre más rápido de lo que corrió Firefly ayer. Su lesión habrá desaparecido y estará
bien. Es un potrillo, así que creo que tiene más posibilidades de
ganar el Derby. Además, Firefly dudó ayer
cuando Rainmaker la desafió.
Retrocedió.
–Sólo durante un segundo. De todos modos, ya sé lo que tengo
que hacer en adelante. La haré correr con
orejeras.
–Es una buena idea, pero las potrancas no ganan el
Derby.
-Regret ganó -dijo Devon adoptando un
tono razonable.
–Ah, la única -contestó Willy con conocimiento de
causa.
-Firefly va a ganar -insistió ella
con impaciencia.
–Usted me dijo que la elección era mía. Ya he hecho mi
elección.
–¡Pero es totalmente caprichosa! – exclamó Devon-. Usted está
intentando demostrar que tiene todo el poder en Willowbrook. Bien,
¡pues no pienso aceptar su decisión! ¡Firefly puede ganar el Derby!
Willy dio un ligero salto, enfadadísimo de que se pusiese en
cuestión su objetividad como preparador.
–¡Si creyera que Firefly puede ganar,
la haría correr, y usted lo sabe perfectamente!
Devon, también furiosa, empujó su silla hacia atrás con tanta
fuerza que ésta se cayó. Se inclinó hacia Willy y le miró a los
ojos; sus cejas formaban una furiosa línea, como oscuras y negras
nubes sobre un mar azul.
–Sus razones para creer que no puede ganar son absurdas.
Están basadas en una regla rígida sobre las potrancas y los
potrillos. ¡Los preparadores como usted son los que hacen que las
potrancas no puedan ganar el Derby! Ahora bien, estoy de acuerdo en
que tuvo un problema momentáneo -continuó Devon con voz temblorosa
intentando sobreponerse-; creo que las orejeras lo podrán
solucionar. Además, lo pondremos en práctica para ver si funciona.
Pero su tiempo ha batido el récord de la pista. ¡Willy, por el amor
de Dios, puede ganar! – Devon dio una fuerte patada contra el suelo
para resaltar sus últimas palabras.
–¡Yo no lo creo! – gritó Willy, quitándose la gorra de la
cabeza y golpeándola con un gesto de frustración.
–Bien, ¡no tiene por qué hacerlo! – gritó Devon a su
vez.
Por un momento, ambos se sintieron demasiado nerviosos para
emitir palabra alguna.
Devon respiró hondo y continuó con voz más
tranquila.
–Respeto mucho su opinión, pero usted no ha trabajado con
Firefly como yo.
Sucede además, Willy, que yo soy la dueña. Sé que hicimos un pacto,
pero no puedo permitir que usted haga algo en lo que yo no estoy en
absoluto de acuerdo. Si usted quiere hacer correr a Fearless Leader, perfecto. Es un buen caballo. Pero
yo voy a hacer correr a Firefly y ésta es
mi última palabra al respecto.
–Entonces, supongo que no hay nada más que decir. – Y, sin
esperar más, Willy se puso la gorra de béisbol y se
marchó.
La casa de invitados del señor y la señora Cooper Lyle III
era tan confortable que Devon se sentía en ella como en su propia
casa, por lo menos durante el tiempo que permanecía en Kentucky.
Después de un largo día en la pista, con más cansancio de lo
habitual dada su discusión con Willy, Devon pensaba en relajarse
con John y en tomarse un refresco en uno de los blancos sillones
colocados junto a la piscina.
Sintió que la tensión se desvanecía rápidamente mientras
entraba en el pasaje arbolado de la propiedad de sus amigos. La
finca de los Lyle era tan grande que Devon tardó unos minutos en
llegar hasta la casa. Devon cerró la puerta del Packard que le
habían prestado y se apresuró hacia la acogedora sala llamando a
John. Las telas florales, los accesorios de bronce y los colores
pastel eran un bálsamo para sus nervios.
–Aquí estoy, Devon -dijo John desde el dormitorio adornado en
colores rosa y blanco, que conservaba un aspecto soleado aun en
días nublados.
–Hola, amor -dijo Devon dándole un beso a su esposo.
