Capítulo 25


Al día siguiente Devon se dirigió a la pista, impaciente por discutir con Willy la operación de entrenamiento que tenía en mente para el Derby de Kentucky.


Lo encontró arrodillado, sacándole las vendas a la potranca y estudiando las lesiones. Como estaba de espaldas a ella, no la vio acercarse, pero una amplia sonrisa se vislumbró en el semblante de Jeremiah cuando la vio.

–La señorita Whitney ha venido porque desea comprarla -dijo Jeremiah como preámbulo.

Willy miró hacia arriba y murmuró su saludo habitual:

–Buenos días.

–Bien, espero que le hayáis dicho que no está en venta -sonrió Devon.

–Se lo hemos dicho -dijo Willy levantándose y colocándose frente a Devon.

Devon se sentía de buen humor. A pesar de la victoria y del porcentaje del premio que le tocaba por ser preparador de Willowbrook, Willy no sonreía.

–Vaya, me siento como amenazada -bromeó Devon. Willy la observó como si no supiera de qué estaba hablando-. ¿Cómo vamos a trabajar con Firefly? -preguntó Devon con seriedad.

–No estoy seguro de seguir con su idea.

Nerviosa ante la obstinación de Willy, Devon dijo:

–Para prepararla para el Derby.

–No quiero que participe en el Derby -se limitó a decir Willy.

Devon lo miró incrédula.

–¿De qué está hablando?

-Fearless Leader estará recuperado para entonces. No tiene nada serio.

–Me alegro mucho, pero Firefly ha ganado el Blue Grass Stakes.

–Dudó.

–¡Ganó!

–No quiero correr el riesgo de que pueda suceder algo así en una carrera tan importante como el Derby -dijo Willy. Con gesto de no tener nada más que decir, se arrodilló para examinar las patas traseras de la potranca.

Con voz de hielo, Devon le dijo:

–Quiero hablar con usted en privado. – Willy no interrumpió lo que estaba haciendo-. Ahora. – El tono de voz hizo que Willy se diera media vuelta y la mirara por encima de su hombro. Al ver la expresión de su cara, detuvo su trabajo-. ¡Venga conmigo! – ordenó Devon, dirigiéndose hacia uno de los palcos vacíos de los propietarios. Avanzaron en un hostil silencio.

Una vez sentados, Devon dijo en tono tranquilo:

–No creo que esté sopesando correctamente las oportunidades que cada caballo tiene de ganar.

–Cuando hicimos el trato, aceptó que fuera yo quien eligiera. Yo elijo a Fearless Leader.

–¿Por qué?

–Corre más rápido de lo que corrió Firefly ayer. Su lesión habrá desaparecido y estará bien. Es un potrillo, así que creo que tiene más posibilidades de ganar el Derby. Además, Firefly dudó ayer cuando Rainmaker la desafió. Retrocedió.

–Sólo durante un segundo. De todos modos, ya sé lo que tengo que hacer en adelante. La haré correr con orejeras.

–Es una buena idea, pero las potrancas no ganan el Derby.

-Regret ganó -dijo Devon adoptando un tono razonable.

–Ah, la única -contestó Willy con conocimiento de causa.

-Firefly va a ganar -insistió ella con impaciencia.

–Usted me dijo que la elección era mía. Ya he hecho mi elección.

–¡Pero es totalmente caprichosa! – exclamó Devon-. Usted está intentando demostrar que tiene todo el poder en Willowbrook. Bien, ¡pues no pienso aceptar su decisión! ¡Firefly puede ganar el Derby!

Willy dio un ligero salto, enfadadísimo de que se pusiese en cuestión su objetividad como preparador.

–¡Si creyera que Firefly puede ganar, la haría correr, y usted lo sabe perfectamente!

Devon, también furiosa, empujó su silla hacia atrás con tanta fuerza que ésta se cayó. Se inclinó hacia Willy y le miró a los ojos; sus cejas formaban una furiosa línea, como oscuras y negras nubes sobre un mar azul.

–Sus razones para creer que no puede ganar son absurdas. Están basadas en una regla rígida sobre las potrancas y los potrillos. ¡Los preparadores como usted son los que hacen que las potrancas no puedan ganar el Derby! Ahora bien, estoy de acuerdo en que tuvo un problema momentáneo -continuó Devon con voz temblorosa intentando sobreponerse-; creo que las orejeras lo podrán solucionar. Además, lo pondremos en práctica para ver si funciona. Pero su tiempo ha batido el récord de la pista. ¡Willy, por el amor de Dios, puede ganar! – Devon dio una fuerte patada contra el suelo para resaltar sus últimas palabras.

