Capítulo 20


Como en el caso de todo purasangre de competición, el cumpleaños de Firefly era oficialmente el uno de enero. Iba a cumplir tres años, lo que le permitiría participar en el Derby de Kentucky.


Firefly no puede ganar el Derby -insistió Willy.

Estaba de pie en su oficina con Devon, y ambos discutían frente a frente. Estaban tan concentrados intentando controlar sus nervios que no se daban cuenta de que en la habitación hacía fresco.

Firefly es la yegua con la que más dinero hemos ganado durante el año -señaló Devon.

Willy tenía razón y ella lo reconocía. Las yeguas jóvenes no solían estar entre los potros campeones. Tendían a reducir la marcha cuando los potros las desafiaban; se trataba de un antiguo instinto que se originó en la vida salvaje, cuando los sementales tenían a su cargo un harén de yeguas. Pero no sucedía así con todas las yeguas jóvenes. Devon pensaba que Firefly era la prueba.

–Sí, ha ganado muchas carreras, pero en su mayoría eran para yeguas jóvenes.

–No siempre. Ganó una carrera de potros en Saratoga el año pasado, y otra en Pimlico.

–Eso fue distinto y usted lo sabe. No la estábamos poniendo a prueba; tan sólo estábamos comprobando qué tal lo hacía.

–¡Y lo hizo a las mil maravillas! – replicó Devon triunfante.

–Mire, señora Alexander -dijo Willy lanzándole una mirada amenazadora-, sólo ha habido una potranca que ganase un Derby en los últimos años.

–Bien, pues este año habrá dos -declaró Devon.

–Creo que Fearless Leader tendría más posibilidades, pero me temo que no le importa lo que yo pienso -respondió Willy.

Devon le miró enfadada. Estaba muy nerviosa, pero temía decir algo que pudiera contrariarle aún más. Era consciente de que, en el pasado, había superado los límites de su tolerancia. Cuando compraron la granja, Willy dejó bien claro que no admitiría interferencias por parte de los propietarios en el manejo diario de los caballos. Pues bien, tal como la propia Devon reconocía, había aguantado más interferencias de ella de las que habrían aguantado muchos otros preparadores. Pero también había que considerar que las opiniones de Devon le habían resultado valiosas. Se había portado bien como ayudante del preparador y como jinete de entrenamiento, y Willy lo sabía, aunque nunca lo admitía en voz alta. Sin embargo, Devon era consciente de que él lo sabía y de que, aunque a regañadientes, le tenía cierto respeto.

–¿Sabe lo que le digo? – dijo Devon en tono más conciliador-. Veamos qué tal lo hacen esta primavera. El Derby de Blue Grass será la fecha tope. Después, decidiremos. Estamos en febrero, así que aún nos queda tiempo. Pero trataremos a ambos caballos como si fueran los seleccionados para el Derby de Kentucky.

–Me parece bien -concedió Willy con un tono todavía brusco-, pero mi intención es llevar un solo caballo al Derby. Este asunto está yendo muy deprisa y no quiero que pasemos un mal rato.

Devon sabía que muchas de las mejores cuadras llevaban a menudo a varios caballos a una misma carrera. En estos casos, quien apostaba a uno de los caballos, aunque perdiera, ganaba la apuesta si el otro caballo de la misma caballeriza llegaba en los primeros puestos. Esto hacía que el propietario tuviera más posibilidades de ganar dinero. Podía suceder que dos o más caballos de un mismo propietario se situaran entre las posiciones ganadoras, con lo que éste ganaba no sólo la cantidad del primer premio, sino también la del segundo y la del tercero. Pero muchos propietarios consideraban que participar con dos caballos de una misma cuadra era un derroche de energía y de dinero, ya que sólo un caballo puede llegar en primer lugar. Aunque al respecto de la inscripción de más de un caballo para la misma carrera había sus pros y sus contras, Devon entendía el punto de vista de Willy. Iba a ser el primer Derby para la renovada cuadra de Willowbrook, así que era importante que el mundo de la competición hípica recuperara su fe en ella. Sólo así la cuadra podría volver a ser un negocio de crianza viable, porque era precisamente la crianza, y no las carreras, lo que aportaba ingresos fijos tan necesarios para una cuadra rentable.

–Acepto sus condiciones -dijo Devon- y además tengo otra propuesta. – Por primera vez desde que se iniciara la conversación, se dibujó una sonrisa en los labios de Devon-. Yo prepararé a Firefly y usted preparará a Fearless Leader.

Willy volvió a alterarse y gritó:

–¡No lo puedo aceptar!

–¿Por qué no? – preguntó Devon inocentemente.