Inmediatamente, sus ojos se dirigieron hacia el baúl de cuero que
estaba en el suelo. Estaba abierto, y el valet de John estaba
doblando meticulosamente la ropa de su amo dentro del baúl,
envolviendo en papel cada traje para que no se
arrugara.
Devon, asombrada, le preguntó:
–¿Qué estás haciendo?
–Preparándome para volver a casa -contestó John con
naturalidad.
–¿Qué quieres decir? Faltan todavía varias semanas para el
Derby.
–Sí, ya lo sé, pero me dijiste que si Firefly no corría volverías a Nueva York conmigo. Le
he pedido a Alice que preparara tus cosas. Creo que está en la
lavandería de la casa principal.
Devon arqueó sus cejas sorprendida y
comentó:
–Pero si Firefly va a
correr…
–No.
–¿No? – preguntó Devon demasiado estupefacta para poder decir
nada más.
John se dirigió a su valet:
–Wilkes, puedo terminar yo. ¿Por qué no vas a preparar tus
cosas?
–Muy bien, señor -contestó el sirviente cerrando las puertas
despacio al salir.
–El señor O'Neill ha venido a hablar conmigo -dijo John
sacando la ropa de la cómoda.
–¡Cómo se atreve! – gritó Devon furiosa.
–¿Cómo se atreve a hablar con su patrón? – dijo John
sarcásticamente.
Devon avanzó hasta John para situarse frente a él. Él se vio
forzado a encontrarse con sus ojos.
–¿Qué tenía que decirte O'Neill? – preguntó Devon en un tono
demasiado tranquilo. De hecho, era tan tranquilo que John supuso
que estaba haciendo grandes esfuerzos para no
gritar.
–Me ha contado la conversación que habéis mantenido esta
mañana.
Devon alzó los hombros y fijó su mirada en
John.
–¿O'Neill te ha contado nuestra conversación y tú has
decidido que nos vamos a casa?
–Sí, eso he hecho -dijo John mirando desafiante a su
esposa.
–¿Por qué razón?, si es que puedo preguntarlo. – Devon
pronunció lentamente sus palabras para estar segura de que todo lo
que decía era coherente. Temía proferir un atropello de
improperios. Sentía que Willy la había ultrajado al haber
involucrado a John en su discusión, pero estaba absolutamente
sorprendida de que su esposo se hubiera puesto de su lado. ¡La
humillaba! La traición la ponía físicamente
enferma.
John se enderezó y se enfrentó a Devon; su postura era
rígida.
–La razón es que estoy de acuerdo con O'Neill en que
Fearless Leader tiene que correr en el
Derby. También estoy de acuerdo con él en que deberíamos hacer
correr a un solo caballo y en que Firefly
tiene pocas posibilidades de ganar -dijo John en un tono razonable,
aunque sus puños, metidos en los bolsillos de sus pantalones,
estaban tensos.
–Bien -dijo Devon subiendo el tono de voz-. Yo estoy en la
pista todos los días y creo que no tiene razón.
–Ya lo sé. – Hubo una pausa durante la cual John, de forma
contundente, transmitió su resentimiento a Devon-. Es verdad que
estás en la pista todos los días. Pero debo añadir que, tal vez sin
pretenderlo, has intentado usurpar la autoridad de uno de los
mejores preparadores de caballos del mundo. Tenemos suerte de que
no se despidiera por esa ridícula discusión.
Estas palabras fueron como un golpe en el estómago de Devon.
Nunca antes John se había mostrado tan desagradable con ella. Nunca
se había quejado de nada que tuviese que ver con su trabajo en la
operación de las carreras; se había limitado a decirle que la
echaba de menos en Nueva York. Es más, al verla tan interesada,
siempre le había dado ánimos. Ahora, John era como un extraño para
ella. Revelaba un aspecto que era nuevo para Devon. Esta actitud
hacía que la suya fuera más desafiante.
Devon apoyó las manos en sus caderas y avanzó hacia
él.
–¿Deberíamos dar las gracias a Willy? ¿Aceptar órdenes de un
empleado?
–Uno de los más competentes.
–Estoy de acuerdo, pero eso no le convierte en el dueño de
las caballerizas de Willowbrook. Si yo fuera un hombre, quizá
tampoco querría que me metiera en esto, pero no se le ocurriría
ponerme en cuestión.
