Capítulo 54


–Ésta es la gota que colma el vaso, Pritchard -dijo Jeremiah en un tono tranquilo pero amenazador-. Te he dado demasiadas oportunidades para que cambiases tu actitud.


–Vaya, eres noble y poderoso -dijo el hombrecito, con la nariz casi tocando la de Jeremiah y las venas del cuello hinchadas-. Hace apenas seis meses que Willy ha muerto y ya te crees que lo sabes todo y que puedes darme órdenes.

Jeremiah solía tardar en perder el control, pero se enfureció al oír esto. Sin embargo, no levantó la voz; su tono era tenso, inclinándose hacia delante para enfatizar sus palabras.

–Siempre he sido tu jefe, Pritchard. No tiene nada que ver con Willy. Gracias a mí te has quedado aquí durante tanto tiempo, pero acabo de decidir que lo mejor es que te vayas, así que debes hacerlo antes del mediodía.

Habían discutido por un asunto sin demasiada importancia: si había llegado el momento de montar uno de los potrillos premiados de Willowbrook. Pero había sido sólo el último de una larga serie de desacuerdos. Jeremiah había decidido por fin que Willy tenía razón. Jimmy Pritchard no atendería a razones. Era salvaje y descontrolado como el potro sobre el cual discutían.

Las siguientes palabras de Jimmy demostraron que la impresión de Jeremiah era correcta.

–No tienes poder sobre mí. ¡La señorita Devon decidirá si estoy despedido o no! – gritó el joven.

–Eres tonto, chico, la señorita…

Las palabras de Jeremiah fueron interrumpidas por un sonoro golpe en su mandíbula. Por un momento, se mantuvo en pie, aturdido y viendo las estrellas. Se desplomó sobre el lodo, cerca del granero. Oyó a Jimmy Pritchard gritarle:

–¡Ningún negro me llama chico!

Entonces sintió un fuerte impacto en el estómago y perdió la conciencia.


El desayuno de las damas de Willowbrook fue interrumpido por un fuerte portazo en la cocina. Las vibraciones se oyeron a través del vestíbulo hasta llegar al salón comedor donde Laurel, Alice, Francesca y Devon estaban sentadas disfrutando del sol matutino.

–¡Tengo que ver a la señorita Devon! – oyeron que gritaba un hombre a una de las sirvientas.

Alarmada, Devon se puso en pie rápidamente, arrojando la servilleta sobre la mesa.

–¿Qué pasa? – dijo sin dirigirse a nadie en concreto, mientras las demás mujeres se miraban con desconcierto.

Oyó un murmullo de respuestas; luego, esa misma voz gritó:

–¡No! ¡Ahora! ¡Apártese de mi camino!

Antes de que pudiese llegar a la cocina, oyó fuertes pasos que se acercaban por el vestíbulo que separaba la cocina del comedor. Jimmy Pritchard cruzó violentamente la puerta.

–Tengo que hablar con usted -dijo el jinete mirando directamente a Devon.

Devon observó fríamente al joven. Como Willy, ella siempre había creído que era un agitador y muchas veces había estado tentada a despedirle. Sin embargo, como Jeremiah era su superior directo, ella no quería interferir. Sabía que Jeremiah estaba teniendo más problemas desde la muerte de Willy, al intentar consolidar su autoridad sobre algunos de los empleados blancos. Incluso algunos de los negros parecían opinar que él no podía ocupar un puesto así. Devon sabía que, para que Jeremiah triunfara en su nuevo trabajo, ella debía dar un paso atrás y dejar que Jeremiah manejara las cosas hasta haber establecido sólidamente su autoridad.

Pero ahora que Pritchard invadía su territorio, ella se proponía ponerlo directamente en su lugar.

