Capítulo 58


–¿Te lo puedes creer? Mamá dice que puedo empezar cuando haya terminado los exámenes, la próxima semana -dijo Francesca a Jesse. Sus caballos caminaban uno detrás de otro por el sendero del bosque, Jesse delante de Francesca. Pronto llegarían al arroyo.


–¡Es fantástico! – dijo Jesse por encima del hombro-. ¡Enhorabuena! ¿Cómo la has convencido?

–Como te dije. Tío John lo consiguió.

–¡Malcriada! – dijo Jesse bromeando.

Cuando llegaron al claro, bajó del caballo y lo ató a un árbol. Francesca hizo lo mismo, cogiendo la comida de la bolsa colocada en la silla.

–¿Nadamos primero? – preguntó Francesca.

Jesse recordó la incomodidad que había sentido el fin de semana anterior y el rubor tiñó sus mejillas color café.

–Claro, me he puesto un bañador. Mamá me lo regaló para mi cumpleaños -dijo como de pasada.

No quería confesar que se sentía más expuesto sentado frente a ella con la ropa mojada que con un bañador. No podía explicar por qué exactamente, pero parecía más… prudente… utilizar el bañador. Se sentía más seguro, bajo control.

Francesca se sintió confusa.

–¿No quieres que se te moje la ropa? – preguntó.

–Algo así.

–Se seca enseguida; ése nunca ha sido un problema. Tal vez también yo debería utilizar bañador.

–Tal vez. – Jesse se encogió de hombros, sin mirarla, mientras extendía el mantel en el suelo.

–¿Te vas a poner la ropa seca cuando salgas? – preguntó Francesca.

–¡Frankie, no lo sé! – dijo Jesse irritado- No tengo ningún plan. Tan sólo he decidido utilizar un regalo que me hizo mi madre.

–¡Está bien, está bien! No te enfades -dijo Francesca, devolviendo a Jesse la mirada de irritación-. Quizá ni siquiera me baño.

–Pues no te bañes. – Jesse se encogió de hombros como si le diera igual. Se giró y avanzó hasta la orilla del arroyo. Francesca le siguió.

–¿Está fría? – preguntó.

Francesca se inclinó sobre el agua y metió la mano en ella. De pronto, Jesse sintió el impulso de empujarla. Se alejó del borde y se acercó a ella. Francesca se dio la vuelta rápidamente con los ojos muy abiertos.

–¡Jesse, ni se te ocurra! – gritó mientras él le daba un empujón suficientemente fuerte para tirarla al agua helada del arroyo.

–¡Oh! – gritó al sacar la cabeza del agua, riendo y abriendo la boca para tomar aire- ¡Está congelada! – Agitó la mano sobre la superficie del agua intentando salpicar a Jesse.

De pronto, la tensión entre ellos se disolvió. Jesse saltó al agua de golpe. Empezaron a pelear en el agua, dos adolescentes riendo furiosamente mientras se salpicaban.

Transcurridos unos 15 minutos, Francesca dijo:

–Tengo mucho frío. Voy a salir.

–Sí, yo también.

Francesca salió del arroyo. El agua que chorreaba de su cuerpo enfangaba la orilla. Jesse la siguió.

–He traído toallas -dijo, corriendo hacia su caballo.

–¿En serio? – preguntó Francesca-. Sí que has venido preparado.

–Bueno, tú siempre traes la comida.

Jesse cogió dos toallas de su bolsa y se acercó a Francesca. Ella estaba aún de pie junto a la orilla del arroyo. La ropa se pegaba a su cuerpo, pero era tan gruesa que no mostraba nada que no mostrase también estando seca. Francesca llevaba una camiseta de algodón sin mangas debajo de la blusa de algodón. Su atuendo era recatado, más recatado que un traje de baño. Jesse se sintió aliviado de que no llevara sólo una camiseta.

Pero, como si le hubiese leído los pensamientos, Francesca dijo:

–Ya que has traído toallas, puedo colgar esto a secar. – Se quitó la blusa, y Jesse, por un momento, vio que se le marcaba el sujetador por debajo de la camiseta. La tela mojada se adhería a su cuerpo; ahora, era el cuerpo de una mujer, y Jesse no pudo evitar mirarla.

El rostro de Francesca se puso escarlata al ver su mirada.

Arrancando la toalla de las manos de Jesse, se envolvió rápidamente en ella.

Ambos se dirigieron al mantel y se sentaron. Para disimular su confusión, se dedicaron a vaciar el contenido de la bolsa.