–No sé si eso es cierto. De cualquier modo, no eres un
hombre. Eres mi esposa. Y yo estoy de acuerdo con
O'Neill.
–¿Cómo puedes decir eso? ¡Ayer dijiste que la decisión final
sobre el caballo que debía correr me correspondía a mí y no a
O'Neill!
–Eso fue antes de haber escuchado su
opinión.
–¡Pero aún no has escuchado la mía!
–O'Neill me ha explicado tu razonamiento.
El semblante de Devon se puso colorado; la sangre golpeaba
sus sienes.
–Así que ahora permites que ese hombre hable por mí, sin ni
siquiera escucharme -dijo Devon.
–Está bien -dijo John tranquilamente. Se sentó en el borde de
la cama y cruzó los brazos mirando a su esposa con cierta burla-.
Explícame tu razonamiento.
Devon sentía deseos de abofetearle. La palma de su mano
cosquilleaba deseosa de hacerlo, pero se contuvo. Finalmente,
decidió ignorar el sarcasmo en su expresión y decidió explicarle
por qué pensaba que Firefly podía ganar el
Derby. Cuando terminó, se había tranquilizado un
poco.
–Y -concluyó-, si lleva orejeras, podremos evitar el problema
que tuvo en el Blue Grass Stakes.
–Puede que tengas razón -concedió John-, pero ya me he
comprometido con O'Neill.
Al oír estas palabras, Devon dio un paso adelante sintiéndose
como si la hubieran golpeado.
–¡Así que tu compromiso con O'Neill es más importante que mi
punto de vista!
–También tú te comprometiste con él -señaló
John.
–Es cierto -dijo Devon con voz firme-. No me gusta romper los
compromisos; no lo hago normalmente. Sin embargo, creo que él se
está mostrando anticuado y supersticioso al pensar que una potranca
no puede ganar el Derby. No quiere admitir que Firefly demostró ser buena. Está siendo
testarudo.
–Tú también -apuntó John-. Por Dios, Devon, ¿por qué haces de
esto una discusión personal? Es una pura cuestión de negocios.
Estoy de acuerdo con la opinión del hombre a quien pago por su buen
juicio.
Levantando la voz, Devon le dijo:
–¡Pero Firefly ha ganado el Blue
Grass Stakes! ¡Ha ganado! Si hubiese quedado segunda, estaría de
acuerdo con Willy, pero ha ganado. No entiendo qué mentalidad
comercial puede tener alguien que no quiere hacer correr a un
ganador que ha demostrado serlo.
¿Cómo podía hacer que su esposo entendiese el razonamiento
que estaba defendiendo? Parecía distante. Arrodillada frente a la
cama, golpeó el colchón cerca de John.
–¿No te das cuenta? He sido yo quien he entrenado a Firefly. No soy la novata que era cuando empecé. Por
supuesto, O'Neill es uno de los mejores preparadores y no quiero
perderle. Pero tampoco quiero que me controle. Firefly tiene el temple necesario para ganar el
Derby. Estoy totalmente segura. Nunca ha tenido problemas de
salud.
De pronto, John se suavizó.
–Sé que eso es lo que piensas -dijo acariciando el cabello de
Devon-, incluso es posible que tengas razón. Pero no puedo dejar
que pongas en cuestión la autoridad de O'Neill.
–¡Sigues diciendo lo mismo! – Devon se levantó de un salto,
exasperada-. No soy una niña a la que haya que indicarle cuál es su
lugar, pero así es como me estáis tratando.
Lo que más le dolía de la actitud de ambos hombres era su
manifiesta falta de respeto hacia ella; y además, habiendo
demostrado que sabía lo que hacía. Por otro lado, una parte de ella
reconocía que había dado su palabra a Willy al respecto de que
sería él quien eligiese el caballo para el Derby. Pero eso había
sido antes de que Fearless Leader se
lesionara. Antes de la victoria de Firefly.
¿Quién iba a pensar que se iban a producir estas
coincidencias?
–John, ¿no puedes entenderlo? Me estás despreciando. Willy no
debería haber venido a hablar contigo a mis espaldas. Eso no ha
estado bien. Él y yo hemos estado trabajando juntos todos los días.