Ese día, Devon vestía un traje azul marino de lino, pues había quedado con su banquero en Middleburg. Había decidido pedir un préstamo para comprar una granja de cría que se había puesto recientemente a la venta cerca de su finca. Si lograba cerrar la operación, sería la dueña de las caballerizas más grandes de Virginia. La granja de cría era muy prestigiosa, así que ni siquiera estaba segura de que estuviera realmente a la venta, pero se deleitaba pensando en consolidar una operación como ésa. Por supuesto, podía comprar la granja con su propio dinero, pero prefería utilizar el dinero del banco para la nueva empresa, una práctica que había adoptado para todas las inversiones en cuanto se hizo cargo de Willowbrook.

Pritchard pocas veces había visto a Devon vestida en un estilo tan ejecutivo. En los establos solía vestir vaqueros. Su aspecto, autoritario, frío, tan obviamente superior a él, le hizo dudar unos momentos.

Devon dejó que transcurrieran unos instantes de incómodo silencio; a continuación, habló:

–¿Por qué ha irrumpido de este modo en mi casa?

Él miró con incomodidad a las dos ancianas sentadas junto a la mesa, detrás de Devon. Luego miró a Francesca. Pareció recuperarse.

–Tengo asuntos que discutir con usted -dijo desafiante.

–Me cuesta creerlo; no obstante, si quiere pedir una cita…

–¡Ahora! – interrumpió con su arrogancia habitual.

–¡Con su permiso! – dijo Devon con ojos peligrosamente brillantes. Hizo sonar la campanilla para llamar al mayordomo. Éste apareció casi de inmediato-. Greene, por favor, acompañe al señor Pritchard a la puerta.

–¡Tengo asuntos que discutir con usted! – gritó el jinete, mientras el robusto hombre negro le agarraba el brazo con fuerza.

Devon se giró hacia las mujeres que estaban en la mesa.

–Os pido disculpas por esta escena.

Furioso por esta despedida, Pritchard gritó:

–¡Jeremiah Washington está tirado en el suelo, cerca del granero, y he venido a decirle por qué!

Devon se giró para mirar al jockey. Lo estudió por un momento mientras asimilaba sus palabras. Cuando comprendió, sintió que una ira tremenda se apoderaba de ella.

–¡Fuera de mi vista, señor Pritchard! ¡Si es verdad que el señor Washington está en esas condiciones, él mismo me dirá por qué!

Cuando pasaba a su lado, Pritchard la agarró del brazo:

–También tengo derecho a que se me escuche.

Fuera de sí, Devon se soltó de su brazo con furia.

–¡Cómo se atreve! – le espetó. Se dirigió al mayordomo-: Greene, lleve a este hombre a mi estudio, por favor, y asegúrese que no sale de ahí. – Sin volver a mirar a Pritchard, salió de la habitación.


Sin pensar en sus zapatos de tacón alto azules y blancos, Devon avanzó por el lodo hasta la oficina que compartía con Jeremiah, la que antes había compartido con Willy. Allí, encontró reunido a casi todo el personal alrededor del antiguo sillón de cuero. Jeremiah yacía en él, con una bolsa de hielo en el mentón.

–¿Qué ha pasado? – exclamó Devon.

Al verla, Jeremiah intentó ponerse en pie, pero sólo pudo incorporarse apoyándose en su codo.

–He despedido a Pritchard -dijo el entrenador, como si eso pudiera explicarlo todo.

Y de hecho explicaba mucho, pero Devon quería hacer algunas preguntas.

–¿Te has enredado en una pelea con él? – dijo asombrada de que un hombre tan tranquilo como Jeremiah pudiese haber hecho algo así.

–Ojalá lo hubiese hecho -respondió tranquilamente-. No, me ha pegado sin previo aviso. Lo siguiente que recuerdo es que estaba tendido en el suelo.

–También le ha dado una patada mientras estaba tirado en el suelo -añadió uno de los mozos.

