–Firefly no puede ganar el Derby
-insistió Willy.
Estaba de pie en su oficina con Devon, y ambos discutían
frente a frente. Estaban tan concentrados intentando controlar sus
nervios que no se daban cuenta de que en la habitación hacía
fresco.
–Firefly es la yegua con la que más
dinero hemos ganado durante el año -señaló Devon.
Willy tenía razón y ella lo reconocía. Las yeguas jóvenes no
solían estar entre los potros campeones. Tendían a reducir la
marcha cuando los potros las desafiaban; se trataba de un antiguo
instinto que se originó en la vida salvaje, cuando los sementales
tenían a su cargo un harén de yeguas. Pero no sucedía así con todas
las yeguas jóvenes. Devon pensaba que Firefly era la prueba.
–Sí, ha ganado muchas carreras, pero en su mayoría eran para
yeguas jóvenes.
–No siempre. Ganó una carrera de potros en Saratoga el año
pasado, y otra en Pimlico.
–Eso fue distinto y usted lo sabe. No la estábamos poniendo a
prueba; tan sólo estábamos comprobando qué tal lo
hacía.
–¡Y lo hizo a las mil maravillas! – replicó Devon
triunfante.
–Mire, señora Alexander -dijo Willy lanzándole una mirada
amenazadora-, sólo ha habido una potranca que ganase un Derby en
los últimos años.
–Bien, pues este año habrá dos -declaró
Devon.
–Creo que Fearless Leader tendría más
posibilidades, pero me temo que no le importa lo que yo pienso
-respondió Willy.
Devon le miró enfadada. Estaba muy nerviosa, pero temía decir
algo que pudiera contrariarle aún más. Era consciente de que, en el
pasado, había superado los límites de su tolerancia. Cuando
compraron la granja, Willy dejó bien claro que no admitiría
interferencias por parte de los propietarios en el manejo diario de
los caballos. Pues bien, tal como la propia Devon reconocía, había
aguantado más interferencias de ella de las que habrían aguantado
muchos otros preparadores. Pero también había que considerar que
las opiniones de Devon le habían resultado valiosas. Se había
portado bien como ayudante del preparador y como jinete de
entrenamiento, y Willy lo sabía, aunque nunca lo admitía en voz
alta. Sin embargo, Devon era consciente de que él lo sabía y de
que, aunque a regañadientes, le tenía cierto
respeto.
–¿Sabe lo que le digo? – dijo Devon en tono más conciliador-.
Veamos qué tal lo hacen esta primavera. El Derby de Blue Grass será
la fecha tope. Después, decidiremos. Estamos en febrero, así que
aún nos queda tiempo. Pero trataremos a ambos caballos como si
fueran los seleccionados para el Derby de
Kentucky.
–Me parece bien -concedió Willy con un tono todavía brusco-,
pero mi intención es llevar un solo caballo al Derby. Este asunto
está yendo muy deprisa y no quiero que pasemos un mal
rato.
Devon sabía que muchas de las mejores cuadras llevaban a
menudo a varios caballos a una misma carrera. En estos casos, quien
apostaba a uno de los caballos, aunque perdiera, ganaba la apuesta
si el otro caballo de la misma caballeriza llegaba en los primeros
puestos. Esto hacía que el propietario tuviera más posibilidades de
ganar dinero. Podía suceder que dos o más caballos de un mismo
propietario se situaran entre las posiciones ganadoras, con lo que
éste ganaba no sólo la cantidad del primer premio, sino también la
del segundo y la del tercero. Pero muchos propietarios consideraban
que participar con dos caballos de una misma cuadra era un derroche
de energía y de dinero, ya que sólo un caballo puede llegar en
primer lugar. Aunque al respecto de la inscripción de más de un
caballo para la misma carrera había sus pros y sus contras, Devon
entendía el punto de vista de Willy. Iba a ser el primer Derby para
la renovada cuadra de Willowbrook, así que era importante que el
mundo de la competición hípica recuperara su fe en ella. Sólo así
la cuadra podría volver a ser un negocio de crianza viable, porque
era precisamente la crianza, y no las carreras, lo que aportaba
ingresos fijos tan necesarios para una cuadra
rentable.
