Jeremiah, Jesse, Kelly y Francesca estaban de pie junto a la
cerca blanca, observando el ejercicio matutino. Tenían la mirada
puesta en Devon, que montaba a Roll the
Dice. Cuando una inversión grande como ésa fallaba en una
prueba crucial, la dueña de Willowbrook quería conocer por sí misma
la razón.
–Creí que la carrera era mía -suspiró Kelly, pasándose la
mano por el mentón-. Desde el comienzo, íbamos por delante con una
ventaja de dos cabezas.
–Y la verdad es que Carte Blanche
estaba quedándose atrás. En ese momento pensé que ya había perdido
-gruñó Jesse.
Jeremiah echó un vistazo a la revista Racing Form que tenía en la mano. Una vez más, leyó
en voz alta el artículo que describía detalladamente cómo Carte Blanche había humillado a Roll the Dice: «Carte
Blanche llevaba casi 10 metros de retraso y, cuando ya parecía
que Roll the Dice iba a ganar la carrera,
el potro francés arremetió… Me adelantó a tal velocidad que pensé
que era una bala dijo el jockey Willy
Shoemaker, que montaba a Galant
Man».
–¡Mierda! ¿Por qué ha tenido que decir eso? – se quejó
Kelly.
–Porque es verdad -dijo Francesca.
Kelly se puso la mano en la frente en un gesto de
frustración.
–¡No entiendo lo que ocurrió!
Como respuesta, Jeremiah leyó en voz alta: «En los últimos 50
metros, el jockey de Carte Blanche, Benito Rodríguez, sabía que había
ganado. Miró por encima de su hombro y no vio a ningún competidor.
De este modo, el desconocido francés galopó hacia uno de los
más…».
El grupo gimió al unísono, interrumpiendo a Jeremiah, en el
momento en que Devon se acercaba a ellos.
–Veo que estáis leyendo la revista Racing
Form -dijo con tristeza.
–Sí-dijo Jeremiah moviendo la cabeza- ¿Tienes alguna idea,
ahora que lo has montado por la pista?
–Sí, creo que puede ser un caballo muy bueno para carreras
cortas. La carrera de ayer debe de haber sido demasiado
larga.
–Eso me temía -dijo Jeremiah suspirando-, pero no quería
decir nada hasta que lo hubieses montado. También podría ser que se
acobardase al verse entre competidores. Siempre ha estado tan por
delante de los demás, que no hemos podido ver si eso sucedía en el
pasado.
–No lo parecía en los entrenamientos. Y ha corrido mucho en
las prácticas -señaló Francesca.
–Los caballos parecen darse cuenta de la diferencia entre una
práctica y una carrera -dijo Jeremiah.
–Bueno, son dos posibilidades distintas y podemos
considerarlas ambas, pero es preciso que identifiquemos el
verdadero problema -dijo Devon
Jeremiah se volvió hacia su hijo.
–Jesse, tal vez podrías pasar los próximos dos días
trabajando en esto con Francesca. Tengo que concentrarme en la
preparación de Willow the Wisp para la
carrera del sábado. – Era habitual entre los propietarios de
caballos de carreras incluir la referencia de la caballeriza en los
nombres de los caballos. Por lo tanto, para los que pertenecían al
mundo de los caballos, este nombre significaba que la yegua
pertenecía a Willowbrook.
–Quiero ver el libro de condiciones de las carreras de la
semana próxima -dijo Devon a Jeremiah- Dada esta circunstancia,
puede que tengamos que alterar el orden de intervención de nuestros
caballos.
El secretario de las carreras de cada hipódromo escribía su
libro de condiciones. En él, describía las condiciones que debían
tener los caballos para poder participar en las carreras que iban a
correrse en el futuro inmediato, generalmente, en una o dos
semanas. La participación podía restringirse a caballos de cierta
edad, sexo o cantidad de triunfos. En los libros de condiciones se
especificaba también la extensión de cada carrera. Había también
carreras para doncellas, esto es, caballos que nunca habían ganado.
Un caballo «perdía la doncellez» cuando ganaba su primera
carrera.