–¡Porque yo soy el preparador! – contestó casi gritando.

–¿Quiere decir que no estoy capacitada? – La voz de Devon se elevó también.

–¡Yo no he dicho eso! Es una cuestión de jerarquía en el campo de entrenamiento.

–¿Cree que eso crearía problemas con los hombres de la cuadra? – preguntó Devon con un tono que revelaba lo ridículo de la idea.

Willy se tranquilizó inmediatamente. Con un gesto brusco, se puso la gorra de béisbol de tal manera que las orejas se le doblaron hacia delante de una forma realmente graciosa; pero la brusca reacción de Willy impidió que Devon hiciera ningún comentario divertido. Con extrema seriedad, Willy dijo:

–Creo que provocaría división de lealtades, y, así, yo no puedo trabajar.

Por un momento, Devon le miró fijamente, intentando encontrar una respuesta. Volvía a entender el razonamiento de Willy.

–Entiendo lo que quiere decir -reconoció ella. Entonces se le ocurrió una idea-: Mire, suponga que me quedo con un jockey de entrenamiento. Hasta el Derby de Kentucky, trabajaré sólo con Firefly y algunos otros caballos, pero no con Fearless Leader. Así, no recibirá órdenes de dos personas diferentes.

–Sigo pensando que eso no nos traería más que complicaciones. Parecería que alguien que pudiera tener problemas con algo que yo le dijera, pudiera acudir a usted. Me dijo que, en lo referente al trabajo diario, el jefe era yo. No creo que los hombres puedan pensarlo si usted va por ahí haciendo un entrenamiento aparte.

Devon reflexionó sobre la respuesta de Willy durante un momento. Le necesitaba. Empezaba a darse cuenta de que cualquier día podían tener un enfrentamiento, pero sería terrible que eso ocurriera en esos momentos, antes del Derby.

–Entonces tengo otra idea. Si decidimos que corra Fearless Leader, yo desaparezco durante algunas semanas. Me voy a Nueva York. Tendrá a su hombre a su completa disposición y quedará claro que yo no tengo nada que ver con el entrenamiento para el Derby -dijo Devon por fin.

–¿Y qué pasa si decidimos que Firefly corra en el Derby?

–Trabajaríamos juntos en su preparación.

El desafío inquietó a Willy. Aunque, además del entrenamiento, había muchos factores que influían en la preparación de un buen caballo de carreras, el ejercicio sería, ante todo, una oportunidad para medir sus habilidades de entrenador con las de Devon. Comprendía que ella tenía talento para entrenar. Sentía más respeto por su capacidad de lo que ella suponía, única razón por la que toleraba su presencia diaria en los establos. Al mismo tiempo, deseaba demostrar que su caballo era el mejor, ya que así Devon se vería obligada a reconocer de una vez por todas que él sabía más de caballos y que su opinión era la mejor. Lo único que Willy sabía era que quería situar a Devon a la misma cómoda distancia a la que se mantenía la mayoría de propietarios con respecto a la labor diaria de sus negocios en las carreras.

En ese momento, ella le estaba ofreciendo la oportunidad de demostrar definitivamente que él era la autoridad en el tema de las carreras. Ella tenía menos experiencia que él y, además, tenía en su contra el hecho de empeñarse en apoyar a una potranca. Se le ocurría que tal acuerdo tenía un único riesgo y, en cambio, muchas ventajas, si resultaba, tal y como pensaba, que su caballo era el mejor.

Expuso el punto que le preocupaba:

–Estoy de acuerdo, con una condición -dijo Willy dando a entender que esa condición no era negociable.

Devon le miró con expresión expectante.

–Yo elijo qué caballo tiene que correr -dijo con el tono de quien está anticipando problemas.

Devon recapacitó durante un momento. Sería una prueba de gran confianza permitir que Willy eligiera entre el caballo que ella entrenaba y el suyo propio; pero esa concesión de autoridad mitigaría las dudas que él albergaba sobre la participación de Devon en el asunto de las carreras. Además, estaba segura de que él no iba a permitir que su ego se impusiera sobre su responsabilidad profesional. Él deseaba que la caballeriza de Willowbrook ganara el Derby y lo de menos era el caballo con que lo consiguiera.

–Muy bien, de acuerdo -dijo Devon por fin-; pero elijo a Jeremiah como jockey y entrenador.

–¡Jeremiah! ¡Pero si es mi mejor hombre! – protestó Willy.

–Podrá contar con él para cualquier caballo, pero no para Fearless Leader. Mire -añadió Devon-, tengo en mi contra el haber elegido a una potranca. Usted mismo lo ha reconocido. Sé que le gusta el juego limpio, así que creo que debería darme la posibilidad de equilibrar la balanza con Jeremiah.