–Acepto sus condiciones -dijo Devon- y además tengo otra
propuesta. – Por primera vez desde que se iniciara la conversación,
se dibujó una sonrisa en los labios de Devon-. Yo prepararé a
Firefly y usted preparará a Fearless Leader.
Willy volvió a alterarse y gritó:
–¡No lo puedo aceptar!
–¿Por qué no? – preguntó Devon
inocentemente.
–¡Porque yo soy el preparador! – contestó casi
gritando.
–¿Quiere decir que no estoy capacitada? – La voz de Devon se
elevó también.
–¡Yo no he dicho eso! Es una cuestión de jerarquía en el
campo de entrenamiento.
–¿Cree que eso crearía problemas con los hombres de la
cuadra? – preguntó Devon con un tono que revelaba lo ridículo de la
idea.
Willy se tranquilizó inmediatamente. Con un gesto brusco, se
puso la gorra de béisbol de tal manera que las orejas se le
doblaron hacia delante de una forma realmente graciosa; pero la
brusca reacción de Willy impidió que Devon hiciera ningún
comentario divertido. Con extrema seriedad, Willy
dijo:
–Creo que provocaría división de lealtades, y, así, yo no
puedo trabajar.
Por un momento, Devon le miró fijamente, intentando encontrar
una respuesta. Volvía a entender el razonamiento de
Willy.
–Entiendo lo que quiere decir -reconoció ella. Entonces se le
ocurrió una idea-: Mire, suponga que me quedo con un jockey de entrenamiento. Hasta el Derby de Kentucky,
trabajaré sólo con Firefly y algunos otros
caballos, pero no con Fearless Leader. Así,
no recibirá órdenes de dos personas diferentes.
–Sigo pensando que eso no nos traería más que complicaciones.
Parecería que alguien que pudiera tener problemas con algo que yo
le dijera, pudiera acudir a usted. Me dijo que, en lo referente al
trabajo diario, el jefe era yo. No creo que los hombres puedan
pensarlo si usted va por ahí haciendo un entrenamiento
aparte.
Devon reflexionó sobre la respuesta de Willy durante un
momento. Le necesitaba. Empezaba a darse cuenta de que cualquier
día podían tener un enfrentamiento, pero sería terrible que eso
ocurriera en esos momentos, antes del Derby.
–Entonces tengo otra idea. Si decidimos que corra Fearless Leader, yo desaparezco durante algunas
semanas. Me voy a Nueva York. Tendrá a su hombre a su completa
disposición y quedará claro que yo no tengo nada que ver con el
entrenamiento para el Derby -dijo Devon por fin.
–¿Y qué pasa si decidimos que Firefly
corra en el Derby?
–Trabajaríamos juntos en su preparación.
El desafío inquietó a Willy. Aunque, además del
entrenamiento, había muchos factores que influían en la preparación
de un buen caballo de carreras, el ejercicio sería, ante todo, una
oportunidad para medir sus habilidades de entrenador con las de
Devon. Comprendía que ella tenía talento para entrenar. Sentía más
respeto por su capacidad de lo que ella suponía, única razón por la
que toleraba su presencia diaria en los establos. Al mismo tiempo,
deseaba demostrar que su caballo era el mejor, ya que así Devon se
vería obligada a reconocer de una vez por todas que él sabía más de
caballos y que su opinión era la mejor. Lo único que Willy sabía
era que quería situar a Devon a la misma cómoda distancia a la que
se mantenía la mayoría de propietarios con respecto a la labor
diaria de sus negocios en las carreras.