–¡Yo no lo creo! – gritó Willy, quitándose la gorra de la cabeza y golpeándola con un gesto de frustración.

–Bien, ¡no tiene por qué hacerlo! – gritó Devon a su vez.

Por un momento, ambos se sintieron demasiado nerviosos para emitir palabra alguna.

Devon respiró hondo y continuó con voz más tranquila.

–Respeto mucho su opinión, pero usted no ha trabajado con Firefly como yo. Sucede además, Willy, que yo soy la dueña. Sé que hicimos un pacto, pero no puedo permitir que usted haga algo en lo que yo no estoy en absoluto de acuerdo. Si usted quiere hacer correr a Fearless Leader, perfecto. Es un buen caballo. Pero yo voy a hacer correr a Firefly y ésta es mi última palabra al respecto.

–Entonces, supongo que no hay nada más que decir. – Y, sin esperar más, Willy se puso la gorra de béisbol y se marchó.


La casa de invitados del señor y la señora Cooper Lyle III era tan confortable que Devon se sentía en ella como en su propia casa, por lo menos durante el tiempo que permanecía en Kentucky. Después de un largo día en la pista, con más cansancio de lo habitual dada su discusión con Willy, Devon pensaba en relajarse con John y en tomarse un refresco en uno de los blancos sillones colocados junto a la piscina.

Sintió que la tensión se desvanecía rápidamente mientras entraba en el pasaje arbolado de la propiedad de sus amigos. La finca de los Lyle era tan grande que Devon tardó unos minutos en llegar hasta la casa. Devon cerró la puerta del Packard que le habían prestado y se apresuró hacia la acogedora sala llamando a John. Las telas florales, los accesorios de bronce y los colores pastel eran un bálsamo para sus nervios.

–Aquí estoy, Devon -dijo John desde el dormitorio adornado en colores rosa y blanco, que conservaba un aspecto soleado aun en días nublados.

–Hola, amor -dijo Devon dándole un beso a su esposo. Inmediatamente, sus ojos se dirigieron hacia el baúl de cuero que estaba en el suelo. Estaba abierto, y el valet de John estaba doblando meticulosamente la ropa de su amo dentro del baúl, envolviendo en papel cada traje para que no se arrugara.

Devon, asombrada, le preguntó:

–¿Qué estás haciendo?

–Preparándome para volver a casa -contestó John con naturalidad.

–¿Qué quieres decir? Faltan todavía varias semanas para el Derby.

–Sí, ya lo sé, pero me dijiste que si Firefly no corría volverías a Nueva York conmigo. Le he pedido a Alice que preparara tus cosas. Creo que está en la lavandería de la casa principal.

Devon arqueó sus cejas sorprendida y comentó:

–Pero si Firefly va a correr…

–No.

–¿No? – preguntó Devon demasiado estupefacta para poder decir nada más.

John se dirigió a su valet:

–Wilkes, puedo terminar yo. ¿Por qué no vas a preparar tus cosas?

–Muy bien, señor -contestó el sirviente cerrando las puertas despacio al salir.

–El señor O'Neill ha venido a hablar conmigo -dijo John sacando la ropa de la cómoda.

–¡Cómo se atreve! – gritó Devon furiosa.

–¿Cómo se atreve a hablar con su patrón? – dijo John sarcásticamente.

Devon avanzó hasta John para situarse frente a él. Él se vio forzado a encontrarse con sus ojos.

–¿Qué tenía que decirte O'Neill? – preguntó Devon en un tono demasiado tranquilo. De hecho, era tan tranquilo que John supuso que estaba haciendo grandes esfuerzos para no gritar.

–Me ha contado la conversación que habéis mantenido esta mañana.

Devon alzó los hombros y fijó su mirada en John.

–¿O'Neill te ha contado nuestra conversación y tú has decidido que nos vamos a casa?

–Sí, eso he hecho -dijo John mirando desafiante a su esposa.

–¿Por qué razón?, si es que puedo preguntarlo. – Devon pronunció lentamente sus palabras para estar segura de que todo lo que decía era coherente. Temía proferir un atropello de improperios. Sentía que Willy la había ultrajado al haber involucrado a John en su discusión, pero estaba absolutamente sorprendida de que su esposo se hubiera puesto de su lado. ¡La humillaba! La traición la ponía físicamente enferma.