–Hmmm, bocadillos de ensalada de pollo, conservas dulces, aceitunas, patatas fritas… ¡Hey! ¡Mi comida favorita! ¡Carne asada! – dijo Jesse concentrándose alegremente en el festín.

–Jesse -dijo Francesca, ignorando la comida-: ¿puedo preguntarte algo?

–Adelante.

–¿Por qué no tienes novia?

Jesse la miró con audacia.

–¿Qué te hace pensar que no la tengo?

–Bueno… nunca hablas de ello. Y pasas todos los sábados y domingos conmigo.

–Eso no significa nada -dijo Jesse misteriosamente.

Los ojos de Francesca se agrandaron.

–¿Quién es?

–Rosie Hammersmith.

Francesca sintió una puñalada de celos al pensar en Jesse pasando el tiempo con otra chica.

–¿La hija del reverendo Hammersmith?

–Sí.

–Es guapa-admitió Francesca. Esperó un momento antes de seguir hablando-: ¿No quieres saber si tengo novio?

–No -dijo Jesse fingiendo indiferencia. Cogió un bocadillo de carne y empezó a comérselo.

Francesca recogió su negro cabello rizado y frunció los labios en un mohín. Estaba ofendida porque a Jesse parecía no importarle si ella era atractiva para los muchachos.

–Bueno, ¿y vas a salir con tu novia esta noche?

–Va a la escuela religiosa durante el verano. – Jesse estaba comiéndose el bocadillo, deseando que Francesca dejara de mirarlo- Oye, ¿por qué no dejas de hacerme preguntas y comes?

–No tengo hambre.

–¡Ja, debe ser la primera vez!

Francesca ignoró el comentario y continuó con las preguntas.

–Jesse… ¿Rosie y tú lo habéis hecho alguna vez?

Los ojos de Jesse se abrieron de indignación.

–¡Frankie! No es asunto tuyo.

Sintiéndose culpable, pensó en las citas con Rosie detrás de la iglesia de su padre. A Jesse le preocupaba, pero eso no hacía más que excitar a Rosie. «Si te preocupa tanto, nos iremos a un lugar más alejado -se burlaba ella-, así ya no estaremos en un lugar sagrado.» Pero ella se mostraba tan ardiente y deseosa que él no había sido capaz de resistirse, sin importarle las circunstancias. Él no sabía que las mujeres pudieran sentir tanto deseo.

Sin embargo, hacía 10 días que Rosie se había ido e, inmediatamente después, Jesse había descubierto la feminidad que florecía en Francesca. Los sueños que le perturbaban por la noche no eran sobre Rosie. Y la culpa que había experimentado con Rosie no era nada comparada con el tabú que se asociaba a su deseo por Francesca, que lo hacía todo más penoso.

Francesca pensó que Jesse se sentía como alguien a quien han atrapado haciendo algo malo y, una vez más, se sintió celosa. Pensó en Jesse besando a otra chica, tocándola, y, de pronto, sintió la urgencia de demostrarle que ella, Francesca, podía también atraerle si quería. Si quería.

–Bueno -dijo con naturalidad- creo que nunca voy a secarme si sigo envuelta en esta toalla -añadió, dejando caer la toalla por debajo de su cintura.

Jesse apartó inmediatamente la mirada, pero no antes de percibir sus pezones sobresaliendo en la ropa mojada. Contra su voluntad, sintió que tenía una erección. Dejó caer el bocadillo y se tumbó boca abajo, con la cabeza entre los brazos.

–No tengo más hambre -anunció- Voy a dormir una siesta. Y no quiero que me molestes por lo menos durante media hora.

–¡Qué bien! – dijo en tono caprichoso, enfadada porque él le diera la espalda literalmente durante una conversación que ella consideraba muy interesante.

Miró con rabia la cabeza rizada del muchacho, deseando que se diera la vuelta y la mirara. Pero Jesse permaneció inmóvil, como si ya se hubiera dormido. Su posición le recordaba veranos anteriores, cuando dormitaban durante horas bajo el sol caliente, sin decir una sola palabra. En aquella época, no había habido nunca la tensión que existía ahora entre ellos. Es culpa mía, se regañaba Francesca. De pronto, se sintió avergonzada por su comportamiento. ¿Qué estaba intentando hacer?, se preguntó. Jesse es mi amigo. ¿Acaso quería que él la besara, la tocara? ¡Por supuesto que no! Jesse es como un hermano. Pero no era hermano.