Al oír esto, la furia de Devon contra Pritchard se intensificó. Descolgó el teléfono de su escritorio y llamó a la casa principal. Cuando el mayordomo contestó, ella le dio instrucciones:

–Greene, dígale a esa… esa… persona -pronunció la palabra como si fuese una obscenidad- que está en mi estudio que se vaya inmediatamente. No sólo de mi estudio, sino también de la propiedad. Le quiero fuera de aquí en menos de una hora. Si se va ahora mismo, recibirá dos semanas de salario y una carta de recomendación medianamente decente. Puede telefonearnos para darnos su dirección. Dígale que ésas son mis órdenes. No quiero volver a verlo nunca más. ¿Ha comprendido? – Devon movió afirmativamente la cabeza al recibir la confirmación desde el otro lado de la línea telefónica. A continuación, colgó el auricular con energía-. Jeremiah, ¿necesitas un médico?

–No, gracias, estoy bien -dijo sentándose y haciendo señas a los demás para que se fueran-. Muchachos, marchaos y dejadme respirar.

–Señores, por favor, discúlpennos. Creo que Jeremiah ya está bien -dijo Devon, despidiendo amablemente a los empleados.

Los hombres salieron uno a uno de la oficina y la puerta se cerró con un crujido.

Devon se dirigió a Jeremiah en voz baja.

–Ha habido algo además del despido, ¿verdad? – le preguntó sentándose frente a él.

–Sí, lo de siempre, ya sabes. Siempre le ha molestado recibir órdenes de un hombre de color. Como hoy… -Jeremiah explicó la causa de la discusión, y concluyó-: He sido un estúpido al pensar que podía cambiar de actitud. Era incomparable con alguno de los caballos. No quería deshacerme de él tan fácilmente.

–Puede ser sustituido -dijo Devon bruscamente-. Nunca permitas la presencia de un agitador, Jeremiah. No vale la pena. Eres un buen entrenador. La caballeriza funciona muy bien contigo a la cabeza. Tu única debilidad es que eres demasiado amable. Estás dispuesto a dar demasiadas oportunidades a hombres como Pritchard. Es una pérdida de tiempo.

–¡Ah!, Devon -suspiró Jeremiah moviendo la cabeza-. Me gustaría ser tan bueno como Willy. Él inspiraba respeto sin ni siquiera intentarlo.

–No todos pueden olvidar tu color, Jeremiah. La mayoría se acostumbra a la idea y lo consigue. Los que no puedan, bueno, pues no nos sirven.

–Devon, ¿por qué no has buscado a un hombre blanco para que sustituyera a Willy?

–¡No seas ridículo! Conoces bien el trabajo. Conoces mis métodos de entrenamiento y los de Willy. Has crecido aquí y somos amigos desde hace más de 30 años. Y, lo más importante, estás perfectamente capacitado para este trabajo. ¿Qué clase de persona sería si pusiera a alguien por encima de ti?

–Tal vez una persona más lista, Devon. Nadie tiene un entrenador negro. Todos piensan que estás loca por haberme elegido a mí. Me temo que esto va a causarte demasiados problemas. – Jeremiah intentó acomodarse la bolsa de hielo, volcando agua en su camisa.

Devon rió.

–Dámela, la volveré a llenar. – Se inclinó sobre él y apoyó la mano sobre su mejilla para coger la bolsa de hielo.

–¡Vaya, qué tierno! – Una voz sarcástica entró por la puerta de rejilla. Devon se giró y vio que el rostro malicioso de Jimmy Pritchard la miraba a través del alambre oxidado- Supongo que lo que dicen de los negros es verdad, por eso tiene a éste.

Al oír la voz del joven, Jeremiah se puso de pie y, en dos largas zancadas, llegó a la puerta. La abrió de forma tan brusca que Jimmy Pritchard, desprevenido, recibió un golpe en el rostro.