–No puedo hacerlo. De todos modos, hasta ahora usted ha sido su propio jockey. ¿Por qué no continúa así?

–He sido su jockey -le corrigió Devon-. Sabe perfectamente que no puedo ser entrenador jefe de Firefly y al mismo tiempo jockey. ¿Cómo voy a ver lo que está haciendo si estoy montada encima?

–Muy bien. – Willy hizo un gesto de desesperación con las manos-. ¡Llévese a Jeremiah! Utilizaré a Henry para Fearless Leader.

–Bien -dijo Devon con tranquilidad.

–Perfecto -dijo Willy con tono de frustración.

–Hasta luego -dijo Devon, cuando ya tenía la mano en el pomo de la puerta. Salió y cerró la puerta con suavidad.

–Ese es el problema -masculló él en voz baja.


John estaba orgulloso de la buena mano de Devon con los caballos; pero le molestaba que muchas veces se negara a ir con él a Manhattan porque no quería abandonar sus actividades en Willowbrook. Esto era causa de frecuentes peleas entre ellos, y John empezaba ya a sentir celos de Firefly y de los demás aspectos de la vida de Devon en Virginia, por más que se dijera a sí mismo que este sentimiento era estúpido.

–Solamente hasta el Derby -le aseguraba Devon con frecuencia.

Pero él sabía que estaba entusiasmada con las carreras y que siempre encontraría más satisfacciones en la vida que llevaba en Willowbrook que en Nueva York.

–¿No echas de menos la ópera, ni el teatro, ni a nuestros amigos? – solía preguntar a Devon con melancolía.

La verdad era que Devon no echaba de menos nada de eso. A ella le encantaba el campo y a John la ciudad. Tenían muchos amigos en el condado de Fauquier, pero a John le parecían demasiado tranquilos en comparación con el más dinámico grupo de Nueva York. De hecho, muchos de sus amigos de Nueva York tenían granjas en Virginia, pero ninguno de ellos se empeñaba, como hacía Devon, en pasar allí más de algunas semanas.

–Ya que no echas de menos Nueva York, espero que por lo menos me eches de menos a mí -le dijo John una noche durante una conversación telefónica desde su oficina.

–Por supuesto que te echo de menos -le aseguró Devon.

Y era verdad. Mucho. Pero tenía mucho trabajo durante el día y dedicaba la noche a su familia y a sus amigos. Echaba de menos el cálido contacto de John cuando estaba junto a ella en la cama. Echaba de menos sus consejos y su compañía. Pero estaba demasiado ocupada para darse cuenta de sus ausencias; y John lo percibía.

–Devon, me siento solo -decía John.

–Yo también. ¿Cuándo podrás volver a casa?

–Ésta también es nuestra casa. Nuestra casa está donde estamos nosotros.

Devon no supo qué responder.

–Sí…

Por un momento, Devon pensó en sus padres y en sus amigos. En Grace y en Philip. Por lo visto, en todo matrimonio feliz, las mujeres están con sus maridos y dedican su vida a ellos. La independencia de Devon se parecía mucho más a la de sus amigas actrices, cuyos matrimonios solían acabar en divorcio. Pensó en las pocas amigas de Nueva York que vivían separadas de sus maridos. Sólo algunas llevaban una relación así, aunque se trataba de matrimonios sin amor que, en la mayoría de los casos, acababan también en divorcio. Devon no quería que eso les sucediera a ellos. Sin embargo, no conocía a ninguna mujer que llevara una vida independiente de su marido y que, a la vez, se las pudiera arreglar para que su matrimonio fuera feliz. Devon se dio cuenta de que tenía que tomar una determinación. Si se negaba a adoptar el papel que la sociedad le había encomendado, se arriesgaba a perder a su marido.

–John, comprendo que te sientas decepcionado; creo que tienes razón -suspiró Devon.

John notó que su esposa se expresaba con cierta desilusión, y eso le dolió. ¿Por qué él no era razón suficiente para ella? ¿Por qué sus intereses en Virginia eran más importantes que él? Se dio cuenta de que Devon estaba dispuesta a rendirse a sus deseos, pero se percató también de que su triunfo sería vano si ella no lo hacía de buen grado.

–Cariño, no estés triste. No voy a insistir para que vengas a verme antes del Derby. Lo único que te pido es que, después, te olvides de todo por algún tiempo y te vengas una temporada conmigo y con nuestros amigos.

–¿No querrás pasar todo el verano en la ciudad? – preguntó Devon incrédula.