Tú no tienes nada que ver con lo que pasa en las caballerizas. Cada
vez que te pido que te involucres, me dices que no tienes tiempo. –
La voz de Devon se hizo más vehemente-. ¿Por qué ahora, de pronto,
él se dirige a ti como si tú fueras la autoridad
principal?
John, sintiéndose incómodo, carraspeó. Parecía estar buscando
las palabras adecuadas, pero no había manera de suavizar el impacto
de lo que iba a decir a continuación:
–El hecho es que yo compré Willowbrook antes de casarnos.
Willy aceptó trabajar para mí con la condición de estar al frente
de la operación de los caballos. Devon, estoy convencido de que
debo delegar mi autoridad en el personal al que contrato y no
rebajarlo cuando se produce el menor problema. Y, aunque sea poco
caballeroso, permíteme que añada otra cosa: soy la autoridad
principal en Willowbrook. – Devon abrió la boca, furiosa, dispuesta
a contestarle, pero John no la dejó-. Recuerda, además, que el
primer día que te traje a Willowbrook le dijimos a O'Neill que él
tendría el control absoluto de la operación de las
carreras.
¿Control absoluto? No, se dijo a sí misma. No iba a permitir
que Willy impidiera que la potranca que había ganado el Blue Grass
Stakes corriera. La potranca más galardonada de toda la caballeriza
de Willowbrook durante el año anterior. Más tranquila, aunque con
decisión, Devon dijo:
–John, las cosas cambian. Yo respeto el conocimiento de Willy
y su experiencia, pero no es un dios. No ha trabajado con Firefly como yo. La conozco mejor y no voy a dejar
pasar la oportunidad de hacerla correr en el
Derby.
–¿Qué quieres decir con eso de que no vas a dejar pasar la
oportunidad?
Devon fijó sus ojos en John.
–Quiero decir que voy a hacer que Firefly corra. Ya le dije a Willy que él puede hacer
correr a Fearless Leader.
John se levantó y se detuvo frente a Devon.
–¿Y si yo te digo que no?
Los verdes ojos de Devon se volvieron de
hielo.
–Como bien has dicho, eres el único dueño legal de Firefly. Pero ya que estamos discutiendo sobre este
tema, tengo que recordarte que también nosotros llegamos al acuerdo
de que sería yo quien me ocuparía de la operación de las carreras.
Por supuesto, estás en tu derecho de prohibirme que haga correr a
Firefly en el Derby, ya que el caballo es
tuyo. En ese caso, sólo tengo dos opciones. Te lo puedo comprar o
puedo organizar mi propia operación al margen de ti. No creo que
ninguno de los dos quiera este tipo de división en nuestro
matrimonio, pero puede ser que tu compromiso con O'Neill sea más
importante para ti que tu compromiso conmigo.
–¡Eso es absurdo! – exclamó John disgustado.
Caminó de un lado para otro, hacia delante y hacia atrás,
preso de un silencioso enojo. Nunca habían tenido una discusión que
hiriese de forma tan fundamental el propio núcleo de su matrimonio.
Por primera vez, Devon estaba afirmando que si John se mantenía en
su postura, ella podía -y lo haría- hacer lo que quisiera sin
él.
Podía sentir la mirada de Devon en la parte trasera de su
cuello mientras miraba por la ventana. Ella no dijo nada. Había
dicho sus últimas palabras. Ahora, el asunto dependía de él. Por
fin, se dio la vuelta y dijo:
–No sé por qué has hecho de esto un problema tan importante,
pero, obviamente, lo has hecho. Me resulta absurdo; tus acciones
van contra lo que yo entiendo en materia de negocios. Y ahora me
obligas a tomar una decisión personal en lugar de una decisión
objetiva de negocios. Decida lo que decida, no me voy a sentir
cómodo. Así pues, si insistes, haz correr a Firefly. Pero no voy a estar aquí para suavizar las
cosas entre tú y O'Neill. Me voy a Nueva York esta noche, tal y
como había planeado. Y no esperes que te ayude a convencer a otro
preparador para que venga a trabajar contigo cuando O'Neill se
vaya. Porque cuando se vaya, todo el mundo sabrá por qué, y
entonces ningún preparador decente querrá trabajar para la
caballeriza de Willowbrook.
