Capítulo 52


El profundo sueño de Devon fue interrumpido por el insistente sonar del teléfono de su mesita de noche. Devon, somnolienta, sacó la mano del grueso edredón de plumas y cogió el auricular, demasiado dormida todavía para sentir inquietud.


–¿Diga? – bostezó.

–Devon, lamento despertarte, pero hemos tenido una emergencia. – El acento familiar de Jeremiah desde el otro extremo de la línea hizo que Devon se pusiera alerta enseguida.

–¿Qué ocurre? – preguntó asustada. Se sentó y encendió la luz de la mesita, temblando por el aire frío de la noche.

–Es Willy… -titubeó Jeremiah.

–¡Oh, Dios, no! – exclamó Devon; el temor le retorcía el corazón.

–Devon, no sé cómo decírtelo… -El desesperado sentimiento de angustia era evidente en la voz de Jeremiah-. Me… me temo que ha tenido un ataque al corazón.

–Por favor, Jeremiah, no me digas que ha muerto -suplicó Devon.

–Lo siento, Devon. Se ha ido -dijo Jeremiah suavemente.

–No puedo creerlo. Estaba perfectamente la última vez que lo vi -dijo Devon incrédula.

–Según el médico, no. Anoche me dijo que había advertido a Willy que debía trabajar menos.

–¡Pero Willy no dijo una palabra! Trabajaba tanto como siempre.

–Sí -asintió Jeremiah-, ése era el problema. Su trabajo era toda su vida.

–Sí, su vida era Willowbrook. – La voz de Devon se quebró al decir estas palabras.

–Y también tú, Devon. Sabes que te quería mucho.

Devon sonrió entre lágrimas, y su sonrisa se convirtió en una mueca de dolor.

–Nunca pensé que llegaría a acostumbrarse a mí, pero un día llegamos a ser los mejores amigos. No sé exactamente cuándo.

–Ha dejado una carta para ti -dijo Jeremiah-. No sé si será su testamento.

Devon miraba hacia arriba cuando se abrió la puerta de su habitación. Ahí estaba Francesca, con gesto preocupado, de pie, con el pijama a rayas arrugado de dormir.

Instintivamente, bajando la voz y secándose las lágrimas, Devon dijo a Jeremiah:

–Estaré ahí en unas horas. Ahora mismo me levanto. – Colgó el auricular y se tomó unos segundos para pensar cómo darle la noticia a su hija. Francesca consideraba a Willy de la familia. Se le partiría el corazón-. Ven aquí, Francesca -dijo Devon, señalando el lugar vacío que quedaba junto a ella en la cama. Retiró las sábanas y esperó a que su hija se introdujera en la cama-. Ven conmigo, Frankie, tengo algo que decirte.

Francesca se sobresaltó al oír que su madre la llamaba por su apodo, porque sabía que no le gustaba. Por más que insistía en que la llamase así, Devon nunca lo hacía. Pero ahora, en vez de sentirse contenta, se sintió inquieta. Se acercó al calor de su madre y se acurrucó junto a ella. Devon colocó un brazo alrededor de su hija y Francesca apoyó la cabeza en su hombro.

–Estás creciendo mucho -murmuró Devon.

–¿Qué ha pasado, mamá? – preguntó Francesca.

–Cariño, no sé cómo decírtelo. Es sobre Willy.

Francesca salió bruscamente de entre los brazos de su madre y se sentó en la cama mirándola.

–¿Qué le ha pasado? – repitió con pánico en la voz.

Devon utilizó deliberadamente un tono suave y tranquilo.

–Ha estado enfermo.

–¡No es verdad! – gritó Francesca.

Devon cogió las manos de su hija entre las suyas.

–Ninguno de nosotros lo sabía. No se lo dijo a nadie. Debo volver a Willowbrook esta noche.

–¡Quiero ir contigo! ¡Quiero verlo!

–Frankie, Willy ha sufrido un ataque cardíaco.

–¡Oh, no! ¿Se va a morir? – sollozó la niña.

–¡Oh! Frankie. – Las lágrimas resbalaban por el rostro de Devon cuando se inclinó y abrazó a su hija. Necesitaba el abrigo de un cuerpo cálido tanto como Francesca.

–Mami -dijo Francesca, volviendo a llamarla como cuando era pequeña-, ¿ha muerto?