John se enderezó y se enfrentó a Devon; su postura era rígida.

–La razón es que estoy de acuerdo con O'Neill en que Fearless Leader tiene que correr en el Derby. También estoy de acuerdo con él en que deberíamos hacer correr a un solo caballo y en que Firefly tiene pocas posibilidades de ganar -dijo John en un tono razonable, aunque sus puños, metidos en los bolsillos de sus pantalones, estaban tensos.

–Bien -dijo Devon subiendo el tono de voz-. Yo estoy en la pista todos los días y creo que no tiene razón.

–Ya lo sé. – Hubo una pausa durante la cual John, de forma contundente, transmitió su resentimiento a Devon-. Es verdad que estás en la pista todos los días. Pero debo añadir que, tal vez sin pretenderlo, has intentado usurpar la autoridad de uno de los mejores preparadores de caballos del mundo. Tenemos suerte de que no se despidiera por esa ridícula discusión.

Estas palabras fueron como un golpe en el estómago de Devon. Nunca antes John se había mostrado tan desagradable con ella. Nunca se había quejado de nada que tuviese que ver con su trabajo en la operación de las carreras; se había limitado a decirle que la echaba de menos en Nueva York. Es más, al verla tan interesada, siempre le había dado ánimos. Ahora, John era como un extraño para ella. Revelaba un aspecto que era nuevo para Devon. Esta actitud hacía que la suya fuera más desafiante.

Devon apoyó las manos en sus caderas y avanzó hacia él.

–¿Deberíamos dar las gracias a Willy? ¿Aceptar órdenes de un empleado?

–Uno de los más competentes.

–Estoy de acuerdo, pero eso no le convierte en el dueño de las caballerizas de Willowbrook. Si yo fuera un hombre, quizá tampoco querría que me metiera en esto, pero no se le ocurriría ponerme en cuestión.

–No sé si eso es cierto. De cualquier modo, no eres un hombre. Eres mi esposa. Y yo estoy de acuerdo con O'Neill.

–¿Cómo puedes decir eso? ¡Ayer dijiste que la decisión final sobre el caballo que debía correr me correspondía a mí y no a O'Neill!

–Eso fue antes de haber escuchado su opinión.

–¡Pero aún no has escuchado la mía!

–O'Neill me ha explicado tu razonamiento.

El semblante de Devon se puso colorado; la sangre golpeaba sus sienes.

–Así que ahora permites que ese hombre hable por mí, sin ni siquiera escucharme -dijo Devon.

–Está bien -dijo John tranquilamente. Se sentó en el borde de la cama y cruzó los brazos mirando a su esposa con cierta burla-. Explícame tu razonamiento.

Devon sentía deseos de abofetearle. La palma de su mano cosquilleaba deseosa de hacerlo, pero se contuvo. Finalmente, decidió ignorar el sarcasmo en su expresión y decidió explicarle por qué pensaba que Firefly podía ganar el Derby. Cuando terminó, se había tranquilizado un poco.

–Y -concluyó-, si lleva orejeras, podremos evitar el problema que tuvo en el Blue Grass Stakes.

–Puede que tengas razón -concedió John-, pero ya me he comprometido con O'Neill.

Al oír estas palabras, Devon dio un paso adelante sintiéndose como si la hubieran golpeado.

–¡Así que tu compromiso con O'Neill es más importante que mi punto de vista!

–También tú te comprometiste con él -señaló John.

–Es cierto -dijo Devon con voz firme-. No me gusta romper los compromisos; no lo hago normalmente. Sin embargo, creo que él se está mostrando anticuado y supersticioso al pensar que una potranca no puede ganar el Derby. No quiere admitir que Firefly demostró ser buena. Está siendo testarudo.

–Tú también -apuntó John-. Por Dios, Devon, ¿por qué haces de esto una discusión personal? Es una pura cuestión de negocios. Estoy de acuerdo con la opinión del hombre a quien pago por su buen juicio.

Levantando la voz, Devon le dijo:

–¡Pero Firefly ha ganado el Blue Grass Stakes! ¡Ha ganado! Si hubiese quedado segunda, estaría de acuerdo con Willy, pero ha ganado. No entiendo qué mentalidad comercial puede tener alguien que no quiere hacer correr a un ganador que ha demostrado serlo.