Uno de los secretos del éxito de Willowbrook era que Devon y
Jeremiah estudiaban cuidadosamente los libros de los hipódromos de
todo el país, y luego enviaban sus caballos a las competiciones
apropiadas. Su récord de triunfos reflejaba la extremada selección
de las carreras. Por lo tanto, incluso los caballos menos dotados
de Willowbrook tenían plusmarcas de triunfo muy superiores al
promedio. Los que no ganaban, pero tenían buen pedigrí, se vendían
o se utilizaban para la crianza.
Mientras Francesca y Jesse regresaban a los establos, Devon y
Jeremiah fueron hacia las oficinas del preparador a estudiar los
libros de condiciones.
Cuando llegaron a la modesta casilla blanca, Jeremiah indicó
a Devon que esperase fuera.
–Traeré un par de sillas. Éste puede ser el hipódromo más
hermoso del país, pero las oficinas son iguales en todas
partes.
Devon rió bajito, pensando en la lujosa casa que Jeremiah
tenía en Virginia.
–No estás acostumbrado a vivir así, ¿verdad?
–Siempre tengo que ir a hipódromos que están lejos de casa,
pero eso no significa que me guste. Irma mantiene la casa bastante
mejor.
Jeremiah entró en el local; unos segundos después regresaba
con dos sillas de metal de cocina con acolchado de
plástico.
Devon se lo agradeció y se sentó.
–Hablando de tu familia, iba a felicitarte por Jesse. Está
haciendo un trabajo estupendo. Tiene tu estilo con los
caballos.
Jeremiah se sentó en la otra silla moviendo la
cabeza.
–Me gustaría que se tomara un descanso para ir a la
universidad.
–¿No quiere hacerlo?
–Cree que es una pérdida de tiempo. Siempre dice que yo
triunfé sin necesidad de ir a la universidad. ¿Cómo puedo
discutírselo?
–Sin embargo, me has dicho que tiene buenas notas. No tendría
ningún problema para entrar en la universidad -aclaró
Devon.
–No le interesa. – Dejó caer la mano en un gesto de
impotencia- ¡Ah! ¿Para qué hacerse tanto problema con estos chicos?
Hacen lo que quieren.
–Puedes negarte a darle un empleo en Willowbrook hasta que
termine sus estudios -dijo Devon- Ya sabes que eso depende de
ti.
Jeremiah la miró con aprecio y sonrió.
–Lo sé. Y seguramente a su madre le gustaría que lo hiciera.
Pero temo que, en ese caso, se iría a trabajar a otra
parte.
La mirada de Devon se nubló y se dio la vuelta para mirar de
frente a su amigo.
–En otra parte no tendría las mismas oportunidades de
ascender. Tú lo sabes y él también.
Jeremiah comprendió el significado de las palabras de
Devon.
–El mundo no ha cambiado mucho en este negocio, ¿verdad? El
Consejo Nacional de Afroamericanos no ha influido demasiado en el
trato que recibimos a diario. Después de que ganase el Derby, ¿lo
recuerdas?, todos los propietarios blancos querían que me fuese a
trabajar para ellos, por supuesto. Me estrechaban la mano, me
palmeaban en la espalda, me enviaban champán y cosas por el estilo.
Uno llegó a mandarme a una mujer, ¿te lo había contado? – Devon
movió la cabeza negativamente-. De todos modos, al poco tiempo,
desistieron. Sabían que te sería leal. Empezaron a llamarme el
chico de Devon. Seguramente todavía me llaman así. Los blancos ni
siquiera saben por qué nos consideran inferiores. ¿Porque somos
inferiores? Yo demostré ser superior a todos los demás jockeys. ¿De verdad piensan que el color de la piel
de un hombre determina lo que está en su interior? – La voz de
Jeremiah estaba impregnada de tranquila angustia-. Eres blanca,
dímelo tú -añadió.