En ese momento, ella le estaba ofreciendo la oportunidad de
demostrar definitivamente que él era la autoridad en el tema de las
carreras. Ella tenía menos experiencia que él y, además, tenía en
su contra el hecho de empeñarse en apoyar a una potranca. Se le
ocurría que tal acuerdo tenía un único riesgo y, en cambio, muchas
ventajas, si resultaba, tal y como pensaba, que su caballo era el
mejor.
Expuso el punto que le preocupaba:
–Estoy de acuerdo, con una condición -dijo Willy dando a
entender que esa condición no era negociable.
Devon le miró con expresión expectante.
–Yo elijo qué caballo tiene que correr -dijo con el tono de
quien está anticipando problemas.
Devon recapacitó durante un momento. Sería una prueba de gran
confianza permitir que Willy eligiera entre el caballo que ella
entrenaba y el suyo propio; pero esa concesión de autoridad
mitigaría las dudas que él albergaba sobre la participación de
Devon en el asunto de las carreras. Además, estaba segura de que él
no iba a permitir que su ego se impusiera sobre su responsabilidad
profesional. Él deseaba que la caballeriza de Willowbrook ganara el
Derby y lo de menos era el caballo con que lo
consiguiera.
–Muy bien, de acuerdo -dijo Devon por fin-; pero elijo a
Jeremiah como jockey y
entrenador.
–¡Jeremiah! ¡Pero si es mi mejor hombre! – protestó
Willy.
–Podrá contar con él para cualquier caballo, pero no para
Fearless Leader. Mire -añadió Devon-, tengo
en mi contra el haber elegido a una potranca. Usted mismo lo ha
reconocido. Sé que le gusta el juego limpio, así que creo que
debería darme la posibilidad de equilibrar la balanza con
Jeremiah.
–No puedo hacerlo. De todos modos, hasta ahora usted ha sido
su propio jockey. ¿Por qué no continúa
así?
–He sido su jockey -le corrigió
Devon-. Sabe perfectamente que no puedo ser entrenador jefe de
Firefly y al mismo tiempo jockey. ¿Cómo voy a ver lo que está haciendo si
estoy montada encima?
–Muy bien. – Willy hizo un gesto de desesperación con las
manos-. ¡Llévese a Jeremiah! Utilizaré a Henry para Fearless Leader.
–Bien -dijo Devon con tranquilidad.
–Perfecto -dijo Willy con tono de
frustración.
–Hasta luego -dijo Devon, cuando ya tenía la mano en el pomo
de la puerta. Salió y cerró la puerta con
suavidad.
–Ese es el problema -masculló él en voz
baja.
John estaba orgulloso de la buena mano de Devon con los
caballos; pero le molestaba que muchas veces se negara a ir con él
a Manhattan porque no quería abandonar sus actividades en
Willowbrook. Esto era causa de frecuentes peleas entre ellos, y
John empezaba ya a sentir celos de Firefly
y de los demás aspectos de la vida de Devon en Virginia, por más
que se dijera a sí mismo que este sentimiento era
estúpido.
–Solamente hasta el Derby -le aseguraba Devon con
frecuencia.
Pero él sabía que estaba entusiasmada con las carreras y que
siempre encontraría más satisfacciones en la vida que llevaba en
Willowbrook que en Nueva York.
–¿No echas de menos la ópera, ni el teatro, ni a nuestros
amigos? – solía preguntar a Devon con melancolía.
La verdad era que Devon no echaba de menos nada de eso. A
ella le encantaba el campo y a John la ciudad. Tenían muchos amigos
en el condado de Fauquier, pero a John le parecían demasiado
tranquilos en comparación con el más dinámico grupo de Nueva York.
De hecho, muchos de sus amigos de Nueva York tenían granjas en
Virginia, pero ninguno de ellos se empeñaba, como hacía Devon, en
pasar allí más de algunas semanas.
–Ya que no echas de menos Nueva York, espero que por lo menos
me eches de menos a mí -le dijo John una noche durante una
conversación telefónica desde su oficina.
–Por supuesto que te echo de menos -le aseguró
Devon.