Devon no pudo responder, pero asintió con la cabeza apoyándose en su hija. Francesca comprendió.

Francesca se sintió consternada. Recordaba el sufrimiento que había sentido cuando murió su abuelo. Ahora, su corazón se volvía a romper. Willy, a quien había visto casi todos los días de su vida, más aún que a su abuelo, ya no ocuparía un lugar en su mundo. Parecía cruel que no hubiese tenido la oportunidad de decirle adiós. Un gran sollozo escapó de su boca.

–Quiero verlo una vez más. Quiero decirle adiós.

Devon observó el rostro de su hija y vio que había tomado una determinación. Sí, pensó Devon, ya tiene edad para esto. Devon y Laurel habían considerado que era demasiado pequeña para asistir al funeral de su abuelo. Pero para el de Willy… tiene que estar allí, decidió Devon. Necesita estar allí.

–Muy bien -dijo Devon-, llamaré a Ettie para que te ayude a hacer la bolsa. No cojas muchas cosas. Tenemos que irnos enseguida.

Francesca y Devon se abrazaron una vez más; luego Francesca saltó de la cama y salió de la habitación con la espalda erguida. Devon se sorprendió al sentirse reconfortada por el hecho de que Francesca la acompañara a Willowbrook. Devon había estado sola tanto tiempo que pensó que se había acostumbrado a ello. Pero descubrió que el apoyo de su hija le hacía bien. Era una sensación nueva, entre amarga y dulce.


Querida Devon:

Me temo que no tengo demasiado que dejar. Dele mi ropa a quien la quiera. Si no le importa, desearía que me enterrasen en Willowbrook, en algún lugar que dé a los establos. Sé que no soy de la familia, así que si eso no es posible, desearía que me incinerasen y tirasen mis cenizas en la pista de Willowbrook. No me importa demasiado cuál de las dos cosas se decida, aunque creo que preferiría ser enterrado. Encontrará 25.000 dólares debajo de mi colchón. Compre una lápida y done el resto para una buena causa.

Ha sido usted una buena patrona y eso es algo que nunca creí poder llegar a decir. Ha sido también una buena amiga. Gracias.

Willy O'Neill


Como había pedido en su carta, Willy fue enterrado en Willowbrook. Había un cementerio familiar, pero ningún miembro de la familia de Devon estaba enterrado allí. Lo habían utilizado los anteriores dueños de Willowbrook, la familia Hartwick. La familia Richmond estaba enterrada en Evergreen. Así pues, Devon creó un pequeño cementerio para Willy. Lo situó bajo unos robles, cerca del gran granero blanco. Era un bonito lugar sobre una colina que daba al campo. Se sentía orgullosa de que él hubiese deseado ser enterrado en Willowbrook.

Pero ahora, mientras miraba las colinas ondulantes, oscuras por el frío del invierno, sintió una gran soledad. Miró a las docenas de personas que la rodeaban con las cabezas inclinadas, escuchando al sacerdote recitar las plegarias por los muertos. Algunos de esos rostros eran de familiares. Grace y Philip habían viajado desde Washington y Laurel la había acompañado desde Nueva York. Otros rostros pertenecían a amigos. Pero ninguno de ellos había sido un compañero tan cercano como Willy. Devon y él habían llegado a una profunda amistad que no requería palabras. Más importante aún, se habían respetado tremendamente, lo cual al principio les había costado mucho. Se sentía como si una parte de ella se hubiese ido con él.

Devon miró la cabeza inclinada de Francesca. La jovencita intentaba reprimir los sollozos, pero el cuerpo le temblaba por el esfuerzo. Devon puso el brazo alrededor de ella y se estremeció cuando una fría ráfaga de viento sacudió las ramas desnudas sobre ella. Sintió que el fuerte brazo de Mason Wilder la rodeaba. Era un consuelo tenerle allí, pensó Devon reclinándose contra él agradecida.

Cuando el sacerdote cerró el libro de oraciones, Devon avanzó hacia la tumba y cogió una pala pequeña. Metió la pala entre el montón de tierra roja junto a la tumba y arrojó su contenido sobre el ataúd. El sordo sonido de la tierra golpeando el ataúd hizo que Devon se volviera a estremecer. Dejó la pala y volvió a su lugar entre el grupo con el único deseo de regresar a la cálida protección de su hogar.

Entonces, detrás de la gente, como un fantasma del pasado, vio un rostro familiar.