Jeremiah no era más alto que Jimmy, pero sí más robusto, pues al haber dejado de correr había aumentado de peso. Sin embargo, era puro músculo. Lo demostró agarrando a Jimmy del cuello y levantándolo en el aire hasta llegar a la pared del establo situada frente a la oficina. Jeremiah incrustó a Jimmy contra la pared y el joven se balanceó hacia delante. Jeremiah levantó la rodilla y ¡pum!, directamente al mentón de Jimmy, golpeando su cabeza hacia atrás. Luego, dejó caer al jockey en el fango.

Devon, de pie detrás de la puerta de alambre, estaba azorada ante el comportamiento sin precedentes de Jeremiah. Se mantuvo en silencio.

–Pritchard, levántate si quieres pelear. Si no quieres pelear, vete de esta propiedad. ¡Ahora!

El jockey movió la cabeza para recuperar el sentido y se limpió la sangre de la nariz con la manga de la camisa. Se sentó y miró a Jeremiah con odio.

–Pelearé contigo en cualquier lugar, negro. – Se lanzó hacia las piernas de Jeremiah, intentando hacerlo caer. Pero Jeremiah era demasiado rápido. Se movió hacia un lado y la cara de Jimmy se estampó contra el fango. Jeremiah volvió a cogerlo del cuello, esta vez por la parte de atrás.

–Permíteme que te ayude -dijo tranquilamente, volviendo a lanzar a Pritchard contra la pared. En esta ocasión, el codo del joven se golpeó contra una argolla de metal haciendo que éste gritara de dolor. Se dirigió a Jeremiah con los puños en alto-. No volverás a hacerlo -gruñó Jeremiah, golpeando a su contrincante en el estómago con toda su fuerza.

Pritchard se dobló por las náuseas y avanzó tambaleante hacia Jeremiah. Éste se enderezó, dispuesto a volver a golpearlo si era preciso. Pero, antes de alcanzarlo, Pritchard cayó de rodillas y vomitó en el fango.

Jeremiah levantó los ojos y vio que sus hombres lo rodeaban. La mayoría lo miraba con aprobación, pero dos de los amigos de Pritchard se acercaron al jockey y lo ayudaron a ponerse en pie.

–Ya es suficiente por hoy, Jimmy -dijo uno, arrastrándolo fuera del granero.

Jimmy les hizo señas de que se detuvieran. Con dificultad, se volvió para mirar a Jeremiah.

–Puede que por hoy sea suficiente. Pero no me voy a rendir, no tan fácilmente. Hay muchas maneras de vérselas con negros engreídos. Especialmente con los que ponen las manos sobre mujeres blancas -espetó-. Tú y esa perra tendréis vuestro merecido -amenazó. Luego se volvió y se marchó cojeando.

Devon salió de la oficina con el rostro inmóvil. Abrió la boca para hablar, pero Jeremiah se le adelantó. Dirigiéndose a sus hombres, dijo:

–Si alguno de vosotros piensa como Pritchard, lo mejor es que se vaya ahora. Le daremos dos semanas de paga y una carta de recomendación. Quienes se queden, que sepan que yo soy el jefe directo. Yo contrato y yo despido. Cualquier hombre, negro o blanco, que empiece a dar los problemas que han llevado a la situación de hoy, será despedido más rápidamente que Pritchard. No me importa de qué color sea. Si trabajáis duro, se os recompensará. Si cometéis un error, tendréis otra oportunidad. Pero no voy a tolerar el desafío, la falta de respeto y los prejuicios. – Jeremiah miró uno a uno a sus hombres, esperando que alguno protestara o se marchara.

–Sí, señor -dijo un muchacho delgado, un joven blanco de 16 años que soñaba con ser jockey.

–Trato hecho -dijo uno de los jinetes negros.

Todos asintieron con la cabeza.

–Está bien -dijo Jeremiah con tono grave-, Entonces, volved a vuestro trabajo.

Cuando todos se habían ido, Jeremiah miró a Devon. Ella le devolvió un gesto de aprobación, se giró y se dispuso a acudir a la cita con el banquero.