Y era verdad. Mucho. Pero tenía mucho trabajo durante el día
y dedicaba la noche a su familia y a sus amigos. Echaba de menos el
cálido contacto de John cuando estaba junto a ella en la cama.
Echaba de menos sus consejos y su compañía. Pero estaba demasiado
ocupada para darse cuenta de sus ausencias; y John lo
percibía.
–Devon, me siento solo -decía John.
–Yo también. ¿Cuándo podrás volver a casa?
–Ésta también es nuestra casa. Nuestra casa está donde
estamos nosotros.
Devon no supo qué responder.
–Sí…
Por un momento, Devon pensó en sus padres y en sus amigos. En
Grace y en Philip. Por lo visto, en todo matrimonio feliz, las
mujeres están con sus maridos y dedican su vida a ellos. La
independencia de Devon se parecía mucho más a la de sus amigas
actrices, cuyos matrimonios solían acabar en divorcio. Pensó en las
pocas amigas de Nueva York que vivían separadas de sus maridos.
Sólo algunas llevaban una relación así, aunque se trataba de
matrimonios sin amor que, en la mayoría de los casos, acababan
también en divorcio. Devon no quería que eso les sucediera a ellos.
Sin embargo, no conocía a ninguna mujer que llevara una vida
independiente de su marido y que, a la vez, se las pudiera arreglar
para que su matrimonio fuera feliz. Devon se dio cuenta de que
tenía que tomar una determinación. Si se negaba a adoptar el papel
que la sociedad le había encomendado, se arriesgaba a perder a su
marido.
–John, comprendo que te sientas decepcionado; creo que tienes
razón -suspiró Devon.
John notó que su esposa se expresaba con cierta desilusión, y
eso le dolió. ¿Por qué él no era razón suficiente para ella? ¿Por
qué sus intereses en Virginia eran más importantes que él? Se dio
cuenta de que Devon estaba dispuesta a rendirse a sus deseos, pero
se percató también de que su triunfo sería vano si ella no lo hacía
de buen grado.
–Cariño, no estés triste. No voy a insistir para que vengas a
verme antes del Derby. Lo único que te pido es que, después, te
olvides de todo por algún tiempo y te vengas una temporada conmigo
y con nuestros amigos.
–¿No querrás pasar todo el verano en la ciudad? – preguntó
Devon incrédula.
Ninguno de sus amigos pasaba el verano en Nueva York. La
mayoría iba a Newport en junio y julio, y después, durante la
temporada hípica de agosto, a Saratoga.
Algunos viajaban a Europa y los menos se marchaban a su finca de
Virginia, pero no a Nueva York, ¡no en verano!
–Por supuesto que no. Me gustaría que vinieras a Nueva York
en mayo, después del Derby. Los Vanderbilt nos han invitado a pasar
con ellos las dos últimas semanas de junio, y Sydney y Bart quieren
que estemos juntos en julio. ¿No te parece que podríamos aceptar
estas invitaciones?
–Sí… -dijo Devon dubitativa-, pero ¿no estaremos en
Willowbrook en todo el verano? Tengo tanto que hacer
aquí…
–Cariño, no pretendo renunciar a Willowbrook y en ningún
momento he querido que lo pensaras. Lo que pasa es que me gusta
estar con nuestros amigos y no quiero perderme toda la temporada de
Newport por culpa de Willowbrook.
–¡Oh!… -suspiró Devon aliviada-. ¿Podríamos pasar aquí las
dos primeras semanas de junio?
–Claro que sí -dijo John cariñosamente, feliz de que Devon
estuviese de acuerdo con sus planes.
Deseaba realmente un verano de largos días, con salidas al
mar, tenis y golf, y de largas noches con fiestas y cenas
suntuosas. Era un hombre gregario al que le gustaba estar con
amigos. A menudo, se había sentido inquieto cuando Devon y él
pasaban las tardes en casa; Devon podía pasarse semanas enteras sin
quedar con nadie, excepto con su familia y sus amigos más íntimos.