Ninguno de sus amigos pasaba el verano en Nueva York. La mayoría iba a Newport en junio y julio, y después, durante la temporada hípica de agosto, a Saratoga. Algunos viajaban a Europa y los menos se marchaban a su finca de Virginia, pero no a Nueva York, ¡no en verano!

–Por supuesto que no. Me gustaría que vinieras a Nueva York en mayo, después del Derby. Los Vanderbilt nos han invitado a pasar con ellos las dos últimas semanas de junio, y Sydney y Bart quieren que estemos juntos en julio. ¿No te parece que podríamos aceptar estas invitaciones?

–Sí… -dijo Devon dubitativa-, pero ¿no estaremos en Willowbrook en todo el verano? Tengo tanto que hacer aquí…

–Cariño, no pretendo renunciar a Willowbrook y en ningún momento he querido que lo pensaras. Lo que pasa es que me gusta estar con nuestros amigos y no quiero perderme toda la temporada de Newport por culpa de Willowbrook.

–¡Oh!… -suspiró Devon aliviada-. ¿Podríamos pasar aquí las dos primeras semanas de junio?

–Claro que sí -dijo John cariñosamente, feliz de que Devon estuviese de acuerdo con sus planes.

Deseaba realmente un verano de largos días, con salidas al mar, tenis y golf, y de largas noches con fiestas y cenas suntuosas. Era un hombre gregario al que le gustaba estar con amigos. A menudo, se había sentido inquieto cuando Devon y él pasaban las tardes en casa; Devon podía pasarse semanas enteras sin quedar con nadie, excepto con su familia y sus amigos más íntimos. Su idea era que Devon pasara el verano más divertido de su vida.


Devon sabía que Firefly tenía la casta, el porte y la destreza necesarios para ganar carreras. Estos factores estaban ya establecidos y, por lo tanto, no dependían de Devon; pero había dos factores muy importantes que Devon podía controlar en gran medida: el entrenamiento y el control de la salud de Firefly. Por último, Firefly tenía en su contra el ser una potranca, elemento que Devon no podía controlar, pero sí manipular.

Como Devon no tenía hábitos rígidos en lo relativo a la crianza de los purasangre, podía imaginar con total libertad posibilidades que se apartaban de lo convencional. Así pues, decidió preparar a Firefly para ganar haciendo que se acostumbrara a ello.

Tal y como Devon señalara a Willy, Firefly había ganado varias carreras el año anterior, aunque Willy nunca la había inscrito en una competición de alto rango, puesto que lo más importante para su orgullo era conseguir que Willowbrook volviese a ser una empresa rentable. Por esta razón, la había inscrito en carreras en las que él creía que tenía posibilidades de ganar y no en aquellas en las que lo podía tener difícil.

Pero preparar purasangres suponía ponerlos a prueba al máximo. Tanto Willy como la mayoría de los expertos preparaban a sus caballos combinando la carrera en solitario con la competición en grupo. Sin embargo, la teoría de Devon sobre el entrenamiento se basaba en su conocimiento de los caballos en estado salvaje. Sabía que los caballos aseguraban su supervivencia si se mantenían cerca de la manada. Así, la mayoría de las veces, el ganador de una carrera era el caballo que se había mantenido en medio del grupo o cerca de él hasta el final, hasta el momento en que la fusta del jockey lo azuzaba. En cambio, el líder natural de la manada intentaba mantenerse por delante de los demás caballos, ya que eso era a lo que le impulsaba su instinto. Por eso, en el medio salvaje, los sementales se erigían en líderes del grupo. El instinto de una potranca era todo lo contrario. Devon concluyó que Firefly sólo sería capaz de ganar el Derby si recibía una cuidadosa reeducación, eso es, si se conseguía que compitiera y ganara a los potros periódicamente. Devon esperaba que las victorias de Firefly del año anterior sirvieran de base sobre la cual asentar la preparación futura. Por ello, en lugar de hacer que Firefly compitiera con potros en velocidad, la pondría en un campo rodeada de tres potros y ordenaría a los jockeys que los mantuvieran siempre detrás de Firefly, de modo que, aunque formara parte del grupo, ella estuviese siempre en cabeza.

Como se hacía con todos los caballos de carreras, se dejó a Firefly en el establo durante casi todo el día, para que no malgastara energías. Sus competidores podían correr libremente por la amplia finca de Willowbrook. Firefly salía todos los días del establo rebosante de energía y dispuesta a correr a rienda suelta. Eso es lo que los potros habían estado haciendo durante todo el día. La estrategia funcionó bien casi desde el principio. Su tiempo era mejor que el de Fearless Leader, fuera cual fuera la distancia que corrían, hasta el punto de que Willy no sabía qué pensar.

