Capítulo 72


A Devon le pareció gracioso que todos sus conocidos hubieran estado esperando que ella y John volviesen a casarse.


–Como suele decirse, la esposa es siempre la última en enterarse -señaló a su marido, mientras se vestían para la carrera de Belmont, la tercera carrera de la Triple Corona.

John, con la cabeza levantada mientras hacía el lazo de su corbata frente al espejo, dijo con una sonrisa:

–Francesca estaba tan feliz como me había imaginado.

John terminó de vestirse y se volvió hacia su esposa en el momento en que ésta desaparecía dentro del vestidor. Devon había permitido que John viese sus cicatrices y que las tocara la noche de bodas, pero aún se sentía incómoda si él la veía vestirse, especialmente cuando se colocaba el dispositivo que regularizaba su silueta. John había decidido darle tiempo. Había sido un gran paso que ella le permitiese verla desnuda.

Devon salió del vestidor unos minutos después. Habían decidido permanecer en su casa hasta después de la carrera de Belmont, porque él no quería que ella se trasladase mientras se preparaba la carrera más importante de su vida profesional. Después, se trasladarían a la casa de John, a algunas manzanas de allí, en tanto que Francesca regresaría a Willowbrook. Esta había sido la sugerencia de Laurel, que había insistido en que los recién casados necesitaban cierta intimidad.

–Pero mamá, no somos exactamente unos recién casados. Tampoco somos jovencitos. Además, queremos que Francesca viva con nosotros.

Laurel había lanzado una mirada inteligente a Devon, con una expresión de autoridad que no daba lugar a contradicción.

–No seas tonta, querida. Tiene 19 años, así que puede arreglárselas muy bien sin ti durante un par de meses. De cualquier modo, estarás de vuelta en Willowbrook para Navidad y entonces podrás retomar la vida familiar. Pero todo el mundo necesita una luna de miel. Y, por la forma en que John te mira, puedo ver que el interés sexual de uno por el otro no ha disminuido ni un ápice.

–¡Mamá! – exclamó Devon, realmente impresionada por la inusual franqueza de su madre. En general, Laurel era la persona más diplomática del mundo; siempre utilizaba eufemismos que revelaban su origen de dama sureña.

–¿Qué? ¿Acaso has pensado que no tengo en cuenta el sexo?

–No es eso… -musitó Devon.

–Está bien, entonces estaremos de acuerdo en que John y tú necesitáis tiempo para vosotros y en que nosotras estaremos muy bien. Contamos con mucha ayuda. Nos reuniremos cuando volváis a Virginia, aunque tengo que decirte que Alice y yo hemos decidido viajar a Londres en otoño.

¡Londres! ¡Las dos mujeres tenían casi 90 años! Acusó a su madre de haber planeado el viaje para darle a ella y a John un período de privacidad más prolongado, pero Laurel lo negó rotundamente.

–¡De ninguna manera! ¡Es infantil por tu parte pensar que los planes de tu madre giran en torno a ti!

–Mamá, estoy lejos de ser una niña. Tengo 57 años.

–Sin embargo, aún eres mi niña. Y, como tal, tienes poco que opinar sobre mis planes de viaje. ¡Aún no estoy senil!

–Sólo me preocupa que puedas cansarte.

–No te preocupes, querida. Alice y yo tenemos la intención de hacer una vida tranquila, hasta un extremo casi escandaloso. Por eso hemos optado por un crucero de placer. Con orquestas, buena comida y todo tipo de entretenimientos.

Con reticencia, pero sintiéndose interiormente feliz, Devon aceptó el plan. La verdad es que quería estar a solas con John.