–O'Neill nunca tendrá la oportunidad de hacer resurgir una
caballeriza como Willowbrook. Es el desafío de su vida. No va a
renunciar. De cualquier modo -añadió en un tono de estudiada
indiferencia-, cosas peores podrían pasar. – Su rostro adquirió una
dureza casi militar. Se acercó hasta la puerta y se dio media
vuelta para dirigirse de nuevo a su esposo-. Por cierto -dijo en un
tono frío-, ni tú ni nadie tiene que decirme lo que debo hacer. No
vuelvas a utilizar ese tono conmigo nunca más.
La escritura de Willowbrook, que John le había enviado desde
Nueva York por avión la mañana siguiente a su pelea, parecía un
regalo. Pero, en un momento de tranquilidad, Devon tuvo la
convicción de que significaba que su matrimonio se había
roto.
Sentada a su mesa de desayuno con un zumo de naranja, dio
vueltas al documento que tenía entre sus manos y, pese a sus
temores con respecto a John, un sentimiento de orgullo la
sobrecogió al pensar que Willowbrook le pertenecía a ella, sólo a
ella. La escritura le daba carta blanca para hacer lo que quisiese
con la caballeriza, para tomar el mando sabiendo que tenía la
última palabra.
Se dijo que lo mejor sería esperar a que John se hubiese
tranquilizado y viajar luego a Nueva York para intentar arreglar
las cosas. Pero antes tenía que lidiar con Willy.
Intentó imaginar qué efecto produciría este cambio en el
preparador. Tenía que decirle que Firefly
iba a correr en el Derby y, lo más importante, que ahora ella era
la única dueña de Willowbrook. Devon se preguntaba si éste
renunciaría. ¿Qué haría si ocurría eso? Estaba embarazada, aunque
no daría a luz hasta Navidad. Quería seguir trabajando hasta que
naciera el bebé. Pero ¿podría organizar todo el trabajo de la
caballeriza? No lo creía. Bien, ¿a quién podría contratar en el
momento más álgido de la temporada de las carreras? Los mejores
preparadores estaban trabajando para personas a las que conocía. No
creía que la caballeriza de Willowbrook pudiera atraer a los
mejores talentos por varias razones: para empezar, la dueña era una
mujer que quería participar en la operación; además, su caballeriza
tenía mucho menos prestigio que las de la mayoría de sus amigos; en
último lugar, porque la operación era más pequeña que otras, de
modo que el preparador ganaría menos dinero.
Se daba cuenta de que tenía que intentar que Willy no se
marchase o arriesgarse a perder las ganancias que Willowbrook había
obtenido. Con decisión, se puso rápidamente unos pantalones de
montar y una camisa, y se dirigió a la puerta cogiendo de camino su
cepillo de pelo. El coche dejó un surco de tierra al acelerar;
conducía con una mano mientras se cepillaba con la otra sin ni
siquiera mirar por el espejo.
Una vez en Churchill Downs, buscó inmediatamente a Willy,
deseando arreglar las cosas lo antes posible. Lo encontró con las
dos manos apoyadas en el cerco blanco y observando a Fearless Leader, que, montado por Jeremiah, daba
vueltas a la pista en sentido incorrecto. Era más fácil controlar a
los caballos, evitar que se encabritaran, si eran llevados por la
pista siguiendo el sentido de las agujas del reloj. Tanto Willy
como la mayoría de los preparadores intentaban no desgastar los
huesos y tendones del caballo diariamente, sino realizar ejercicios
controlados.
Willy no había oído a Devon aproximarse, así que, al oír que
lo llamaba, se giró con una expresión sorprendida en el
rostro.
–Tenemos que hablar -dijo Devon con
frialdad.
No movió ni sus brazos ni sus pies del cerco y, por unos
segundos, Devon pensó que se daría media vuelta y se retiraría sin
contestarle; Willy hizo una señal a Jeremiah para que volviera con
el caballo. Cuando se dio cuenta de que el entrenador había visto
su señal y se disponía a retirarse del cerco, se volvió hacia Devon
metiendo las manos en los bolsillos de sus
pantalones.