¿Cómo podía hacer que su esposo entendiese el razonamiento que estaba defendiendo? Parecía distante. Arrodillada frente a la cama, golpeó el colchón cerca de John.

–¿No te das cuenta? He sido yo quien he entrenado a Firefly. No soy la novata que era cuando empecé. Por supuesto, O'Neill es uno de los mejores preparadores y no quiero perderle. Pero tampoco quiero que me controle. Firefly tiene el temple necesario para ganar el Derby. Estoy totalmente segura. Nunca ha tenido problemas de salud.

De pronto, John se suavizó.

–Sé que eso es lo que piensas -dijo acariciando el cabello de Devon-, incluso es posible que tengas razón. Pero no puedo dejar que pongas en cuestión la autoridad de O'Neill.

–¡Sigues diciendo lo mismo! – Devon se levantó de un salto, exasperada-. No soy una niña a la que haya que indicarle cuál es su lugar, pero así es como me estáis tratando.

Lo que más le dolía de la actitud de ambos hombres era su manifiesta falta de respeto hacia ella; y además, habiendo demostrado que sabía lo que hacía. Por otro lado, una parte de ella reconocía que había dado su palabra a Willy al respecto de que sería él quien eligiese el caballo para el Derby. Pero eso había sido antes de que Fearless Leader se lesionara. Antes de la victoria de Firefly. ¿Quién iba a pensar que se iban a producir estas coincidencias?

–John, ¿no puedes entenderlo? Me estás despreciando. Willy no debería haber venido a hablar contigo a mis espaldas. Eso no ha estado bien. Él y yo hemos estado trabajando juntos todos los días. Tú no tienes nada que ver con lo que pasa en las caballerizas. Cada vez que te pido que te involucres, me dices que no tienes tiempo. – La voz de Devon se hizo más vehemente-. ¿Por qué ahora, de pronto, él se dirige a ti como si tú fueras la autoridad principal?

John, sintiéndose incómodo, carraspeó. Parecía estar buscando las palabras adecuadas, pero no había manera de suavizar el impacto de lo que iba a decir a continuación:

–El hecho es que yo compré Willowbrook antes de casarnos. Willy aceptó trabajar para mí con la condición de estar al frente de la operación de los caballos. Devon, estoy convencido de que debo delegar mi autoridad en el personal al que contrato y no rebajarlo cuando se produce el menor problema. Y, aunque sea poco caballeroso, permíteme que añada otra cosa: soy la autoridad principal en Willowbrook. – Devon abrió la boca, furiosa, dispuesta a contestarle, pero John no la dejó-. Recuerda, además, que el primer día que te traje a Willowbrook le dijimos a O'Neill que él tendría el control absoluto de la operación de las carreras.

¿Control absoluto? No, se dijo a sí misma. No iba a permitir que Willy impidiera que la potranca que había ganado el Blue Grass Stakes corriera. La potranca más galardonada de toda la caballeriza de Willowbrook durante el año anterior. Más tranquila, aunque con decisión, Devon dijo:

–John, las cosas cambian. Yo respeto el conocimiento de Willy y su experiencia, pero no es un dios. No ha trabajado con Firefly como yo. La conozco mejor y no voy a dejar pasar la oportunidad de hacerla correr en el Derby.

–¿Qué quieres decir con eso de que no vas a dejar pasar la oportunidad?

Devon fijó sus ojos en John.

–Quiero decir que voy a hacer que Firefly corra. Ya le dije a Willy que él puede hacer correr a Fearless Leader.

John se levantó y se detuvo frente a Devon.

–¿Y si yo te digo que no?

Los verdes ojos de Devon se volvieron de hielo.

–Como bien has dicho, eres el único dueño legal de Firefly. Pero ya que estamos discutiendo sobre este tema, tengo que recordarte que también nosotros llegamos al acuerdo de que sería yo quien me ocuparía de la operación de las carreras. Por supuesto, estás en tu derecho de prohibirme que haga correr a Firefly en el Derby, ya que el caballo es tuyo. En ese caso, sólo tengo dos opciones. Te lo puedo comprar o puedo organizar mi propia operación al margen de ti. No creo que ninguno de los dos quiera este tipo de división en nuestro matrimonio, pero puede ser que tu compromiso con O'Neill sea más importante para ti que tu compromiso conmigo.