Su idea era que Devon pasara el verano más divertido de su
vida.
Devon sabía que Firefly tenía la
casta, el porte y la destreza necesarios para ganar carreras. Estos
factores estaban ya establecidos y, por lo tanto, no dependían de
Devon; pero había dos factores muy importantes que Devon podía
controlar en gran medida: el entrenamiento y el control de la salud
de Firefly. Por último, Firefly tenía en su contra el ser una potranca,
elemento que Devon no podía controlar, pero sí
manipular.
Como Devon no tenía hábitos rígidos en lo relativo a la
crianza de los purasangre, podía imaginar con total libertad
posibilidades que se apartaban de lo convencional. Así pues,
decidió preparar a Firefly para ganar
haciendo que se acostumbrara a ello.
Tal y como Devon señalara a Willy, Firefly había ganado varias carreras el año
anterior, aunque Willy nunca la había inscrito en una competición
de alto rango, puesto que lo más importante para su orgullo era
conseguir que Willowbrook volviese a ser una empresa rentable. Por
esta razón, la había inscrito en carreras en las que él creía que
tenía posibilidades de ganar y no en aquellas en las que lo podía
tener difícil.
Pero preparar purasangres suponía ponerlos a prueba al
máximo. Tanto Willy como la mayoría de los expertos preparaban a
sus caballos combinando la carrera en solitario con la competición
en grupo. Sin embargo, la teoría de Devon sobre el entrenamiento se
basaba en su conocimiento de los caballos en estado salvaje. Sabía
que los caballos aseguraban su supervivencia si se mantenían cerca
de la manada. Así, la mayoría de las veces, el ganador de una
carrera era el caballo que se había mantenido en medio del grupo o
cerca de él hasta el final, hasta el momento en que la fusta del
jockey lo azuzaba. En cambio, el líder
natural de la manada intentaba mantenerse por delante de los demás
caballos, ya que eso era a lo que le impulsaba su instinto. Por
eso, en el medio salvaje, los sementales se erigían en líderes del
grupo. El instinto de una potranca era todo lo contrario. Devon
concluyó que Firefly sólo sería capaz de
ganar el Derby si recibía una cuidadosa reeducación, eso es, si se
conseguía que compitiera y ganara a los potros periódicamente.
Devon esperaba que las victorias de Firefly
del año anterior sirvieran de base sobre la cual asentar la
preparación futura. Por ello, en lugar de hacer que Firefly compitiera con potros en velocidad, la
pondría en un campo rodeada de tres potros y ordenaría a los
jockeys que los mantuvieran siempre detrás de Firefly, de modo que, aunque formara parte del
grupo, ella estuviese siempre en cabeza.
Como se hacía con todos los caballos de carreras, se dejó a
Firefly en el establo durante casi todo el
día, para que no malgastara energías. Sus competidores podían
correr libremente por la amplia finca de Willowbrook. Firefly salía todos los días del establo rebosante
de energía y dispuesta a correr a rienda suelta. Eso es lo que los
potros habían estado haciendo durante todo el día. La estrategia
funcionó bien casi desde el principio. Su tiempo era mejor que el
de Fearless Leader, fuera cual fuera la
distancia que corrían, hasta el punto de que Willy no sabía qué
pensar.
–Fearless Leader corre muy bien en
pista embarrada -comentó Jeremiah a Devon mientras paseaba a
Firefly por uno de los recintos con el fin
de refrescarla. Ese trabajo lo solían hacer los mozos de cuadra
jóvenes, pero ambos preferían hacerse cargo de ello y de todo lo
relativo al entrenamiento de Firefly para
evitar que ésta pudiese quedar entumecida y con molestias-. Eso le
fue bien durante el otoño pasado, que llovió tanto. Pero este
invierno apenas ha llovido y a Firefly le
gusta la pista seca.
–Pero ¿qué haremos cuando lleguen las lluvias de primavera? –
preguntó Devon.