–No sé de qué tenemos que hablar -respondió Willy muy
serio.
–Vamos a las gradas -dijo Devon ignorando su
comentario.
Una vez sentados, Devon inició la conversación. Habló de
forma brusca, en parte porque era propio de su naturaleza y en
parte también porque deseaba sorprender a Willy con las
noticias.
–El señor Alexander ya no es el dueño de las caballerizas de
Willowbrook. – Hizo una pausa-. La dueña soy yo.
Una inquieta mirada cruzó el rostro de Willy mientras su
mente intentaba procesar la información. Se mantuvo en silencio
durante algunos segundos. Por fin, se levantó.
–En ese caso, recogeré mis cosas y me marcharé. – Miró hacia
la pista donde los purasangres galopaban y caminaban con sus
brillantes pieles al sol.
Devon pensó que parecía buscar algo, que intentaba detectar
figuras distantes. Luego, girándose, miró hacia el corral donde los
vareadores llevaban a los caballos para que se enfriaran. Un mozo
estaba realizando esta tarea con Fearless
Leader. Willy los miró.
De pronto, Devon sintió pena de él. Sintió pena por los
malentendidos entre ambos. Pena porque parecía que no eran capaces
de ponerse de acuerdo en cómo llevar adelante la caballeriza de
Willowbrook.
–Willy… -dijo en tono suave. Willy volvió sus ojos hacia ella
y esperó a que hablara. Devon sintió que su arrepentimiento se
desvanecía ante la mirada de sus ojos. Aun así, sus palabras
resultaron más amables de lo que había planeado-. Desearía que no
se fuera -continuó.
Willy pareció considerarlo por unos momentos. Su respuesta
fue menos brusca de la que esperaba Devon:
–No creo que pueda trabajar para usted -dijo sin
rodeos.
Devon se dio cuenta de que la sinceridad era una de las
cualidades que admiraba en Willy.
–¿Por qué? ¿Porque soy una mujer?
–Tal vez. Tal vez porque nunca antes nadie ha interferido
tanto en lo que estaba haciendo.
–Pero Willy -dijo Devon exasperada ante la evidencia de que
él se negaba a mirar las cosas de otro modo-, mi interferencia no
ha perjudicado a Willowbrook ni a usted. Si usted pudiera pensar
que se trata más bien de una colaboración…
–No puedo -la interrumpió Willy, quitándose de la cabeza la
gorra de béisbol y pasando nerviosamente la mano por su calvicie-.
Mire, usted se comporta como debe. Su comportamiento como dueña es
bueno. Pero no puedo trabajar en un lugar en el que otra persona
puede poner en cuestión las decisiones que tomo. El señor Alexander
lo entendía. No fui a hablar de usted con él. Fui a hablar con él
sobre la promesa que me había hecho cuando empecé a trabajar para
ustedes.
–Está bien. Willowbrook tiene un nuevo dueño. Creo que
debería dejar de lado su acuerdo con él y pensar que quizá tiene
que volver a negociar conmigo. Olvídese del señor Alexander. Dígame
lo que quiere. No puedo responsabilizarme de las promesas que él le
hiciera, pero sí puedo hacerme cargo de las mías.
–Usted ha roto una promesa. En realidad, dos, si tiene en
cuenta que estaba usted con el señor Alexander cuando me
prometieron el control total.
Devon se sonrojó. Sabía que Willy nunca la respetaría ni
querría trabajar con ella si no admitía la verdad.
–Es cierto que rompí mis promesas. Cuando le conocí, no sabía
nada de carreras de caballos, pero, a medida que me fui
interesando, creía que tenía algo más que decir. No me puede culpar
por haber roto una promesa que hice antes de saber lo que estaba
prometiendo -insistió Devon.
–Pensé que las personas ricas, como usted, tenían un código
de honor. Una promesa es una promesa. La palabra de un
caballero.
–Quiero pensar que soy una persona de honor. Pero no soy una
santa, así que lo único que puedo hacer es pedirle disculpas. Por
otro lado, estoy absolutamente convencida de que hay circunstancias
especiales que…
–Yo no lo veo así. Usted me dijo que yo decidiría si
Firefly iba a correr en el
Derby.