–No… no lo sé. – Devon se sentía perdida. Le avergonzaba que
muchas de las personas que habían tratado así a Jeremiah fueran
amigos suyos. No obstante, si decidía eliminar a los amigos en
función de sus prejuicios raciales, no le iba a quedar casi
ninguno. Todo lo que podía hacer era dar oportunidades a la gente
que trabajaba para ella, sin tener en cuenta su color. Pero ¿qué
significaba ese pequeño gesto en un mundo lleno de prejuicios? No
cambiaba para nada el estado de las cosas. Devon dijo pensativa-:
Tal vez cambiarían un poco las cosas en este negocio si pudiéramos
conseguir que Jesse trabajara de aprendiz en otra granja. Tiene
tanto talento…
–¿Quieres decir para que tus amigos puedan darse cuenta de
que no soy una excepción? ¿Un negro mutante que resultó ser
inteligente? ¿Que de hecho existen dos y probablemente alguno más?
– preguntó Jeremiah con amargura.
–¡Jeremiah! Nunca has hablado como hoy, con tanto…
cinismo.
–Devon, no hay un solo negro en Norteamérica que no sea
cínico. A menos que sea un completo idiota. ¿Sabes cuál es mi mayor
vergüenza? – Devon movió la cabeza, indicando que podía continuar-
¿Recuerdas esa noche, cuando tú, una mujer blanca, me salvó del
Klan?
–Pero Jeremiah, ni siquiera fueron a tu casa después de
marcharse de la mía.
–Porque te tenían miedo, Devon. Yo estaba en su agenda, pero
no habrían sido tan civilizados -dijo esta palabra de forma
sarcástica- conmigo como lo fueron contigo. Tu nombre tiene mucho
peso. Tú tienes poder. Poder para hacerles daño. Yo puedo tener
mucho dinero, puedo tener un arma, pero, sin embargo, no tengo
poder; y lo que más me apena de todo esto es que no veo que las
cosas vayan a ser diferentes para mi hijo.
–Entiendo a qué te refieres. Ser mujer significa tener que
demostrar constantemente lo que eres capaz de
hacer.
Nunca eres tomada en serio. Nunca te dan las mismas
oportunidades que a un hombre.
Jeremiah movió la cabeza negativamente.
–No es lo mismo. En todo caso, no para una mujer nacida en
una familia como la tuya.
–No, no exactamente -concedió Devon- Pero ¿crees que
cualquier otro daría a Francesca la oportunidad de ser jockey? No, la dejarían entrar en los clubes, lo
reconozco. Pero ¿la contratarían? No lo creo.
–Está bien, comprendo a lo que te refieres -admitió
Jeremiah-. Hay discriminación, aunque no es lo mismo que la
humillación cotidiana a la que va a tener que enfrentarse mi
hijo.
–Lo sé -dijo Devon-, pero podrías participar más activamente
en el movimiento por los derechos civiles. Intentar cambiar las
cosas.
–No sabría decirte la cantidad de dinero que he dado al
Consejo Nacional de Afroamericanos.
–Pero supongo que se puede hacer algo más,
¿no?
–Claro -dijo Jeremiah tranquilamente- Creo que en realidad
nunca he hecho nada. Espero que Jesse sea diferente. Hasta el
momento, sin embargo, no he visto ninguna señal de ello. Tal vez
estemos demasiado protegidos en Willowbrook. Cuando leo un libro,
puedo hablar contigo o con Irma al respecto, intercambiar
opiniones. A ti no te sorprende que sepa leer, ni te sorprende lo
que leo. Me tratas con respeto. Pero de vez en cuando tengo que
dejar nuestro mundo. Y en el hipódromo todos son bastante
desagradables entre sí, sin importar el color.
Devon se rió.
–Tienes toda la razón.
–Así que estoy ante un verdadero conflicto. Dejar que Jesse
permanezca en Willowbrook, donde estará protegido, o hacer que
salga al mundo real, donde pueden hacerle daño. En el mundo real,
es probable que tenga la oportunidad de cambiar las cosas algo más
de lo que yo lo he hecho.
–¡Jeremiah, no estás siendo justo contigo mismo! – exclamó
Devon-. Has hecho historia como jockey y la
estás haciendo de nuevo como preparador y
entrenador.
–No ha hecho que las cosas cambiasen -argumentó -La verdad es
que no lo sabes. El cambio puede ser lento. Eso no significa que
nunca vaya a llegar.
–¡Ah! – abrió la boca expresando firme incredulidad-. Siempre
voy a ser el chico de Devon.