–No lo sé, señora. El problema no es que Firefly no pueda correr en pista con barro, sino que
a Fearless Leader le
encanta.
–Al fin y al cabo -dijo Devon-, Fearless
Leader es también un caballo mío. Mientras uno de los dos tenga
madera para el Derby, no me importará que Fearless Leader sea mejor que Firefly.
Jeremiah la miró de reojo con sus inteligentes ojos castaños.
Sonrió con simpatía y dijo:
–Sí, señora.
Devon no pudo aguantar una sonora carcajada ante aquella
muestra de exquisita diplomacia, y el joven respondió con una
amplia y blanca sonrisa que contrastaba con su piel color
chocolate.
–Jeremiah, quiero que sepas que te estoy muy agradecida por
el esfuerzo que dedicas a ayudarme con Firefly -dijo Devon en tono más
serio.
–Firefly es una apuesta arriesgada,
señora. Siempre es bueno ver cómo se ganan tales apuestas -dijo
Jeremiah con igual serenidad-. Si gana, la recompensa sería dos
veces buena -añadió con aire reflexivo-, incluso con dos puntos en
contra, las posibilidades son elevadas.
–¿Dos puntos? – preguntó Devon
desconcertada.
Jeremiah, bastante nervioso, dejó de mirarla y fingió
concentrarse en tomarle el pulso a Firefly.
–¿Dos puntos? – repitió Devon, obligando al joven a girarse y
a encontrarse con sus penetrantes ojos aguamarina.
–Bueno, es una potranca y…
–¿Y?
–Y su entrenador es una… una… -Jeremiah se agachó para
examinar detenidamente la pezuña delantera de Firefly.
Devon se llevó las manos a las caderas y, en un tono mitad
burlón mitad imperioso, dijo:
–Jovencito, levántate, mírame y dime lo que quieres
decir.
–Bueno…, usted es una mujer…, quiero decir un entrenador
mujer -dijo Jeremiah bruscamente.
Devon frunció el entrecejo, haciendo que apareciese una
arruga furiosa en su suave frente de alabastro. Jeremiah agachó la
cabeza en espera del arrebato de ira.
–Jeremiah, ¿crees que montas tan bien como cualquier otro
hombre de por aquí?
–¿Señora? – El joven alzó la vista sorprendido por el
aparente cambio de tema.
–Ya me has oído.
–Supongo que monto tan bien como cualquiera -dijo Jeremiah
esperando a ver qué pasaba.
–Entonces, ¿por qué no te preparas para ser jockey? – le preguntó Devon.
Jeremiah miró a su jefa con perplejidad:
–La verdad, señora, es que hace años que no ha habido ningún
jockey de color.
–¿Por qué no?
Jeremiah intentó buscar una respuesta que no pudiera resultar
ofensiva para Devon.
Devon, impaciente, le dijo sin rodeos:
–Sólo porque eres negro, ¿verdad?
–Sí…, supongo que sí, no estoy seguro,
señora.
–Bien, haré un trato contigo, Jeremiah -dijo Devon. Esperó
algunos segundos hasta que los ojos castaños del joven se
encontraron con su decidida mirada.
–¿Señora?
–Tú me ayudas a que Firefly llegue al
Derby y yo te ayudaré a que seas jockey.
Una sonrisa intensa como el amanecer se dibujó en el rostro
de Jeremiah.
–Sí, señora -dijo emocionado.
Devon le devolvió una amplia sonrisa y, a continuación, hizo
un gesto que indicaba el camino hacia el potrero.
–Otra cosa, Jeremiah.
–¿Sí, señorita Devon?
Devon se detuvo y volvió a mirar fijamente a
Jeremiah.
–No es un impedimento que tú seas negro ni tampoco lo es que
yo sea una mujer. Sólo los tontos piensan así. Y mucho mejor para
nosotros si lo piensan, porque eso hace que nuestra victoria sea
más dulce, y hace que se sientan más tontos todavía cuando
ganamos.