Devon se mantuvo en silencio. La conversación no estaba
llegando a ninguna parte. Por fin, dijo:
–Mire, dejemos el pasado. No le puedo ofrecer la última
palabra sobre los caballos que van a correr. Pero le puedo asegurar
que delegaría en usted esas decisiones en la mayoría de los casos.
Si confío en un caballo, si tengo razones para confiar en él, no
veo por qué siendo la dueña tendría que darle la autoridad a usted,
que es el preparador. Esto fue lo que pasó con Firefly. Usted no puede darme ninguna razón que
justifique que Firefly no corra en el
Derby.
–Usted me dio su palabra -dijo Willy
testarudamente.
–Confiaba en su juicio -dijo Devon mirándole a los
ojos.
–¿Cree usted que no tengo juicio? ¿Cree que le haría sabotaje
en una carrera por orgullo? – Se sintió enfadado ante la simple
sugerencia.
–Si usted no creía que una potranca podía correr el Derby,
¿por qué aceptó mi ofrecimiento?
–Pensé que era una buena oportunidad, pero ahora pienso que
nuestra oportunidad depende de Fearless
Leader. ¡Eso ya lo hemos discutido!
Devon no respondió inmediatamente. Después de unos segundos
de silencio, le preguntó:
–¿Usted cree tan firmemente en Fearless
Leader?
–¡Sí! – dijo Willy con un fruncimiento de cejas que mostraba
su convicción.
–Mmmm. Suponga… que hacemos correr a los dos caballos en el
Derby.
–Ya le dije que es una mala…
–Y -le interrumpió Devon- suponga que le doy a Fearless Leader y el premio entero si
gana.
La boca de Willy se abrió con asombro. La mayoría de los
preparadores trabajaban toda su vida para otros y siempre soñaban
con que algún día pudieran afrontar su propia operación. Sin
embargo, el hecho de tener un caballo estaba muy por encima de las
posibilidades de la mayoría de personas. No se trataba sólo del
precio del animal, sino también de su cuidado, de su comida y de su
entrenamiento. Se necesitaba también dinero para participar en las
carreras, para el jinete. Ser propietario de caballos de carreras
era una afición de ricos. Los preparadores que trabajaban para los
ricos y tenían caballos también tenían que pagar el alquiler del
establo para sus caballos.
Leyendo la mente de Willy, Devon añadió intentando
convencerle:
–Con el dinero del premio, podría comprarse una
caballeriza.
Willy la miró estupefacto:
–¿Qué podría hacer con un solo caballo y una caballeriza?
Usted sabe que la operación de los caballos es cara. Pero si
tuviera un macho… -dejó que la oración se desvaneciera
lentamente.
Devon hizo ver que estaba considerando su proposición, pero,
por dentro, se sentía feliz. Pensó que se iba a quedar. Sólo había
un problema.
–Lo del macho es razonable, pero, si le doy uno, entonces
supongo que estará de acuerdo conmigo en que no le pagaré por el
servicio de Fearless Leader.
Y…
Willy gruñó disgustado, sentándose hacia atrás en su silla y
cruzando los brazos.
–Y -añadió Devon tranquilamente- tengo la opción del tercer
potrillo del macho. Eso le da a usted por lo menos tres años para
ir tirando.
–En ese caso, quiero la opción del primer potrillo de
Firefly. Usted no necesitará tres años para
ir tirando -dijo Willy apoyando las manos en las
rodillas.
Devon y Willy estaban divirtiéndose como nunca de su mutua
compañía. La operación de las carreras actuaba como un tónico para
ambos.
-¿Firefly? -preguntó Devon
burlonamente-. Debe tener un gran concepto de
ella.
–Es la única potranca decente que me puede ofrecer en este
momento -resopló Willy.
Devon ignoró la alusión; se sentía muy
contenta.
–Bien, para que no diga que he roto mi palabra, hay otras
condiciones que quiero discutir.
–¿Qué más? – gruñó Willy, pensando en quién se iba a llevar
la mejor tajada.
–Si gana, quiero que se quede un año conmigo. Para entonces
mi bebé tendrá seis meses y estaré en condiciones de trabajar a
jornada completa.