–¡Eso es absurdo! – exclamó John disgustado.

Caminó de un lado para otro, hacia delante y hacia atrás, preso de un silencioso enojo. Nunca habían tenido una discusión que hiriese de forma tan fundamental el propio núcleo de su matrimonio. Por primera vez, Devon estaba afirmando que si John se mantenía en su postura, ella podía -y lo haría- hacer lo que quisiera sin él.

Podía sentir la mirada de Devon en la parte trasera de su cuello mientras miraba por la ventana. Ella no dijo nada. Había dicho sus últimas palabras. Ahora, el asunto dependía de él. Por fin, se dio la vuelta y dijo:

–No sé por qué has hecho de esto un problema tan importante, pero, obviamente, lo has hecho. Me resulta absurdo; tus acciones van contra lo que yo entiendo en materia de negocios. Y ahora me obligas a tomar una decisión personal en lugar de una decisión objetiva de negocios. Decida lo que decida, no me voy a sentir cómodo. Así pues, si insistes, haz correr a Firefly. Pero no voy a estar aquí para suavizar las cosas entre tú y O'Neill. Me voy a Nueva York esta noche, tal y como había planeado. Y no esperes que te ayude a convencer a otro preparador para que venga a trabajar contigo cuando O'Neill se vaya. Porque cuando se vaya, todo el mundo sabrá por qué, y entonces ningún preparador decente querrá trabajar para la caballeriza de Willowbrook.

–O'Neill nunca tendrá la oportunidad de hacer resurgir una caballeriza como Willowbrook. Es el desafío de su vida. No va a renunciar. De cualquier modo -añadió en un tono de estudiada indiferencia-, cosas peores podrían pasar. – Su rostro adquirió una dureza casi militar. Se acercó hasta la puerta y se dio media vuelta para dirigirse de nuevo a su esposo-. Por cierto -dijo en un tono frío-, ni tú ni nadie tiene que decirme lo que debo hacer. No vuelvas a utilizar ese tono conmigo nunca más.


La escritura de Willowbrook, que John le había enviado desde Nueva York por avión la mañana siguiente a su pelea, parecía un regalo. Pero, en un momento de tranquilidad, Devon tuvo la convicción de que significaba que su matrimonio se había roto.

Sentada a su mesa de desayuno con un zumo de naranja, dio vueltas al documento que tenía entre sus manos y, pese a sus temores con respecto a John, un sentimiento de orgullo la sobrecogió al pensar que Willowbrook le pertenecía a ella, sólo a ella. La escritura le daba carta blanca para hacer lo que quisiese con la caballeriza, para tomar el mando sabiendo que tenía la última palabra.

Se dijo que lo mejor sería esperar a que John se hubiese tranquilizado y viajar luego a Nueva York para intentar arreglar las cosas. Pero antes tenía que lidiar con Willy.

Intentó imaginar qué efecto produciría este cambio en el preparador. Tenía que decirle que Firefly iba a correr en el Derby y, lo más importante, que ahora ella era la única dueña de Willowbrook. Devon se preguntaba si éste renunciaría. ¿Qué haría si ocurría eso? Estaba embarazada, aunque no daría a luz hasta Navidad. Quería seguir trabajando hasta que naciera el bebé. Pero ¿podría organizar todo el trabajo de la caballeriza? No lo creía. Bien, ¿a quién podría contratar en el momento más álgido de la temporada de las carreras? Los mejores preparadores estaban trabajando para personas a las que conocía. No creía que la caballeriza de Willowbrook pudiera atraer a los mejores talentos por varias razones: para empezar, la dueña era una mujer que quería participar en la operación; además, su caballeriza tenía mucho menos prestigio que las de la mayoría de sus amigos; en último lugar, porque la operación era más pequeña que otras, de modo que el preparador ganaría menos dinero.

Se daba cuenta de que tenía que intentar que Willy no se marchase o arriesgarse a perder las ganancias que Willowbrook había obtenido. Con decisión, se puso rápidamente unos pantalones de montar y una camisa, y se dirigió a la puerta cogiendo de camino su cepillo de pelo. El coche dejó un surco de tierra al acelerar; conducía con una mano mientras se cepillaba con la otra sin ni siquiera mirar por el espejo.