Fearless Leader corre muy bien en pista embarrada -comentó Jeremiah a Devon mientras paseaba a Firefly por uno de los recintos con el fin de refrescarla. Ese trabajo lo solían hacer los mozos de cuadra jóvenes, pero ambos preferían hacerse cargo de ello y de todo lo relativo al entrenamiento de Firefly para evitar que ésta pudiese quedar entumecida y con molestias-. Eso le fue bien durante el otoño pasado, que llovió tanto. Pero este invierno apenas ha llovido y a Firefly le gusta la pista seca.

–Pero ¿qué haremos cuando lleguen las lluvias de primavera? – preguntó Devon.

–No lo sé, señora. El problema no es que Firefly no pueda correr en pista con barro, sino que a Fearless Leader le encanta.

–Al fin y al cabo -dijo Devon-, Fearless Leader es también un caballo mío. Mientras uno de los dos tenga madera para el Derby, no me importará que Fearless Leader sea mejor que Firefly.

Jeremiah la miró de reojo con sus inteligentes ojos castaños. Sonrió con simpatía y dijo:

–Sí, señora.

Devon no pudo aguantar una sonora carcajada ante aquella muestra de exquisita diplomacia, y el joven respondió con una amplia y blanca sonrisa que contrastaba con su piel color chocolate.

–Jeremiah, quiero que sepas que te estoy muy agradecida por el esfuerzo que dedicas a ayudarme con Firefly -dijo Devon en tono más serio.

Firefly es una apuesta arriesgada, señora. Siempre es bueno ver cómo se ganan tales apuestas -dijo Jeremiah con igual serenidad-. Si gana, la recompensa sería dos veces buena -añadió con aire reflexivo-, incluso con dos puntos en contra, las posibilidades son elevadas.

–¿Dos puntos? – preguntó Devon desconcertada.

Jeremiah, bastante nervioso, dejó de mirarla y fingió concentrarse en tomarle el pulso a Firefly.

–¿Dos puntos? – repitió Devon, obligando al joven a girarse y a encontrarse con sus penetrantes ojos aguamarina.

–Bueno, es una potranca y…

–¿Y?

–Y su entrenador es una… una… -Jeremiah se agachó para examinar detenidamente la pezuña delantera de Firefly.

Devon se llevó las manos a las caderas y, en un tono mitad burlón mitad imperioso, dijo:

–Jovencito, levántate, mírame y dime lo que quieres decir.

–Bueno…, usted es una mujer…, quiero decir un entrenador mujer -dijo Jeremiah bruscamente.

Devon frunció el entrecejo, haciendo que apareciese una arruga furiosa en su suave frente de alabastro. Jeremiah agachó la cabeza en espera del arrebato de ira.

–Jeremiah, ¿crees que montas tan bien como cualquier otro hombre de por aquí?

–¿Señora? – El joven alzó la vista sorprendido por el aparente cambio de tema.

–Ya me has oído.

–Supongo que monto tan bien como cualquiera -dijo Jeremiah esperando a ver qué pasaba.

–Entonces, ¿por qué no te preparas para ser jockey? – le preguntó Devon.

Jeremiah miró a su jefa con perplejidad:

–La verdad, señora, es que hace años que no ha habido ningún jockey de color.

–¿Por qué no?

Jeremiah intentó buscar una respuesta que no pudiera resultar ofensiva para Devon.

Devon, impaciente, le dijo sin rodeos:

–Sólo porque eres negro, ¿verdad?

–Sí…, supongo que sí, no estoy seguro, señora.

–Bien, haré un trato contigo, Jeremiah -dijo Devon. Esperó algunos segundos hasta que los ojos castaños del joven se encontraron con su decidida mirada.

–¿Señora?

–Tú me ayudas a que Firefly llegue al Derby y yo te ayudaré a que seas jockey.

Una sonrisa intensa como el amanecer se dibujó en el rostro de Jeremiah.

–Sí, señora -dijo emocionado.

Devon le devolvió una amplia sonrisa y, a continuación, hizo un gesto que indicaba el camino hacia el potrero.

–Otra cosa, Jeremiah.

–¿Sí, señorita Devon?

Devon se detuvo y volvió a mirar fijamente a Jeremiah.

–No es un impedimento que tú seas negro ni tampoco lo es que yo sea una mujer. Sólo los tontos piensan así. Y mucho mejor para nosotros si lo piensan, porque eso hace que nuestra victoria sea más dulce, y hace que se sientan más tontos todavía cuando ganamos.