Willy se rascó una quemadura del sol.
–Creo que tendría que aumentarme el sueldo.
–Un diez por ciento -ofreció Devon.
–¡Ja! En cualquier otro lugar me darían más -dijo
Willy.
–¡Nadie le ofrecerá un ganador del Derby! – respondió Devon
en el mismo tono.
–Veinte por ciento -dijo Willy.
–Es demasiado. El quince -dijo Devon
bruscamente.
–De acuerdo. – Una sonrisa apenas visible se dibujó en el
rostro de Willy.
–Ahora -dijo Devon respirando hondo, sabiendo que entraban en
el tema más difícil-, con respecto al manejo diario de la
operación…
–Este puede ser un punto delicado.
–Nunca voy a contrariar, nunca lo he hecho, una orden que
usted dé a cualquiera de los peones.
Willy asintió con un gesto y, sin expresión, esperó a oír el
resto.
–Pero…
–¡Ah, ya sabía yo que había un pero! – Willy miró hacia otro
lado, nervioso.
–Pero -insistió Devon ignorando la interrupción-, yo soy la
jefa. Su única jefa mientras trabaje usted en Willowbrook. Tengo el
derecho de preguntar sobre cualquier tema. Y me interesan los
caballos más importantes. Me haré mi propia opinión al respecto de
los que deben correr y cuándo deben correr. Usted deberá pedirme mi
opinión y ambos hablaremos de estos temas; no obstante, si en
alguna ocasión no estamos de acuerdo, será mi opinión la que
prevalezca. Por contra, dejaré las decisiones sobre la crianza en
sus manos. Entrenaré por lo menos un caballo por temporada y
Jeremiah será mi entrenador. No hay razón para que no pueda
trabajar para los dos.
–Esto parece un acuerdo permanente. Es sólo por un año.
Después, podrá hacer usted lo que le plazca -contestó Willy
encogiéndose de hombros.
Devon entrecerró los ojos.
–Parece usted muy seguro de sí mismo -dijo en voz baja. Willy
se limitó a volverse a encoger de hombros-. Está bien, entonces no
creo que tenga usted ningún problema en enseñarme todo lo que sabe
sobre la compra de caballos. Iré con usted a Keeneland y a Saratoga
durante las subastas. Después de todo, si no va a estar usted por
aquí…
–Seguramente contratará a otros hombres -declaró
Willy.
–No sé -dijo Devon pensativa-. Creo que usted ha creado más
problemas de lo que vale. ¿Quién sabe si el próximo será
mejor?
Está vez, Willy explotó de risa. Devon nunca le había visto
ni oído reír tan fuerte. Estaba tan contenta de que hubiesen podido
llegar a un acuerdo que se rió con él.
Willy se detuvo bruscamente; volviendo a poner las manos
sobre las rodillas, se inclinó hacia delante y
dijo:
–Bien, pero ¿qué quiere si la que gana es Firefly?
–Quiero que permanezca en Willowbrook durante el mismo
espacio de tiempo. Eso es todo; después, si quiere, podrá buscarse
otro trabajo.
–Parece interesante -dijo Willy incorporándose-. Bien,
entonces, si no hay nada más que hablar, voy a seguir con mi
trabajo.
–Iré con usted -le recordó Devon.
–Sí -murmuró Willy.
–Mi abogado redactará el contrato. Lo tendrá listo la semana
que viene.
Willy se volvió y se colocó frente a Devon.
–Siempre he hecho los negocios con un simple apretón de
manos. No quiero que un loco abogado que no entiende nada de esto
me líe con su charlatanería.
–¿Así que confía en mí? ¿Aun después de lo que ha
ocurrido?
–Usted ya no es una novata. Sabe lo que está prometiendo. Con
eso me basta.
Devon observó al hombre que, durante tantos meses, sólo había
sido un enemigo. Estaba empezando a sentir cierto respeto por él, y
esto le gustaba. Decidió dejar de lado su orgullo y decirle a Willy
lo que estaba pensando.
–Me alegró de que nos dé una segunda oportunidad,
Willy.
Le tendió la mano. Él la tomó sin vacilación y la estrechó
con firmeza, con tanta firmeza como si hubiera estrechado la de un
hombre.