Una vez en Churchill Downs, buscó inmediatamente a Willy, deseando arreglar las cosas lo antes posible. Lo encontró con las dos manos apoyadas en el cerco blanco y observando a Fearless Leader, que, montado por Jeremiah, daba vueltas a la pista en sentido incorrecto. Era más fácil controlar a los caballos, evitar que se encabritaran, si eran llevados por la pista siguiendo el sentido de las agujas del reloj. Tanto Willy como la mayoría de los preparadores intentaban no desgastar los huesos y tendones del caballo diariamente, sino realizar ejercicios controlados.

Willy no había oído a Devon aproximarse, así que, al oír que lo llamaba, se giró con una expresión sorprendida en el rostro.

–Tenemos que hablar -dijo Devon con frialdad.

No movió ni sus brazos ni sus pies del cerco y, por unos segundos, Devon pensó que se daría media vuelta y se retiraría sin contestarle; Willy hizo una señal a Jeremiah para que volviera con el caballo. Cuando se dio cuenta de que el entrenador había visto su señal y se disponía a retirarse del cerco, se volvió hacia Devon metiendo las manos en los bolsillos de sus pantalones.

–No sé de qué tenemos que hablar -respondió Willy muy serio.

–Vamos a las gradas -dijo Devon ignorando su comentario.

Una vez sentados, Devon inició la conversación. Habló de forma brusca, en parte porque era propio de su naturaleza y en parte también porque deseaba sorprender a Willy con las noticias.

–El señor Alexander ya no es el dueño de las caballerizas de Willowbrook. – Hizo una pausa-. La dueña soy yo.

Una inquieta mirada cruzó el rostro de Willy mientras su mente intentaba procesar la información. Se mantuvo en silencio durante algunos segundos. Por fin, se levantó.

–En ese caso, recogeré mis cosas y me marcharé. – Miró hacia la pista donde los purasangres galopaban y caminaban con sus brillantes pieles al sol.

Devon pensó que parecía buscar algo, que intentaba detectar figuras distantes. Luego, girándose, miró hacia el corral donde los vareadores llevaban a los caballos para que se enfriaran. Un mozo estaba realizando esta tarea con Fearless Leader. Willy los miró.

De pronto, Devon sintió pena de él. Sintió pena por los malentendidos entre ambos. Pena porque parecía que no eran capaces de ponerse de acuerdo en cómo llevar adelante la caballeriza de Willowbrook.

–Willy… -dijo en tono suave. Willy volvió sus ojos hacia ella y esperó a que hablara. Devon sintió que su arrepentimiento se desvanecía ante la mirada de sus ojos. Aun así, sus palabras resultaron más amables de lo que había planeado-. Desearía que no se fuera -continuó.

Willy pareció considerarlo por unos momentos. Su respuesta fue menos brusca de la que esperaba Devon:

–No creo que pueda trabajar para usted -dijo sin rodeos.

Devon se dio cuenta de que la sinceridad era una de las cualidades que admiraba en Willy.

–¿Por qué? ¿Porque soy una mujer?

–Tal vez. Tal vez porque nunca antes nadie ha interferido tanto en lo que estaba haciendo.

–Pero Willy -dijo Devon exasperada ante la evidencia de que él se negaba a mirar las cosas de otro modo-, mi interferencia no ha perjudicado a Willowbrook ni a usted. Si usted pudiera pensar que se trata más bien de una colaboración…

–No puedo -la interrumpió Willy, quitándose de la cabeza la gorra de béisbol y pasando nerviosamente la mano por su calvicie-. Mire, usted se comporta como debe. Su comportamiento como dueña es bueno. Pero no puedo trabajar en un lugar en el que otra persona puede poner en cuestión las decisiones que tomo. El señor Alexander lo entendía. No fui a hablar de usted con él. Fui a hablar con él sobre la promesa que me había hecho cuando empecé a trabajar para ustedes.

–Está bien. Willowbrook tiene un nuevo dueño. Creo que debería dejar de lado su acuerdo con él y pensar que quizá tiene que volver a negociar conmigo. Olvídese del señor Alexander. Dígame lo que quiere. No puedo responsabilizarme de las promesas que él le hiciera, pero sí puedo hacerme cargo de las mías.

–Usted ha roto una promesa. En realidad, dos, si tiene en cuenta que estaba usted con el señor Alexander cuando me prometieron el control total.

Devon se sonrojó. Sabía que Willy nunca la respetaría ni querría trabajar con ella si no admitía la verdad.

–Es cierto que rompí mis promesas. Cuando le conocí, no sabía nada de carreras de caballos, pero, a medida que me fui interesando, creía que tenía algo más que decir. No me puede culpar por haber roto una promesa que hice antes de saber lo que estaba prometiendo -insistió Devon.

–Pensé que las personas ricas, como usted, tenían un código de honor. Una promesa es una promesa. La palabra de un caballero.

–Quiero pensar que soy una persona de honor. Pero no soy una santa, así que lo único que puedo hacer es pedirle disculpas. Por otro lado, estoy absolutamente convencida de que hay circunstancias especiales que…

–Yo no lo veo así. Usted me dijo que yo decidiría si Firefly iba a correr en el Derby.

Devon se mantuvo en silencio. La conversación no estaba llegando a ninguna parte. Por fin, dijo:

–Mire, dejemos el pasado. No le puedo ofrecer la última palabra sobre los caballos que van a correr. Pero le puedo asegurar que delegaría en usted esas decisiones en la mayoría de los casos. Si confío en un caballo, si tengo razones para confiar en él, no veo por qué siendo la dueña tendría que darle la autoridad a usted, que es el preparador. Esto fue lo que pasó con Firefly. Usted no puede darme ninguna razón que justifique que Firefly no corra en el Derby.

–Usted me dio su palabra -dijo Willy testarudamente.

–Confiaba en su juicio -dijo Devon mirándole a los ojos.

–¿Cree usted que no tengo juicio? ¿Cree que le haría sabotaje en una carrera por orgullo? – Se sintió enfadado ante la simple sugerencia.

–Si usted no creía que una potranca podía correr el Derby, ¿por qué aceptó mi ofrecimiento?

–Pensé que era una buena oportunidad, pero ahora pienso que nuestra oportunidad depende de Fearless Leader. ¡Eso ya lo hemos discutido!

Devon no respondió inmediatamente. Después de unos segundos de silencio, le preguntó:

–¿Usted cree tan firmemente en Fearless Leader?

–¡Sí! – dijo Willy con un fruncimiento de cejas que mostraba su convicción.

–Mmmm. Suponga… que hacemos correr a los dos caballos en el Derby.

–Ya le dije que es una mala…

–Y -le interrumpió Devon- suponga que le doy a Fearless Leader y el premio entero si gana.

La boca de Willy se abrió con asombro. La mayoría de los preparadores trabajaban toda su vida para otros y siempre soñaban con que algún día pudieran afrontar su propia operación. Sin embargo, el hecho de tener un caballo estaba muy por encima de las posibilidades de la mayoría de personas. No se trataba sólo del precio del animal, sino también de su cuidado, de su comida y de su entrenamiento. Se necesitaba también dinero para participar en las carreras, para el jinete. Ser propietario de caballos de carreras era una afición de ricos. Los preparadores que trabajaban para los ricos y tenían caballos también tenían que pagar el alquiler del establo para sus caballos.

Leyendo la mente de Willy, Devon añadió intentando convencerle:

–Con el dinero del premio, podría comprarse una caballeriza.

Willy la miró estupefacto:

–¿Qué podría hacer con un solo caballo y una caballeriza? Usted sabe que la operación de los caballos es cara. Pero si tuviera un macho… -dejó que la oración se desvaneciera lentamente.

Devon hizo ver que estaba considerando su proposición, pero, por dentro, se sentía feliz. Pensó que se iba a quedar. Sólo había un problema.

–Lo del macho es razonable, pero, si le doy uno, entonces supongo que estará de acuerdo conmigo en que no le pagaré por el servicio de Fearless Leader. Y…

Willy gruñó disgustado, sentándose hacia atrás en su silla y cruzando los brazos.

–Y -añadió Devon tranquilamente- tengo la opción del tercer potrillo del macho. Eso le da a usted por lo menos tres años para ir tirando.

–En ese caso, quiero la opción del primer potrillo de Firefly. Usted no necesitará tres años para ir tirando -dijo Willy apoyando las manos en las rodillas.

Devon y Willy estaban divirtiéndose como nunca de su mutua compañía. La operación de las carreras actuaba como un tónico para ambos.

-¿Firefly? -preguntó Devon burlonamente-. Debe tener un gran concepto de ella.

–Es la única potranca decente que me puede ofrecer en este momento -resopló Willy.

Devon ignoró la alusión; se sentía muy contenta.

–Bien, para que no diga que he roto mi palabra, hay otras condiciones que quiero discutir.

–¿Qué más? – gruñó Willy, pensando en quién se iba a llevar la mejor tajada.

–Si gana, quiero que se quede un año conmigo. Para entonces mi bebé tendrá seis meses y estaré en condiciones de trabajar a jornada completa.

Willy se rascó una quemadura del sol.

–Creo que tendría que aumentarme el sueldo.

–Un diez por ciento -ofreció Devon.

–¡Ja! En cualquier otro lugar me darían más -dijo Willy.

–¡Nadie le ofrecerá un ganador del Derby! – respondió Devon en el mismo tono.

–Veinte por ciento -dijo Willy.

–Es demasiado. El quince -dijo Devon bruscamente.

–De acuerdo. – Una sonrisa apenas visible se dibujó en el rostro de Willy.

–Ahora -dijo Devon respirando hondo, sabiendo que entraban en el tema más difícil-, con respecto al manejo diario de la operación…

–Este puede ser un punto delicado.

–Nunca voy a contrariar, nunca lo he hecho, una orden que usted dé a cualquiera de los peones.

Willy asintió con un gesto y, sin expresión, esperó a oír el resto.

–Pero…

–¡Ah, ya sabía yo que había un pero! – Willy miró hacia otro lado, nervioso.

–Pero -insistió Devon ignorando la interrupción-, yo soy la jefa. Su única jefa mientras trabaje usted en Willowbrook. Tengo el derecho de preguntar sobre cualquier tema. Y me interesan los caballos más importantes. Me haré mi propia opinión al respecto de los que deben correr y cuándo deben correr. Usted deberá pedirme mi opinión y ambos hablaremos de estos temas; no obstante, si en alguna ocasión no estamos de acuerdo, será mi opinión la que prevalezca. Por contra, dejaré las decisiones sobre la crianza en sus manos. Entrenaré por lo menos un caballo por temporada y Jeremiah será mi entrenador. No hay razón para que no pueda trabajar para los dos.

–Esto parece un acuerdo permanente. Es sólo por un año. Después, podrá hacer usted lo que le plazca -contestó Willy encogiéndose de hombros.

Devon entrecerró los ojos.

–Parece usted muy seguro de sí mismo -dijo en voz baja. Willy se limitó a volverse a encoger de hombros-. Está bien, entonces no creo que tenga usted ningún problema en enseñarme todo lo que sabe sobre la compra de caballos. Iré con usted a Keeneland y a Saratoga durante las subastas. Después de todo, si no va a estar usted por aquí…

–Seguramente contratará a otros hombres -declaró Willy.

–No sé -dijo Devon pensativa-. Creo que usted ha creado más problemas de lo que vale. ¿Quién sabe si el próximo será mejor?

Está vez, Willy explotó de risa. Devon nunca le había visto ni oído reír tan fuerte. Estaba tan contenta de que hubiesen podido llegar a un acuerdo que se rió con él.

Willy se detuvo bruscamente; volviendo a poner las manos sobre las rodillas, se inclinó hacia delante y dijo:

–Bien, pero ¿qué quiere si la que gana es Firefly?

–Quiero que permanezca en Willowbrook durante el mismo espacio de tiempo. Eso es todo; después, si quiere, podrá buscarse otro trabajo.

–Parece interesante -dijo Willy incorporándose-. Bien, entonces, si no hay nada más que hablar, voy a seguir con mi trabajo.

–Iré con usted -le recordó Devon.

–Sí -murmuró Willy.

–Mi abogado redactará el contrato. Lo tendrá listo la semana que viene.

Willy se volvió y se colocó frente a Devon.

–Siempre he hecho los negocios con un simple apretón de manos. No quiero que un loco abogado que no entiende nada de esto me líe con su charlatanería.

–¿Así que confía en mí? ¿Aun después de lo que ha ocurrido?

–Usted ya no es una novata. Sabe lo que está prometiendo. Con eso me basta.

Devon observó al hombre que, durante tantos meses, sólo había sido un enemigo. Estaba empezando a sentir cierto respeto por él, y esto le gustaba. Decidió dejar de lado su orgullo y decirle a Willy lo que estaba pensando.

–Me alegró de que nos dé una segunda oportunidad, Willy.

Le tendió la mano. Él la tomó sin vacilación y la estrechó con firmeza, con tanta firmeza como si hubiera estrechado la de un hombre.